miércoles, 1 de febrero de 2012

El matrimonio

Jaime Zapata


Está durmiendo, tanto ha pasado, tanto han vivido. La observa, tiernamente pero culposo, con arrepentimiento, su tranquilidad agiganta la falta que lo enerva, pero ya todo va a ser distinto, cómo pudo suceder: La indiferencia, el desamor, la rutina o su imaginación, su ambición, su hedonismo, sentirse poderoso. Al final todo se enmarañó: la familia, la esposa, los hijos, el amor, el placer, la seducción, el engaño. Pero ya no. Ya fue suficiente.
De un portazo selló la última rabieta de Andrea, ya no estaba dispuesto a tolerar más, ni a sus hijos permitía esos engreimientos, caprichos, demandas, había supuesto que los reclamos de Andrea eran temporales, efímeros, fáciles de controlar, de amenguar. Andrea, dieciocho años menor, deliciosamente bella, pero infantil al fin, bueno para él, impresentable en pareja, mientras Carmen, su señora. Es una señora, digna de él, de su nivel, de sus amistades, de su círculo social, ¿cómo exhibirse ante sus hijos con una madrastra de la edad de ellos? A veces se reía a solas.
Ya eran dos años de complacer a dos mujeres, de tener una doble vida, una doble moral, de no faltar a misa los domingos, ni a los placeres con Andrea. Había vivido instantes deliciosos, morbosos, en ocasiones se comportaba al nivel de Andrea, preguntaba por su música, la misma que escuchan sus hijos, se escapa a discotecas con ella, siempre en zona VIP de un apartado rincón, un jovenzuelo de incipientes canas, entradas profundas y abultada billetera.
El temor a ser descubierto, a lo prohibido, convierte todo en más excitante, ha hecho realidad sus perversiones, puede tener relaciones las veces que quiere, no existen dolores de cabeza, no a los ardores vaginales, siempre dispuesta, los tríos eran una maravilla, hasta que Andrea pretendió ser juiciosa, reflexiva, usar el cerebro, pero, ¿por qué estrenarlo?, si su mayor virtud era la insensatez y su mayor disquisición siempre fue cuestionarse: “Si ‘separado’ se escribe ‘todo junto’ por qué ‘todo junto’ se escribe ‘separado’”. Era perfecta para él, lo completaba, absolutamente alocada. Ahora, en un sesudo esfuerzo de futurología, proyecta una vida juntos, ¿juntos? Se le erizaba la piel: que nunca va a ser madre, que está envejeciendo, que se avergüenza de ella, que se vislumbra decrépita, sola y rodeada de gatos. Ya estaba harto, de amante se volvió esposa. Palabra precisa: e-s-p-o-s-a, en verdad eso sintió por mucho tiempo encontrarse esposado, enmarrocado, tanto a una mujer como a sus fantasías, lo que lo obligaron a buscar algo nuevo, o a reencontrarse con su juventud, a romper con lo establecido, a transformar sus ilusiones en realidad, a explorar los límites. Sin embargo, esta última discusión había sido tan intensa, desenfrenada, enardecida, que ya no había marcha atrás, ya era el fin y así lo había asumido Alejandro. Cierta melancolía se apoderó de él cuando bajó del edificio luego de la discusión, pero ni él mismo podía ya mantener la superchería tanto tiempo, está cansado, desgastado. El conserje se despidió de él, ni lo miró y desapareció.
La besa en el hombro deslizándose suavemente fuera de la cama, tratando de no recordarla, se ducha y se va a su empresa. Sólo unas horas porque es su aniversario y quiere regresar temprano, para redimirse con su mujer.
Llega a casa, donde Carmen debe estar aún en pijama, quiere sorprenderla llevándola a almorzar por la conmemoración, ya eran veinte años de matrimonio ¡Cómo pasa el tiempo!, pocas parejas están juntas tanto tiempo, eso lo enorgullece,  no la llamó por teléfono para advertir su exclamación.
Sí le extrañó que ella no lo llamara, pero mejor aún, quedaba en secreto la celebración. Ya había planeado todo, se iban a ir al restaurante Costa Verde, donde le pidió matrimonio, evocaba su titubeo, el sonido del mar, las cómplices luces amarillentas de aquella noche. La algarabía de Carmen al recibir la sortija de compromiso que con mucho esfuerzo había adquirido.
Hoy los chicos están en casa de sus amigos, así que podía ser un almuerzo íntimo, luego de un par de botellas de vino, se irían al hotel Sheraton, donde disfrutaron su noche de bodas, y tendrían hasta el día siguiente para ellos. No se iba a poder resistir, quería halagarla, sentirla, poseerla, últimamente ella había estado distante, le dolían sus bruscos cambios de estado de ánimo y deseaba voltear la página, cerrar un capítulo, desde ahora sólo franqueza, complicidad, amistad, todo lo que siempre compartieron alguna vez. Qué mejor, que revivir los momentos más felices juntos. En pleno almuerzo, le iba a entregar una sortija con un brillante mostrando de alguna manera su felicidad y recuperar la de ella que, sentía se estaba apagando.
