martes, 21 de abril de 2015

Effectus

Teresa Kohrs


La vida de tu hija depende de ti. Andrés permanecía paralizado, de pie, frente al monitor donde el videomensaje se acababa de proyectar. En sus treinta años de vida nunca había recibido uno clasificado como confidencial, por lo que tardó unos segundos en recordar que para abrirlo requería una gota de su sangre en la charola de identificación, además de la huella digital. Andrés sabía bien que no era un hombre valiente. Toda su vida sufrió debido a su carácter y el simple hecho de pensar en cortar la piel para poder producir una gota de sangre le hacía sentirse mareado, pero la urgencia con la que había aparecido el mensaje, así como la curiosidad que le causaba le hizo sobreponerse y después de varios intentos, logró con un punzón obtener esa preciada gota de líquido escarlata. Al principio pensó que podría ser una broma, pero quién le haría algo así, no tenía enemigos, la gente del norte era incapaz de semejantes cosas, y un mensaje del sur resultaba costoso.

Con la mirada desenfocada fija en el monitor, Andrés no terminaba de salir de su asombro. ¡Daniela había vivido en el sur! Nunca se lo hubiera imaginado. Durante la semana que salieron juntos y el tiempo que pasaron en su departamento, jamás se le ocurrió poner atención en su contador. Tal vez porque siempre que se veían ella lo volvía loco con esos enormes ojos verdes cuya profundidad lo encantaban. Si hubiera tenido más experiencia con mujeres o si la presencia de Daniela no lo distrajera hasta la perdición, habría observado el conteo y su cercanía al cero, lo cual hubiera resaltado lo nueva que ella era en el norte. Ahora entendía de dónde provenían algunos de sus comentarios, ya que además de ser muy bella, se distinguía de las otras mujeres por su forma de hablar, tan libre y novedosa.

Hace doscientos años, con el nuevo régimen, se empezaron a instalar los contadores, cuyo objetivo era garantizar una sociedad formada por individuos capaces de actuar pensando en el bien común. Este “aparato” es una especie de reloj digital que a través de una interface biotecnológica se fusiona en la piel de la parte interna del antebrazo izquierdo. A través de él se lleva un estricto control sobre cada persona. Con cada acción o pensamiento positivo se generan ciertas sustancias bioquímicas que hacen que los números del contador asciendan. Al contrario, con pensamientos o acciones negativas, estos descienden. Una vez instalado, el removerlo implica la muerte, y no hay manera de borrar o modificar su conteo.

Todo habitante mayor de siete años, tanto en el norte como en el sur, es obligado a llevar uno, por lo que una semana antes de su séptimo cumpleaños se le coloca, otorgándole al niño ese periodo para acostumbrarse. Al cumplir los siete se inicializa en cero. De siete a doce años el contador sirve solamente para educar enseñándoles los efectos de sus pensamientos y acciones en los números del antebrazo. Al cumplir los doce, se le considera parte de la sociedad por lo que los dígitos que se lean a esa edad son determinantes para su vida futura. Si el contador está arriba de cero, se le permite vivir en el norte, donde todo es ordenado, limpio y cada persona trabaja pensando en los demás, si por el contrario, baja de cero, entonces inmediatamente es teletransportado al sur, donde la única ley es la del más fuerte, y el desorden prevalece, así como las adicciones y enfermedades.

El monitor que antes había proyectado el hermoso rostro de la mujer que unos meses antes lo había hecho muy feliz, ahora estaba obscuro. Por fin comprendía por qué había desaparecido sin dejar palabra, sin una sola señal, y también el por qué no había podido encontrarla. Ni en sus más alocados sueños se le habría ocurrido pensar que la razón era que había sido enviada al sur.

