miércoles, 20 de abril de 2016

Pretty Nails

María Elena Rodríguez 




Eran sensaciones; pero dentro de ellas había elementos increíbles de tiempo y de espacio...
cosas que en el fondo poseen una existencia clara y definida.

Howard Phillips Lovecraft
Hypnos


Once y treinta en punto, Fernanda deja la sala de espera. Acompañada de una de las empleadas de Pretty Nails, sube las gradas para dirigirse hacia las sobrias estaciones de trabajo que tiene el lugar, su turno está previsto justamente para esa hora.

—Bienvenida señora Fernanda —le saluda Manolo, el dueño del local.

Pretty Nails es un establecimiento donde se colocan uñas acrílicas, una costumbre ya muy extendida en la actualidad; son más o menos cinco años desde que Fernanda optó por esa moda.

Prefiero llevar uñas acrílicas, realmente es lo más práctico, no tengo que estar con el problema de que se me quiebran y malogran cuando hago alguna actividad en  casa,  mis uñas siempre han sido frágiles; me molesta un poco ir a las sesiones de mantenimiento;  para que se conserven bien, tengo que ponerme el relleno acrílico cada dos semanas, y eso no se hace  en menos de una hora, no soy paciente con estas cosas. En fin, es el costo de la vanidad, de paso aprovecho y salgo un poco, me distraigo, cambio de ambiente.

Desde hace seis meses me atiendo en Pretty Nails, antes lo hacía en otro local, he preferido este lugar porque está ubicado a media cuadra del edificio donde vivo con mi esposo, vengo caminando.

Manolo compró este negocio recién hace cinco meses, como nuevo dueño, he visto que está renovando al personal, me parece que son ya cuatro hombres los recién empleados. Manolo es cordial, la verdad, no sé, no me gustan los prejuicios, sin embargo me da la idea de que los varones cuando se dedican a estos temas “de mujeres”, lucen especiales. Las manicuristas trabajan bien, no lo niego, pero algunas son bruscas, y otras en extremo impertinentes, creen que pueden preguntar cualquier cosa, mientras ruidosamente mastican chicle.

¿Y a su esposo le gusta que se ponga uñas postizas?, ¿a dónde se va de vacaciones este feriado?, ¿por qué solo se hace el pintado francés?, ¿si ya no trabaja, entonces qué hace?

Fernanda  está molesta,  a pesar de que tiene cita, le están haciendo esperar.

Mireya, la muchacha que estaba designada para atenderme, no podía desocuparse, terminó su labor con una cliente, pero ella no dejaba de hablar sobre el caso de un robo que le habían contado que le pasó a una vecina suya muy cerca de aquí; yo me empecé a impacientar, Manolo se dio cuenta, muy cordial, se acercó y tomó mi bolso.

—Señora Fernanda, enseguida le atiende Mireya, su cartera la colgaré en la percha que tenemos en el mostrador principal, póngase cómoda.

Manolo toma de sorpresa a Fernanda con esa acción, ella solo alcanza a sacar su móvil; siempre que va  a ponerse el relleno, coloca la cartera en el regazo y paga por adelantado para no estropear después las uñas recién pintadas, pero ahora no lo pudo hacer. Fernanda sigue parada frente a la estación de trabajo de Mireya, revisa el teléfono en busca de algún mensaje, particularmente de Braulio, su esposo, pero a él no le gusta comunicarse de esa manera, se resiste a ello.

Si quieres decirme algo lo haces personalmente, nada te cuesta marcar el número de teléfono, no es necesario que cada tres minutos me digas lo que vas a hacer o me preguntes qué hago, ¡pareces una adolescente!, yo estoy siempre aquí… así es, siempre ahí, encerrado en el departamento, ausente, haciendo casi nada, ¡ah, cierto!, armando rompecabezas, me da la idea de que me estoy habituando a esta rutina, me siento como domesticada en el desengaño, no me imaginé terminar así.

