miércoles, 27 de octubre de 2010

Oir

Rocío Vallejos

Esa mañana me desperté bruscamente, sentí algo diferente en mí.  ¿Qué me pasa?, pensé mientras trataba de levantarme.
-José, ¡Levántate o llegarás tarde a la oficina!, decía en voz alta mi madre.
-Ya voy mamá, le respondí.  Ya estoy despierto.
Mi madre se asomó a mi cuarto y me preguntó -¿Estás soñando todavía hijito?-, aún no te pasé la voz porque faltan doce minutos para tu hora de levantarte.
-Seguro mamá, le respondí, recién acabo de despertarme y estaba soñando con que me pasabas la voz.  Creo que hoy me he despertado antes que tú.
-Este muchacho que todo lo que hace es asustarme, decía mientras se alejaba rumbo a la cocina para preparar el desayuno.
-Mamá, ¡no murmures! Que ya me estoy levantando, le dije mientras trataba de hacerlo a pesar que mi tibia cama me recomendaba un ratito más de sueño.
-Pero si no he dicho nada muchacho, alcancé a oír.  Vete a la ducha de una vez a ver si te despiertas del todo.
Mientras estaba aún en la cama, la sensación que tuve al despertarme no desaparecía.  Tenía como un zumbido en los oídos.
Oía como mi papa renegaba por no encontrar una de sus babuchas.  Usó lo más florido de su lenguaje cuando tuvo que arrodillarse a mirar bajo la cama, para ver si estaba allí.  Ya lo oía. ¡Cómo me duelen estas rodillas por Dios! ¡Pero si todas las noches las dejo bien colocadas y todas las mañanas es lo mismo!, ¡Es ese maldito perro de mi mujer que le gusta dormir bajo la cama!  ¡Si la ha mordido, lo mato!
 -¿Papá te ayudo a buscar tu babucha?, pregunté, mientras trataba de no sonreír imaginándomelo tirado en el suelo buscando su zapato perdido.
Me senté en la cama y busque mi bata.  Cuando me disponía a ir al baño me encontré con mi papá en la puerta de mi cuarto mirándome fijamente y preguntándome:
-¿Me has hecho una broma y has escondido mi babucha?
-No.  Lo que pasa es que te escuché renegar diciendo que no encontrabas una de tus babuchas, que te dolían las rodillas, que vas a matar a “Rufus” y como no quiero que pelees con mami por culpa del perro, es que me ofrecí a ayudarte.
-Hijo, me dijo mi padre, tú eres telépata o yo estoy reblandecido y dándose la vuelta se fue a su cuarto con sólo una babucha puesta.
No entendí bien lo que dijo mi papá en ese momento, pero ya no tenía tiempo para más cosas.  Efectivamente iba a llegar tarde al trabajo si no me apresuraba.
Las prisas de la vida, muchas veces hacen que uno tenga pésimas costumbres.  Reconozco que ese era mi caso, ya que no podía sentarme a tomar desayuno con mis padres como Dios manda porque nunca tenía tiempo.  La rutina de mi vida era de lunes a viernes salir corriendo por la puerta después de tomar una taza de leche medio fría.  Las buenas costumbres regresaban siempre los fines de semana ya que durante esos dos días, los desayunos eran tan largos como los almuerzos y las siestas.  Sábados y domingos eran bien vividos en familia.
Salí raudo, como de costumbre, pero los oídos me seguían zumbando.  Traté de no darle importancia pero, una vez que me subí al micro, eso ya no fue posible.  El zumbido se intensificó tanto que comenzó a dolerme la cabeza.  Ese dolor era una sensación extraña porque a mí nunca me dolía nada.  Siempre fui sano, fuerte, comía bien, descansaba bien y era muy aseado con las manos.  Siempre las lavaba para evitar precisamente, enfermedades.
El día en el trabajo fue un martirio.  Todo el mundo me repetía las cosas.  Me sentí un principiante que no da una en las labores encomendadas.   La señora Margarita, secretaria del gerente general me dio pastillas para el dolor de cabeza, pero no me sirvieron de nada.  El zumbido se había convertido, al terminar el día, en un tambor dentro de la cabeza.  ¡Bum!, ¡Bum!, ¡Bum!
