viernes, 13 de mayo de 2011

Todo es un cuento

Antonio Bardales


Es las 6.40 p.m. El ocaso de este día desde mi oficina se ve espectacular. El sol radiante se oculta tras las densas nubes de contaminación nocturna. Como me gustaría ver este anochecer desde Vichayito en Piura, cerca a Mancora. Que verano excepcional.

En Vichayito, me levantaba muy temprano para apreciar el amanecer mezquino en una ciudad como la capital. El sonido de las olas del mar, la refrescante humedad de la brisa marina, la melodía orquestal de los insectos que se despiden al llegar la alborada, observar la inmensidad del mar otorgan al visitante una peculiar paz y armonía sin igual.

Todos los días – increíblemente - me despertaba a las 5.00 a.m. Inmediatamente, me sentaba en el balcón de la habitación para apreciar aquel cuadro natural, esquivo a los habituales “ruidos” de nuestra profesión en Lima. En cambio, ella dormía con serenidad y dulzura, su cuerpo de hermosa piel canela sobre aquellas sabanas blancas expresaba una placidez y ternura angelical, pese a mi estrepitoso comportamiento. Una excepcional y cálida compañía. 

En nuestras largas caminatas y conflictivas conversaciones a la luz de la alborada y al borde del mar, le trasmitía mis más severas frustraciones:

-                 Ya no sé que hacer. En casa todo me aburre. La oficina y las continuas reuniones son improductivas. Los proyectos elaborados en la universidad acerca del  trabajo decente y productivo, y que son presentados a los ministros, a los políticos y a quienes dirigen los grupos de presión son despreciados y duramente criticados, dicen que son cosas del pasado. Siempre dicen: Trabajo Decente, eso es de la OIT, no sirve - Se lo narraba con especial firmeza y extraña convicción.

Ella me miraba con cariño. El silencio en el que se mantenía era cómplice de mis frustraciones. Pero al terminar mis quejas, dijo:

-                 Enseña. Dispersa tu experiencia. – afirmó con severidad, como si conociera mis más profundos anhelos.  

En ese momento la mire, y puntualice con ajena modestia:

-                 No es momento. 

Luego vilmente enfatizó:

-                 Me aburres.

Es la 7.00 de la noche. Sigo en la oficina. Un lugar amplio y caluroso. Los gatitos que ingresan y salen, las sucias persianas antiguas, el piso alfombrado pero agujereado, el escritorio de metal, los ventiladores colgantes con aspas de molino y las computadoras, resaltan la antigüedad de la construcción y del decorado. Durante más de quince años, los directores siempre han dicho que no existen fondos para decorar el ambiente de trabajo o para aumentar el pago. Pero es ingrata la sorpresa cuando lees a ocultas las Actas del Directorio y ves que los estados financieros muestran ahorro, reducción de costos y gastos. Al menos hoy, en este lugar, puedo idear un cuento - me dije.

Pienso en Borges. Recuerdo a Bryce. Busco algo escrito por Mario. Trato de evocar alguna historia de Julio. Revisó “La Rebelión en la Granja” de George Orwell. Aprecio una frase de Voltaire, marcada hace doce años, que dice: “Detesto lo que dices, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo”. No inspira ni satisface. Lo dejo. Saco de mi alforja el Proceso de Kafka. Lo exploró. Me desanimo. Leo el Castillo. Igual ímpetu que con el anterior. Revisó unos cuantos periódicos pasados. No hay nada de nada.  Simplemente no puedo. 

Veo mi celular y el reloj marca las 7.30 p.m. La llamó. La hermosa morena que me sentenció como aburrido me contesta:

-                 Gordo. Estoy cerca de la casa. Vienes a comer pollo o aún seguirás en la oficina – me lo dijo con cierta aflicción y pena. Interiormente me pregunte si acaso esa voz será porque no la visito.

Sin dudarlo contesté:

-                 Claro que sí. Estoy saliendo.

