miércoles, 16 de marzo de 2016

Manipulación

Eliana Argote Saavedra


La sociedad era un caos, estaban enfrentados el antiguo liderazgo, a favor de la rigidez en la aplicación de las reglas existentes, complementada con programas a largo plazo para mejorar el comportamiento del individuo; y una facción de jóvenes científicos que hablaba de manipulación genética, se había investigado suficiente, decían estos, las pruebas eran exitosas y no cabía esperar. El poder de tomar decisiones estaba a favor de los primeros pero eso no duraría mucho, en una década los segundos tendrían el control total. Mientras tanto habría que esperar.

Fernanda Fuentes, a sus treinta y siete años había logrado todo lo que se había propuesto, siquiatra, con una serie de especializaciones que complementaban su profesión, líder natural, de carácter fuerte y decidido, cabello negro azabache, figura alargada y hasta un sentido de humor poco común. Para ella, la necesidad de cambio era urgente ya que los niveles de corrupción y delincuencia, sinónimos de un mismo mal, habían alcanzado las más altas esferas de la sociedad; cuando presentó el proyecto “Límite cero” que planteaba el control de los genes y recibió una negativa cerrada del consejo, se sintió defraudada e impotente, todos los que la alentaron habían votado en contra, incluso su profesor de tesis, el reconocido doctor Alberto Lira, quien le había augurado un futuro prometedor, aquel que había ensalzado su firmeza y valentía para plantear “lo que nadie se atreve”. La doctora Fuentes no estaba dispuesta a esperar que la balanza se inclinara a su lado, para tomar decisiones que cambiaran el panorama actual en pos de lo que consideraba una sociedad perfecta, aceptó a regañadientes el acuerdo del consejo de científicos, de postergar el inicio del proyecto pero insistió en realizar estudios preliminares, con la secreta idea de utilizar los recursos a su alcance para demostrar que la información que viene en los genes de cada infante solo puede ser modificada en un mínimo grado por el ambiente de desarrollo, que los sujetos que llevan características negativas solo terminan empeorando la sociedad y que no serviría de nada invertir recursos, tiempo y esfuerzo en intentar cambiarlos.

Creó una página web abierta al público para que la gente opine respecto a diversos aspectos de la personalidad. Realizó un análisis minucioso de perfiles y eligió dos personas que tenían un componente adicional que los hacía perfectos para aquel estudio: estaban enamorados. La mujer era Isabel, delgada y de facciones dulces, sus hermosos ojos azules asomaban tímidos tras un mechón de cabello que se extendía hasta la mejilla, tenía cierto aire de fragilidad en los modales suaves y el hablar pausado; provenía de una familia ausente y había vivido su infancia en un barrio infestado de delincuencia y drogas, sin embargo logró sobreponerse a las dificultades con mucho esfuerzo consiguiendo graduarse, su carácter era reservado y le resultaba muy difícil exteriorizar sus emociones, solo en aquel chat parecía liberarse, especialmente cuando hablaba con Eduardo, quien por el contrario había sido un niño amado y protegido, abierto a nuevas ideas y siempre dispuesto a enfrentar retos, era galante y caballeroso, en la foto de perfil, su mirada negra se perdía bajo las abundantes cejas y los pómulos sobresalientes, las manos de dedos largos y uñas perfectamente recortadas, se superponían reposando tranquilamente sobre un escritorio, era fascinante conversar con él. Solo conocían sus rasgos a través de la foto de perfil del chat y ambos esperaban con ansias el día en que por fin se encontrarían en la reunión de los participantes de aquel foro, en un club a las afueras de la ciudad.

Era cerca de mediodía, la temperatura calentaba el ambiente a pesar del cielo cubierto provocando una sensación de bochorno pero nada incomodaba a Isabel, esperaba el auto que la trasladaría al club y eso era suficiente para estar feliz, no podía sospechar que aquella pacífica mañana sería el preludio de una pesadilla.


