- Retiren todo de sus carpetas, sólo quiero ver sus lápices y borradores –ordenó el tutor.
Esa perturbadora y anodina frase es la que hace vibrar tanto mi sistema nervioso como el digestivo, al sólo oírla siento un malestar en el estómago, las manos me sudan, cierta comezón invade mi cabeza, creo que ya olvidé todo lo que he estudiado, siempre me sucede lo mismo, al menos en secundaria. Ya ahora en quinto de media es peor, trato de concentrarme, estudiar, ir preparado para rendir exámenes, pero ahí me quedo: en el intento; me aplico, pero no lo suficiente, ya han pasado tantos años desde que me di cuenta que no he nacido para estudiar, me gusta la música, cantar, leer, el cine, la fotografía, el teatro, quizá por eso me haya ganado la chapa de “gordo maricón” ¡Ahora ya qué me importa! Cuando era chico me dolía, ya me resigné.
Afortunadamente este examen es de inglés, que es uno de los pocos cursos con los que me llevo bien, puesto que, entre otros, a las matemáticas las detesto, no les encuentro ningún sentido, me he dado cuenta que, en la vida, con las cuatro operaciones básicas tengo más que suficiente, para que álgebra, la inextricable geometría con su compinche: la trigonometría. Ni hablar de física y química, la única física que me interesa es la que contribuya a que la gravedad no me aviente de la combi al subir o bajar de ella, y la química, ¿cuál es la razón de que se imparta? ¿Acaso voy a ser científico? En el mejor de los casos seré cocinero debido a mi gusto por la comida.
Veo las paredes verde-claras del aula, contrastando con la oscuridad del verde de la pizarra y unos trazos de tiza mal borrados, el blanco techo con incipientes telarañas, un poco descascarado, giro ligeramente la cabeza y advierto como mis compañeros se apresuran a revisar las preguntas, a responderlas, como si el examen se acabara en cinco minutos. Si todavía faltan dos horas. Contemplo el piso desgastado, el mismo vinílico descantillado que me ha acompañado toda mi vida escolar y debo haberlo pisoteado hasta el cansancio recorriendo o huyendo por los pasadizos, la carpeta de madera con unas indescifrables inscripciones de algún otro atribulado alumno que debe haberse posado acá.
En el medio del aula, al frente, en lo alto se encuentra una pequeña estatuilla de la Virgen María, ya no recuerdo cuántas veces le recé para que me sacara de este lugar, me alejara de las burlas, de los anacrónicos y monocordes profesores, resultó ser eso, una simple estatuilla pues nunca me escuchó, y si lo hizo me ignoró, como la mayoría de mis amigos cuando no me están jodiendo. Sigo acá: la lorna del salón.
El profesor se pasea mirándonos a todos y no ve nada, claramente distingo como Rodríguez se está copiando de Zúñiga y Maraví asolapadamente ha sacado tremendo plage, que imagino contendrá la Enciclopedia Británica por lo que debe ser el primero en acabar el examen y con excelente calificación. Hasta para eso soy huevón, un comprimido con el contenido de todo el curso escondido en alguna parte de mi indumentaria y ya está, no necesito a nadie, es que no me gusta, no puedo engañar, pero tampoco estudiar, ¡qué complicado!
No tengo del todo claro como llegué a este, espero, último año escolar, evidentemente siempre llevé cursos en verano, todos los que se podían, hasta tres porque con cuatro repetía el año. Pero sí recuerdo que mis padres asistían a todas las reuniones de padres de familia, participaban activamente en las celebraciones, realizaban donaciones, hablaban con los profesores, los invitaban a almorzar a la casa, creo que su labor social-escolar contribuyó a mi salto de año en año sin repetir.
Sin embargo, ahora ya es más difícil, pues mis padres se divorciaron en plenas vacaciones de verano y se acabaron las reuniones, invitaciones, óbolos y el perjudicado soy yo, ya en el primer bimestre obtuve siete cursos desaprobados, nunca había tenido tantos, ni yo lo creía, aunque sospechaba que no me iba a ir bien porque no me interesan mucho las materias, pero no al extremo de superar la media docena. Me parece que tanto colorado en la libreta fue una misiva a mis padres indicando que la cosa no iba a ser fácil si continuaba la sequía de prebendas.
