martes, 28 de diciembre de 2010

El pequeño Julián

Tatiana Miró-Quesada


Hoy ha nacido mi hermanito, ese que mi mamá tanto ha estado buscando.

Mi papá está tan contento que ha llenado la casa de flores, ojalá mi mamá pueda ser tan feliz como antes.

Nuestra casa, ubicada en los Llanos Orientales, era una sencilla casa en el campo, sin pretensiones, pero con todas las comodidades. A pesar del intenso calor de los Llanos los amplios espacios y techos altos nos mantenían siempre frescos.

Alrededor de la casa, mi madre tenía plantadas gran variedad de flores que llenaban la casa con su aroma.

El amplio jardín estaba delimitado por la espesa vegetación de la zona. En medio, la piscina siempre cristalina no era muy profunda por lo que se entibiaba con el calor del sol. 

La hamaca del pórtico era otro de mis lugares favoritos, cómodamente tumbada podía ver los reflejos del sol en la piscina, mientras escuchaba el murmullo del viento entre las hojas y el canto de algunas aves de la zona.

Éramos muy felices y corríamos a nuestras anchas, cómo me gustaba andar pata al suelo y con muy poca ropa, teníamos  libertad para jugar, saltar, reír, imaginar.

Mamá, dedicada a la casa,  siempre sonreía y nos contemplaba jugar desde la cocina, papá trabajaba en la hacienda ganadera.

Que días aquellos,  nos encantaba jugar en la piscina a buscar la piedrita, la tirábamos con los ojos cerrados para no ver donde caía y luego los tres nos sumergíamos para buscarla.

Generalmente ganaba Ramón, mi hermano mayor pero Julián, a pesar de ser el menor, se esforzaba al máximo y se sumergía una y otra vez para buscarla, ya que por su corta edad no podía aguantar por mucho tiempo la respiración.

Era un cálido día de enero, en el azul cielo no se veía ninguna nube que pudiera malograr ese día perfecto.

Empezamos a jugar como siempre, corrimos a toda velocidad hacia la piscina y nos tiramos de bombita, yo ya tenía la piedra en la mano y me disponía a lanzarla cuando de reojo veo algo raro en el agua, era como una pita que se alejaba zigzagueante de nosotros, grité muy fuerte y salí corriendo del agua mientras miraba aquella cosa de colores.

Al escuchar los gritos, mamá vino corriendo, Ramón abrazaba a Julián que lloraba desconsoladamente, Ramón se apresuró en sacar a Julián del agua que cada vez lloraba menos.

Mamá tomó a Julián ¡Nooooooooooooo! -Gritó, corrió con Julián en brazos y nos dijo que subamos al auto, mamá estaba pálida y manejaba a toda velocidad rumbo al hospital, me daba cuenta de que algo muy malo sucedía pero no entendía bien que era. Mamá nos preguntaba

-¡¿La vieron?, ¿la vieron?, por favor díganme cómo era!

En ese momento entendí que el palo zigzagueante era por lo que preguntaba mamá.

-¡Era de colores y flaca!   -Grité.
- ¿Qué colores tenía?
- Rojo y negro y otro color más.

Mi hermanito respiraba con dificultad, era como si estuviera agitado, su pequeño pecho casi ni se levantaba, a pesar de que estaba como adormilado, su carita era de susto. Yo le acariciaba el cabello con mucho cariño.

-Por favor chicos, no dejen que su hermano se duerma, hagan que hable.

Mi hermanito nos miraba como queriendo responder pero las palabras no salían de su boquita.

Llegamos a la emergencia, mamá bajó corriendo con Julián en brazos y gritaba

-¡Ayúdenme, ayúdenme, lo ha mordido una serpiente!,  por favor ayuda. -Decía gritando con la voz entrecortada por el llanto.

Nunca podré olvidar la desesperación en el rostro de mi madre mientras pedía que atendieran a Julián. Su piel era de un tono grisáceo, como si la sangre no pasara por ella. Sus manos no paraban de temblar y se sentía la inseguridad en su voz.

