viernes, 29 de abril de 2011

Almas Encontradas

Ricardo Ormeño


                
                 Jorge se encontraba pensativo y algo cansado, el día en aquella emergencia se había cargado de tensión, la adrenalina siempre presente jugó un papel preponderante una vez más, no sólo en él sino en todo el personal, tal vez por ello la suculenta cena que minutos antes había disfrutado muy rápidamente, solo y sentado en aquella mesita de su habitación, como ganando cada segundo de tranquilidad, no era precisamente la mejor técnica para evitar una gastritis, pero él, siempre recordaba las enseñazas de sus maestros.-¡Doctores …siempre que tengan tiempo libre aprovéchenlo al máximo, no descuiden sus alimentos y duerman todo lo que puedan, porque  nunca sabrán con exactitud cuando podrán hacerlo!.-sentenciaban aquellos viejos profesores. Decide alejarse un poco de aquel ambiente frío, de paredes de color gris, siempre limpias y de un brillo muy especial que sólo logran las mayólicas europeas; ve el oscuro pero grande jardín y desea dar un pequeño paseo. Jorge, no te olvides que eres médico, y no deberías fumar. De pronto su placentera meditación se ve interrumpida por aquella voz que emanaba por todos los rincones de la clínica.

-¡Doctor Frías…doctor Frías…acercarse a emergencia! –Ordenaba muy sensualmente aquella fantasmal dama. Jorge avienta rápidamente la colilla al jardín y acude,  casi trotando a aquel ambiente frío y brillante.
    
                 Aurelio se encontraba preocupado y a la vez desconcertado, por un lado la felicidad le embargaba, había podido comprar ese día , su primer auto, aquella vieja máquina inglesa y por ello estaba emocionado no importándole que sus amigos no deseen subir a ella por lo vieja, de apariencia algo deteriorada y de color mostaza , felizmente de tono opaco por los años, sin embargo no eran detalles importantes, un poco de pintura y uno que otro arreglo serían más que suficientes , al fin y al cabo sabía que cualquier máquina motorizada obtenida por un universitario de último año, era siempre bienvenida, definitivamente ésa no era su preocupación , pero sí Carolina, su novia, quien se encontraba sentada a su lado y no hablaba, sólo se limitaba a levantar su mano derecha llevando a su boca  un trozo de chocolate para luego volver a dirigirla a ese gran paquete entre sus piernas y romper bruscamente otro trozo para devorarlo de igual manera. Los novios no se hablaban, no festejaban la adquisición de aquel singular auto, tan sólo esperaban encontrar el momento y el lugar para tratar sus diferencias.

                 Fabio Brescia, importante arquitecto en alguna época, se encontraba disfrutando, del retiro de las grandes construcciones, así como también de las comodidades que sólo le podían ofrecer una gran casa, bien amoblada y en una prestigiosa zona residencial, sin embargo su tranquilidad en horas de la noche siempre se veía interrumpida por temores propios de una ciudad insegura y los veinte cigarrillos eran sus únicos aunque temporales aliados. Fabio no exageres, total tu no quisiste acompañar a tu familia a aquella reunión.
 
                 Aurelio llegaba a su destino, la nueva casa de Carolina, y el tiempo se le terminaba, así que decide estacionar su viejo vehículo, tres casas antes y debajo de un gran árbol donde intenta romper el hielo.

-¿Me invitas un poco de tu chocolate? , sabes que son mi pasión –preguntó Aurelio.
-¡Claro que sí! -Respondió Carolina tratando de ocultar su deseo de sonreír.

                  Transcurrieron los minutos y las diferencias se fueron disipando paulatinamente y con ello aparecieron los abrazos, los besos, las palabras de amor, cariño, dedicación y fidelidad creando una atmósfera de real y verdadera pasión.

                               El otrora famoso arquitecto toma su celular rápidamente y realiza una llamada sumamente ansiosa a su hijo.
-¡Carlos!... ¡Carlos!... ¡Aló!... ¡Aló! –Llamaba Fabio desesperado cogiéndose la cabeza con una de sus manos.
-¡Sí papá!... ¿Qué pasa? –Respondió su hijo Carlos.
-¡Están allí!... ¡Están allí!... ¡Han vuelto! –Informaba el arquitecto.
-¡No hagas nada papá!... ¡Voy para allá! – Ordenó Carlos.
-¡No hijo!... ¡No hay tiempo!... ¡Esta vez no va a pasar!... ¡Una vez más…no! –Respondió Fabio cortando intencionalmente la comunicación.

                  Aurelio y Carolina se encontraban reconciliados, había bastado unos treinta minutos para  encontrarse ahora abrazados, conversando acerca de sus planes para el fin de semana próximo .Así Carolina lo invita a culminar el recorrido y entrar a su casa donde le prepararía los langostinos al horno que tanto le gustaban, es entonces que Aurelio decide encender su viejo auto el cual se porta a la altura de las circunstancias, arrancando las risas de la simpática pareja.De pronto la felicidad de aquellos jóvenes se ve interrumpida por la estrepitosa aparición de un gran vehículo girando por la esquina desde donde se oyen dos disparos  impactando uno de ellos en la luna posterior del auto de Aurelio logrando romper el vidrio y salpicando por todas partes los gruesos restos de aquella antigua luna.

