Marcos Núñez Núñez
Debía demostrarles lo que significaba ser
metalero. Ellos tres iban con sus chamarras de mezclilla sin mangas, con un
montón de logotipos de sus bandas favoritas, de las que presumían como
supuestos conocedores. En la madrugada fría de San Luis Potosí todavía no cruzábamos
palabra, pero ya venía maliciando que eran unos tremendos poseros, flacuchos de
diecinueve años que nomás aprovechaban la oportunidad para jactarse y drogarse.
Recuerdo que me sentí
nervioso, me frotaba las manos porque a las siete debíamos salir a Naucalpan,
Estado de México, ni señales del Necros, el chofer de la vagoneta. Mientras, aquellos
seguían en su “rollo”, a las risas y no se inmutaron de mi presencia cuando
fumaron su mariguana. Ese olor me recordó viejos tiempos, cuando me viajaba con
el Dark Side of the Moon de Pink
Floyd, en la azotea de mi casa, junto a María Conchita que siempre se quejaba de
que yo había dejado a los Pasteles Verdes por mis amigos. Ella odiaba mis
gustos renovados y yo le hablaba de Led Zeppelin y de la banda más grande, la
mamá de los metaleros actuales, Black Sabbath. Suspiré, tenía muchos años de
haber dejado la yerba y ese olor vino a removerme el pasado. También recordé
que me vestía muy a la “onda”, tenía el cabello largo y una chamarra con tiras
que hacía pasar por cherokees, nada
que ver, la había comprado en un tianguis de Texmelucan. Por eso yo sabía que
esos desgraciados eran unos poseros, ya que a su edad también lo fui y poco a
poco maduré en la verdadera actitud, en la modestia del que sólo está para
honrar a la música y a las bandas que arriesgan todo en el escenario. Debía
demostrarles que fumar mariguana y vestirse de forma estrafalaria no les servía
de nada ante alguien como yo, que en verdad tengo años conociendo el ambiente
metalero. Sabía que tendría varias oportunidades para darles cátedra, pues eso
apenas era el comienzo.
Desde la primera vez que les
hablé comenzaron los problemas, se pusieron tensos, como que les incomodaba que
alguien con mejores conocimientos los hiciera sentir menos. Ya íbamos dentro de
la camioneta que la empresa Morbid Visions rentó para aquellos que compramos
boletos en promoción, el interior se veía bien, los asientos casi nuevos,
limpios, olía agradable, la alfombra se sentía suave en mis manos y el aire
acondicionado no hacía ruido. Los tres amigos iban en el asiento de atrás y
comentaban el video que el Necros proyectó para entretenernos, era un concierto
de Ronnie James Dio, yo lo estaba disfrutando y hasta pedí que le subieran el
volumen cuando cantó Holy Diver. Sin
embargo los tres chicos no compartían mi entusiasmo, se burlaban de Dio, decían
que se vestía ridículo, y cuando gritaron al chofer que cambiara el DVD por
otro, la verdad me molesté, no pude soportarlo.
—Cómo pueden ser injustos
con Dio —les reclamé desde mi asiento.
—No es nada especial, viejo,
ese artista no nos gusta, no sabemos ni quién es. Que pongan heavy metal de verdad —respondió el que
tenía la camisa con el estampado de un clásico álbum de Black Sabbath, donde están tres ángeles jugando naipes mientras
fuman. El chico llevaba el cabello largo y aparentaba, como sus amigos, ser de
familia adinerada.
— ¡Ah! ¿Sí? A ver, chamaco,
dime qué canción interpreta ahora el gran Dio —dije curioso y con tono burlón.
Los tres se miraron entre sí, haciendo gestos
de que no sabían.
—Me doy cuenta cuando estoy
ante un trío de poseros. Tienes la respuesta en tu playera y ni lo sabes. Es Heaven and hell, uno de los principales éxitos
de Black Sabbath a principios de los ochenta. La interpretó el gran Dio cuando
formó parte de la banda.
