viernes, 1 de abril de 2016

Los monstruos del metal

Marcos Núñez Núñez



Debía demostrarles lo que significaba ser metalero. Ellos tres iban con sus chamarras de mezclilla sin mangas, con un montón de logotipos de sus bandas favoritas, de las que presumían como supuestos conocedores. En la madrugada fría de San Luis Potosí todavía no cruzábamos palabra, pero ya venía maliciando que eran unos tremendos poseros, flacuchos de diecinueve años que nomás aprovechaban la oportunidad para jactarse y drogarse.

Recuerdo que me sentí nervioso, me frotaba las manos porque a las siete debíamos salir a Naucalpan, Estado de México, ni señales del Necros, el chofer de la vagoneta. Mientras, aquellos seguían en su “rollo”, a las risas y no se inmutaron de mi presencia cuando fumaron su mariguana. Ese olor me recordó viejos tiempos, cuando me viajaba con el Dark Side of the Moon de Pink Floyd, en la azotea de mi casa, junto a María Conchita que siempre se quejaba de que yo había dejado a los Pasteles Verdes por mis amigos. Ella odiaba mis gustos renovados y yo le hablaba de Led Zeppelin y de la banda más grande, la mamá de los metaleros actuales, Black Sabbath. Suspiré, tenía muchos años de haber dejado la yerba y ese olor vino a removerme el pasado. También recordé que me vestía muy a la “onda”, tenía el cabello largo y una chamarra con tiras que hacía pasar por cherokees, nada que ver, la había comprado en un tianguis de Texmelucan. Por eso yo sabía que esos desgraciados eran unos poseros, ya que a su edad también lo fui y poco a poco maduré en la verdadera actitud, en la modestia del que sólo está para honrar a la música y a las bandas que arriesgan todo en el escenario. Debía demostrarles que fumar mariguana y vestirse de forma estrafalaria no les servía de nada ante alguien como yo, que en verdad tengo años conociendo el ambiente metalero. Sabía que tendría varias oportunidades para darles cátedra, pues eso apenas era el comienzo.

Desde la primera vez que les hablé comenzaron los problemas, se pusieron tensos, como que les incomodaba que alguien con mejores conocimientos los hiciera sentir menos. Ya íbamos dentro de la camioneta que la empresa Morbid Visions rentó para aquellos que compramos boletos en promoción, el interior se veía bien, los asientos casi nuevos, limpios, olía agradable, la alfombra se sentía suave en mis manos y el aire acondicionado no hacía ruido. Los tres amigos iban en el asiento de atrás y comentaban el video que el Necros proyectó para entretenernos, era un concierto de Ronnie James Dio, yo lo estaba disfrutando y hasta pedí que le subieran el volumen cuando cantó Holy Diver. Sin embargo los tres chicos no compartían mi entusiasmo, se burlaban de Dio, decían que se vestía ridículo, y cuando gritaron al chofer que cambiara el DVD por otro, la verdad me molesté, no pude soportarlo.

—Cómo pueden ser injustos con Dio —les reclamé desde mi asiento.

—No es nada especial, viejo, ese artista no nos gusta, no sabemos ni quién es. Que pongan heavy metal de verdad —respondió el que tenía la camisa con el estampado de un clásico álbum de Black Sabbath, donde están tres ángeles jugando naipes mientras fuman. El chico llevaba el cabello largo y aparentaba, como sus amigos, ser de familia adinerada.

— ¡Ah! ¿Sí? A ver, chamaco, dime qué canción interpreta ahora el gran Dio —dije curioso y con tono burlón.

 Los tres se miraron entre sí, haciendo gestos de que no sabían.

—Me doy cuenta cuando estoy ante un trío de poseros. Tienes la respuesta en tu playera y ni lo sabes. Es Heaven and hell, uno de los principales éxitos de Black Sabbath a principios de los ochenta. La interpretó el gran Dio cuando formó parte de la banda.

— ¿Cómo es que sabe todo eso? —preguntó uno que llevaba en su playera negra el estampado del álbum Don't Break the Oath, de Mercyful Fate, que tiene a un demonio asomándose desde las llamas del infierno.

            —Llevo muchos años en el medio, comencé en 1980, cuando ustedes ni nacían. Ahora los metaleros son como ustedes, unos poseros que no saben nada del metal.

            —No diga mamadas, viejo. La neta, su barba parece de Santa Claus. Mírese, ya no está para estos trotes.

            —No me haré el ofendido, muchacho, tengo cincuenta y cuatro, pero con la barba me veo como abuelito. Me llamo Tomás, pero me pueden decir Rey Diamante.

            Los tres en su momento me estrecharon la mano cuando los saludé, luego se miraron entre sí y se rieron.

            —Yo soy Miguel, este huey se llama Rubén Flores y este otro, con cara de marica, es Melquiades —respondió el de la playera de Black Sabbath, mientras la Van reducía velocidad para pasar una curva.

            —Qué nombres sin chiste, si van a estar en el medio metalero deberían ponerse un nombre digno.

