jueves, 21 de abril de 2016

La novia del yacarepó

Luis Fernando Elizeche Doliveira


Lourdes esperaba ansiosamente, su reloj pulsera marcaban las tres y cuarto de la tarde. Sentada en una silla de madera, colocaba sus manos sobre la mesa, mirando a todos los sectores de su sala de paredes verdes humedecidas. El aroma húmedo se esparcía por toda la sala. El piso de mosaico rechinaba un áspero sonido cuando arrastraba la silla. Los diálogos de los vecinos hacían ecos irrumpiendo el silencio de la habitación. Durante la espera, toma el periódico. En una de las páginas se fija detenidamente en fotos tipo carnet de dos jóvenes desaparecidas, una tenía el pelo corto hasta la nuca y la otra el pelo largo y rubio. La puerta se abre entrando la madre con los hermanitos de Lourdes que cantaban una canción infantil. Lourdes se levanta de la silla, agarra del cordón su bolsón de arpillera y lo cuelga sobre su hombro. La madre la miraba con el semblante serio. 

—Lo pensé desde hace tiempo, y hoy me voy de la casa, si se le puede llamar así a esta pocilga, toda la vida vivimos en este conventillo. —Afirmó Lourdes tajante con vos recia.

Dio pasos hacia su hija, intentó abrazarla, ella esquivó. Los niños, testigos de la escena, empezaron a llorar. La madre se sumó al llanto.

—Hija querida, por favor no hagas esto, tus hermanos Néstor y Ariel lloran, yo sufriré mucho por ti, no sé qué haría con tu ausencia, yo sé que somos demasiado pobres, y te pido perdón por eso, pero todos los días me levanto a las cuatro de la mañana, a preparar y hornear cien unidades de chipas para que no te falte nada, ni a ti, ni a tus hermanitos. — Dijo entre lágrimas, con las manos juntas en posición de súplica.

—¡Escúchame bien mamá!, tengo veintitrés años y estoy harta de esta pobreza, me asquea vivir en este conventillo con gente pobre y sucia, no me gusta compartir baños malolientes con vecinos sucios, esto no es vida para mí, me espera un gran futuro que no viviré si sigo aquí. — Exhaló aire con soberbia y continuó. — Todos los días estoy vendiendo chipas contigo y no me ayuda a nada.

Lourdes salió del conventillo sin mirar a sus vecinos, con una sonrisa. Medía uno setenta de estatura, sus senos excesivos los exhibía parcialmente con la camisa semi abierta a altura del pecho. Pareció no importarle el rumbo a tomar, estaba convencida que su atractivo cuerpo por sí solo le ayudaría a satisfacer necesidades. A ciegas aborda un colectivo público, sin prestar atención a donde iba.

Bajó del ómnibus cerca de las siete de la tarde, y se sentó en la banca de una plaza, la misma estaba rodeada por árboles, y juegos precarios ocupados por niños. Los griteríos de los niños expresaban la diversión de sus juegos. Al preguntar a una vendedora ambulante donde se encontraba, la misma le respondió en la ciudad de Pirayú. La ciudad era de poca gente, carecía de lujos y entretenimiento que una ciudad suele poseer. Solo había canteras, sitios históricos, viviendas antiguas y pequeños almacenes. En toda esa pequeña ciudad había solamente una mansión lujosa. Esa misma noche alquiló una pieza pequeña y humedecida, a la mañana siguiente descubrió que una ruta de Pirayú se extiende a ciudades vecinas. Esto engendró en ella una idea, y con el poco efectivo que tenía compró vasitos, cucharitas de plástico, frutillas, crema de leche, azúcar impalpable y vainilla. Preparó chantilly casero, y fue a vender frutilla con chantillí en una acera de la ruta. La venta era creciente día a. día, los hombres se detenían en sus puestos más bien interesados en su físico que en el producto.

La media mañana de un día extremadamente caluroso y soleado, la transpiración la cubrió totalmente. La visualización de un Lamborghini veneno rojo, de vidrios polarizados, la hizo abrir la boca y ojos. El auto se detuvo a unos pasos adelantados a ella. Caminó acercándose a la puerta del copiloto y la puerta se abría para arriba, tras del volante se sentaba un cuerpo delgado, atlético, vestido de camisa a cuadros, jeans azul, peinado el cabello de la coronilla al lado derecho.