Últimamente Fernanda, como aferrándose a un salvavidas en medio de un desconocido y amenazante océano, evoca permanentemente instantes sobrecogedores cuando empezó su relación con Braulio, hace cuarenta años; ella tenía veinte y él veinte y cinco. Recuerda cuando una y otra vez, recuperados de la entrega mutua, leían juntos la poesía de Cernuda, el poeta testigo de su amor juvenil.

Libertad, no conozco sino la libertad de estar preso en alguien;
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío, alguien por quien me olvido
de esta existencia mezquina…

Se hicieron novios en la universidad, los dos estudiaron literatura, su pasión por las letras a cada uno le llevó a la docencia universitaria, ahora son  maestros jubilados.

—Manolo, por favor, ¿cuánto más debo esperar?, ya son las once y cuarenta y cinco —preguntó Fernanda en medio de sus remembranzas.

—Señora Fernanda, pase acá por favor, ahora mismo le atienden.

Fernanda se ubicó en la estación de trabajo contigua; mientras se instalaba, miraba incrédula cómo la cliente que atendió hace rato Mireya, seguía hablando. Al sentarse se saca los anillos, menos la alianza matrimonial, nunca se la quita, en ese momento se acerca Renato.

—Buenos días señora, le atiendo enseguida, pero antes de nada, por favor deme sus datos completos para hacer la factura —le dijo.

—Es la primera vez que me piden esa información —respondió ella.

Renato le contó que la oficina de tributación fiscal había implementado nuevas normas, y por lo tanto, a partir de los veinte dólares de tarifa debían entregar factura. Sin que intermedie ningún tipo de réplica, Fernanda dio sus nombres completos, dirección exacta y número de teléfono. Luego hablaría con su hijo Pablo, él era quien se hacía cargo de  los temas financieros, tanto de ella como de Braulio. Él resolvería todo, a la final, les ayuda con algo de dinero, aunque generalmente no les hace falta. Les hizo vender la casa, escogió el departamento que debían comprar, qué tener, qué no; en fin,  las decisiones son de él.

Fernanda y Renato se miran fijamente y  esbozan una cómplice sonrisa mientras observan  a la indiscreta cliente que sigue hablando del robo. Fernanda no había visto  antes  a ese joven, se quedó sorprendida, le llamó la atención, debía tener alrededor de unos treinta años. Renato se dirigió al mostrador principal, entregó los datos para la factura, ahí estaba Manolo quien le daba algunas instrucciones, al tiempo que hacía una llamada telefónica. Mientras espera en la estación de trabajo, Fernanda recuerda lo último que  dijo a Braulio, con miras a tener un pasatiempo juntos.

He visto que aquí en el edificio tienen algunas actividades, ¿qué te parece si organizamos un club de lectura?... no, para nada,  la gente no es constante, además ahora ya nadie lee, ahora todos viven prendidos de esos ridículos aparatos, como tú.

Fernanda emana un  suspiro mientras Renato se sienta  frente a ella.

—¡Qué pena haberle hecho esperar! señora —le dijo.

—No se preocupe, no hay problema —responde.

Renato es un joven simpatiquísimo, no lo he visto antes, es delgado, atlético; sus manos lucen muy delicadas y hace el trabajo con sutileza, esos ojos pardos que tiene son… son… encantadores, no sé qué puedo decir de su sonrisa, y el hoyo que tiene en la mejilla izquierda, la verdad, me agrada.

Fernanda está cautivada por la simpatía del nuevo trabajador, casi no lo mira a los ojos porque particularmente en el momento en que él le sonríe, ella se siente  amedrentada.

No recuerdo la última vez que me impresioné así, es un hombre bello, ¡Dios mío, Dios mío!

—Me avisa si le duele —le dijo con una voz muy suave, cuando pulía sus uñas.

Él empezó a hacerle muchas preguntas, y en este caso a Fernanda no le resultaban molestosas ni impertinentes.