            —A ver, viejo ¿Qué diablos es eso de Rey Diamante? —cuestionó Melquiades, el que llevaba la estampa de Mercyful Fate.

            —Jim Morrison era el Rey Lagarto ¿Sí saben quién fue Morrison? ¿Verdad? ─les dije mirándolos con sospecha.

            ─Pues no ─respondió Rubén, quien aparentaba ser el más callado, pero el más bravo.

            ─Valen madre, no importa, él era el Rey Lagarto, pues bien, yo soy el Rey Diamante, mira muchacho, la respuesta la llevas en tu playera. Si nunca has escuchado el Abigail de King Diamond, la verdad no me explico para qué presumir la portada de su disco en la playera, eso es de fanfarrones —no dije más, giré en mi asiento y seguí disfrutando el concierto de Dio.

            Casi a las once de la mañana la camioneta se detuvo en una gasolinera de Querétaro y fue allí donde las cosas se pusieron más difíciles. Mientras comía galletas con el Necros, vi que los tres chicos se fueron al baño con sus celulares en la mano. “Parecen nenas que cagan juntas”, dije en voz alta, el Necros se rio conmigo y opinó que ellos han de estar en la onda del heavy metal por la mariguana, sólo por eso. Cuando salieron me acerqué para preguntarle a Melquiades.

            — ¿Ya averiguaste qué banda fue Mercyful Fate?

            — ¡Cállese viejo pendejo! Se cree muy sabiondo.

            ─Ay sí, muy sabiondo, habla como hombre, en verdad pareces maricón.

—Usted piensa que no sabemos de metal —intervino Rubén— pero yo tengo toda la discografía de Bathory.

—Así que te gusta el black metal ¿Dónde consigues los discos?

—De Mediafire, los descargo en mp3

—¿De internet? No la chingues, no hay nada más póser que la descarga de música por internet, eso insulta la creatividad y la honestidad del movimiento.

—Eso a usted le vale verga, viejo.

Rubén se adelantó para golpearme, pero lo detuvieron Miguel y Melquiades. Yo me adelanté, me les paré en frente y nomás me reí.

—Chamaco imbécil —le dije.

Ellos habían comprado tortas y una canastilla de cervezas. El resto del camino se la pasaron hablando idioteces y me arrojaron migajones a la cabeza. Gritaron “Viejo pendejo” varias veces y se rieron. Yo intercambié miradas con el Necros que me miraba por el retrovisor. Nuestra amistad ya era de veinte años, cuando él tenía cabello y yo la barba negra. Los dos al vernos por su retrovisor sabíamos que esos chamacos podían hacerme daño, por eso al verme negó con la cabeza, como advirtiéndome de un peligro. Por mi parte nada más arrugué la nariz en señal de que no me importaba, mientras que detrás de mí uno de ellos abría su lata de cerveza.

El concierto “Los monstruos del metal” comenzó a las tres de la tarde. En esa ocasión los organizadores del evento fueron puntuales, porque iban a ser veinte bandas las que subirían al escenario. Desde el inicio el lugar se llenó con metaleros jóvenes y viejos que vestían con playeras negras, algunos hombres o mujeres lucían tatuajes en los brazos y otros sacaron a relucir sus peinados de cabello largo o estilo punk. La verdad era imposible perderse un evento donde las mejores bandas de Latinoamérica, de todos los géneros del metal, alternarían con algunas de las mejores del resto del mundo. Eso apenas iniciaba y ya sentía el humo de cigarro, de la mariguana y el olor a orín que venía desde los baños. Yo observaba cómo había mucha basura en el piso, vasos de plástico, envolturas de frituras, colillas de cigarro y mucho polvo, cuando vi a los chicos parados frente al puesto de bebidas, los tres miraban al escenario con una cerveza en la mano y la canastilla colgando en la otra. Se notaban tan poseros que no resistí acercarme. 

 —Estoy seguro de que en cuanto comience el slam ustedes se meterán a tirar manotazos sin saber el nombre de la banda que está en el escenario ni el título de la canción que interpreta —les dije casi gritando a causa del ruido— No sé qué hacen unos poseros como ustedes por acá.

—Otra vez la burra al trigo —respondió Miguel.

—No le digas burra, Miguel ¿Qué no ves que se llama Rey Diamante? —intervino Melquiades y rio con sus amigos— Deja de estar jodiendo, viejo, neta que sí te rompemos la madre si sigues chingando. Mira, para que veas que no somos culeros, tómate una cerveza.

—Sí, tómate una y ya no seas mamón —dijo Rubén y desprendió una lata de su canastilla para dármela.

—Yo no tomo, porque un metalero de verdad escucha la música y no anda alterando sus sentidos.

Noté que lo que dije no les gustó, porque hicieron un gesto desagradable. De pronto un grupo de cuatro metaleros paso frente a nosotros y me saludaron, me llamaron Rey Diamante, eso me hizo sentir con más autoridad frente a los chicos. Cuando volvimos a quedar solos vi que algo murmuraban y se reían de mí.

