María Elena Rodríguez
Eran sensaciones; pero dentro de ellas
había elementos increíbles de tiempo y de espacio...
cosas que en el fondo poseen una
existencia clara y definida.
Howard Phillips Lovecraft
Hypnos
Once y treinta en punto, Fernanda deja la sala de espera. Acompañada de una
de las empleadas de Pretty Nails,
sube las gradas para dirigirse hacia las
sobrias estaciones de trabajo que tiene el lugar, su turno está previsto justamente para esa hora.
—Bienvenida señora Fernanda —le saluda Manolo, el dueño del local.
Pretty Nails es un establecimiento donde se colocan uñas acrílicas, una costumbre ya
muy extendida en la actualidad; son más o menos cinco años desde que Fernanda
optó por esa moda.
Prefiero llevar uñas acrílicas, realmente es lo más práctico, no tengo que
estar con el problema de que se me quiebran y malogran cuando hago alguna actividad en casa,
mis uñas siempre han sido frágiles; me molesta un poco ir a las sesiones
de mantenimiento; para que se conserven
bien, tengo que ponerme el relleno acrílico cada dos semanas, y eso no se
hace en menos de una hora, no soy
paciente con estas cosas. En fin, es el costo de la vanidad, de paso aprovecho
y salgo un poco, me distraigo, cambio de ambiente.
Desde hace seis meses me atiendo en Pretty
Nails, antes lo hacía en otro local, he preferido este lugar porque está
ubicado a media cuadra del edificio donde vivo con mi esposo, vengo caminando.
Manolo compró este negocio recién hace cinco meses, como nuevo dueño, he
visto que está renovando al personal, me parece que son ya cuatro hombres los recién
empleados. Manolo es cordial, la verdad, no sé, no me gustan los prejuicios, sin
embargo me da la idea de que los varones cuando se dedican a estos temas “de
mujeres”, lucen especiales. Las manicuristas trabajan bien, no lo niego, pero algunas
son bruscas, y otras en extremo impertinentes, creen que pueden preguntar
cualquier cosa, mientras ruidosamente mastican chicle.
¿Y a su esposo le gusta que se ponga uñas
postizas?, ¿a dónde se va de vacaciones este feriado?, ¿por qué solo se hace el
pintado francés?, ¿si ya no trabaja, entonces qué hace?
Fernanda está molesta, a pesar de que tiene cita, le están haciendo
esperar.
Mireya, la muchacha que estaba designada para atenderme, no podía
desocuparse, terminó su labor con una cliente, pero ella no dejaba de hablar
sobre el caso de un robo que le habían contado que le pasó a una vecina suya
muy cerca de aquí; yo me empecé a impacientar, Manolo se dio cuenta, muy
cordial, se acercó y tomó mi bolso.
—Señora Fernanda, enseguida le atiende Mireya, su cartera la colgaré en la
percha que tenemos en el mostrador principal, póngase cómoda.
Manolo toma de sorpresa a Fernanda con esa acción, ella solo alcanza a
sacar su móvil; siempre que va a ponerse
el relleno, coloca la cartera en el regazo y paga por adelantado para no estropear después las
uñas recién pintadas, pero ahora no lo pudo hacer. Fernanda sigue parada frente
a la estación de trabajo de Mireya, revisa el teléfono en busca de algún
mensaje, particularmente de Braulio, su esposo, pero a él no le gusta
comunicarse de esa manera, se resiste a ello.
Si quieres decirme algo lo haces
personalmente, nada te cuesta marcar el número de teléfono, no es necesario que
cada tres minutos me digas lo que vas a hacer o me preguntes qué hago, ¡pareces
una adolescente!, yo estoy siempre aquí… así es, siempre ahí, encerrado en el
departamento, ausente, haciendo casi nada, ¡ah, cierto!, armando rompecabezas,
me da la idea de que me estoy habituando a esta rutina, me siento como
domesticada en el desengaño, no me imaginé terminar así.
