Nancy Oviedo
Su sentido del gusto
quedó eclipsado con el ruido de la cafetería de barriada. Renato intentó
distraerse de las conversaciones vecinas sin éxito, miró al viejo vigilante del
restorán cumplir su oficio en profundo sueño sentado en su desvencijada silla
al compás de sus ronquidos. Todos los sonidos del lugar se mezclaron con el
olor a café rancio que Renato no se animaba a beber por completo mientras
insistía en disolver el recuerdo de Lidia. Enfocó su atención a otro punto del
lugar; justo el baño de mujeres. Unas piernas bien torneadas, atrapadas en
medias de red ¿sugieren que las libere? pensó, volvió su mirada a la
profundidad de su taza de café, sintió caer en un abismo, cerró lo ojos, se
cubrió la cara sudorosa con sus manos. Vislumbró entre sus dedos unos labios.
Abrió los ojos, una imagen borrosa lo encontró, pero no fue capaz de discernir
la armonía que componía aquel rostro, Lidia ¿eres tú? se preguntó, la mesera
que pasaba por ahí tropezó con la mesa derramando el poco líquido que quedaba, Perdón,
dijo sin ninguna intención. De inmediato salió del lugar, tiró un billete a la
mesa. Una vez en la puerta del lugar
observó detenidamente el cielo; apenas unas nubes, sin embargo en minutos un
chubasco lo alcanzó, recorrió con lentitud y sin rumbo las calles húmedas,
pensaba en el día que conoció a Lidia, quédate —se repetía mientras sus lágrimas
rodaban por sus mejillas confundidas por la gotas de lluvia— quédate
siempre.
La rutina de Renato
variaba únicamente por la situación climática que lo obligaba a llevar un saco
extra o un estorboso paraguas, no obstante el día de su encuentro con Lidia sus
fieles compañeros se habían quedado en casa debido al buen tiempo. Como cada
tarde después de sus clases, entró en la cafetería para disfrutar del atardecer.
Era un día especial, de esos que empiezan pareciendo otro, pero sin
alteraciones mayores. Sentado en aquel disfrutando del atardecer lo hacía
arrepentirse menos de haber renunciado a su cargo de gerente para dedicarse a
dar clases de español a extranjeros ejecutivos que llegaban al país con la
intención de aprender el idioma y su cultura, le venía bien, pues se sentía
orgulloso de poder enseñar su idioma, que dominaba perfectamente; además la
paga era buena y en dólares. Aunque algunas sus finanzas mensuales se vieran
afectadas por las cancelaciones de última de sus alumnos, no se quejaba, disfrutar de su tiempo libre con algunos
pesos en la bolsa, bien valían la pena. Como siempre se sentó en la terraza, escogió la mesa del fondo donde
mirar sin reparos los viejos diarios del lugar, nunca le gustó leer los
acontecimientos recientes, sino que esperaba a que pasaran a algunos días,
incluso semanas para leer algún periódico, de esa manera experimentaba una
especie de consuelo pensando que todo aquello pertenecía al pasado. Ordenó lo
de siempre, un americano, colocó tres sobres de azúcar, uno después del otro,
dobló los sobres hasta formar palitos que ordenó cuidadosamente en el cenicero.
Bebió a sorbos pausados, creyó sentir en su papilas por primera vez el sabor
del café del lugar, cerró los ojos saboreando su acidez, de pronto todo era
nuevo. Después de un rato levantó la mano para ordenar la cuenta, Lidia se acercó hasta él, Renato sintió su
cuerpo reaccionar ante el vaivén de sus senos enmarcados en el ajustado
uniforme de mesera; sintió confundido, claro que no era la primera vez que la
veía, pero hasta ese día fue capaz de descubrirla.