El regreso a casa fue igual, las personas dentro del micro no hablaban, gritaban.  Quería pararme de mi cómodo asiento y decirles a todos ¡CALLENSE LA BOCA QUE ME DUELE LA CABEZA!
Cuando llegué a casa le dije a mi mamá:
-Creo que me voy a enfermar mami, me duele mucho la cabeza.
Mi mamá con cara de preocupación se acercó y me tocó la frente con su mano y me dijo –No tienes fiebre, pero es posible que te vayas a resfriar.  Come y te llevó un té con limón a tu cama y un par de pastillas para la gripe.
El tambor ya no era tal cuando me fui a la cama.  Esa noche no deseaba ver televisión para escuchar las noticias, lo único que quería era dormir y así lo hice.  Besé a mis padres y me fui a mi cuarto en donde me esperaban una taza de té y un sobre con pastillas para el resfrío.
Trataba de conciliar el sueño pero mis padres, como nunca, estaban hablando muy alto.  Seguro era por el perro, pensé, así que contra mis costumbres, cerré la puerta de mi dormitorio.
Ya en la soledad de mi habitación poco a poco el zumbido fue desapareciendo, mi cuerpo se fue relajando y me quedé dormido.
No sé cuántas horas dormí pero desperté súbitamente. Y como si alguien hubiese hecho un chasquido con sus dedos en mi oído, el zumbido se fue.  Abrí los ojos y supe lo que me pasaba. 
Agucé el oído y escuché el ruido de los carros a lo lejos, pude ver nítidamente la lámpara en el techo de mi cuarto, pude sentir con la palma de mis manos la trama de las sábanas, moví los pies de un lado al otro y finalmente me incorporé y bebí el último sorbito del té con limón que mi mamá me preparó y olfateé su clásico olor y sentí su sabor, frío pero agradable.  No he perdido ningún sentido, me dije. ¿Será posible?
¡Creo que escucho lo que piensan las personas!  Por eso el viaje en el micro fue insufrible.  Por eso también en la oficina me sentí como un tonto, con las personas repitiéndome lo mismo.
Siempre escuché que cuándo una persona pierde un sentido, otro se desarrolla.  No es mi caso.  Tengo mis cinco sentidos en perfecto estado.  ¿Será verdad lo que creo que me está pasando?
Estaba ansioso porque empezara el día, pero el reloj me dijo que eran las tres y cuarto de la madrugada.  Tenía que esperar un buen rato para confirmar mis sospechas.  Sin notarlo, siquiera, me quedé dormido nuevamente.
-Este muchacho va a llegar tarde al trabajo, decía mi mamá, tal vez tenga que llevarlo al médico.
Abrí los ojos lentamente y me pregunté -¿Lo dice o lo piensa?- Miré hacia la puerta de mi cuarto y vi cuando mi mamá la abrió.
-¡José, hora de levantarse!
Vi el movimiento de sus labios y vi cuando ella me miró.  Se acerco a mi cama y me toco la frente nuevamente.
-No tienes fiebre hijo.  ¿Cómo has amanecido?, ¿Todavía te duele la cabeza?
-No mamá ya no me duele.  Estoy bien.  Me curaste muy bien, le dije, dándole un beso en la mejilla.
¿Rufus se comió la babucha de mi papá?, le pregunté.
-Dios quiera que no hijo, me dijo, porque sería un gran problema con tu padre.  La vejez le ha dado por pelearse con el perro.
-¿Por qué me miras así? hijo, me asustas, me dijo mi mamá cuando yo estaba tratando de ver si hablaba o pensaba.
-Te miro así porque te quiero mucho.  Ayer me curaste con tus yerbas mágicas.
-Ay, mi hijito, me dijo mi mamá.  No sabes lo preocupada que estuve anoche.  Casi ni dormí pensando en que estabas enfermo.
Si hubiera dormido con la puerta abierta, seguro la escuchaba, pensé.
Dándome un gran beso mi mamá me levantó de un tirón de la cama y me dijo –a la ducha niño- que ayer ha sudado usted bastante, y caminando frente a mí se fue rápidamente a la cocina a preparar el desayuno.
Estaba ansioso por salir de casa.  No escuchaba ni los pensamientos de mi papá ni de mi mamá.  Seguro en el micro los escucho pensaba, mientras tomaba rápidamente mi taza de leche, besaba a mis padres y salía de la casa.