Diez años más tarde.
La siquiatra Fernanda Fuentes ha sido seleccionada para encargarse de la paciente, anuncia el hombre que dirige la reunión desde una mesa ovalada; doce eminencias médicas evalúan las consecuencias del proyecto “Límite cero”, paralelamente a la investigación que realizan conjuntamente y en secreto, los gobiernos de varios países que descubrieron laboratorios en los que se llevaba a cabo la manipulación genética. Al escuchar el nombre todos levantan la cabeza, acaso ella no es una de… pregunta uno de ellos con sorpresa, sí, interrumpe el líder, estuvo involucrada en el proyecto y esa es precisamente la razón por la que la hemos convocado.

Es el día de la primera sesión, la doctora Fuentes se ha encargado de contactar a Isabel con la promesa de recuperar sus recuerdos; la paciente ha llegado jadeando luego de recorrer a pie varias cuadras, buscando la entrada en el largo muro de piedra que rodea la propiedad; Fernanda está esperándola, la guía por un camino que se bifurca a partir de ese punto hasta llegar frente a una puerta cuyo delicado tallado ha quedado al descubierto tras una limpieza apurada, la doctora introduce una llave antigua y la puerta se abre crujiendo lentamente, las varillas cruzadas y las alas que se sobreponen a ellas, símbolo que la sellaron durante una década se quiebran, un olor húmedo y denso les da de golpe en la cara. La anfitriona palpa la pared y acciona un botón, las ventanas se abren y las partículas de polvo se esparcen en el ambiente. Isabel observa el recubrimiento del techo, una malla geométrica en relieve que simula pequeños cajones, no entiende por qué su mirada se pierde en esa imagen repetitiva y monótona. Detrás, Fernanda permanece inmutable, ni la luz que le da de lleno a los ojos altera uno solo de sus músculos. Este es el lugar donde comenzó todo: el club, dice la siquiatra suavizando la voz; Isabel se detiene, la observa con mirada suplicante. No temas, insiste la doctora Fuentes intentando tranquilizarla, ya hemos hablado de esto, es lo que querías, volver al inicio, encontrar respuestas. Atraviesan el espacio de lo que fuera tiempo atrás la sala de estar del club, aún permanecen allí los módulos de recepción e informes, aunque ahora lucen cubiertos de polvo, salen por la puerta de vidrio y recorren un sendero de piedra que serpentea graciosamente entre espacios para jardín y recreo, transformados en terreno baldío por el evidente abandono; el camino conduce finalmente a un complejo de bungallows distribuido en varios niveles, están ascendiendo cuando la paciente divisa una puerta abierta que parece esperarlas y de la que solo la separan unos pasos, se detiene de golpe, un escalofrío recorre su piel, Fernanda la empuja suavemente del brazo, el lugar luce limpio, al centro dos sillones, uno desplegado a modo de diván y otro con una consola, la pared recubierta de espejos, un par de pantallas y en el ambiente, una suave melodía estimula a la relajación; la siquiatra se sienta frente a Isabel, conecta los electrodos en su cabeza, y desliza los dedos sobre el tablero electrónico. En los monitores, los signos vitales y la actividad cerebral de la paciente se grafican en colores intensos. Comencemos, indica la doctora, háblame de tu primer recuerdo. ¿El club?, pregunta tímidamente Isabel, sí, responde una ansiosa Fernanda. 

Cuando llegué, había mucho silencio, me resultó extraño porque se suponía que era el encuentro de todos los participantes del sitio, ¿acaso soy la primera?, pregunté a la recepcionista, mas ella ni siquiera se inmutó, sígame, ordenó en tono frío. Me guio hasta el bar, un muchacho rubio de mirada curiosa me observó de pies a cabeza, “bienvenida”, dijo y me sirvió una copa de vino, ¿y después? Pregunta la siquiatra, no lo sé, mis recuerdos se pierden a partir de ese punto, lo que sigue es silencio y oscuridad.

