miércoles, 8 de diciembre de 2010

La Junta

Tatiana Miró-Quesada


Aquella Navidad no iba a ser la mejor, para poder seguir trabajando en su puesto de pescado, Fanny debía hacerse socia del mercado y cancelar su deuda con la Junta de Propietarios. Ella recién empezaba y se estaba haciendo de una clientela, les había rogado a los señores de la Junta que le permitan pagar la mitad en diciembre y la otra en la quincena de enero, pero ellos no querían escuchar razones.

Su esposo desempleado, no ponía nada de su parte para conseguir un nuevo trabajo y al llegar a casa, después de cerrar el puesto, siempre la misma historia, no hacía más que abrir la puerta y sentía ese ambiente cargado, la pequeña habitación se encontraba desordenada, los trastes del desayuno y el almuerzo seguían en el fregadero y la cama aún no había sido tendida. Su esposo, sentado en una de las dos únicas sillas de la habitación, leía un periodicucho y escuchaba la radio.

-         ¡Hola Pablo! –saludo Fanny- ¿Conseguiste trabajo?
-         Todavía.
-         Pero Pablo, tienes que buscar.
-         Ya saldrá algo mujer, estoy que busco, pero nada.
-         Anda a las obras, aunque sea cargando lata.
-         No pues mujer, yo no estoy para cargar lata.
-         Al menos ayuda en la casa, yo trabajo todo el día y encima, tengo que venir a hacer los quehaceres, tremendo vago. Tengo que pagar las deudas del puesto, no puedo yo sola con todo.
-         ¿Y quién te dijo que te metieras en eso? Tu sola te gastaste mi dinero para comprarlo y ahora te quejas que por mi culpa no tienes para pagar deudas.
-         Tu igual hubieras gastado la plata en comprar estupideces como ese tonto televisor.
-         Pero no tendría deudas.
-         Tampoco plata para comer.

Pablo realmente era una persona de poco empuje, tan diferente a ella, Fanny sentía que no tenía  apoyo, siempre debía  hacer todo sola, pero no importaba, lo hacía por su hijo y solo ver su carita risueña cuando llegaba a casa, le daba fuerzas para continuar en su lucha.

Ya era veinte de diciembre y le habían dado hasta el veinticuatro en la tarde para pagar los trescientos soles de la inscripción. A pesar de que tenía a su familia a punta de camote y sopa de sobras de pescado para poder ahorrar, tan solo había podido juntar ciento ochenta soles. La deprimía pensar en lo que le daba de comer a diario a su hijo, pero dárselo en Navidad le parecía aún peor, no quería hacerlo, ese día deseaba algo mejor para cenar.

La clientela estaba ahorrando para la cena de Navidad o gastando su dinero en regalos, la venta estaba baja y todavía le faltaba mucho dinero por juntar. Trataba de hablar con el tesorero de la Junta, pero no le daba cara, no la quería ni escuchar.

Fanny se levantaba más temprano para abrir su puesto antes que los demás, pero desgraciadamente era nueva y no tenía muchos clientes.

Ese veinticuatro, el  mercado hervía de gente, los grises mesones del puesto de Fanny estaban muy bien armados, sobre una buena cama de hielo picado había acomodado los peces fresquitos que compró esa mañana en el terminal, todo lucía impecable y ella procuraba poner su mejor cara aunque estaba preocupadísima porque aún no había terminado de reunir el dinero que necesitaba para la Junta.

Conforme pasaban las horas el bullicio del mercado, abarrotado de gente haciendo sus compras navideñas, parecía un constante murmullo. Las personas pasaban con sus canastas llenas con las compras para la noche, mientras Fanny solo pensaba que no tenía el dinero para cubrir a la Junta y menos aún para llevar la cena a su casa. Que envidia sentía al ver pasar a las caseras con sus bolsas  colmadas de productos, que impotencia, ella ahí, tratando de dar lo mejor de sí y casi no vendía nada.

-         Caserita, llévate pescado fresquito.
-         No casera, en navidad no se come pescado.
-         Te lo dejo baratito nomás.
-         Hoy tengo que cocinar bastante y el pescado da mucho trabajo.
-         Yo te lo fileteo todito para que solo lo tengas que freír.
-         No casera gracias.