— ¿Cómo es que sabe todo
eso? —preguntó uno que llevaba en su playera negra el estampado del álbum Don't Break the Oath, de Mercyful Fate,
que tiene a un demonio asomándose desde las llamas del infierno.
—Llevo
muchos años en el medio, comencé en 1980, cuando ustedes ni nacían. Ahora los
metaleros son como ustedes, unos poseros que no saben nada del metal.
—No
diga mamadas, viejo. La neta, su barba parece de Santa Claus. Mírese, ya no
está para estos trotes.
—No
me haré el ofendido, muchacho, tengo cincuenta y cuatro, pero con la barba me
veo como abuelito. Me llamo Tomás, pero me pueden decir Rey Diamante.
Los
tres en su momento me estrecharon la mano cuando los saludé, luego se miraron
entre sí y se rieron.
—Yo
soy Miguel, este huey se llama Rubén
Flores y este otro, con cara de marica, es Melquiades —respondió el de la
playera de Black Sabbath, mientras la Van reducía velocidad para pasar una
curva.
—Qué
nombres sin chiste, si van a estar en el medio metalero deberían ponerse un
nombre digno.
—A
ver, viejo ¿Qué diablos es eso de Rey Diamante? —cuestionó Melquiades, el que
llevaba la estampa de Mercyful Fate.
—Jim
Morrison era el Rey Lagarto ¿Sí saben quién fue Morrison? ¿Verdad? ─les dije
mirándolos con sospecha.
─Pues
no ─respondió Rubén, quien aparentaba ser el más callado, pero el más bravo.
─Valen
madre, no importa, él era el Rey Lagarto, pues bien, yo soy el Rey Diamante,
mira muchacho, la respuesta la llevas en tu playera. Si nunca has escuchado el Abigail de King Diamond, la verdad no me
explico para qué presumir la portada de su disco en la playera, eso es de
fanfarrones —no dije más, giré en mi asiento y seguí disfrutando el concierto
de Dio.
Casi
a las once de la mañana la camioneta se detuvo en una gasolinera de Querétaro y
fue allí donde las cosas se pusieron más difíciles. Mientras comía galletas con
el Necros, vi que los tres chicos se fueron al baño con sus celulares en la
mano. “Parecen nenas que cagan juntas”, dije en voz alta, el Necros se rio
conmigo y opinó que ellos han de estar en la onda del heavy metal por la mariguana, sólo por eso. Cuando salieron me
acerqué para preguntarle a Melquiades.
—
¿Ya averiguaste qué banda fue Mercyful Fate?
—
¡Cállese viejo pendejo! Se cree muy sabiondo.
─Ay sí, muy sabiondo, habla como hombre, en verdad
pareces maricón.
—Usted piensa que no sabemos
de metal —intervino Rubén— pero yo tengo toda la discografía de Bathory.
—Así que te gusta el black metal ¿Dónde consigues los discos?
—De Mediafire, los descargo
en mp3
—¿De internet? No la chingues, no hay nada más póser que la descarga de música por
internet, eso insulta la creatividad y la honestidad del movimiento.
—Eso a usted le vale verga,
viejo.
Rubén se adelantó para
golpearme, pero lo detuvieron Miguel y Melquiades. Yo me adelanté, me les paré
en frente y nomás me reí.
—Chamaco imbécil —le dije.
Ellos habían comprado tortas
y una canastilla de cervezas. El resto del camino se la pasaron hablando
idioteces y me arrojaron migajones a la cabeza. Gritaron “Viejo pendejo” varias
veces y se rieron. Yo intercambié miradas con el Necros que me miraba por el
retrovisor. Nuestra amistad ya era de veinte años, cuando él tenía cabello y yo
la barba negra. Los dos al vernos por su retrovisor sabíamos que esos chamacos
podían hacerme daño, por eso al verme negó con la cabeza, como advirtiéndome de
un peligro. Por mi parte nada más arrugué la nariz en señal de que no me
importaba, mientras que detrás de mí uno de ellos abría su lata de cerveza.