Últimamente Fernanda, como aferrándose a un salvavidas en medio de un
desconocido y amenazante océano, evoca permanentemente instantes sobrecogedores
cuando empezó su relación con Braulio, hace cuarenta años; ella tenía veinte y
él veinte y cinco. Recuerda cuando una y otra vez, recuperados de la entrega
mutua, leían juntos la poesía de Cernuda, el poeta testigo de su amor juvenil.
Libertad, no conozco sino la libertad de
estar preso en alguien;
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío,
alguien por quien me olvido
de esta existencia mezquina…
Se hicieron novios en la universidad, los dos estudiaron literatura, su
pasión por las letras a cada uno le llevó a la docencia universitaria, ahora
son maestros jubilados.
—Manolo, por favor, ¿cuánto más debo esperar?, ya son las once y cuarenta y
cinco —preguntó Fernanda en medio de sus remembranzas.
—Señora Fernanda, pase acá por favor, ahora mismo le atienden.
Fernanda se ubicó en la estación de trabajo contigua; mientras se instalaba,
miraba incrédula cómo la cliente que atendió hace rato Mireya, seguía hablando.
Al sentarse se saca los anillos, menos la alianza matrimonial, nunca se la quita,
en ese momento se acerca Renato.
—Buenos días señora, le atiendo enseguida, pero antes de nada, por favor
deme sus datos completos para hacer la factura —le dijo.
—Es la primera vez que me piden esa información —respondió ella.
Renato le contó que la oficina de tributación fiscal había implementado
nuevas normas, y por lo tanto, a partir de los veinte dólares de tarifa debían
entregar factura. Sin que intermedie ningún tipo de réplica, Fernanda dio sus
nombres completos, dirección exacta y número de teléfono. Luego hablaría con su
hijo Pablo, él era quien se hacía cargo de los temas financieros, tanto de ella como de
Braulio. Él resolvería todo, a la final, les ayuda con algo de dinero, aunque
generalmente no les hace falta. Les hizo vender la casa, escogió el
departamento que debían comprar, qué tener, qué no; en fin, las decisiones son de él.
Fernanda y Renato se miran fijamente y
esbozan una cómplice sonrisa mientras observan a la indiscreta cliente que sigue hablando del
robo. Fernanda no había visto antes a ese joven, se quedó sorprendida, le llamó
la atención, debía tener alrededor de unos treinta años. Renato se dirigió al
mostrador principal, entregó los datos para la factura, ahí estaba Manolo quien
le daba algunas instrucciones, al tiempo que hacía una llamada telefónica. Mientras
espera en la estación de trabajo, Fernanda recuerda lo último que dijo a Braulio, con miras a tener un
pasatiempo juntos.
He visto que aquí en el edificio tienen
algunas actividades, ¿qué te parece si organizamos un club de lectura?... no,
para nada, la gente no es constante,
además ahora ya nadie lee, ahora todos viven prendidos de esos ridículos
aparatos, como tú.
Fernanda emana un suspiro mientras
Renato se sienta frente a ella.
—¡Qué pena haberle hecho esperar! señora —le dijo.
—No se preocupe, no hay problema —responde.
Renato es un joven simpatiquísimo, no lo he visto antes, es delgado,
atlético; sus manos lucen muy delicadas y hace el trabajo con sutileza, esos ojos
pardos que tiene son… son… encantadores,
no sé qué puedo decir de su sonrisa, y el hoyo que tiene en la mejilla
izquierda, la verdad, me agrada.
Fernanda está cautivada por la simpatía del nuevo trabajador, casi no lo
mira a los ojos porque particularmente en el momento en que él le sonríe, ella se
siente amedrentada.
No recuerdo la última vez que me impresioné
así, es un hombre bello, ¡Dios mío, Dios mío!
—Me avisa si le duele —le dijo con una voz muy suave, cuando pulía sus
uñas.
Él empezó a hacerle muchas preguntas, y en este caso a Fernanda no le
resultaban molestosas ni impertinentes.