Desde otro ambiente, el grupo de médicos que convocara a la doctora Fuentes presencia la sesión, activemos un pequeño estímulo, dice uno de ellos acercándose a una consola. De pronto la música en el ambiente donde están las dos mujeres, cambia, el ritmo se acelera hasta volverse frenético, Isabel se incorpora y en la pantalla se muestran sus latidos precipitados, Fernanda la observa preocupada, ¿qué sucede? Pregunta. ¡Impulsos eléctricos!, responde la paciente completamente agitada mientras protege su cuerpo con los brazos, todo era controlado por impulsos eléctricos, la doctora se incorpora ¡No! No toque nada, grita Isabel mientras su rostro se torna angustiado, es solo un recuerdo, acota Fernanda; sí, está tan claro en mi cabeza, susurra mientras coloca sus manos en las sienes, no había instrucciones, no debía tocar las paredes porque sentía una descarga de electricidad. La música va suavizándose nuevamente hasta volverse casi inaudible, la paciente se relaja y continúa con su relato. Los primeros días, superada la sorpresa de las condiciones del lugar y convencidos de que no cambiarían porque nadie nos daba explicación alguna… está usted hablando de alguien más, ¿quién es?, interrumpe Fernanda, era él, Eduardo, responde Isabel mientras parece perderse en sus recuerdos, no sé cómo llegué a ese ambiente, era un departamento pequeño inundado por un intenso aroma a jazmín, la puerta se abrió y apareció él, lucía confundido, al reconocerme sonrió, dijo mi nombre, pasamos horas conversando hasta que cayó la noche, íbamos a salir para buscar al resto de la gente cuando sonó un timbre dentro, seguimos el sonido y llegamos al comedor, había una mesa servida y una tarjeta de bienvenida con un mensaje: “Las actividades se inician a primera hora de la mañana”.

La mañana siguiente desayunamos juntos, íbamos a salir cuando descubrimos que estábamos encerrados, el teléfono había sido desconectado, los celulares no funcionaban, gritamos, nadie acudió a ayudarnos, a medida que pasaban las horas la angustia se apoderó de nosotros, intentamos romper la puerta y lo hicimos, detrás de la hermosa lámina de madera había una placa de metal gruesa, corrimos hacia las ventanas y en un instante estas se sellaron. La luz se apagó, comencé a llorar y él intentó tranquilizarme, debe haber una explicación, me dijo, no te preocupes, este es un lugar confortable, tenemos alimentos, luz y agua, tranquilízate. Intenté hacerlo pero no por mí sino por él, porque mientras me decía todo aquello veía el terror en sus ojos, pasaron semanas y los alimentos se fueron haciendo escasos. Al comienzo compartíamos gentilmente la comida, al término de la tercera semana la temperatura comenzó a subir dentro de aquel ambiente y cortaron el agua. Poco a poco fue instalándose entre nosotros una mirada sombría que expresaba desconfianza, recelo, desesperación, hasta que llegó un día en el que los dos nos quedamos contemplando el único plato que había sido deslizado hasta la mesa por un mecanismo electrónico.

Ese día desapareció su gentileza inicial, había en él una lucha entre lo correcto y lo necesario, me observaba acechante, como si esperase que yo me acercara, luego de un largo rato me incorporé y él se abalanzó sobre el plato cubriéndolo con su cuerpo, yo lo observaba desde una distancia prudente y supongo que algún resto de conciencia hizo despertar en él un poco de vergüenza porque se le incendiaron las mejillas y fue retirando los brazos lentamente, pero esa fue la última vez que retrocedió. 