—¿Entonces vive muy cerca de aquí?, ¿su esposo pasa en casa?, ¿viven los dos solos?,  ¿son jubilados?, ¿así que fue profesora de literatura?, yo leo muy poco, es que no hay tiempo, ¿qué me recomendaría?, soy muy romántico…

Luego Renato se levantó un momento en busca otra lima de uñas para que le entreguen en el mostrador principal, cuando lo hacían, él intercambiaba algunas frases con Manolo. Fernanda está contenta, aunque no deja de pensar en su panorama personal. Salir a hacerse el mantenimiento de las uñas es una actividad especial que no le entusiasma mucho por el tiempo que se demoran, pero sin duda, ese día es diferente. Cuando conversa con Renato le invaden las reminiscencias de  su vida junto a Braulio, Pablo, su único hijo,  su nieto, su nuera, los  pocos amigos, las decisiones tomadas.

La casa es bella,  pero ya cumplió su función, es demasiado  grande, ustedes soy mayores, estaré más tranquilo si están en un departamento, ahí tendrán todas las seguridades. No importa, les sobrará dinero, eso pondremos en pólizas, les dará un rendimiento especial,  ¿no se puede pedir más?, el departamento tiene linda vista, una panorámica a la ciudad pero… ¡no alcanzan mis libros!, eso no importa,  me los llevo a mi casa, así cuando vayan de visita tendrán qué hacer, me voy a vivir fuera de la ciudad, no podré visitarles siempre, traten de salir, mi papá que ya no maneje, aquí tienen todo cerca, pueden ir caminando, tomen taxis solo con matrícula, no necesitan más, tener jardines es muy complicado, ustedes ya no pueden exponerse,  es preferible que  tengan un solo escritorio.

Renato culminó prácticamente la primera parte del trabajo, ya pasó  cerca de una hora y media; Fernanda mira el reloj en la pared, ella tiene calculado el tiempo, pero no siente apuro, se da cuenta que aunque se demore un poco más, Renato es sumamente prolijo. Le hace ahora un pequeño masaje en las manos, entrelaza sus dedos  con los de ella, Fernanda está a punto de desfallecer, de todas formas, no deja de sentirse avergonzada por lo que le sucede. Queda por unos minutos puesta un poco de crema exfoliante para las manos, hasta que haga su efecto de hidratación y limpieza,  él le enseña la carta de colores de esmaltes y diseños.

—Yo siempre me hago el pintado francés —dice Fernanda.

—¿Cómo?, pero ¿por qué no ensayamos con algo nuevo?, sus manos son muy bellas, mire le luciría muy bien una fina línea nacarada.

—No, no, la verdad es que no me gusta, prefiero solo una línea.

—Pero mire estos diseños señora Fernanda, le sentarían muy bien —insiste Renato.

Fernanda se sorprende, observa una cartilla con diseños de figuras de Halloween que pronto se celebrará, eran monstruos, calaveras, brujas, bosquejos que simulaban sangre derramada, cadáveres y más.

A Fernanda la verdad es que le encantaron esos diseños, y pensó que  se podría hacer solo para  divertir a su nieto, pero no se le ocurrió comentar eso, es una mujer madura, bien conservada, sin embargo, no quiso presentarse ante él como abuela.

—No, prefiero lo que siempre me hago, casi me convence, pero no —empieza a reír.

—¡Uy, Renato!, no insistas, la señora Fernanda solo se hace el diseño francés, nunca cambia, yo ya me hubiera aburrido —intervino una de las empleadas.

