martes, 12 de julio de 2011

El planeta desconocido

Jhon E. Santiago

Eran cuatro tripulantes, dos parejas, perdidos en el espacio, habían llegado a un planeta desconocido, el lugar se parecía a la tierra con sus árboles y vegetación tupida. Con el correr de los días el suministro de alimentos escaseaba.
Jhosep estaba al mando de la tripulación, le gustaba hablar mucho, contar historias y chistes. Era su manera de hacer pasar el tiempo y no aburrirse. Desde que llegaron al planeta hace una semana habían explorado los alrededores, no habían visto rivales y ellos tenían una gran capacidad para adaptarse, aunque no hubieran querido nunca abandonar su hogar en la tierra.
Los dos hombres salieron a cazar. No lo harían por deporte, era simplemente la necesidad y el deber de alimentar a su tripulación. Iban muy bien armados, no les gustaba correr riesgos. Sus opciones de caza no eran tan variadas, solo habían visto gigantescas aves y animales raros a la distancia, que se perdían en la espesura de la selva.
Contaban con una nave pequeña para solo dos tripulantes, era bastante ligera y por consiguiente también muy rápida, el nivel tecnológico que habían alcanzado les facilitaba ciertas cosas que en otros tiempos habrían sido realmente imposibles, pero en este caso, a pesar de ello no podían utilizar el vehículo para adentrarse muy profundo, puesto que la selva era tupida y pantanosa. Además las posibilidades de avizorar desde arriba un sitio firme donde aterrizar eran prácticamente nulas, en el aire todo parecía confundirse, las aguas se fundían con la vegetación en reflejos distorsionados que hacían imposible distinguir algo. Debido a esto después de bajar tenían que caminar un poco y adentrarse en aquella jungla molesta infectada de insectos y sonidos incómodos donde cada paso hacia adelante era un verdadero peligro.
Después del descenso comenzaron a caminar. Pasadas unas millas, Jhosep levantó la mano en señal de detenerse y preguntó a su compañero:
-¿Es tu primera vez salir de cacería para comer algo?- dijo sonriendo con aires de experimentado.
-Tranquilo, ya lo hice en el entrenamiento de sobrevivencia en la selva africana y en algún otro lugar del planeta Orión, te aseguro que no hay de qué preocuparse -respondió su compañero.
-Este es un buen lugar para esperar, nos quedaremos aquí –señaló Jhosep.
Aún no terminaba de hablar ya se había sentado cómodamente para la tediosa espera.
En realidad solo esperaban una presa, según las fotografías tomadas se parecía a un jabalí o algún animal que tendría muy buenas propiedades nutritivas.
- ¡A ver cuando aparecen esos bichos, ten cuidado que pueden sorprenderte, pueden ser animales muy listos! –exclamó Jhosep, resignado, dirigiéndose a su compañero– no has dicho prácticamente nada desde que partimos. ¿Qué pasa, tienes miedo? No te preocupes, eso nos ocurre a todos alguna vez. Estas criaturas son completamente inofensivas y en cualquier caso, si el asunto se torna peligroso, nos defenderemos con disparos de nuestros cañones de rayos ultrasónicos.
Tampoco me tienes que mirar de esa forma, ya te expliqué antes, no quisiera tener que matar a nada ni nadie, por una cuestión puramente biológica tenemos que alimentarnos y en la vida, mi amigo, siempre te encuentras con ciertas situaciones donde debes decidir entre escrúpulos y supervivencia, o lo que es más importante, entre escrúpulos y alimentar a los tuyos. Me parece que aunque es bastante penosa la comparación, es obvia la decisión a la que estamos orientados en cualquier caso, sobrevivir y cuidar a tu familia es algo instintivo. ¿No crees? Por eso no dudo nunca cuando voy a dispararle a uno de esos. Tener remordimientos por comer sería el colmo, además de muy dañino para la salud - Jhosep volvió a reír estrepitosamente.
La conversación los había entretenido tanto que no se percataron de que ya había pasado medio día. Todo se ponía más caliente en esta parte del día. En unas horas comenzaría a oscurecer, tendrían que regresar y todavía no sucedía nada. Pero como las cosas que se esperan tanto no suceden realmente hasta que dejas de esperar, cuando ya habían dado por perdida la jornada, un chasquido cercano les llamó la atención y por suerte no en vano. Ahí estaba el trofeo por tanta espera. No parecía muy gordo pero era suficiente.
El animal arañaba la base de una roca por lo visto en busca de comida. Jhosep comenzó a recorrerlo a través de la vista cruel de la mirilla del arma, la vista que sentencia quién o qué puede ser destruido. Las patas peludas y musculosas, el tronco algo ancho y macizo, el hocico poco desarrollado, los ojos… mirándolo. Perplejo retrocedió la cabeza del arma y su mirada chocó con la del animal. Parecía que sabía lo que le esperaba, que sabía de su presencia desde el inicio, realmente los instintos pueden llegar a engañar, pueden hacer parecer racional a una bestia como esa. Pero a pesar de saberlo, vacilaba, pues ya era tarde y debía recoger su alimento. No había tiempo para tonterías. Volvió su ojo en la mira, afianzó las manos en el arma y sin pensarlo más disparó.
Después del estallido un silencio cubrió el lugar por unos segundos, luego simplemente volvió la calma y el sonido de los insectos como si nada hubiera pasado.
-Tranquilo, esto lo hago a menudo -se dijo a sí mismo para calmarse y levantó la vista al cielo con un pensamiento, dando gracias a Dios por el alimento obtenido.

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