lunes, 27 de abril de 2015

Teletransportación

Héctor Luna


El calor era superior a los cuarenta grados centígrados.

Estaba sudando demasiado, nunca antes había experimentado una situación similar.

No sabía en dónde estaba, un día antes, recuerdo haber estado en mi trabajo, me pidieron algo y de repente no sé qué fue lo que pasó… ¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?

Estaba en un cuarto de cuatro por cuatro, no había nada a mi alrededor más que polvo y un foco viejo que apenas alumbraba la habitación.  Un ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.

Yo me encontraba en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla.

En la puerta de madera de la entrada al cuarto estaba un dibujo grabado, no se veía tan nítido pero al parecer era como una especie de ave, una antigua, de la época de los dinosaurios…

-¡Diiin dooon! ¡Diiin dooon!

Caí en la cuenta que sólo era un sueño. Uno más de los sueños raros que había tenido en los últimos seis días… alguien tocaba el timbre.

-¡Voooy! –grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.

Mi pijama de rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.  Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba todos los días.

¡Las cuatro de la mañana! ¿Quién toca a esta hora?

Me puse mis pantuflas y entre confuso y espantado por la hora fui directo a la puerta del departamento.

Abrí la puerta y para mi sorpresa, no había nadie.  Algún vecino borracho que acaba de llegar y se le hace chistoso ir tocando timbres, pensé.

Estaba cerrando la puerta, bajé la mirada y sobre el piso había una pequeña pirámide, de unos diez centímetros de base. Estaba hermosa, dorada por completo y pesaba más de lo que parecía.

La tomé y debajo de ella una nota: no hay vuelta atrás, eres el elegido.
Me asusté y casi aviento la pirámide y el recado del susto, pero decidí cerrar la puerta de inmediato y analizar lo que me estaba pasando.

Seis días antes.

-Me gustaría que vieras lo que acabo de descubrir Tomás –expresó el doctor Flores, el mejor investigador del centro de investigaciones especiales más importante de América, a su mejor amigo y colega Tomás Martínez, premio nobel de química y directivo en la OMS.

El doctor Martínez se acercó con entusiasmo al microscopio que se encontraba en el laboratorio de la unidad de investigaciones especiales. Era un lugar cómodo para trabajar, iluminado lo suficiente por luz natural para no alterar los experimentos.  El laboratorio cuenta con el equipo más moderno que existe en el mundo, de hecho, uno de sus microscopios, en el que el doctor Martínez se disponía a observar, es uno de los tres microscopios más poderosos por su alcance a nivel mundial.  Uno se encuentra en Europa y el otro en los Estados Unidos de América.  Cada uno vale alrededor de los quince millones de dólares.

-¿Flores, es lo que creo que es? –preguntó Martínez con cara de asombro y felicidad.

Hace veinticinco años.

-Tomás regálame un cigarro por fa –dijo Pablo

-Claro, salgamos del laboratorio, yo también necesito fumar –respondió Tomás.

Ambos salieron del lugar de química con sus batas blancas.  Caminaron unos cincuenta metros hasta llegar al pasillo principal de la facultad, bajaron por las escaleras y salieron al jardín.

A su alrededor estaba lleno de estudiantes, en ese espacio en su mayoría eran alumnos de química y carreras afines.

Los jardines era muy grandes y verdosos, en sus ratos libres la mayoría de los alumnos de la Universidad Nacional Autónoma de México, una de las mejores de América Latina, se recostaban sobre el pasto a platicar, estudiar o simplemente a contemplar el cielo de la ciudad.

-Ya sólo nos falta un semestre Tomás, un semestre y nos graduamos.  Estoy seguro que de grandes seremos famosos químicos.  Tú, seguramente ganarás un premio nobel y yo estaré descubriendo la partícula que logre teletransportarnos. Seremos famosos Tomás –decía con mucho entusiasmo Pablo mientras fumaba su cigarrillo.

-Estoy seguro que lo lograremos, Pablo.  Pero urge que descubras esa partícula para que logremos estar en casa antes de que nuestros padres nos corran por siempre llegar tarde y andar en la fiesta –bromeaba Tomás al exhalar el humo del cigarro.

En la actualidad, seis días antes…

-¡Sí, por supuesto que lo es! –expresó feliz Pablo- ¿Creías que sólo tú ibas a cumplir lo que aquella tarde dijimos?  Hace un par de años conseguiste el premio nobel, yo, tarde pero seguro la encontré.

-¿Y funciona? –preguntó Tomás.

-Mañana te diré, hasta ahora sólo tú sabes de esto.  Hoy por la mañana mezclé una pequeña porción en mi vaso con leche para empezar las pruebas en mí.  Antes hice otros en ciertas partes de la casa y funcionaron.  Estoy en la etapa final, debo experimentar en humanos y que mejor que en mí mismo.  También creo que será posible sembrar la partícula en una figura geométrica y que ésta se convierta en un portal.  La pirámide es la indicada.