Después de unos minutos, Fernanda empieza a sentirse mal, mareada, piensa que seguramente es por el olor del acrílico que usan, es muy fuerte, y  el removedor de esmalte es penetrante, inclusive,  otras veces cuando le han  despintado las uñas, solían arderle los ojos. En ese momento, Renato que se levantó unos segundos antes, regresa con un pequeño recipiente blanco lleno de agua, le va a hacer el enjuague final de sus manos, tiene que sacarle toda la crema de  tratamiento para la piel que le había puesto, Fernanda, siente  más agudo  el mareo, decide no mirar a los ojos de Renato; cuando él lava sus manos, ella observa  el movimiento del  agua, se fija  con qué delicadeza hace su trabajo; da un suspiro fuerte y ligeramente cierra los ojos, al volverlos a abrir, en cuestión de imperceptibles segundos, encuentra el agua totalmente teñida de sangre, Fernanda se aterroriza, inmediatamente alza la mirada para  encontrarse con los profundos ojos de Renato; él se ríe, pero ahora esa sonrisa le parece burlona, sarcástica y maliciosa, entonces desvía la mirada, se agita, solo alcanza a ver un colgante  que luce él en su cuello, es una pequeña pero grotesca calavera, en los orificios de los ojos hay una diminuta piedra roja que brilla con intensidad; son leves segundos, mínimos como una fugaz pesadilla. En el momento  que retoma  la completa conciencia, Renato está envolviendo sus manos con una toalla blanca para secarlas, inmediatamente empezará a pintar las uñas de Fernanda. Ella mira el reloj,  han pasado casi  dos horas y media, le parece demasiado tiempo, se preocupa por  Braulio.

Cuando terminó Renato el trabajo, me puse mis anillos y me levanté apurada, Manolo me entregó la cartera, no tuve cuidado en sacar el dinero, no recuerdo de que me hayan dado una factura, en todo caso, salí enseguida. Llegué al edificio donde vivo, estaba con una ligera angustia que no sabía cómo verbalizarla.

Fernanda toma  el ascensor, su departamento es el ocho “C”, tiene vista a la ciudad y un diminuto balcón, al subir,  se mira al espejo y aprisiona su pecho, siente agitación, le duele ligeramente la cabeza, solo da un suspiro antes de salir. La puerta está  sin seguro, le parece extraño, al abrirla tiene un raro presentimiento, encuentra todo revuelto, su corazón sigue latiendo y siente como su cuerpo está tomado por el pánico, no dice nada, no reacciona, sus pisadas son tímidas, solo busca a su esposo.

—Braulio…  Braulio… Braulio…

Conforme camina, revisa cada lugar, cada rincón, llega hasta una esquina frente a la ventana donde suele pararse Braulio, lo encuentra tirado en el piso. Ella se acerca asustada, está  inconsciente,  se abalanza sobre él, empieza a llorar, tiene un corte en la cabeza, hay sangre derramada, cuando ligeramente golpea sus mejillas  y  él no responde, siente que  su corazón aun late, ella abrumada como está le parece estar viviendo un sueño,  en el momento en que toca el pecho de su esposo, mira sus uñas acrílicas y da un grito de pánico al fijarse que todas ellas tienen diseños diferentes: sangre derramada, carabelas, puñales, demonios. En medio de sus gritos desesperados, finalmente se desmaya.

Oscureció hace varias horas, la voz de Fernanda es lánguida y extenuada, ahora se encuentra tendida en su  cama,  junto a ella  está Tina, la esposa de Pablo quien con sumo cuidado le arregla las cobijas.

—¿Qué pasó? —pregunta con una voz que desfallece.

—Todo está bien Fernanda, no te agites, tranquila, asaltaron el departamento, quédate quieta.

—¿Y Braulio?, ¿dónde está?, lo encontré…

—Está bien, gracias a Dios, tuvieron que llevarle urgente al hospital, le rompieron la cabeza, recobró el conocimiento, ha reaccionado bien, Pablo está con él.  

Esa tarde, en el piso ocho del edificio donde vive Fernanda, se oyeron sus gritos desesperados antes de que se desmaye y pierda totalmente el conocimiento. Fabiola, la vecina del departamento ocho “B”, acudió a su llamado de auxilio,  en medio del  pánico,  pudo encontrar el  celular para  comunicarse con Pablo.

Fernanda mira la ventana, se siente muy rara.

—Tienes que estar tranquila,  has dormido cerca de seis horas, te traeré agua —le dice Tina y  acaricia su cabeza.

