martes, 5 de octubre de 2010

El Enano

Gianfranco Mercanti

Pese a los malestares propios del  embarazo, Nancy se sentía feliz por el niño que llevaba en el vientre, se llamaría Julio como su esposo. Como primeriza, siguió con mucho celo todas las recomendaciones de la doctora Carrillo. Nada, sino un insidioso capricho genético, podría explicar el defecto que traía ese niño, y que marcaría tan profundamente su destino.
A los nueve meses de nacido, cierta asimetría en su crecimiento motivó una serie de complejos exámenes.
-Señora, se trata de un caso de acondroplasia- sentenció la doctora Carrillo, pasando a explicar que se trataba de un caso en miles, que no era mortal, pero que irremediablemente su hijo quedaría enano y deforme.
En ese momento, Nancy sintió que las palabras de la doctora sonaban confusas, y el consultorio se veía cada vez más blanco, mientras se desplomaba lentamente de la silla. Cuando las sales de amoniaco la despertaron, quiso pensar que todo había sido una pesadilla, una confusión, pero la realidad era otra, y al tenerla al frente, lloró desconsolada durante largo rato.
Dos años después, Nancy tuvo otro hijo: Lo llamó Magno, tratando de conjurar el riesgo de un destino similar, y en efecto, fue un niño normal. Ambos fueron criados y educados con esmero. No obstante, año tras año las diferencias entre Julio y Magno se hacían más notorias y con ellas, la distancia entre ambos se hacía cada vez mayor.
Cuando Magno estaba a pocos días de cumplir cinco años, Nancy enviudó. Julio, su esposo, sufrió un fatal accidente automovilístico en la Vía Expresa. Entonces, y casi sin guardar duelo, Nancy tuvo que salir a buscar empleo, y dedicarse a trabajar jornadas y sobre tiempos para a sacar adelante su hogar.  
A sus 19 años Julio se había convertido en un ser contrahecho y hasta risible. ¨Super enano¨ le decían, por la extraordinaria fuerza que tenía en sus brazos. Siempre estaba solo, en realidad nadie quería juntarse con él: Les daba vergüenza, la segregación fue haciendo de él una persona amargada y silenciosa, que prefería pasar sus días absorto en la lectura de cómics.
Todos se burlan de mi, nadie me quiere, haré algo grande en mi vida para que sepan quién soy yo, y quienes los bastardos que me rodean; y mi hermano, bueno él no tiene la culpa, pero sé que me considera inferior, y detrás de su afecto solo hay compasión, yo no quiero eso, y mis padres, siempre me quisieron esconder.
Magno, de 17 años, era alto y de contextura atlética, con  una personalidad extrovertida que lo hacía muy popular en el barrio, sobre todo entre las chicas, que siempre lo asediaban. Magno fue consciente desde niño que su hermano le guardaba rencor, no perdía la oportunidad de romper sus juguetes, o golpearlo cuando se quedaban solos.
-Te odio enano de mierda- le había dicho una vez, ofuscado, cuando Julio le había botado su teléfono celular.
-Ojalá que te mueras, maldito- le contestó Julio, sin poder ocultar el odio que saturaba su alma. Y luego los golpes, sin reglas ni misericordia, hasta que ambos quedaban ensangrentados y exhaustos.
Una húmeda tarde de mayo, ambos habían subido al techo de la casa para arreglar la antena de televisión.  Muy cerca al borde Magno ajustaba un empalme del tubo, mientras que a pocos metros de él, Julio revisaba el revestimiento de  los cables y los limpiaba con un trapo. Al levantar los ojos y ver a Magno a solo unos centímetros del vacío, cruzó por su mente la idea de empujarlo.
A ti siempre te prefirió mi madre, porque eres sano, porque eres su orgullo, mientras yo su vergüenza, por este cuerpo al que ella misma me condenó, por esta vida miserable que me dió, y que tengo que soportar día tras día. Y encima tú, el favorito, tu vida es una burla para mí. Ahora verán quien soy. Cualquiera se resbala, hay accidentes todos los días…
Lentamente, silenciosamente, Julio se fue acercando a Magno para dar el empujón artero que vengaría su alma de tantos años de humillación, de marginación y de dolor, de ese dolor profundo lleno de frustración e impotencia. Magno estaba absorto en lo que hacía, no se percató que su hermano se aproximaba, menos de su intención, no tendría oportunidad de defenderse.
Julio empujó con fuerza, sintió que el tiempo se hacía más lento, miró el rostro sorprendido de su hermano, su horror, algo le dijo que estaba siendo injusto, que no debía hacerlo, que aún podía sujetarlo. Magno se aferró al tubo de la antena que tenía entre sus manos evitando su caída, y esquivó la mano que ahora venía a su rescate. Vio como Julio perdió el equilibrio y se precipitó del techo gritando.
Ya en el jardín exterior de la casa Magno gritaba y lloraba desesperado, no le importaba la gente que se acercaba, ni su madre que se aferraba a Julio cegada por los nervios. El cuerpo doliente y fracturado estuvo tirado en el césped durante más de media hora, mientras se desangraba lentamente. No podía articular palabra, y antes que sus ojos se cerraran, alcanzó a mirar a su hermano con una terrible angustia.

2 comentarios:

  1. Me gustó mucho tu cuento!!, me hizo pensar en cuantas veces las diferencias las que sean tienden a apartarnos y destruirnos. Me dio pena Julio pero seguro no le hubiera gustado para nada mi pena verdad?

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  2. Efectivamente, Ana, pienso que las diferencias, aunque involuntarias, pueden llegar a ser fatales. De hecho, a Julio no le hubiera gustado tu pena, pero sí que seas su amiga.

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