El concierto “Los monstruos
del metal” comenzó a las tres de la tarde. En esa ocasión los organizadores del
evento fueron puntuales, porque iban a ser veinte bandas las que subirían al
escenario. Desde el inicio el lugar se llenó con metaleros jóvenes y viejos que
vestían con playeras negras, algunos hombres o mujeres lucían tatuajes en los
brazos y otros sacaron a relucir sus peinados de cabello largo o estilo punk. La verdad era imposible perderse
un evento donde las mejores bandas de Latinoamérica, de todos los géneros del
metal, alternarían con algunas de las mejores del resto del mundo. Eso apenas
iniciaba y ya sentía el humo de cigarro, de la mariguana y el olor a orín que
venía desde los baños. Yo observaba cómo había mucha basura en el piso, vasos de
plástico, envolturas de frituras, colillas de cigarro y mucho polvo, cuando vi
a los chicos parados frente al puesto de bebidas, los tres miraban al escenario
con una cerveza en la mano y la canastilla colgando en la otra. Se notaban tan
poseros que no resistí acercarme.
—Estoy seguro de que en cuanto comience el slam ustedes se meterán a tirar
manotazos sin saber el nombre de la banda que está en el escenario ni el título
de la canción que interpreta —les dije casi gritando a causa del ruido— No sé
qué hacen unos poseros como ustedes por acá.
—Otra vez la burra al trigo
—respondió Miguel.
—No le digas burra, Miguel
¿Qué no ves que se llama Rey Diamante? —intervino Melquiades y rio con sus
amigos— Deja de estar jodiendo, viejo, neta que sí te rompemos la madre si
sigues chingando. Mira, para que veas
que no somos culeros, tómate una cerveza.
—Sí, tómate una y ya no seas
mamón —dijo Rubén y desprendió una lata de su canastilla para dármela.
—Yo no tomo, porque un
metalero de verdad escucha la música y no anda alterando sus sentidos.
Noté que lo que dije no les
gustó, porque hicieron un gesto desagradable. De pronto un grupo de cuatro
metaleros paso frente a nosotros y me saludaron, me llamaron Rey Diamante, eso
me hizo sentir con más autoridad frente a los chicos. Cuando volvimos a quedar
solos vi que algo murmuraban y se reían de mí.
—A ver, viejo —dijo Miguel—,
mis compas y yo pensamos que los
poseros no somos nosotros, pensamos que eres tú por andar de pinche presumido. Queremos que ya no te
acerques, sino te partiremos la madre valiéndonos verga quien seas.
No les hice caso, pensé que estaban
fanfarroneando, nomás les mostré el dedo medio de mi mano derecha. Cuando miré
al escenario, Agony Lords, una banda que admiro mucho, interpretaba su éxito In Both Sides of Eternity, entre luces y
cambios de ritmo; la verdad sentí gusto al ver cómo tenía prendido al público que
cantaba a coro la letra o movía su cabeza para agitar la cabellera.
—Tú, Miguel, deberías
llamarte Lord Brave, te pareces al
cantante de Agony Lords con esa barbilla de candado —dije—. Los muchachos se
miraron entre sí.
—Estás sacando boleto, viejo,
quieres que te pongamos unos madrazos,
¿verdad? —dijo Miguel.
—Ustedes son perros que no muerden. Tú Rubén,
deberías llamarte Quorton y tú Melquiades, Mercury, como el puñal que era líder
de Queen ¿Qué opinan?
—Opinamos que ya valiste
verga, viejo.