Fernanda se siente  muy débil, quiere ver a su esposo, desea abrazarlo. En ese momento  recuerda el susto que tuvo cuando lo vio tendido en el piso, tenía una sensación de abismo indescriptible. Recuerda los últimos momentos, ella casi alejándose de esa escena de dolor, y sí, cosa extraña, viene a su mente la imagen de sus uñas, entonces el miedo la paraliza, su corazón se acelera; sus brazos están bajo las cobijas,  decide poco a poco sacarlos para verse las manos, en el momento que empieza  a bajar la vista y mirar  sus uñas, irrumpe con fuerza en el dormitorio Javier, su nieto de cuatro años.

—¡Abuela!, ¿cómo estás?, ahora yo te voy a cuidar, nos vamos a quedar con mi mamá aquí.

—¡Mi precioso bebé!

Javier se sube alborotado a su  cama, Fernanda lo abraza,  empieza a llorar.

En la cocina está Tina, habla por cuarta vez con su madre quien no cesa de darle recomendaciones pues esa noche ella  acompañará a su suegra.

Pablo en el hospital, recibe el último informe del médico, está ya en trámite la denuncia policial que debe hacer;  lleva  puesto traje, pero ya se sacó la corbata y  se ha quitado los zapatos, se sienta en el sofá, a su lado tiene una manta con la que se cubrirá toda la noche, de espaldas a la ventana  empieza a llorar desconsolado; al frente suyo, su padre que yace en el cama bien dormido,  recibe en  su rostro la luz que llega del poste eléctrico de la calle, emana tranquilidad, inclusive se le dibuja una tenue sonrisa.

Han pasado ocho semanas desde el último mantenimiento que hizo Fernanda a sus uñas, ahora solo las lima,  no se le ha ocurrido volverse a rellenar con acrílico. Está sentada junto al ventanal de su departamento desde donde se divisa la ciudad,  en ese momento le entra un mensaje por el teléfono celular, es  Braulio.

—Braulio: preciosa, ya estamos listos, puedes bajar.

Fernanda se acerca y mira hacia abajo, junto a la vereda están Braulio, Pablo y su nieto, acaban de introducir unos paquetes en la cajuela del carro;  ella estira la mano para fijar la cinta adhesiva que está pegada en un letrero que colocó hace unos minutos en la ventana donde se anuncia la venta del departamento, guarda la lima de uñas en su cartera y sale, al cerrar la puerta, el movimiento de la cerradura y los pasos que se alejan,  sellan una parte de su historia.

Pablo es un próspero abogado, su residencia está en medio de un gran terreno, vive fuera de la ciudad, mientras  afina los detalles con un arquitecto para construir junto a su casa  una más  pequeña para sus padres, ellos vivirán con él, su esposa Tina y su hijo. Todos están muy felices con esa decisión,  y él  siente una infinita paz.

Subidos todos en el carro, siguen de largo, no miran a ningún lado, dejan ese barrio. Nadie alcanzó a mirar que a media cuadra, en el local de Pretty Nails están estacionados  tres carros de color negro y vidrios polarizados. En esas instalaciones se encuentran varios agentes del Servicio Nacional de Investigación del Delito; vestidos de civil y armados, someten al personal que ahí trabaja, no hay clientes. Luego de minuciosas investigaciones se ha descubierto que los dueños Pretty Nails lideran una banda de asaltantes que lleva operando en la zona cerca de cuatro meses; su modo de actuar  ha  consistido en  enganchar a sus clientes; cuando guardaban las carteras, extraían las llaves de sus viviendas o carros, también  tarjetas de crédito. Antes de emprender el golpe, quien hacía el manicure sacaba información detallada sobre las rutinas de las personas y modos de vida, se mostraban siempre muy amigables.  Los agentes de seguridad habían recibido varias denuncias de atracos en ese sector, las pistas que tenían permitieron identificar a los responsables, además la oficina de tributación fiscal les iniciará un proceso penal y de embargo  por evasión, emisión de documentos falsos y posible lavado de dinero.

Pretty Nails acaba de ser clausurado y los dueños pronto estarán tras las rejas.

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