Sentado frente a la pirámide Pablo recordaba aquella plática en la universidad con su amigo de toda la vida, luego recordó el momento en que se tomó el vaso con leche mezclado con su descubrimiento.  Las primeras dos noches estuvo en cama con temperatura y vómito pero decidió no contarlo a nadie hasta estar seguro de los efectos.  No sabía si los sueños que había experimentado eran eso, sueños, o eran en realidad viajes derivados de su descubrimiento.

Los últimos seis días le habían sucedido cosas extrañas y ahora esto, una pirámide en la puerta de su departamento a las cuatro de la mañana con un símbolo y una frase…

La pirámide estaba considerada como un símbolo de poder, de grupos de elite, de magia, de misticismo –pensé mientras buscaba mi celular.

Tomó su celular y marcó el número de Tomás.

-Su llamada será transferida al buzón…

-Tomás, soy yo, Pablo.  Me pasó algo muy extraño, tengo que contarte, en cuanto puedas márcame o ven al departame…

Alguien había entrado al hogar de Pablo y mientras éste llamaba a Tomás, el intruso puso un trapo con formol en la nariz de Pablo, segundo después Pablo cayó al suelo.

Un minuto antes de hacer la llamada, Pablo tomó varias fotos de la pirámide y el recado y lo subió al dropbox que compartía con Tomás. “Por sí algo me pasa”, pensó Pablo.

El intruso parecía ser un hombre entrenado por algún grupo de elite, sus movimientos eran profesionales, medía un metro con noventa centímetros, fuerte, cuerpo atlético.  Vestía de negro por completo y usaba un pasamontañas para no ser reconocido. 

Con sumo cuidado y sin hacer mucho ruido se llevó a Tomás a una camioneta Van que los esperaba detrás del edificio, lo acomodó en la cajuela junto con la pirámide, se subió y el chofer arrancó de inmediato.

De repente, Pablo empezó a cobrar consciencia, despertó de los efectos del formol.

¿Qué hago aquí? ¿En dónde estoy? ¿Por qué estoy amarrado a esta silla sin poderme mover?

Estoy en un cuarto de cuatro por cuatro, no hay nada a mi alrededor más que polvo y un foco viejo que apenas alumbra la habitación.  Un ligero olor a grasa y aceite se respiraba en el ambiente.

Igual que en mi sueño estoy en el centro del cuarto, sentado y amarrado a una silla, no me puedo mover.

Todo es igual a mi sueño, hay una puerta de madera en la entrada a la habitación y está  un dibujo grabado, creo que es una especie de ave, una vieja, de la época de los dinosaurios… No entiendo nada.

La puerta de madera vieja con el símbolo se abrió, entró un hombre de estatura media que vestía un traje negro Armani, zapatos bien boleados, camisa blanca reluciente y una corbata negra con pequeños, casi invisibles puntos plateados.  Atrás de él entraron dos hombres corpulentos vestidos de negro, por su apariencia no cabía la menor duda que fueran matones.

Buenos días doctor, sabemos de su descubrimiento y queremos hacer un negocio con usted, lo dejaré descansar más tiempo y cuando se haya repuesto platicaremos.  Disculpe la falta de comodidad pero es por seguridad tenerlo aquí.  Si acepta el negocio todo cambiará y su vida estará llena de lujos y poder. Regreso en un rato, denle de desayunar –ordenó aquel misterioso hombre mientras salía del pequeño cuarto.

Pablo empezó a pensar en todo lo malo que podría suceder si su descubrimiento estuviera en las manos equivocadas. ¿Cómo supieron de mis hallazgos? Nadie tiene acceso a mi laboratorio privado, a menos que…”Tomás” pensó.  No él no podría ser, es mi amigo de toda la vida, él no pudo haberme vendido.  Pero es el único además de mí que sabía de esto –no paraba de pensar.

De pronto recordó que si su descubrimiento funcionaba podría empezar a imaginar un lugar y en segundos se teletransportaría allí.

Sus pensamientos no eran muy claros, tenía miedo pero siguió intentando con todas sus fuerzas.

-¡Diiin dooon! ¡Diiin dooon!

Sonaba el timbre del departamento de Pablo.

El doctor Flores se despertó un poco espantado por el timbré pero sobretodo por su sueño… uno más de los sueños raros que había tenido en los últimos seis días.

-¡Voooy! –grité mientras aliviadamente me levantaba de la cama.

Mi pijama de rayas azules y verdes estaba empapada de sudor.  Encendí la luz de la recámara y miré mi reloj de acero que utilizaba todos los días.

¡Las cuatro de la mañana! Tenía que levantarme hace una hora para llegar al aeropuerto, mi vuelo sale a las seis.  Debe ser el taxista… 

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