La pared luminosa en la cual estaba empotrado el monitor no hacía más que contrastar con esa obscuridad que amenazaba con envolverlo. Por unos instantes su mente quedó en blanco hasta que la frase comenzó a repetirse una y otra vez. La vida de tu hija depende de ti. Con un fuerte movimiento de cabeza despertó de la incredulidad que lo mantenía congelado y una emoción que no sabía existía comenzó a avivarse dentro de él, como una llama que se propaga con el viento, haciéndolo perder el control por primera vez en su vida. Girándose hacia la pequeña sala que utilizaba para descansar, sus ojos se clavaron en ese horrible jarrón de vidrio amarillo que le regaló su vecina y que había colocado en ese lugar de honor para no herir sus sentimientos. En tres pasos largos llegó a él para tomarlo estrellándolo con fuerza en la pared. Pequeños destellos se desprendieron y cayeron desperdigados sobre el reluciente piso de madera.

Andrés era un soñador, amante del pasado y había decorado su pequeño departamento al estilo antiguo, con chimenea, cocina y sala, cuartos que en la actualidad eran innecesarios pues la comida era teletransportada al gusto desde cualquier parte del mundo hasta los miles y millones de materializadores domésticos, por lo que las cocinas habían desaparecido a través de los años por considerárseles inútiles, así como las chimeneas pues la temperatura podía ser controlada con tan sólo un comando de voz, y las salas habían sido sustituidas por cuartos de juegos, aun así, Andrés se había revelado por única vez con esta decoración impráctica e inusual.

La primera vez que Daniela entró a su departamento él esperaba la clásica mirada desaprobatoria que siempre le lanzaban, sin embargo, ella lo asombró con una sonrisa que al tocar sus ojos se volvió apreciativa. Su expresión lo cautivó a tal grado que en ese momento, Andrés pensó que daría cualquier cosa por volverla a ver. Esa primera noche, su habitual problema con las mujeres se desvanecía ante lo inesperado que era esta joven. Incapaz de huir, como siempre hacia cuando se sentía inadecuado, comenzó una atrevida y maravillosa relación con ella, la cual sólo duró una semana, pues Daniela simplemente desapareció.

Al principio, su inseguridad le hizo pensar que el problema había sido él, que ella se había aburrido de un personaje insípido y predecible. Manteniendo sus habituales pensamientos hacia el bien común, había respetado la decisión tratando de comprender y justificar sus razones. Más adelante, cuando el dolor que sentía en el corazón lo sobrepasaba, algunos pensamientos negativos lo asaltaban, haciendo que sus números descendieran varios puntos. En toda su vida, podía contar con los dedos de una mano las veces que esto había sucedido, por lo que escandalizado, lograba armonizarse y volver a mantener los dígitos en ascenso. Ahora, furioso y sin control, estos descendían rápidamente sin que él pudiera hacer algo al respecto. Respirando profundamente al final logró calmarse lo suficiente para poder pensar con claridad.

Daniela estaba a punto de morir, lo cual originó el lanzamiento de ese mensaje confidencial que seguramente le costó hasta el último centavo… su hija estaba en peligro. Mi hija, pensó Andrés. ¿Podría confiar en Daniela? ¿Cómo era posible que hubiera quedado embarazada? Las mujeres ya no lo hacían pues ahora se podía tener hijos por pedido, los cuales se inseminaban y se desarrollaban en un laboratorio. Al cumplir el mes de edad, después de pasar ciertas pruebas, le era entregado a los padres. A los doce, si el contador era positivo, se les asignaba tareas o trabajos dependiendo de las necesidades de la comunidad y del talento de cada individuo. Si en un momento dado no había suficientes habitantes, simplemente se “fabricaban” más o se “importaban” bebes del sur, ya que antes de los siete se les permitía el paso siempre y cuando alguien se responsabilizara de ellos, y si había demasiados, se cerraba la producción. La población en el norte estaba perfectamente controlada, incluida la poca probabilidad de que la gente del sur subiera sus números y pudiera materializarse de este lado. Pero eso era con las mujeres del norte. Si Daniela venía del sur, cabía la posibilidad de un embarazo, ya que allá las cosas eran diferentes.