—Te los enseño de
cerca —susurró Lidia con finísima discreción acercándose tanto, Renato
pudo sentir el roce sus labios en la nuca, el cabello largo y oscuro de Lidia
atado con una liga se liberó para que Renato recibiera la caricia que él
contuvo, misma que le aportó el valor para escribir su dirección y teléfono en la nota, se levantó y salió del lugar con una actitud digna de James Bond.
Inmediatamente Lidia
formó parte del mundo fantástico de Renato donde todos sus proyectos y deseos más
profundos surgían sin realizarse jamás. Durante algunas noches Renato no logró dormir,
lo asaltaba la conciencia de su estupidez por haber dejado sus datos a aquella
desconocida o ¿no lo era?. Temió hasta los huesos que
se presentara y al mismo tiempo
temía que no lo hiciera. La angustia lo dejaba casi sin
aliento, hasta que una noche lluviosa unos timbrazos lo alertaron, como
chiquillo quiso esconderse debajo de la cama. Después de unos segundos volvió
en sí, fue hacía el interfono, la voz se le ahogaba, el corazón le latía tan rápido;
por fin pudo coger el auricular, preguntó quién era, sin embargo oprimió el botón
que activaba la puerta del edificio sin esperar respuesta. Paralizado hasta los
párpados, escuchó el sonido hueco de los nudillos sobre la madera de la puerta.
Abrió. Todo pasó tan rápido que no reparó en su desnudez, corrió hacía la
habitación para cubrirse con una toalla, volvió a la puerta, pero Lidia estaba
ya instalada en el sofá, lucía hermosa, sensual, delicada. Renato se sintió embriagado
por el aroma de Lidia: suave y salvaje. Lidia vestía puestos unos jeans
ajustados de color azul y una blusa de tirantes blanca que enmarcaba su
prominente busto.
—¿Te quieres sentar
o prefieres vestirte o desvestirte? —preguntó sonriente y coqueta— lo que quieras, pero no te quedes
a medias.
Renato soltó la
toalla, cual matador en el ruedo se acercó a Lidia, dispuesto a morir o matar,
guiado por aquellos ojos hundió sus dedos entre la espesa cabellera de Lidia,
tomó un mechón que lentamente llevó a mejilla para impregnarse de su olor. Los
labios de Lidia se abrieron para mostrar sus dientes inferiores un poco
torcidos, Renato pensó que no era perfecta, era real, la besó mientras se
aferraba a la larga melena. Lo siguiente que recordó Renato fue a Lidia
recostada sobre su pecho, jugueteaba con la punta de sus cabellos que servían
de pincel decorando su piel con figuras invisibles. A menudo Renato se hacía el
dormido para observar a como Lidia sin
inhibiciones se miraba en el espejo sacando el estomago, limpiándose los
dientes e incluso arreglarse un poco antes de que él despertara. Cuando Lidia
hablaba mojaba sus labios de una manera sensual, Renato era incapaz de contener
el impulso para besarla.
Las visitas
nocturnas de Lidia se volvieron cada vez más frecuentes, no obstante nunca dormía
ahí.
—Quédate —susurró Renato.
—No puedo, mañana
tengo turno por la mañana —respondió Lidia mientras terminaba de acomodarse el
sostén.
—¿Y qué? La cafetería
queda cerca de aquí.
—Tengo que cambiarme —Lidia se levantó de la cama ajustándose el pantalón. Le tiró un beso desde el
marco de la puerta y desapareció.
Durante dos noches
seguidas Lidia no llegó al departamento, Renato solo la veía brevemente atender
las mesas en la cafetería, pero jamás cruzaban palabra para no evidenciar su
relación. Al principio Renato que era extraña esa actitud por parte de Lidia,
sin embargo se conformó con la explicación de ella que argumentaba que podían
correrla por relacionarse con los clientes. además de que le pareció excitante
mantener esa aventura solo entre dos. Sin embargo, una tarde todo cambio. Lidia
se acercó a él tan pronto lo vio entrar en el lugar para recibirlo con un beso
en la boca, Renato petrificado como hipnotizado se dirigió a la mesa siempre,
ordenó su café y se quedó mirando como se nublaba el cielo, su cielo.