—Hola preciosa, ¿cuánto cuesta tu frutilla con chantillí? —preguntó el joven, tocando con los dedos de la mano derecha la chanela de la gafa subiéndola un poco sobre las cejas para fulgurar su apariencia.

Lourdes mirándolo con una sonrisa tímida, pareció luego de unos segundos asimilar la pregunta del muchacho —.Están cinco mil guaraníes el vaso, es una sabrosa frutilla con chantilly, un chantilly casero que yo hice.

—La frutilla con chantilly se ve muy linda, pero no tan linda como tú —.Afirmó el joven con una carcajeo corto.

Lourdes le pasa en mano la frutilla con chantilly, el joven la invita a sentarse en el asiento del copiloto mientras consume el producto, fue el momento que Lourdes prolongó la conversación. El muchacho comentó que se llama Fabián Mendoza, y tiene veintiséis años, que es un empresario que recorriendo países extranjeros hizo fortuna. La invita a pasear en el Lamborgini, ella indicó que le gustaría, pero su puesto de venta abandonaría. Fabián advirtió que no se preocupe, que sea un regalo divino para los que no tienen comida, y le repondría el triple del total de las ventas. La joven no dudó, y acepta el ofrecimiento. El Lamborgini continúo su recorrido.

Lourdes acepta la propuesta de conocer la residencia de Fabián. Entrando en el Lamborgini a la mansión, emitió gritos de emoción. La única mansión de Pirayú era propiedad del nuevo conocido. La mansión era una réplica, de mansiones europeas del siglo diecinueve por fuera, en el  medio una ancha escultura con techo triangular, paredes de piedras de construcción y una gran puerta, con tres ventanas, áticos con techitos color chocolate, y una estatuilla de pajarito sobre ellos.-La casita de chocolate.-Afirmó entusiasmada gritando y apuntando con el dedo. Fabián echó una carcajada. Siguieron en el Lamborgini  por un largo pasadizo que conducía al patio trasero, la gran piscina excesivamente ancha; despertó en la joven los deseos de darse un chapuzón. Un desordenado montículo de rocas, a unos pasos de la piscina fue desaprobado por ella interiormente.

Durante un mes el mundo de Lourdes no fue más allá de la mansión, la decepción de contemplar el engrosamiento de su figura frente al espejo, la condujeron a ir al gimnasio y consultas con el  nutricionista, donde rápidamente en un mes recuperó su atractiva figura. Aun así no abandonó el gimnasio, y para acudir a él diariamente debía salir de Pirayú en el Lamborgini.

Los viajes de Fabián al extranjero fueron largos, según tenía conocimientos Lourdes eran a Europa y Asia, y se negaba a llevarla bajo la argumentación que ella debía encargarse de la mansión. Los martes y viernes venían mucamas que limpiaban la mansión por seis horas. Los miércoles la jardinera, y los jueves una limpiadora de piscinas. Él contrató servidumbre de sexo femenino para su tranquilidad. Ella usaba los más lujosos vestidos que ascendían su bonita apariencia cuando acompañaba al joven millonario a eventos de gala.

Una semana abandonó su rutina de gimnasio, por una inflamación morada en el pómulo izquierdo, la carnosa pedrada pesada del puño de Fabián, la tumbo al suelo por quejarse del nauseabundo olor proveniente del montículos de rocas a cortas distancias de la piscina. Semanas después la hinchazón sanó, y su cotidianidad continuó. 

Una mañana de febrero, agrandada y aburrida de la monótona vida, fue a recibir su desayuno de un lujoso restaurant de las afueras de la ciudad, en la puerta. Se consumía el acostumbrado de té con leche, croissant y jugo de naranja. Prontamente, curioseaba el internet desde la notebook, y la televisión culminaba en su entretenimiento mañanero. Al medio día el mismo restaurant lujoso le traía su almuerzo, ese día fue un caldo de pescado, con panificado, y jugo de naranja. Realizó caminata para ayudar a su digestión por el patio trasero, al acercarse en la piscina, el hedor nauseabundo- que dejó de reclamar a Fabián desde que este le aplicó la trompada -no paraba más. 