El viaje en micro comenzó a ser una desilusión.  No escuchaba ningún pensamiento de nadie.  Oía lo que hablaban pero eso era todo.  Ya estaba pensando en que debía visitar a un psiquiatra cuándo de repente, una chica parada al lado mío dijo “Estos zapatos me están matando”.  La miré y ni siquiera devolvió la mirada, pero siguió diciendo “Tengo un dolor de “patas”, espantoso”.  Lo dijo todo sin mover los labios.
-Siéntese, por favor, le dije, parándome y ofreciéndole mi sitio en el micro.
-Gracias joven me dijo, ya no hay personas amables como usted, “que tonto” y sin pensarlo se sentó rápidamente en el sitio que le cedí.
Estaba en “shock”.  Es cierto.  Escucho lo que las personas hablan.  Poco a poco el sonido en el micro fue amplificándose, como si las treinta personas que estaban en él, se hubiesen convertido en cien.  Oía de todo, penas, risas, burlas, quejas, sueños, gritos.  Me sentí anonadado.  No podía seguir una oración sin que fuese interrumpida por otra.  Estaba asustado, pero encantado.
En el trabajo fue lo mismo que en el micro.  Trabajo en una empresa que tiene aproximadamente cuarenta personas y parecía que trabajaba en el Poder Judicial con tres mil personas.  No podía creer cuánto piensa una persona.  Los pensamientos de cuarenta, eran realmente inimaginables.
Estoy convencido que ese día realmente fui el tonto de la oficina.  No entendía ni lo que me decían.  Tuve que poner como excusa que me iba a dar la gripe y que me sentía muy mal.  Mi jefe me tenía que repetir las cosas dos veces para poderlo entender, es que sus pensamientos que iban a mil, se mezclaban con la solicitud del trabajo que quería que hiciera y al final no entendía ni lo que tenía que hacer yo, ni lo que estaba pensando él.
Mi jefe me despachó de la oficina a mi casa a eso de las dos de la tarde.  Me dijo que tomara pastillas para la gripe y descansara, junto con “no sé cómo diablos contraté a este estúpido que no entiende ni lo que le dicen, prefiero hacerlo yo”.  Ese día terminó para mí a las dos de la tarde sin saber si estaba despedido o con descanso médico.
Fui a trabajar al día siguiente y las cosas estaban mejor que el día anterior.  Podía distinguir el pensamiento de la palabra.  Mejoré mucho durante esa semana de trabajo.  Me anticipaba a las necesidades de mi jefe y “escuché” muchos pensamientos elogiosos sobre mi persona.  Conforme se afinaba mi capacidad para “oír los pensamientos” de las personas, también mi conocimiento sobre ellos se concretaba.  Tuve muchas desilusiones, porque mucha gente que pensé que me quería, apenas me toleraba.  Muchas personas a las que admiraba, iban cayendo como ídolos de barro, porque sus pensamientos eran totalmente egoístas y moralmente reprobables.  Me di cuenta que las personas no son lo que vemos o escuchamos que nos dicen, las personas realmente son pensamiento.
No sé por qué asumí que el camino normal de las cosas es pensamiento-habla, con el nuevo don que tenía, aprendí que uno piensa una cosa y dice otra completamente diferente.  Muchos hablan sin que exista un pensamiento previo y muchísimas personas, sólo piensan. Estas personas hablan de muchas cosas, pero la sustancia, no la convierten en habla.
Me acostumbré a mi don secreto y traté de no sacar, de mala fe, provecho de él.
Un día, como cualquiera, me desperté y el don se había ido.  Me sentí en un hoyo inmenso y vacío.  Por eso ponía el televisor, el radio, el equipo a todo volumen.  Por eso gritaba yo también.  Quería salir de ese inmenso hoyo en el que estaba.  Lo demás, ya lo sabe, mis padres me trajeron aquí.
-Doctor, ¿Cuándo saldré?

1 comentario:

  1. que buena la historia! me ha dejado pensando en cuan cierto puede ser!

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