Es consciente que él ha estado displicente, ha cometido muchos errores, no es el esposo perfecto, pero ¿Quién lo es?, afortunadamente, logró mantener oculta su otra vida, tenía que gratificarla, palpaba el pecado atormentándolo, que no podía, no sabía cómo, no quería y no debía compartir, pero todo iba a cambiar.
Ya realizó su aventura, punto, ahora la realidad, pero bien hecha, a la medida de los dos, en su interior busca una segunda oportunidad, todos la merecen.
Al llegar a casa ingresa haciendo el menor ruido posible, se detiene en el umbral de la puerta del dormitorio, ella está de espaldas, desliza la mirada sobre su cuerpo, sigue hermosa, está buscando qué ponerse en el closet, se acerca por atrás y la abraza:
-          ¡Qué susto me has dado! –exclama.
-          ¡Feliz aniversario!, vamos a almorzar los dos solos –se lo dijo estrechándola y besándola exageradamente.
-          Pero los chicos –reclama ella, alzando las manos como protegiéndose de tanto besuqueo.
-          Nada, olvídate de ellos, están con sus amigos y me dijeron, que venían en la noche –respondió sin dejar de besarla.
-          Ya, ya, pero ¿Qué me pongo? ¿A dónde vamos? –inquirió ella, alejándose un poco. Aparentemente había logrado el efecto sorpresa, sin embargo, le llamó la atención que ella no le devolviera la felicitación. Lo dejó pasar.
-          Lo que quieras igual te ves bien, ya vas a ver, te va a gustar, pero ponte algo elegante –insistió él, quitándose la ropa para ponerse algo más oportuno.
Ambos ya en el auto conversan del recurrente tema de los chicos, del colegio, de la universidad y demás asuntos domésticos. Lamentablemente ya con los años han perdido temas de conversación, se conocen demasiado, defectos y virtudes, al menos los yerros que él ha dejado mostrar, están cayendo en el aburrimiento, hace ya buen tiempo que ella no le pregunta cómo está, cómo se siente, pequeños detalles que pueden iluminar el día, despertar la relación. La verdad que él tampoco, pero es algo que se ha propuesto cambiar a partir de hoy.
Cuando terminan el tema de los hijos, él inicia la conversación sobre ella, que cómo le va en sus clases de inglés, si quiere ir al cine, que hace mucho tiempo no van, cómo anda su madre, mientras ella responde con poco entusiasmo, incomodándole el súbito interés por su vida. Ella no repregunta, sólo responde.
Llegan al restaurante, recuerda claramente la mesa donde le pidió matrimonio, y ahí se ubican, ella hizo un amago de alegría, se estaba comportando como todo un caballero, de vez en cuando le soltaba un piropo, como quien la corteja, ella sonreía con extrañeza.
Hacía bromas, quería percibir el significativo momento de hace veinte años, ella asentía, le molestaba que no se riera con el entusiasmo que lo hacía tiempo atrás, como si hubiera perdido jovialidad.
Ya van por la segunda botella de vino, hablaban de todo un poco, pero seguía lejana, extraña, ida, empezó a recordar algunas ausencias vespertinas que ella siempre explicaba por la visita a una amiga o a la casa de su madre y que alguna que otra vez había confundido las respuestas cuando él le repreguntaba un tiempo después. Empezaba a elucubrar todo tipo de situaciones, que trataba de apartar de su mente con rapidez. No quería malograr el día por celos o discusiones sin fundamento. No todos son como tú Alejandro, no pienses huevadas.
Había bastantes comensales, el sol estaba espléndido combinando perfectamente con la frialdad del vino, el mar y el cielo que, como pocas veces, estaba más azul que nunca. Los mozos se deshacían en atenciones, los cubiertos, el mantel, las servilletas, los platos, la comida, todo estaba a su gusto. Cuando de repente, sacó del bolsillo derecho de su saco, una cajita que le entregó como ofrenda de paz. ¿Qué es? Preguntó, sólo ábrelo, contestó con un halo de misterio. Cuando la abrió ahí estaba el anillo con el brillante enorme, radiante, luminoso. Ella lo tomó, le dio un beso y se lo colocó en el anular izquierdo, con una sonrisa ladeada.
Su reacción no era la que esperaba, muy tibia, ¿no sabía cuánto le había costado? Estaba aturdido:
-          No te gusta –preguntó para llenar el silencio.
-          Sí, está precioso, gracias –contestó mirando el brillante.
-          ¿Y?, nada más –su poca expresividad ya lo estaba colmando.
-          Sí, hay algo más –lo miró directamente a los ojos.
-          ¿De qué hablas? –levantó un poco el tono de voz. Esos jueguitos no le gustaban.
-          De tu otro regalo –sacando de su cartera un papel que le entregó, penetrándolo con la mirada.
Él lo tomó callado, confundido, era un sobre de un laboratorio reconocido, en él estaba el nombre de ella Carmen Vasconcelos de Franco y dentro también, con un resultado: POSITIVO al Herpes Genital VHS-2.