A la media siesta al gimnasio, retornando horas después. A la mañana siguiente llegaría Fabián de Marruecos después de semanas de ausencia, y la promesa de él era llevarla a cenar en algún lugar. Volviendo del gimnasio a las seis de la tarde, se colocó el bikini, y se dio un chapuzón. El hedor diario, convirtió sus chapuzones en martirios, decidió por si misma desmantelar esa pequeña montaña de rocas, con gran esfuerzo sacó las rocas una por una, encontrando al fondo una tapa redonda de metal con candado. Se dirigió al sótano a buscar herramientas, y acarreó una cizalla, después de un esfuerzo rompió el candado y levantó la tapa.

El grito lastimó su garganta, desprendió unos pasos del suelo, hasta caer de espaldas a la piscina. Nunca sus ojos evidenciaron tanto horror. El pequeño pozo tapado contenía dos cuerpos desnudos de mujeres en avanzado estado de descomposición, ambos cuerpos estaban descuartizados y los miembros encimados, y las cabezas muy inflamadas casi irreconocibles, solo los ojos le pareció haberlos visto alguna vez.

Le costó esfuerzos salir de la piscina, sintió sus piernas y brazos debilitados. La cizalla flotando en el agua rozó su brazo. Corrió por el interior de la mansión, tapándose la boca por la náusea, el vómito la detuvo, y se dio tiempo a expulsarlo ante de continuar su ansiosa corrida. “Saldré lo  antes posible de aquí y llamaré a la policía.”

“El día que yo me decidí a abandonar mi casa, ojeaba el periódico, y había fotos de chicas desaparecidas, esas cabezas son de esas chicas.” Empezó a llorar tomándose el rostro con ambas manos. “Ahora mismo salgo de aquí” 

Avanza unos pasos, intentando reponerse recostada sobre el fregadero de la cocina. Desde la ventana de la cocina observa el lento abrir del portón, y entró rápidamente una camioneta Hummer. Del lado izquierdo desciende Fabián tirando sus gafas al suelo, caminando pasos chanfleados con el rostro apesadumbrado. Se recuesta por la Hummer y su cavidad bucal expulsa unas cataratas de vómitos. Otros tres hombres descendieron de la camioneta,  un calvo musculoso, y dos rubios, y empezaron a vomitar. Lourdes los miraba silenciosamente. Terminado esta ceremonia, los cuatro sujetos entraron a la mansión. Ella se escondió dentro de un placar de una de las habitaciones para huésped, llena de tensión y adrenalina. 

—Fabián —gritó una voz ronca, y se escucharon los pasos dificultosos acercársele al gritón.

—¡Qué carajo!-Busquen a esa perra y mátenla. —Gritó Fabián.

La búsqueda fue larga, Lourdes sintió un jalón del cabello que la sacó dentro del placar, el calvo la arrastró hasta la sala, Fabián y los personajes rubios vomitados y respirando por la boca, la miraban perplejamente.- ¡Perra te metiste donde no debes!, te di la oportunidad de vivir aquí, y me espiaste.-Dicho esto, la arrastró a su habitación y la esposó.- ¡Si no gritas vivirás, si gritas te mataré! Teniendo lágrimas en los ojos aprobó con un movimiento de cabeza, Fabián le aplica tres trompadas rompiéndole la boca y nariz. Esa noche la joven escuchó por los pasillos vómitos continuados, gritos de dolor, y el comentario de portar fiebres.

Esa noche durmió sola, los otros días se bañaba acompañada de Fabián, y le traía el desayuno, comida y cena, en la prisión de la habitación. Todas las noches dormían juntos. Una de las noches el calvo vomitó tanto  y afiebró, que los otros tres debilitados lo asistieron. Las quejas de dolor y vomito fueron costumbres cotidianas. Al poco tiempo Lourdes adquirió los mismos síntomas, siendo atendida desinteresadamente por los sujetos.

Nueve meses después, el estómago de Lourdes creció igualando el tamaño de una pelota de fútbol, a pesar de no evidenciar contracciones Fabián la lleva a la capital, a un sanatorio privado, bajo la condición de no abrir la boca, ella aceptó. En la internación, aprovechando la ausencia de los sujetos, sale del sanatorio, aborda un taxi y se dirige al conventillo, al entrar en la habitación que era su casa, las pertenencias familiares no estaban. Una señora sesentera, con apariencia de yuyera que sería ahora la inquilina de la pieza la recibe con compasión.