Colocaron a mi hermano en una camilla, parecía un muñequito, indefenso, la palidez de su semblante contrastaba con el tono amoratado que tenía alrededor de los puntos con sangre en su cara y cuello.

Mamá nos dejó con las enfermeras mientras se iba siguiendo a mi hermano al cual lo llevaban a un cuarto con grandes ventanas hacia el pasillo.

Desde mi silla podía ver la consternada cara de mamá mientras los doctores entraban y salían de aquel cuarto y le ponían cosas a mi hermano.

No sé cuánto tiempo pasó, me pareció una eternidad, de pronto, el doctor puso su mano sobre el hombro de mamá y le habló. Después todos salieron del cuarto menos ella, tomó la mano de Julián entre las suyas y empezó a besarla mientras lloraba en silencio, las lágrimas no paraban de correr por sus mejillas.

Cuando llegó papá, entró a la sala donde estaba mi hermano, miró a mamá, quien movió la cabeza en señal de negación.

Papá abrazó a Julián con todas sus fuerzas y se puso a llorar y gritar ¿Por qué?, ¿por qué?

Ramón y yo nos abrazamos y también lloramos, aunque no entendíamos bien que tenía Julián.

Más tarde nos explicaron que mi hermanito había muerto. En ese momento no  entendí que eso significaba que ya no regresaría con nosotros a la casa, que ya no jugaríamos más, que ya no lo abrazaría. Mi hermanito, mi querido hermanito.

Como cambió la vida desde entonces, mamá pasa mucho tiempo sentada en la mesa de la cocina  con las manos tomadas una con otra y apoyando su mejilla en ellas, su rostro refleja mucha tristeza y a veces, cuando piensa que no la vemos,  llora en silencio.

Ella siempre está pálida y delgada, ya no sale de casa.

Donde estaba el jardín solo hay tierra circundada por un tupido enrejado que trata de evitar que algo entre,  hasta los árboles se han secado. La piscina que en otros tiempos era fuente de alegría, ahora es un hueco de cemento cuarteado  cubierto con una malla protectora que no hace más que recordarme que Julián no volverá.

Mamá se preocupa de limpiar y desinfectar todo al extremo, pero es evidente la falta de interés en hacer que la casa se vea hermosa, antes todo relucía y mi madre siempre estaba feliz, cuando miraba por la ventana nos veía jugar en el jardín, éramos libres de correr por todos lados y saltar a la piscina apenas teníamos calor.

Mamá no acepta que Julián se fue, ella lo quiere de nuevo en la casa. 
Primero nació Rosita, que ahora tiene tres años, luego Camila que tiene dos y Lucía que cumplió uno hace poco.

Ella igual sigue triste, ya no sonríe, mis hermanitas andan por ahí, siempre están juntas. Yo me encargo de cuidarlas.

Por las fuertes jaquecas de mamá, la luz y el ruido la molestan, así que tengo que procurar que mis hermanitas no hagan bulla para que pueda  estar tranquila y no llore tanto. Del único que acepta algo de consuelo es de Ramón, pero el ya esta grande y esta poco en casa.

Mi padre la quiere mucho y trata con todas sus fuerzas de hacerla feliz, pero a ella ya no le interesa nada, las cosas con las que se divertía ahora le son indiferentes. Lo único que quiere es a su bebe de vuelta.

Por eso mi papá ha llenado la casa de flores, por fin ha nacido otro varoncito, el cree que ahora mamá será feliz de nuevo, que el nuevo bebe llenará el vació que le dejó Julián.

Al menos hoy, después de cuatro años, la he visto sonreír, pero y si le pasa como a mí, yo igual no voy a volver a jugar en la piscina, no sin Julián.

1 comentario:

  1. Mira, de verdad me ha gustado mucho aunque encontré una frase que a lo mejor se puede mejorar: "Era un cálido día de enero, en el azul cielo no se veía ninguna nube"

    Ese "en el azul cielo" no sé, es como que metes un trocito de poesía en medio de la prosa y no termina de encajar con su entorno, no sé si me explico...

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