Las lágrimas desbordan los ojos de Isabel, su respiración se agita, las palabras se ahogan en su garganta y calla entregándose a la angustia que le produce recordar todo lo que vivió. Fernanda también tiene recuerdos y esos recuerdos la inquietan, le producen una angustia incomprensible, las vivencias de esta mujer la afectan. Sale de la habitación, entra al baño y pega la espalda a la pared, cierra los ojos con fuerza y escenas incomprensibles comienzan a sucederse en su cabeza. Después de un largo rato, la paciente toca la puerta, doctora, ¿está usted bien?, pero no hay respuesta e Isabel se marcha. Luego de unos días regresa demacrada y con la mirada perdida, buenos días, dice apenas, se sienta y comienza su relato: Tuve un sueño, una pesadilla, la parte más dura que viví se reveló en mí mientras dormía y ahora ese recuerdo está inundándome de angustia. Habíamos peleado por la comida, por la única manta que quedaba porque la temperatura había descendido a niveles extremos, por el último trozo de madera para encender la chimenea que había allí, por no entender… quién sabe por qué, solo estábamos los dos y en alguien debíamos volcar nuestra rabia por la injusticia de la que éramos víctimas. Cada uno estaba en una esquina, vigilante, ya ni siquiera temblábamos de frio, en su mirada había un deseo asesino y yo me sentía adormecida por la resignación, sabíamos que moriríamos allí aunque jamás entendiéramos la razón. Creo que me desmayé, al despertar sentí una calidez inusual, era el contacto de otra piel, no quise abrir los ojos, quise creer que todo lo que había vivido era una pesadilla aun a pesar del hedor que se introducía por mis fosas nasales, el otro cuerpo se movió y el aire se filtró entre nosotros, sentí  las piernas húmedas, me asusté. Al abrir los ojos lo vi, enlazado a mí en un rezago de humanidad, mezcla de instinto y la necesidad que tenemos de ser tocados, cómo había sucedido, no lo sé, estaba adolorida, me sacudí asustada y sin querer lo desperté, cuando él abrió los ojos y me vio desnuda se abalanzó sobre mí, me defendí como pude, terminamos exhaustos y arañados, ¿puede usted explicarme lo que sucedió, doctora? Dice Isabel con voz suplicante; con sus términos científicos, con su entendimiento de la mente humana, puede explicarme, ¿cómo fue que ese hombre gentil del cual estaba enamorada, llegó a comportarse como un animal salvaje? ¿Puede usted explicarme quién movía las fichas de nuestro destino? Pero Fernanda no puede escucharla, después de las primeras frases su mente se ha extraviado en el oscuro camino del pasado. La siquiatra también recuerda, sí, recuerda la pantalla a través de la cual observaba como se cumplía cada una de sus indicaciones, “la mujer casi no come, él no lo permite, ella está desnutrida, se desmaya constantemente, no tiene fuerzas”; debe estimularse el deseo sexual para orillar al individuo masculino a la bestialidad, se hará a través de la comida que solo él comerá”.

Recuerda el experimento, lo ve terminar la comida que lo dejó algo aturdido, y observar luego a la mujer desde su lugar, tumbado en el suelo, la mirada clavada en un punto fijo, el caminar errático mientras se dirige hacia su presa, llegar y atacar como un animal salvaje. Sí, ella también lo recuerda y  quiere arrancar esas imágenes de su cabeza. ¿Está usted bien?, interrumpe Isabel, la doctora la observa, está tan cerca que puede ver sus ojos cansados pero penetrantes, la súplica en su mirada, la simpatía que se desprende de ellos, la sonrisa gentil, su mano tocándole el hombro... Días después, cuando reanudan la sesión, Isabel le cuenta el último recuerdo, hay un enorme hoyo negro entre los acontecimientos de la última sesión y esta, había despertado en un hospital, dice, él estaba en la camilla continua a la mía.


Para la junta, Isabel era un elemento descartable, lo importante era la memoria de la doctora Fuentes, el material que documentaba todo el experimento debía ser destruido y ella los controlaba en aquella época, ahora que había recordado se convertía en un peligro porque comenzaría a sospechar sobre las razones por las que había sido convocada. Cuando Isabel regresó por su sesión, el lugar lucía diferente, la fachada parecía abandonada y había sido tapiada. La doctora, mientras tanto, era expuesta a un interrogatorio en el cual no obtenían respuestas y fue aislada, solo quedaba una opción, someterla a la regresión de recuerdos con el segundo elemento, Eduardo, quien ya había sido reincorporado a la sociedad luego de borrarle la memoria a través de hipnosis, pero la paciente, desde antes que Fernanda la contactara, participaba en un foro sobre significado de los sueños, Isabel y Eduardo sin saberlo, habían acudido al mismo portal buscando respuestas a la verdad que se manifestaba cada noche mientras dormían, ella lo había reconocido y cuando comenzó a recordar, sintió la necesidad de estar cerca de él para comprender el rompecabezas de sus emociones. 