—A ver, viejo —dijo Miguel—, mis compas y yo pensamos que los poseros no somos nosotros, pensamos que eres tú por andar de pinche presumido. Queremos que ya no te acerques, sino te partiremos la madre valiéndonos verga quien seas.

No les hice caso, pensé que estaban fanfarroneando, nomás les mostré el dedo medio de mi mano derecha. Cuando miré al escenario, Agony Lords, una banda que admiro mucho, interpretaba su éxito In Both Sides of Eternity, entre luces y cambios de ritmo; la verdad sentí gusto al ver cómo tenía prendido al público que cantaba a coro la letra o movía su cabeza para agitar la cabellera.

—Tú, Miguel, deberías llamarte Lord Brave, te pareces al cantante de Agony Lords con esa barbilla de candado —dije—. Los muchachos se miraron entre sí.

—Estás sacando boleto, viejo, quieres que te pongamos unos madrazos, ¿verdad? —dijo Miguel.

—Ustedes son perros que no muerden. Tú Rubén, deberías llamarte Quorton y tú Melquiades, Mercury, como el puñal que era líder de Queen ¿Qué opinan?
—Opinamos que ya valiste verga, viejo.

En eso Miguel me empujó y di varios pasos hacia atrás, caí de sentón. Ellos estaban a punto de surtirme a patadas cuando entre la gente apareció el Necros y dos espontáneos que los detuvieron. Necros les pidió que me dejaran en paz, que yo era una persona que merecía respeto, que en vez de andar de violentos debían aprender de mí. Ni sabían con quién se metían. Me levantó y me llevó al pie del escenario donde el cantante de Agony Lords me vio, sacó el nuevo disco de la banda, lo firmó y me lo dio con un abrazo. En ese momento, se preparaba para actuar una banda joven, pero de gran empuje entre los metaleros, Raped God 666. Cuando sus cuatro integrantes me vieron junto al Necros, nos mandaron un saludo desde el micrófono y me agradecieron llamándome King Diamond, Rey Diamante, por haberlos apoyado en sus inicios, cuando nadie creía en ellos. Al escuchar eso agradecí al saludo con la mano levantada en señal de cuerno.

Después de eso, la banda tocó a ritmo de thrash y los asistentes comenzaron a empujarse entre sí en el slam. Uno que otro empujón me llegó, pero en cuanto la gente advertía quién era yo, me dejaba tranquilo. Así estuve durante un rato hasta que de pronto sentí un empujón fuerte que me tiró adentro del slam, allí descubrí que había sido Rubén. Los otros dos lo alcanzaron y los tres me surtieron a patadas. Recuerdo que vi las caras de Miguel, Rubén y Melquiades gustosas del placer que les daba golpearme, hasta abrían más los ojos, sonreían con malicia y más fuerte me golpearon. Yo de plano me agazapé en el suelo, ya no podía respirar bien. Sólo alcancé a ver que los demás asistentes se detuvieron para ver qué hacían y hasta se detuvo la música cuando Raped God 666 descubrió que era a mí a quien golpeaban. Entonces la gente detuvo a mis agresores y entre muchos les devolvieron los golpes que me habían dado. Les pusieron una santa madriza que aun recuerdo que Rubén trató de oponer resistencia pero rápido lo tundieron, Miguel quiso salir corriendo mas lo atraparon y lo estrellaron al pie del escenario y Melquiades, tirado en el suelo, sólo alcanzó a gritar ¡Mamá! "Qué marica", pensé. Fue así que nosotros cuatro, en esa noche de “Los monstruos del metal”, acabamos tirados en el suelo. Después Necros me levantó y cargando me llevó a su camioneta. Al poco rato otros metaleros subieron a los tres chicos bañados en sangre, me saludaron y me dijeron que ojalá me recupere pronto; los reconocí bien, porque yo les puse sus apodos, eran el Immortal, el Nargaroth y una chica que bauticé con el nombre de Melissa. Ahí estuve igual que mis enemigos, adolorido a más no poder. Lo último que vi fue cómo la sangre de Rubén, quien era el que estaba más golpeado, escurría y manchaba la alfombra de la camioneta.


Al despertar, estaba en mi casa de San Luis Potosí, acostado y con vendas en la cara. El Necros me contó que a los chicos los bajaron en el hospital de Querétaro, porque les habían dado una golpiza peor. Nadie quiso llamar a la policía ni a una ambulancia, no querían que el evento se suspendiera. Hicieron bien. Ahora sé que "Los monstruos del metal" fue todo un éxito y que a lo mejor se repite dentro de dos años. Al paso de un mes investigué dónde vivían mis enemigos y los fui a ver. A cada uno lo llamé por su nuevo apodo y le regalé el álbum más reciente de Raped God 666. Desde entonces nos hicimos amigos. A un año de aquel concierto nos reunimos para metalear, con María Conchita y el Necros incluido, en Querétaro y en San Luis. Los chicos han aprendido mucho sobre la buena música, hacen honor al movimiento comprando discos originales y yo, no lo puedo negar, he vuelto a los placeres de la mariguana y la cerveza. 

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