Las visitas de Lidia
se volvieron diarias e incluso los cajones que antes albergaban los
desordenados calcetines de Renato compartían el lugar con la ropa interior de
Lidia. Renato empezó a sentir que el aire le faltaba, un dolor en el pecho que
no sabía explicar cada que venía llegar a Lidia todas las noches. Renato pensó que
todo aquello era a causa de sus malos hábitos alimenticios y la ejercicio hasta
que una noche Lidia llegó empapada por la lluvia. Entró dejando marcas de lodo
en la duela, Renato sintió muy profundo de sí la queja de la madera crujir en
cada húmedo paso que Lidia daba hacia la regadera.
—Voy a bañarme, ¿vienes? —preguntó más en tono de orden a la que Renato no pudo negarse.
Verla desnuda no era
nada nuevo para él, sin embargo, sí observarla moverse dentro de su espacio con
tanta naturalidad y confianza, se sintió incómodo aunque no sabía exactamente
el origen de aquella repentina molestia ¿era
el tono de Lidia que le daba órdenes? no supo responderse.
Lidia se adelantó a
la regadera, canturreaba cuando Renato se unió a la ducha. El sonido de la voz
de Lidia le pareció tan extraño, se dio cuenta de que solo la reconocía entre
gemidos de placer, sus manos llenas de jabón realizando tareas tan sencillas le
parecieron tan comunes como corrientes. La náusea lo invadió, quiso vomitar
pero se contuvo. Durante la ducha trató de evitar el contacto físico con ella
tanto como le fue posible, hasta que cuando termino de usar el estropajo lo dejó
caer al suelo de la regadera.
—¿Por qué lo tiras? —preguntó
Lidia mientras se agachaba a recoger el artículo que colocó en una rejilla,
misma que Renato tampoco había notado antes.
Ese hecho tipificado
por Lidia como manía, aunado a otros tantos que enumeró la chica como: la taza
de café en el baño, la toalla mojada sobre la cama, la televisión de la recámara
encendida mientras leía en la sala, la cantidad de azúcar sin remover en sus
bebidas siempre insípidas, sorprendió a Renato hasta la ira, sintió que todo le
daba vueltas, tuvo que apoyarse en la puerta del baño.
—¿Estás bien? —preguntó
Lidia, Renato no respondió.
Qué más había visto
esa mujer en él mientras él no podía recordar ni que día era. Permaneció en
silencio, la tensión invadió poco a poco el espacio. Apartó a Lidia con cierta
brusquedad, tomó el estropajo de la rejilla y lo volvió a tirar al suelo como
astronauta que coloca su bandera en algún planeta que acaba de descubrir.
—Solo fue una
pregunta, no es para tanto —dijo Lidia mientras colocaba su cepillo de
dientes en un vaso junto al de Renato, en ese momento Renato recapacitó en la
pareja de cepillos, recorrió con la mirada el baño decorado con flores, aromas
de empaque, toallas limpias y ordenadas. Todo aquello formaba parte natural en
su apartamento sin haberlo advertido antes. Secuestrado por la ira echó a Lidia
a la calle. Una vez solo en el departamento colocó todas las decoraciones en
una bolsa de basura, como si de esa manera la desechara de su vida también.
Luego de aquella
noche no reunió valor suficiente para salir. Canceló sus clases. Después de dos
meses de vivir en cautiverio, visitó nuevamente la cafetería con la intención
de encontrarse con Lidia, no estaba, sin embargo se negó a preguntar por ella.
Con más frecuencia que antes acudió a la cafetería en distintos horarios con la
esperanza de hablar con ella. No volvió verla. Desde entonces antes de dormir
piensa en Lidia, lo hace también cuando entra a la ducha o en las tardes lluviosas como ahora. Lidia,
una ilusión de nombre ajeno para mantener vivo un recuerdo.
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