El día que Eduardo es interceptado, Isabel ha ido en su busca, al término de la última sesión con Fernanda, esta le había confesado todo, su participación en aquel experimento, y la convicción que tenía de que ella misma había sido manipulada, sus sospechas; le entregó la llave de la caja fuerte de un banco, allí guardaba toda la documentación del experimento, si desaparezco, dijo, debes entregarlo a las autoridades. Isabel es testigo del secuestro de Eduardo, sube a un taxi y ordena al conductor, ¡siga esa camioneta!, para su sorpresa, la persecución termina en el club, aprovecha un descuido y se introduce sin ser vista a los ambientes del lugar que a pesar de la apariencia externa de abandono sigue allí, una vez dentro, observa el ir y venir de mujeres vestidas de blanco, parecen enfermeras, ingresa a uno de los ambientes y encuentra una bata, se la coloca, se cubre la boca, respira hondo y sale mezclándose entre las mujeres, luego de largo rato encuentra a Fernanda, quien está con vigilancia mínima porque todos los esfuerzos están cifrados en Eduardo, la doctora conoce bien las instalaciones, logran huir y se despiden, ahora todo depende de ti, dice la siquiatra, ya tendrás noticias mías. Isabel contacta a las autoridades. Esa misma noche un contingente policial ingresa al lugar y todo queda al descubierto. 

Han pasado dos semanas desde la intervención, las noticias cuentan que fueron diez personas en total las expuestas a experimentación, que sus nombres se mantienen en reserva porque ya están integradas a la sociedad sin recuerdos de esos hechos. La siquiatra Fuentes se ha entregado voluntariamente, se le someterá a regresión hipnótica para descubrir a los responsables del plan “Límite cero”, dicen. Los médicos que fueron arrestados dan sus declaraciones, las órdenes eran dadas por la doctora Fuentes, manifiesta aquel que dirigía la junta de médicos, un hombre que mira a su interlocutora con la cabeza erguida, casi desafiándola, todos votamos en contra del proyecto hace diez años, agrega, sus facciones permanecen inmóviles mientras habla, tiene una mirada penetrante, no nos pueden acusar de nada, continua. Además, señorita funcionaria, si el interés científico puede ser condenado, el delito ha prescrito. ¿No lo cree usted?, pregunta finalmente mientras la imagen de una juvenil Fernanda en la sala de su casa se instala en sus recuerdos, la mirada ansiosa, el ímpetu desbordante, ayúdeme doctor Lira, le pide, él la observa, las fuerzas que le faltan las tiene esta muchacha, él es un profesional respetado, no puede arriesgar su nombre, sin embargo podría lograr su propósito a través de ella; está bien, afirma, voy a proveerte de todos los recursos y cuando logres tirar a la basura la idea de que el individuo que nace con genes inadecuados puede cambiar, que la sociedad solo puede ser librada de la lacra que la corrompe a través de nuevos individuos, tu nombre quedará grabado en la historia, mas, yo debo permanecer en el anonimato; la muchacha se muestra eufórica, sí, gracias maestro. Brindemos entonces por nuestro pacto, sugiere el hombre desplazándose lentamente y fijando en ella sus ojillos verdosos, a través de los gruesos lentes que lleva, acompáñame, tengo un excelente vino que está madurándose por años para celebrar un acontecimiento especial como este, bajan las escaleras, un laboratorio aparece tras la puerta, un congelador con una única botella, sirve dos copas y mientras la mujer bebe el líquido hasta el final, él sonríe con satisfacción sin probar el contenido de su copa. El conejillo de experimentación ha caído, ella se desmaya y él intenta levantarla pero es pequeño y de musculatura frágil, entonces la arrastra y la conecta a una máquina, ha estado durante años trabajando en un programa de manipulación de emociones a través de hipnosis. Cuando Fernanda sale de la casa del doctor Lira, es una persona sin escrúpulos, dispuesta a llegar hasta donde sea para lograr su propósito. El plan se lleva a cabo.


Comienza a caer la tarde, sentado en la banca de un parque, Eduardo ve aparecer a Isabel, hay algo en esta mujer que me atrae aunque no es su belleza, piensa. Ella llega con los ojos húmedos, parece nerviosa porque juega sin cesar con sus manos, él la observa por encima de sus anteojos, ¿nos hemos conocido antes?, pregunta amablemente, Isabel calla, está temblando. Sí, responde, una vez hace mucho tiempo fuimos vecinos en un cuarto de hospital.

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