-¡Acelera Aurelio que nos matan!… ¡Nos matan! –Grita Carolina.

                 Aurelio pone en movimiento su querida máquina pisando a fondo el acelerador, logrando llegar a la esquina más próxima cuando al girar, su puerta  es alcanzada rápidamente por cuatro impactos de bala.
-¡Mi pierna!... ¡Le dieron a mi pierna! –Advierte Aurelio desesperado.
-¡Acelera Aurelio por dios! –Suplica Carolina.
-¡No puedo!... ¡No puedo! Responde Aurelio mientras estrellaba su auto contra un poste de alumbrado público al no poder controlar ni el vehículo, ni su pánico.

      El pequeño auto es entonces alcanzado por el vehículo agresor de donde hace su repentina aparición, el extraño conductor que no duda en correr hacia ellos.
-¡Nos matan Aurelio!... ¡Nos matan! –Grita Carolina llorando desesperadamente.
-¡No puede ser! …¡Perdónenme!… ¡Perdón!... ¡Ha sido una equivocación! –Suplica el terrorífico personaje.
-¡Está loco!... ¡Este viejo está loco! –Afirma Aurelio con angustia.
-¡Maldito…maldito loco! –Sentencia nuevamente Carolina sollozando.
-¡Debo llevarlo a la clínica!... ¡Rápido…no hay tiempo!... ¡Allá arreglamos todo esto!... ¡Por favor debo llevarlo!... ¡Vamos ya! -Suplica el agresor.

                          La emergencia de la clínica Santa Felicia se hallaba tranquila, el joven médico que se encontraba sentado en su escritorio sólo tenía en mente terminar de jugar con el caramelo de mentol que tenía en su boca y disipar al máximo aquel aroma a tabaco, cuando de pronto siente el fuerte sonido metálico de aquella puerta batiente, el corre hacia ella y encuentra en la camilla al joven universitario herido de bala.
-¡Está loco doctor!... ¡Está loco doctor! –Exclamaba Aurelio.
-¡Calma…calma!... ¡Ya estas aquí!..¡Y no estoy Loco! –Bromeó el doctor Frías, logrando arrancar una leve sonrisa a Jorge.
-¡No doctor, el viejo que está allí!  -Exclama tratando de levantar la cabeza.

                            En medio de tanto alboroto en la emergencia de aquella clínica, perteneciente a una antigua  congregación de religiosas Europeas, aparece  la hermana Cristina encargada de ese servicio, algo encorvada, con su hábito blanco y con aquel brillo tan especial que emanaban de sus intensos ojos azules, se dirige hacia la oficina principal después de haberse cerciorado que Aurelio era bien atendido y que se encontraba  en Rayos X. Al acercarse a su oficina levanta la mirada con dificultad y sonríe.
-¡Don Fabio!... ¡Que gusto ver por aquí a nuestro vecino! –Saludó la hermana casi susurrando.
-¡Hermana!... ¡He cometido una locura!… ¡Una grave equivocación! –Responde el arquitecto pasando a narrarle los hechos con lujo de detalles a Sor Cristina.
-¡No se preocupe, hable con el doctor Frías primero…necesita sus datos! –interrumpe la hermana.

                            El doctor Frías observa detenidamente la radiografía frotándose su gruesos bigotes como acariciándolos y se siente tranquilo al observar que la bala de pequeño calibre se encontraba en el muslo izquierdo habiendo alcanzado sólo tejidos superficiales, parecía que la cantidad de chocolates ingerida por Aurelio durante años le había servido para crear un interesante acolchado de tejido graso, no sólo en sus muslos sino en todo su cuerpo. Así que el doctor ante la presencia de Fabio Brescia, lo saluda y lo hace pasar a su oficina  quien ahora después de disparar como loco; se encuentra realmente confundido y asustado.
-¡Señor. Brescia!… ¿Qué fue lo que sucedió? –Preguntó el galeno.
-¡Mire doctor, hace como un año fuimos asaltados mi familia y yo, robaron todo lo que pudieron de nuestra casa!... ¡Estuvimos amordazados durante varias horas!... ¡Fue horrible doctor!.... ¡Mi familia aterrada!... ¡Podían matarnos!… ¡O violar a mi hija!... ¡O…a mi esposa! –Narraba subiendo el tono desesperadamente el arquitecto.
-¡Muy bien señor Brescia! y ¿Hoy qué pasó? –Preguntó el doctor.
-¡Ví por la ventana que un auto muy sospechoso  se detenía a varias casas de la mía y pensé que podían ser ellos de nuevo! –Acoto Fabio.
-¿Quiénes ellos? –Preguntó el doctor.
-¡Los que nos asaltaron! …¡Fue igual un auto viejo nos observó por varios días! …¡y no  podía permitir que vuelva a pasar!... ¡Tenía que detenerlos como sea! –Explicaba totalmente convencido de sus actos el arquitecto.
-¡Bien no se preocupe, felizmente no es nada grave, vendrá el cirujano y atenderá al muchacho, gracias por su información y espere afuera por favor! –solicitó el doctor muy calmadamente.