Es las 7.40 p.m. y tengo que partir. Salgo apresurado de la oficina. Me despido de los felinos. La noche es oscura, pero la luz de los departamentos ilumina la calle. Con dificultad cuento las pocas monedas que tengo en el bolsillo. La remuneración no alcanza. Vi un taxi. Estiré mi brazo. El conductor detuvo el vehículo. Negociamos y luego subí al auto.

No recuerdo el camino ni cómo llegue a la calle y al edificio donde vive Rebeca. Mi reloj marca las 8.30 p.m. Saludé al guardián. Esta chica me tiene medio loco - le dije sonriente. Estoy frente a la puerta del departamento. Toco el timbre. Abren la puerta. Con su tierna sonrisa me invita a pasar. Su escultural figura me deja con un indescifrable asombro. Y el brillo de su ceñido vestido rojo me deslumbra. Deseo su cuerpo. Ella me mira y me dice:

-                 El pollo no tarda en venir.

La miro. La contemplo. Y lo único que me queda decirle es:

-                 ¿Tus papás se encuentran?

Ella me mira, se acerca a mi oído, y escucho atentamente lo que me comenta:

-                 Hoy no – siento que me susurra en el oído con su sensual voz y luego expresa con tono enérgico a unos cuantos pasos lejos de mí – están en su cuarto.

No pierdo tiempo y hablo con ella acerca de la dificultad que tengo para escribir.  Ella me mira, bosteza y dice:

-                  ¡Ay! Que aburrido estás.

A pesar de su crítica, narro detenidamente la historia que pensé. Se aburre más. No le gustó ni el inicio ni el final. No me importó y sentencié que así sería. El pedido al restaurante jamás llegó. Ella se quedó con hambre y la gorda de su madre también.

Es las 10.30 p.m. Estoy en el taxi rumbo a mi casa. Estoy en la Costa Verde. La marea es alta. El recuerdo de Vichayito retoma mis pensamientos. Llego a mi casa. Abro la puerta. Entró. Me dirijo a la habitación de mis padres. Veo que mi papá y mamá descansan. Me dan pena despertarlos. Suspiro y me retiro de su habitación. Entro a la mía. Me saco el reloj y veo que es las 11.30 p.m. Prendo mi portátil y mientras enciende, me cambio de ropa. Revisó mis correos y en un mail muy particular se lee:

Estimado 
Estoy a la espera de un cuento tuyo para la publicación del libro. Es cosa de ir dándole vueltas a una historia y cuando la tengas más o menos formada te sientas ante la pc y a escribirla.

Saludos cordiales

Miro el correo. Lo leo. Lo vuelvo a leer. Sonrío con cierto asombro y en silencio agradezco al autor del mensaje. Pero no tengo el cuento. El cansancio apremia. Reviso unas páginas vinculadas a la estructura política del mundo del trabajo. No tengo la menor idea de qué escribir.  No rompo el silencio de la página blanca. La rutina del día llama al descanso. Me acuesto. No me doy cuenta y duermo.

Agarró el celular y observo que es las cinco de la mañana. El portátil está encendido. Me da pereza apagarlo. Mamá abre la puerta de la habitación y pregunta:

-                 ¿Vas a ir?
-                 Sí ma. Ya me estoy levantando. Te veo en la piscina.
-                 Chau hijo. No demores.

Me levanté. Me aliste y salí. Son las 5.25 a.m. Ingreso al local de la academia. Entro al vestuario. Me miro al espejo. Veo la barba crecida. Como han pasado los años.

Hace diez años atrás, la barba demoraba en crecer una semana. Ahora crece tan rápido como la hierba mala. Me ducho, luego me seco. Listo para nadar. Camino hacia las instalaciones de la piscina. Saludo al chino. Con su voz habitual y atenta se dirige a mí:

-                 Con tu mamá al carril tres. Te lleva unas cuantas piscinas – me dijo.