—¿Entonces vive muy cerca de aquí?, ¿su esposo pasa en casa?, ¿viven los
dos solos?, ¿son jubilados?, ¿así que
fue profesora de literatura?, yo leo muy poco, es que no hay tiempo, ¿qué me
recomendaría?, soy muy romántico…
Luego Renato se levantó un momento en busca otra lima de uñas para que le
entreguen en el mostrador principal, cuando lo hacían, él intercambiaba algunas
frases con Manolo. Fernanda está contenta, aunque no deja de pensar en su
panorama personal. Salir a hacerse el mantenimiento de las uñas es una
actividad especial que no le entusiasma mucho por el tiempo que se demoran,
pero sin duda, ese día es diferente. Cuando conversa con Renato le invaden las reminiscencias
de su vida junto a Braulio, Pablo, su
único hijo, su nieto, su nuera, los pocos amigos, las decisiones tomadas.
La casa es bella, pero ya cumplió su función, es demasiado grande, ustedes soy mayores, estaré más
tranquilo si están en un departamento, ahí tendrán todas las seguridades. No
importa, les sobrará dinero, eso pondremos en pólizas, les dará un rendimiento
especial, ¿no se puede pedir más?, el
departamento tiene linda vista, una panorámica a la ciudad pero… ¡no alcanzan
mis libros!, eso no importa, me los
llevo a mi casa, así cuando vayan de visita tendrán qué hacer, me voy a vivir
fuera de la ciudad, no podré visitarles siempre, traten de salir, mi papá que
ya no maneje, aquí tienen todo cerca, pueden ir caminando, tomen taxis solo con
matrícula, no necesitan más, tener jardines es muy complicado, ustedes ya no
pueden exponerse, es preferible que tengan un solo escritorio.
Renato culminó prácticamente la primera parte del trabajo, ya pasó cerca de una hora y media; Fernanda mira el
reloj en la pared, ella tiene calculado el tiempo, pero no siente apuro, se da
cuenta que aunque se demore un poco más, Renato es sumamente prolijo. Le hace
ahora un pequeño masaje en las manos, entrelaza sus dedos con los de ella, Fernanda está a punto de desfallecer,
de todas formas, no deja de sentirse avergonzada por lo que le sucede. Queda
por unos minutos puesta un poco de crema exfoliante para las manos, hasta que
haga su efecto de hidratación y limpieza,
él le enseña la carta de colores de esmaltes y diseños.
—Yo siempre me hago el pintado francés —dice Fernanda.
—¿Cómo?, pero ¿por qué no ensayamos con algo nuevo?, sus manos son muy
bellas, mire le luciría muy bien una fina línea nacarada.
—No, no, la verdad es que no me gusta, prefiero solo una línea.
—Pero mire estos diseños señora Fernanda, le sentarían muy bien —insiste
Renato.
Fernanda se sorprende, observa una cartilla con diseños de figuras de
Halloween que pronto se celebrará, eran monstruos, calaveras, brujas, bosquejos
que simulaban sangre derramada, cadáveres y más.
A Fernanda la verdad es que le encantaron esos diseños, y pensó que se podría hacer solo para divertir a su nieto, pero no se le ocurrió comentar
eso, es una mujer madura, bien conservada, sin embargo, no quiso presentarse
ante él como abuela.
—No, prefiero lo que siempre me hago, casi me convence, pero no —empieza a
reír.
—¡Uy, Renato!, no insistas, la señora Fernanda solo se hace el diseño
francés, nunca cambia, yo ya me hubiera aburrido —intervino una de las
empleadas.