-          Una pequeña llaga le llamó la atención a mi ginecólogo la semana pasada, me hiciste una o-fren-da-de-por-vi-da, que perdurará más que tu brillante, que nunca me la podré quitar, como una de las tontas baratijas que me has obsequiado. ¿Debo agradecer esta o-fren-da con mayor entusiasmo? –reprimió el natural instinto de arrojarle todos los platos encima, trocándolo por sarcasmo.
Se le cayó el mundo, su universo ideal de placeres y virtudes, el vino y la corvina nadaban por su esófago, subiendo y bajando, no sabía qué decir, no terminaba de entender, reconoce que es una enfermedad de transmisión sexual, ¿pero él?, si nunca ha sentido nada extraño. Pensó en Andrea, la maldijo. Estaba pálido, una vena le cruzaba la frente, intentó hablar, no salían las palabras, se le resecó la garganta.
-          Piensas que soy tan idiota, creías que no sabía de tu amiguita, no sabes cuántas veces he llorado, sabiendo que estabas con ella, y yo sola, esperando al único hombre que he tenido en mi vida. Esta vez sí la cagaste, me cagaste, confirmaste la destrucción de lo poco que aún nos unía, bueno o malo –se paró y se fue.
Alejandro, no podía con su pesar, con su ira, su palidez se transformo en un rojo intenso, la cólera brotaba de él.
Pagó la cuenta, sin dirigir una palabra, sin mirar el monto, tan sólo entregó la tarjeta de crédito y luego firmó, sólo pensaba en Andrea. En su hermosura, en su piel, en su podredumbre.
Enrumbó hacia ella, el conserje del edificio lo saludó como de costumbre, ni lo miró, para variar, y subió corriendo por las escaleras hasta el piso cinco. Llegó a la puerta de su departamento, tomó un poco de aire, abrió con la llave que ella le había dado, era lo menos, ya que el alquiler lo pagaba él.
-          Hola amor, sabía que vendrías –estaba con unos jeans apretados, un polo ceñido, sin mangas dejando apreciar su bien esculpido cuerpo, su tersa cabellera rubia recorría sus hombros desnudos –ya se te pasó la cólera- continuó con su rostro angelical. Si no fuera por el odio, provocaba hacerle el amor antes que termine de hablar.
-          ¡Qué cólera! ¡Puta de mierda, tienes herpes! –El cinismo de Andrea acentuó la ira de Alejandro.
-          ¡Ah verdad! Me olvidé de decirte, el doctor dice que no es nada grave. Me llevarás contigo siempre, ya que no vamos a poder pasar la vida juntos –lo dijo sonriendo con tamaña desfachatez, que Alejandro parecía hervir.
Cuando iba a contestarle que ha arruinado su vida, la de su esposa, la de su familia y que todo para ella era broma, una corriente eléctrica se apoderó de sus cien kilos de peso, giró medio cuerpo y lo regresó con la mayor velocidad estampándole una cachetada con la parte externa de la mano que la hizo tropezar contra el alfeizar rompiendo la ventana cayendo hasta la vereda.
Pareciera que Alejandro, no se daba cuenta de nada, pues salió tranquilamente, un poco más calmado, pero con la mirada perdida y la imagen de Carmen, de su familia, fija en sus pensamientos, bajó por el ascensor, el conserje lo llamó, le gritó, se estaba formando un tumulto en la calle.
Llegó a su casa, entró a su dormitorio, vio los cuadros de su boda en la pared, las fotos familiares, los chicos en su primera comunión, se acercó, rogó, imploró, sólo logrando que Carmen encendiera más su rabia, explicó sus motivos, que era la mejor mujer del mundo, que iba a buscar a los mejores médicos, que nada le iba a pasar.
Carmen lloró, lloró por una vida desperdiciada, porque no conocía al ser con el que estaba hablando, porque de repente nunca lo conoció, por sus hijos, por tener ya la certeza de que todas sus esperanzas se derrumbaron, por las noches de soledad. Sabía que ya no podía hacer nada o se divorciaba o vivía una mentira, una vida miserable, todo era muy rápido, necesitaba tiempo.
Al rato se acerca la sirvienta, ¿qué sucede? Le dice Alejandro de mala gana. La criada no advierte su impertinencia. Está a punto de algo, no sabe de qué, pero de algo y se aparece esta mujer a joder, señor: Hay dos policías que lo buscan en la puerta.

4 comentarios:

  1. Interesante, cruda y muy realista, te felicito! FM

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  2. tu historia me tuvo super interesada..que payaso el compadre ese no?, la verdad que bien que se le pegó la enfermedad pero que lástima que tuvo que arrastrar a su esposa en ello....Feliciddes que buena historia
    Ana

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  3. Sige por este camino que es largo pero ya lo empezaste. te estaremos acompañando. Suerte te desea luis ramirez

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