Pienso al borde de la piscina. Veo el reloj. Son las 5.45 a.m. Aún no tengo ideas para transformar. Me pongo los lentes, doy un brinco y comienzo a nadar. Como jugando trato de alcanzar a mi madre, pero aún así, cada braceo, significó un pensamiento en el olvido. Es la 7.30 a.m. Estoy en mi casa haciendo el nudo a la corbata. Paso por la cocina. Como un pan y tomo el jugo de naranja. Me despido y salgo.

Son las 8.30 a.m., me encuentro con los clientes que me esperan desde las 8.00 a.m. No lo sabía. Habían acordado esa hora con la secretaria. Para variar no avisa. A las diez tengo una diligencia judicial. No se ilumina mi imaginación. Son las 12.00 p.m. acaba de terminar la diligencia. Sin ideas para el cuento ¿Dónde está la diosa inspiración? Rumbo a la oficina, el tránsito es un asco. El ruido de los motores molesta. Es la 1.00 p.m. Encuentro a mis amigos y almorzamos. No tardo ni quince minutos en alimentarme. Agradezco y me levanto de la mesa. Me retiro. Ingreso a la oficina. Cierro la puerta y me siento. Trato de crear un cuento. Los párpados me pesan. Bostezo. Mis brazos se languidecen. Me veo frente al mar de Vichayito. 

Tocan la puerta. El llamado molesta:

-                 ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Doctor! ¡Despierte! ¡Despierte! ¡Wake up!
Abro mis ojos. Estoy sentado en la silla de mi oficina. Son las 3.00 p.m. Siento la pesadez del almuerzo. Mientras me estiro, la secretaria me comunica que han llegado unos clientes. Que pasen – se lo dije con cierta amargura. Ingresan a la oficina y los invito a tomar asiento. Lamentablemente, observan con desagrado los expedientes que están en el escritorio y sin mayor ceremonia abordan el problema:

-                 Doctor, la empresa atraviesa por mal momento. La crisis nos afectó. Despediremos personal. La mano de obra en el país es cara. Pagamos salarios, gratificaciones, vacaciones, horas extras, utilidades, asignación familiar, CTS y el monto de indemnización es muy alto. Toda esa normativa laboral y los sindicatos generan un alto costo al negocio. Queremos trasladarnos a otro país.

El hombre más joven y alto, expresó:

-                 Doctor De la Romaña. La decisión ya fue tomada, desmantelaremos la empresa poco a poco y nos ubicaremos en otra región donde el costo y gasto sea menor.

Mientras ellos hablaban, recordé lo que en la noche anterior leí. Ubique mis apuntes y repase:

“Las normas y prácticas laborales son demasiado rígidas y costosas. Los sindicatos son fuertes e impiden el funcionamiento empresarial. Los empresarios organizados con mucha astucia libraron duras batallas para lograr sustituir la negociación colectiva por la individual, eliminar la clasificación rígida de los puestos de trabajos para lograr flexibilidad y adaptar la fuerza de trabajo a las fluctuaciones de la oferta y demanda del mercado”

Alce la cabeza. Mire a los hombres de empresa. Les indique y explique los procedimientos regulados por las normas. Les advertí las contingencias y responsabilidades.  Me miraron con extrañeza, y uno de ellos expresó:

-                 Estimado doctor, entendemos las prerrogativas legales y entendemos su ilustrado parecer, pero no queremos al personal. La mano de obra es muy cara – aseveró con vehemencia y seguidamente dijo – Gracias doctor. Estaremos en contacto.

Ambos señores se despidieron. Es las 5.00 p.m. Y la diosa inspiración no visita. El ocaso aparece. Un minino asoma su cabeza por la puerta de mi oficina. Lo veo. Me mira. Le devuelvo la mirada. Me paro y sale corriendo. Gato miedoso. Estoy al frente de la computadora. Ingresó a la web. Leo algunos cuentos. Me deslumbro con la imaginación de aquellos. El reloj marca las 7.30 p.m. El celular timbra. Contestó. Acuerdo una reunión para las 8.30 de la noche. Aún no imagino el cuento, y vuelve a timbrar mi celular. Mi padre había sido despedido.

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