Después de unos minutos, Fernanda empieza a sentirse mal, mareada, piensa que
seguramente es por el olor del acrílico que usan, es muy fuerte, y el removedor de esmalte es penetrante,
inclusive, otras veces cuando le
han despintado las uñas, solían arderle los
ojos. En ese momento, Renato que se levantó unos segundos antes, regresa con un
pequeño recipiente blanco lleno de agua, le va a hacer el enjuague final de sus
manos, tiene que sacarle toda la crema de
tratamiento para la piel que le había puesto, Fernanda, siente más agudo el mareo, decide no mirar a los ojos de Renato;
cuando él lava sus manos, ella observa el movimiento del agua, se fija con qué delicadeza hace su trabajo; da un suspiro
fuerte y ligeramente cierra los ojos, al volverlos a abrir, en cuestión de imperceptibles
segundos, encuentra el agua totalmente teñida de sangre, Fernanda se aterroriza,
inmediatamente alza la mirada para
encontrarse con los profundos ojos de Renato; él se ríe, pero ahora esa
sonrisa le parece burlona, sarcástica y maliciosa, entonces desvía la mirada,
se agita, solo alcanza a ver un colgante que luce él en su cuello, es una pequeña pero
grotesca calavera, en los orificios de los ojos hay una diminuta piedra roja
que brilla con intensidad; son leves segundos, mínimos como una fugaz
pesadilla. En el momento que retoma la completa conciencia, Renato está
envolviendo sus manos con una toalla blanca para secarlas, inmediatamente empezará
a pintar las uñas de Fernanda. Ella mira el reloj, han pasado casi dos horas y media, le parece demasiado tiempo,
se preocupa por Braulio.
Cuando terminó Renato el trabajo, me puse mis anillos y me levanté apurada,
Manolo me entregó la cartera, no tuve cuidado en sacar el dinero, no recuerdo
de que me hayan dado una factura, en todo caso, salí enseguida. Llegué al
edificio donde vivo, estaba con una ligera angustia que no sabía cómo
verbalizarla.
Fernanda toma el ascensor, su
departamento es el ocho “C”, tiene vista a la ciudad y un diminuto balcón, al
subir, se mira al espejo y aprisiona su
pecho, siente agitación, le duele ligeramente la cabeza, solo da un suspiro
antes de salir. La puerta está sin
seguro, le parece extraño, al abrirla tiene un raro presentimiento, encuentra todo
revuelto, su corazón sigue latiendo y siente como su cuerpo está tomado por el
pánico, no dice nada, no reacciona, sus pisadas son tímidas, solo busca a su
esposo.
—Braulio… Braulio… Braulio…
Conforme camina, revisa cada lugar, cada rincón, llega hasta una esquina
frente a la ventana donde suele pararse Braulio, lo encuentra tirado en el
piso. Ella se acerca asustada, está inconsciente,
se abalanza sobre él, empieza a llorar, tiene
un corte en la cabeza, hay sangre derramada, cuando ligeramente golpea sus
mejillas y él no responde, siente que su corazón aun late, ella abrumada como está
le parece estar viviendo un sueño, en el
momento en que toca el pecho de su esposo, mira sus uñas acrílicas y da un
grito de pánico al fijarse que todas ellas tienen diseños diferentes: sangre
derramada, carabelas, puñales, demonios. En medio de sus gritos desesperados,
finalmente se desmaya.
Oscureció hace varias horas, la voz
de Fernanda es lánguida y extenuada, ahora se encuentra tendida en su cama, junto a ella está Tina, la esposa de Pablo quien con sumo
cuidado le arregla las cobijas.
—¿Qué pasó? —pregunta con una voz que desfallece.
—Todo está bien Fernanda, no te agites, tranquila, asaltaron el
departamento, quédate quieta.
—¿Y Braulio?, ¿dónde está?, lo encontré…
—Está bien, gracias a Dios, tuvieron que llevarle urgente al hospital, le
rompieron la cabeza, recobró el conocimiento, ha reaccionado bien, Pablo está
con él.
Esa tarde, en el piso ocho del edificio donde vive Fernanda, se oyeron sus
gritos desesperados antes de que se desmaye y pierda totalmente el
conocimiento. Fabiola, la vecina del departamento ocho “B”, acudió a su llamado
de auxilio, en medio del pánico, pudo encontrar el celular para comunicarse con Pablo.
Fernanda mira la ventana, se siente muy rara.
—Tienes que estar tranquila, has
dormido cerca de seis horas, te traeré agua —le dice Tina y acaricia su cabeza.