Y así la venta se mantuvo baja. Eran las cuatro de la tarde y Fanny solo había conseguido juntar doscientos sesenta soles, no le alcanzaba ni para cubrir la Junta. La desesperación empezó a hacer presa de ella, pero no había nada que hacer, el mercado rebosaba de gente, pero nadie compraba pescado. En los puestos adyacentes, ya estaban dejando relucientes los mesones para irse a sus casas. Fanny empezó a congelar el pescado.

Dios mío, pero ¿Por qué? Es navidad y voy a tener que darle a mi hijo lo mismo que todo el último mes, no tengo ni un regalito, pero mi hijito entiende, él ve que trabajo mucho, pero es un niñito, no debería tener que entender, ni siquiera puedo llevar este pescado, ¿cómo compraría de nuevo para vender mañana? Si todo el dinero que tengo se lo voy a tener que dar a la Junta. ¿Habrá mañana?, ya no tarda en venir Don Óscar a cobrarme. Dios mío, por favor, que me dé un poco más de plazo, lo voy a perder todo, tu sabes que soy buena, por favor Diosito.

-         Buenas tardes.
-         Eh! Buenas tardes Don Óscar.
-         Vengo a cobrarle su cuota de socio.
-         Don Óscar, mire yo he estado  trabajando muy duro este mes, he estado juntando todo lo que he podido, mi esposo está sin trabajo y rara vez se consigue un cachuelo, solo he estado usando lo mínimo para comer y todo lo demás lo he ahorrado para ustedes.
-         Ahórrese tanto palabreo y dígame, ¿tiene o no tiene el dinero?
-         Tengo doscientos cuarenta soles. –Dijo Fanny, tratando de quedarse con veinte soles para la cena navideña.
-         No alcanza, la cuota es de trescientos.
-         Por favor acépteme esta cantidad y le doy el resto la primera semana de enero, mire que ya casi no me falta nada.
-         Mire señora, sus problemas nos tienen sin cuidado, tiene o no tiene la plata.
-         Tengo los doscientos cuarenta que le dije y me estoy quedando con veinte para las fiestas.
-         Así que tiene más y no me lo va a dar, ¿Será que no desea tanto el puesto como quiere que pensemos?
-         No es así, pero quería comprarle un regalito a mi hijo y algo para la cena.
-         No señora, le dimos un plazo máximo, o paga o se va.
-         Pero por favor Don Oscar, es Navidad.

Don Óscar se quedó en silencio por un momento, algo en él pareció sentir un poco de piedad por la mujer que tenía en frente.

-         Bueno, deme los doscientos sesenta y tiene hasta fin de mes para pagarme los cuarenta restantes.
-         Pero Don Óscar, ¿y mi Navidad?
-         Solo porque es navidad le estoy perdonando que no tenga completo y apúrese antes que me arrepienta.

Fanny entregó todo el dinero que tenía con mucho pesar, ¿qué le iba a dar a su hijo esa noche?, pero al menos, no perdería el puesto.
Se sentía chocada, sin vida, no sabía si reclamarle a Dios o agradecerle.

-         ¿Por qué Señor? Hoy no debía ser así. No hoy.

Terminó de guardar todo como si tuviera un gran peso sobre los hombros, no quería llegar a su casa con las manos vacías, ¿cómo le iba a decir a su hijo que en Navidad igual se comía camote?

Cabizbaja empezó a caminar lentamente hacia la salida del mercado. El recorrido se hacía interminable, sobre todo por la cantidad de gente que aún seguía haciendo compras.

En eso, entre los pies de la gente vio algo que brillaba, se acercó a recogerlo, no lo podía creer, aquel pedazo de metal bicolor camuflado entre despojos de verduras eran cinco soles. No podía ser cierto. Lo tomó fuertemente y lo colocó rápidamente en su bolsillo.

-         Dios mío, no me has abandonado, gracias Señor, gracias –pronunció con los ojos cerrados llevándose las manos juntas hacia la boca, mientras gruesas lágrimas corrían por sus mejillas.

Con mucha alegría compró medio kilo de pollo, medio kilo de arroz y un chupete para regalarle a su hijo.

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