—Hija, ¡vas a dar a luz!, ¿dónde está tu gente? —preguntó la yuyera.

La señora negó tener conocimientos de la familia, asegurando que hace tres meses vivía allí. La puerta se abre violentamente, Fabián con los tres sujetos disparan las paredes. La señora a pesar del susto, convence que no hay tiempo que perder y pide al cuarteto a ayudar a parir. Fabián acepta ayudar.

Lourdes hizo esfuerzo de parto varias veces. En el  suelo se oyó llantos. La yuyera reconoce a Fabián. —Es usted el asaltantante Fabián Mendoza, apodado el yacarepó, usted asaltó muchos camiones blindados y cajeros automáticos, y por eso hizo una fortuna.

—¡Cállate vieja puta! —Gritó Fabián mientras sirenas de la policía avisaban su llegada. 

Lourdes dificultosamente se puso de pie. Fabián la apuntó con la pistola. El disparo produjo un adormecimiento indoloro.

La apertura de los ojos, ocasionó una pequeña debilidad entumecida. Preguntó después de una mirada larga y estática  ¿dónde estoy?

Un médico respondió. — Has estado en coma seis años, tuviste suerte de no haber muerto.

En el hospital le informan, que Fabián y los secuaces fueron acribillados por la policía en la misma habitación donde la yuyera la asistió. Su mamá está en Europa con sus hermanos. 

—Esto es para usted, nos llegó hace cuatro años, y nos ordenaron entregársela cuando salga del coma, y se nos prohibió abrirlo. —Explicó la enfermera alargando el brazo mostrando un sobre a Lourdes.

Acostada en la cama toma el sobre. — ¿Quién lo trajo?

—Una señora vestida con aspecto pobre y humilde, no quiso dar su nombre, solo dijo que usted la conocía.

Al leer la carta, se da cuenta que la misma era la yuyera que la socorrió. La yuyera le indica el lugar donde encontrarla. Mientras leía abrió los ojos tomándose la mano izquierda por la cabeza.

Después de meses de buena alimentación y fisioterapia, busca la casa de la yuyera.

Se dirige al campo una mañana bien temprano. Un largo recorrido alternando a bus y a pie, la conducen agotada a una granja sin animales, esqueletos de los mismos eran los habitantes, lentamente entra en la casa a un costado de la granja, un susto invadió su interior. La fusión de olores a césped rociado, y putrefacción carnal, destruyeron totalmente el bello perfume natural de las plantas.

Sobre una mesita que contenía un farolito, reconoció un rostro sonriente más joven que cuando lo tenía en frente. La yuyera con treinta y algo de años miraba sonriendo encerrada en un portarretratos. Al pasar el umbral de un lugar que pareció ser el comedor, varios esqueletos humanos se encontraban en el suelo. Su temor aliado con el mutismo estaba a un paso de estallar en ella una crisis. El maloliente hedor ambiental invadió su respiración y cavidad bucal.

Al lado de un armario, su grito fue inevitable al presenciar el cuerpo de una anciana atravesado por una lanza en el cuello, el cuerpo tenía la boca abierta al igual que los ojos, los miembros totalmente arrancados. La pudrición se acompañaba con gusanos que carcomían el cuerpo. Lo reconoció, y no había dudas que era el cuerpo de la yuyera. A pesar del susto siguió avanzando.

Llega a una pieza sucia, manchada de sangre, vio a un niño bebiendo sangre con ambas manos juntas, y se manchaba el mentón con la misma, otro niño al lado comiendo sin repugnancia carne cruda estirando entre sus dientes y su mano, de manera que la carne estaba tensionada. El tercer niño que solo estaba sentado sin comer y beber parecía estar meditando sentado y con los ojos cerrados. Los tres niños eran similares, tenían cráneos encorvados hasta la coronilla, pómulos aplastados, y estaban desnudos. La posesión de cada uno de lanzas les daba apariencia de neandertales.