Fernanda se siente muy débil, quiere
ver a su esposo, desea abrazarlo. En ese momento recuerda el susto que tuvo cuando lo vio
tendido en el piso, tenía una sensación de abismo indescriptible. Recuerda los
últimos momentos, ella casi alejándose de esa escena de dolor, y sí, cosa
extraña, viene a su mente la imagen de sus uñas, entonces el miedo la paraliza,
su corazón se acelera; sus brazos están bajo las cobijas, decide poco a poco sacarlos para verse las manos,
en el momento que empieza a bajar la
vista y mirar sus uñas, irrumpe con
fuerza en el dormitorio Javier, su nieto de cuatro años.
—¡Abuela!, ¿cómo estás?, ahora yo te voy a cuidar, nos vamos a quedar con
mi mamá aquí.
—¡Mi precioso bebé!
Javier se sube alborotado a su cama,
Fernanda lo abraza, empieza a llorar.
En la cocina está Tina, habla por cuarta vez con su madre quien no cesa de
darle recomendaciones pues esa noche ella acompañará a su suegra.
Pablo en el hospital, recibe el último informe del médico, está ya en
trámite la denuncia policial que debe hacer; lleva puesto traje, pero ya se sacó la corbata y se ha quitado los zapatos, se sienta en el
sofá, a su lado tiene una manta con la que se cubrirá toda la noche, de
espaldas a la ventana empieza a llorar
desconsolado; al frente suyo, su padre que yace en el cama bien dormido, recibe en su rostro la luz que llega del poste eléctrico
de la calle, emana tranquilidad, inclusive se le dibuja una tenue sonrisa.
Han pasado ocho semanas desde el último mantenimiento que hizo Fernanda a
sus uñas, ahora solo las lima, no se le
ha ocurrido volverse a rellenar con acrílico. Está sentada junto al ventanal de
su departamento desde donde se divisa la ciudad, en ese momento le entra un mensaje por el
teléfono celular, es Braulio.
—Braulio: preciosa, ya estamos listos, puedes bajar.
Fernanda se acerca y mira hacia abajo, junto a la vereda están Braulio, Pablo
y su nieto, acaban de introducir unos paquetes en la cajuela del carro; ella estira la mano para fijar la cinta adhesiva
que está pegada en un letrero que colocó hace unos minutos en la ventana donde
se anuncia la venta del departamento, guarda la lima de uñas en su cartera y
sale, al cerrar la puerta, el movimiento de la cerradura y los pasos que se
alejan, sellan una parte de su historia.
Pablo es un próspero abogado, su residencia está en medio de un gran
terreno, vive fuera de la ciudad, mientras afina los detalles con un arquitecto para
construir junto a su casa una más pequeña para sus padres, ellos vivirán con él,
su esposa Tina y su hijo. Todos están muy felices con esa decisión, y él siente
una infinita paz.
Subidos todos en el carro, siguen de largo, no miran a ningún lado, dejan
ese barrio. Nadie alcanzó a mirar que a media cuadra, en el local de Pretty Nails están estacionados tres carros de color negro y vidrios
polarizados. En esas instalaciones se encuentran varios agentes del Servicio Nacional de Investigación del
Delito; vestidos de civil y armados, someten al personal que ahí trabaja,
no hay clientes. Luego de minuciosas investigaciones se ha descubierto que los
dueños Pretty Nails lideran una banda
de asaltantes que lleva operando en la zona cerca de cuatro meses; su modo de actuar
ha
consistido en enganchar a sus
clientes; cuando guardaban las carteras, extraían las llaves de sus viviendas o
carros, también tarjetas de crédito. Antes
de emprender el golpe, quien hacía el manicure sacaba información detallada
sobre las rutinas de las personas y modos de vida, se mostraban siempre muy
amigables. Los agentes de seguridad habían
recibido varias denuncias de atracos en ese sector, las pistas que tenían
permitieron identificar a los responsables, además la oficina de tributación fiscal
les iniciará un proceso penal y de embargo por evasión, emisión de documentos falsos y
posible lavado de dinero.
Pretty Nails acaba de ser clausurado y los dueños pronto estarán tras las rejas.
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