Tenía que pensar en algo. El tiempo se agotaba y necesitaba ir a rescatar a su hija, lo cual, en principio, constituía una misión imposible. La gente del norte no podía ir al sur y viceversa a menos que sus contadores lo indicaran, de otra manera el intentarlo significaba la muerte. La única forma en la que Andrés pudiera ir al sur sería si sus números bajaran de cero y después de treinta años pensando y actuando positivamente, su contador marcaba ya varios millones por lo que tendría que hacer miles de acciones negativas para poderlo bajar un poco y aun así tardaría demasiado tiempo en hacerlo, tiempo que no tenía.

De pronto se sintió mareado, perdió el equilibrio y cayó sobre los vidrios los cuales se incrustaron sin piedad en su ropa y manos. Una maldición salió de su boca y por segunda ocasión en unos minutos los dígitos bajaron. Andrés que siempre había sido un ciudadano modelo, nacido en el laboratorio, serio, tímido y un genio programador, ahora veía como sus números descendían una vez más.

Andrés sabía que no era especialmente guapo, sin embargo había algo en su físico que hacía que las mujeres voltearan dos veces a verlo cuando entraba en un lugar. Era más alto que el promedio de los hombres, delgado pero fuerte, pues difícilmente faltaba a su rutina de ejercicios todas las mañanas, y su rostro denotaba inteligencia y serenidad, con cabello rubio, ondulado y abundante perfectamente peinado, nariz recta y barbilla delineada se sabía moderadamente atractivo, sin embargo, su timidez casi siempre lograba alejar a las mujeres pues en ese ambiente lo más importante era el respeto, y si él no mostraba interés, ellas no se le acercaban.

En el mensaje, Daniela le había dado su dirección exacta y claras instrucciones sobre cómo llegar del lugar de “los condenados”, llamado así por ser donde las personas del norte deportadas debido al descenso su contador “aparecían”, hasta el cuarto donde habitaba, que por lo poco que se podía ver en el video, era un lugar obscuro y deprimente. Le temblaban las piernas nada más de imaginarse a sí mismo en esos lugares tan lejanos, a los cuales nunca pensó tendría que ir. ¿Sería su instinto de padre suficiente para hacerlo? Ya no podía negarlo más, estaba seguro que Daniela le había dicho la verdad, sólo un vistazo a la pequeña en sus brazos y su sangre había hervido, la niña era suya y ahora debía rescatarla. Daniela le había explicado que si ella moría, la bebé sería llevada a un orfanatorio en el cual los niños debían aprender a pelear desde una edad muy temprana para sobrevivir. Cuando salían de ahí a los doce años, sus números por lo general estaba tan por debajo del cero que no había manera de recuperarse en toda una vida. Al parecer Daniela logró hacerlo, al menos por un tiempo, sin embargo ella misma le explicó en el mensaje que no había podido deshacerse de sus malos hábitos de pensamiento y que al final perdió el control. –Ahora –me dijo- es imposible que regrese.

Con un gruñido de dolor Andrés se levantó del piso sacudiendo con cuidado los pequeños vidrios y comenzó a pasear de un lado al otro. Piensa Andrés… piensa… ¿cuál es la acción más penalizada por el contador? De pronto se detuvo frente al espejo ovalado, el cual estaba colgado encima de la chimenea, y mientras observaba su reflejo los ojos se le abrieron. Con una palmada en la frente obtuvo su respuesta… privar de la vida a alguien. Tan sólo con ese primer pensamiento sus números bajaron. Sintiendo un temblor en el vientre por la emoción y el miedo, se conectó verbalmente con la red central y pidió acceso manual. Debajo del monitor apareció un teclado, el cual casi nadie utilizaba estos días, pero que para él era crucial pues solamente a través de códigos precisos podría lograr poner en marcha un plan que iba en contra de todos sus principios. En pocos minutos había hackeado, robado claves, y activado el sistema de autodestrucción del edificio gubernamental en el que trabajaba programado para activarse en doce horas. Por supuesto no dejó huella de su acción, y no había manera que lo descubrieran antes de la explosión. Todo esto lo hizo en automático, sin pensar. Al momento que terminó y su acción penetró en su mente, los químicos que segregó al tiempo en que pensaba en toda la gente que moriría pronto lograron su objetivo. El contador en su brazo descendió tan rápido que casi no tuvo tiempo de prepararse para la teletransportación.