Observo la nuca de mi compañero del frente, tiene dos remolinos muy graciosos en el extremo posterior de su cabellera, cada una girando hacia distintos lugares como si estuvieran disgustados uno con otro, el de la derecha rota en sentido horario y el otro en sentido anti-horario -esas palabras son lo que más recuerdo del curso de física- mirándolo bien tiene un poco de caspa, como si hubiese nevado sobre los cabellos y los hombros; a los costados del pelo se dejan ver sus orejas que terminan en una graciosa puntita, nunca me había percatado, era digno de una caricatura, tiene sucio el cuello de la camisa y la chompa ligeramente descocida en uno de los hombros, ¿cómo será su vida? No me llevo mal con él, no me jode, simplemente no hablamos, me parece bien, aceptable, suficiente para mí.
- Álvarez la mirada en su examen –dijo el profesor alzando la voz, punzándome de un vistazo y acercándose.
Pensará que me quiero copiar, como si tuviese algún amigo que me permitiera hacerlo, me tragué una sonrisa de desconsuelo. Su camisa blanca estaba perfectamente planchada, al igual que su pantalón gris con unos zapatos negros brillantes me fijé que en la punta tenían unos curiosos agujeritos muy bien alineados. Sin embargo, todo su cuerpo emanaba un fuerte y pesado olor a tabaco, propio del que se ha fumado al menos media cajetilla de cigarros antes de entrar al aula.
Su camisa me hizo recordar a mi papá, ¡qué diferencia! Desde que se separó de mi mamá, insiste en él mismo planchárselas, algo que nunca ha hecho y ahora que estrena este nuevo oficio le quedan como papel crepé. Y es que no sé qué extraña obsesión lo domina con esta ocupación, si se las puede dar a la empleada y listo, pero no, él quiere hacerlo, ¿le servirá de catarsis? O al plancharlas sentirá que todo se puede arreglar simplemente con el instrumento –o actitud- adecuado y mucho empeño ¿Qué será? Al final le quedan espantosas.
No sé cómo me habrá ido en los otros exámenes, creo que no muy bien, pero confío en no superar mi record del bimestre pasado. Recuerdo la cara de mi papá cuando vio más de la mitad de la libreta de color rojo, su rostro se transformó, le latía la vena del cuello, sus ojos se agrandaron, gritó, vociferó, me prohibió la computadora y la televisión, no sé como hizo para no sacarme la mierda yo estaba tenso esperando el primer golpe. A pesar de su ira, debo reconocer que no me agredió, físicamente al menos. De algún modo creo que percibió mi vergüenza, además es probable que esté desgastado producto de todas las peleas que ha vivido antes de la separación con mi mamá y no requiere otra más en su haber.
No conozco el real motivo de su ruptura, solo sé que las peleas entre ellos eran cada vez más frecuentes, yo me fui a vivir con mi papá, lo sentí tan sólo, pensé en ser su compañero, su amigo, creo que nadie se dio cuenta que ocultaba su fragilidad. Me identifiqué con él, pues es la sensación que yo tengo en el colegio, ¿por qué él no es capaz de percibir lo mismo de mí?
El examen está fácil, diez preguntas muy simples, escribo mi nombre, coloco la fecha quince de julio de dos mil nueve, o la escribo en inglés: July 19, 2009; mejor en español, dejo los anglicismos para las respuestas. No falta nada para las fiestas patrias, ya después de este examen al fin vacaciones y me libro del colegio por un tiempo, ojalá se calme un poco mi papá y me permita volver a usar la computadora, donde me sumerjo creando o editando videos, bajando música, generando efectos especiales en mis fotos, si logro unir mis pupilas como virolo, tratando de concentrarme sólo en la tinta de la hoja del examen, puedo ver una de las fotografías trucadas que he realizado, ¡qué divertido! Hasta puedo ver la imagen primigenia que produce todo.
- Señores se acabó el examen, levanten todos sus lápices y pasen las pruebas a la primera fila –sentenció el profesor.
- ¡¿Qué?! –se me escapó, entre la risa del resto.
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