En eso Miguel me empujó y di
varios pasos hacia atrás, caí de sentón. Ellos estaban a punto de surtirme a
patadas cuando entre la gente apareció el Necros y dos espontáneos que los
detuvieron. Necros les pidió que me dejaran en paz, que yo era una persona que
merecía respeto, que en vez de andar de violentos debían aprender de mí. Ni
sabían con quién se metían. Me levantó y me llevó al pie del escenario donde el
cantante de Agony Lords me vio, sacó el nuevo disco de la banda, lo firmó y me
lo dio con un abrazo. En ese momento, se preparaba para actuar una banda joven,
pero de gran empuje entre los metaleros, Raped God 666. Cuando sus cuatro
integrantes me vieron junto al Necros, nos mandaron un saludo desde el
micrófono y me agradecieron llamándome King
Diamond, Rey Diamante, por haberlos apoyado en sus inicios, cuando nadie
creía en ellos. Al escuchar eso agradecí al saludo con la mano levantada en
señal de cuerno.
Después de eso, la banda tocó a ritmo de thrash y los asistentes comenzaron a
empujarse entre sí en el slam. Uno
que otro empujón me llegó, pero en cuanto la gente advertía quién era yo, me
dejaba tranquilo. Así estuve durante un rato hasta que de pronto sentí un
empujón fuerte que me tiró adentro del slam,
allí descubrí que había sido Rubén. Los otros dos lo alcanzaron y los tres me
surtieron a patadas. Recuerdo que vi las caras de Miguel, Rubén y Melquiades
gustosas del placer que les daba golpearme, hasta abrían más los ojos, sonreían
con malicia y más fuerte me golpearon. Yo de plano me agazapé en el suelo, ya
no podía respirar bien. Sólo alcancé a ver que los demás asistentes se
detuvieron para ver qué hacían y hasta se detuvo la música cuando Raped God 666
descubrió que era a mí a quien golpeaban. Entonces la gente detuvo a mis
agresores y entre muchos les devolvieron los golpes que me habían dado. Les
pusieron una santa madriza que aun recuerdo que Rubén trató de oponer
resistencia pero rápido lo tundieron, Miguel quiso salir corriendo mas lo
atraparon y lo estrellaron al pie del escenario y Melquiades, tirado en el
suelo, sólo alcanzó a gritar ¡Mamá! "Qué marica", pensé. Fue así que
nosotros cuatro, en esa noche de “Los monstruos del metal”, acabamos tirados en
el suelo. Después Necros me levantó y cargando me llevó a su camioneta. Al poco
rato otros metaleros subieron a los tres chicos bañados en sangre, me saludaron
y me dijeron que ojalá me recupere pronto; los reconocí bien, porque yo les
puse sus apodos, eran el Immortal, el Nargaroth y una chica que bauticé con el
nombre de Melissa. Ahí estuve igual que mis enemigos, adolorido a más no poder.
Lo último que vi fue cómo la sangre de Rubén, quien era el que estaba más
golpeado, escurría y manchaba la alfombra de la camioneta.
Al despertar, estaba en mi
casa de San Luis Potosí, acostado y con vendas en la cara. El Necros me contó
que a los chicos los bajaron en el hospital de Querétaro, porque les habían
dado una golpiza peor. Nadie quiso llamar a la policía ni a una ambulancia, no
querían que el evento se suspendiera. Hicieron bien. Ahora sé que "Los
monstruos del metal" fue todo un éxito y que a lo mejor se repite dentro
de dos años. Al paso de un mes investigué dónde vivían mis enemigos y los fui a
ver. A cada uno lo llamé por su nuevo apodo y le regalé el álbum más reciente
de Raped God 666. Desde entonces nos hicimos amigos. A un año de aquel
concierto nos reunimos para metalear, con María Conchita y el Necros incluido,
en Querétaro y en San Luis. Los chicos han aprendido mucho sobre la buena
música, hacen honor al movimiento comprando discos originales y yo, no lo puedo
negar, he vuelto a los placeres de la mariguana y la cerveza.
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