Se dio cuenta que había llegado a la zona de “los condenados” cuando al respirar el putrefacto olor, las náuseas por poco le hacen perder la comida. Un grupo de personas se encontraban cerca, hombres y mujeres jóvenes de mal aspecto sonrieron maliciosamente al verlo, como esos depredadores animales que se saben seguros de conseguir su presa. Daniela le había advertido que los encontraría y que si se dejaba le robarían hasta la última prenda. Sacó de su bolsillo unas moneadas y las lanzó lejos distrayéndolos lo suficiente para correr y perderse entre la basura y los pasillos que había alrededor. Siguiendo las instrucciones al pie de la letra, no tardó en llegar al cuartito donde ella lo esperaba. Su corazón latía con tanta fuerza que lo podía escuchar como si bombeara desde los oídos. La puerta del cuarto estaba entreabierta, calmándose un poco a través de respiraciones controladas se acercó a ella y alcanzó a oír pequeños ruiditos emitidos por un bebe… su hija. Con una inhalación profunda se armó del valor que por un momento intentó abandonarlo y entró cerrando con llave tras de él. La imagen que lo recibió le estrujó el pecho. Daniela, más delegada de lo que la recordaba, se hallaba acostada sobre el suelo en una manta obscura. Su cabello rojizo estaba enredado y sucio y al acercarse más, esos ojos verdes que le fascinaban se hallaban abiertos… sin vida. Entre sus brazos estaba ella, su pequeña hija, moviendo las manitas como jugando a abrir y cerrar las palmas, con los ojos verdes de su madre y el cabello claro como el suyo, era lo más hermoso que jamás había visto. Con mucho cuidado cerró los párpados de Daniela, acarició suavemente su mejilla y extrajo a la niña abrazándola a su pecho. Una conmoción al exterior de la vivienda lo hizo alarmarse recordando a los ladrones. Debía poner en marcha la segunda parte de su plan y sólo esperaba que funcionara, si no, tanto él como su niña y miles de inocentes estarían en graves problemas.

Tomó un momento para concentrarse y hacer a un lado el ruido exterior, pensó en la amenaza que había dejado en el norte y con toda convicción declaró su intención de “salvar la vida de miles de personas”. Volteó a ver los números en su brazo y por unos segundos parecía que no se moverían, pero de repente comenzaron a avanzar rápidamente y justo al momento que la puerta empezaba a ceder ocurrió la teletransportación hacia su departamento. En cuanto llegó, manteniendo abrazada a la bebe en un brazo, utilizó la otra mano para desactivar la amenaza, con lo cual efectivamente salvó miles de vidas, permitiendo que los dígitos permanecieran en ascenso hasta llegar a los millones que estaba acostumbrado.


¡Lo había logrado! Andrés, el tímido e inseguro programador, consiguió burlar al contador, extraer a su bebé, y regresar, todo en un espacio menor a una hora. Ya solamente debía borrar el registro de lo ocurrido y dar de alta a la niña como legítima y con su talento estaba seguro que nadie se daría cuenta de la manipulación al sistema. Ahora podría darle a su hija un futuro en el norte donde en teoría tendría más y mejores oportunidades. Al observar detenidamente su hermosa carita experimentó un sentimiento que le era totalmente ajeno pero que se extendía desde su pecho a todo el cuerpo y pensó que tal vez sería amor. Sabía que por siempre estaría en deuda con Daniela por este regalo, gracias al cual abrió los ojos y se dio cuenta de la gran falla del sistema social en el que vivía y juró trabajar para lograr un cambio, pues ahora el futuro era importante.

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