                  De pronto irrumpe bruscamente Carlos, hijo del arquitecto quien lo abraza muy fuerte.
-¡Papá! …¿Qué has hecho? …¡Te dije que no salieras! –Preguntaba a su padre totalmente desesperado.
-¡Tenía que hacerlo hijo!… ¡No iba a permitirlo otra vez!… ¡Y tú lo sabes! –Respondió ofuscado Fabio.
-¡Ay papá! –Responde Carlos, abrazando a su padre nuevamente y llevándolo hacia una pequeña sala de espera.

                   El doctor y la hermana Cristina se encontraban al lado de Aurelio y su novia Carolina ya un poco más  tranquilos y  a la espera de la llegada del cirujano que extraería la bala,  de pronto se oye como si se rompiera una puerta, un hombre alto corpulento de unos sesenta años de edad, atropellaba a todos incluso a los guardias de seguridad logrando ingresar a la sala de emergencias.
-¡Dónde está ese maldito!.... ¡Yo lo mato! –Advertía aquel personaje alzando su brazo derecho empuñando una pistola.
-¡Papá!... ¡Nooooo! –Grita desesperado Aurelio al ver a su padre, el cual es rodeado por todos los lados, derecho, izquierdo  arriba y abajo por guardias, enfermeras, el doctor frías y hasta la religiosa, todos tratando de evitar una desgracia mayor. Hasta que logran calmarlo un poco sujetándolo contra la fría pared,  al menos lo suficiente como para  aceptar tomar un ligero sedante.

-¡Mire hermana!… ¡La verdad es que! –Exclama el padre de Aurelio, siendo interrumpido.
-¡No se preocupe!... ¡Vaya con el doctor Frías a la oficina! –Acotó la hermana en tono bajo y calmo como de costumbre.
-¡Tome asiento! …¿Su nombre por favor? –Preguntó el doctor.
-Federico Aramburú –Respondió el avergonzado padre de Aurelio.
-¿Qué le sucedió señor Aramburú? –Preguntó el médico.
-¡No lo sé doctor, sólo es que no iba a permitir que pase otra vez! –Comentó Federico.
-¿Qué pase que cosa señor? –Preguntó muy suavemente el doctor empezando a percibir un sonido algo familiar en esas declaraciones.
-¡Aurelio es mi único hijo doctor ¡…¡Es lo único que me queda!...¡A mi esposa la perdí hace dos años …sufría de Cáncer! …y…. ¡A mi hija también la perdí!..¡La perdí!….¡Murió!...¡Murió!….¡Murió en una balacera en la calle!... ¿Me entiende?… ¡Por favor! … ¡Ella no tenía que morir!... ¡Venía en su auto desde la universidad y se cruzó con esa balacera infernal!... ¡Doctor ayúdeme se lo suplico!

                 Un año después el doctor Frías se encontraba soportando el intenso frío nocturno en aquel gran jardín de la clínica Santa Felicia, el día de trabajo una vez más había sido muy duro y él prefería aprovechar esos minutos valiosos de tranquilidad para fumar un cigarrillo, siempre a escondidas .Una bella voz pero siempre algo fantasmal resuena por todos los rincones de dicho nosocomio.
-¡Doctor Frías!... ¡doctor Frías!... ¡Acercarse a emergencia!-ordenaba una vez más aquella sensual voz femenina. Jorge avienta la colilla de cigarrillo y corre hacia la emergencia acompañado del escalofriante sonido de una sirena producido por la veloz ambulancia que acababa de arribar .Entra a la emergencia empujando intensamente las puertas batientes como si estas fueran un obstáculo para llegar a la meta y encuentra en la camilla a Federico Aramburú, padre de Aurelio , quien recordando al viejo arquitecto que desde hacía buen tiempo se encontraba en una casa de reposo , vigilaba constantemente las solitarias calles de su vecindario en las frías noches de invierno , misión que se le había ocurrido cumplir de manera voluntaria desde la ventana de su hogar luego de comprender, con el paso del tiempo, que el terror que había sufrido el famoso arquitecto, no era algo solamente atribuido a los orates, sino un peligro real y latente, es así que logrando divisar aquel día un auto en las sombras, estacionado a escasos metros de su casa y ante la demora de la llegada de la policía, decide acercarse para sugerir que se movilice el extraño vehículo de aquella área. Al aproximarse rápidamente, dos metros antes observa como se desliza la luna de la ventana posterior de donde se escupe una intensa y repentina luz acompañada de un estruendoso ruido, fogonazo que rasga la oscuridad produciéndole un intenso ardor en el vientre, ardor que se convertiría una hora más tarde en una mortal herida.

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