A pesar de estos actos entra en la habitación, no podía hablar, la respiración le era dificultosa. Los niños al percatarse de su presencia, dejan sus actividades, y con gruñidos y tomando sus lanzas se ponen de pie con la mirada fija en ella. Los niños neandertales gruñían sonidos guturales inentendibles, consistente tal vez en una serie de preguntas y respuestas en un dialecto pre histórico.

Los tres pequeños neandertales empezaron a caminar gruñendo y con lanzas en manos hacia Lourdes, volteó y corrió saliendo lo más rápido que pudo de la casa, a medida que corría sentía los pasos veloces y gruñidos de los salvajes tras ella. Su pie se tuerce en la corrida y cae boca abajo en los pastizales descuidados y abandonados. Intentado reponerse, se coloca boca arriba, y los neandertales la rodean. Sin la posibilidad de levantarse, a la vista de estos salvajes sobre ella, pone las palmas de sus manos sobre su arrugado rostro forzado por el temor. Un primera lanzazo le perfora el abdomen, otro el muslo muy cerca de la rodilla.

Las lanzas clavan su cuerpo, su resistencia de amortiguar algunos lanzazos laceraron más sus manos, su cuerpo se convirtió en un blanco de lanzazos con salidas de lágrimas de sangre, sus gritos desesperantes no daban esperanza de auxilio.

Inesperadamente unos sonidos de armas de fuego sonaron, los neandertales tomaron sus lanzas y corriendo regresaron a la granja. Lugareños con rifles se acercaron y empapándose de sangre la cargaron y llevaron.

Despierta en el mismo hospital donde despertó del coma, en la misma sala de terapia intensiva.

Lourdes tiene usted mucha suerte, tubo perforaciones de heridas por muchas partes del cuerpo, y en zonas vitales, recibió lanzazos que la perforaron, pero se recuperará. Usted perdió mucha sangre, pero por suerte su grupo de sangre fue fácil encontrar. Dos sujetos la encontraron ensangrentada y dijeron que tres niños deformes y salvajes la atacaron con lanzas. Ellos la trajeron al hospital.-Afirmó el médico de guardia.

—Ya no entiendo lo que pasa —.Afirmó Lourdes muy confundida.

—¿Qué fuiste a hacer a ese lugar?

—Aquí en el hospital me entregaron la carta de la yuyera, la misma decía que estaba cuidando a mis hijos, y me señalo su granja en el campo, y ahí fui con la esperanza de encontrar a mis hijos.-Respondía Lourdes acostada en la cama, y no queriendo consumir el desayuno que tenía en frente.

—Sus hijos, por años la policía los buscó, nos enteramos de su existencia por las declaraciones de uno de los moribundos secuaces de Yacarepó, era un rubio que ahora su nombre no recuerdo. Nuestro error fue ser obedientes al pedido de la yuyera en no abrir el sobre, si lo hubiéramos hecho muchas cosas se hubiesen esclarecido.

—Me causó una gran sorpresa al enterarme que eran trillizos. En el momento del parto solo escuché llanto de un solo bebé, pero la situación del momento me impidió notar que eran tres. No los pude ver en el momento.

—Le entiendo en ese momento se sentía amenazada, y es lógico que no perciba, ni preste atención cuantos bebes traía al mundo. — ¿Nunca se hizo controles prenatales?

—Jamás, Fabián me tenía esposada todos los días en mi habitación, yo lloraba a veces de dolor, solo cuando le dije que iba a parir me trajeron a la capital.

—Lourdes, ahora creo que  aún hay muchos agujeros que tapar, usted fue novia del famoso delincuente Fabián Mendoza más conocido como el Yacarepó, era un asaltante de cajeros automáticos, que robando y robando se hizo de fortuna. El mismo día que usted dio a luz a trillizos en una habitación de un conventillo, Yacarepó le dispara en la cabeza dejándola en coma, y despierta seis años después. Ese mismo día la policía mata a balazos a yacarepó y sus secuaces, la yuyera se lleva a sus trillizos para cuidarlos.-Hace una pausa. -¿Dígame, yacarepó y los secuaces tenían síntomas de vómitos, fiebre, dolor de cabeza?-Preguntó el médico de guardia.

—Sí, me acuerdo que vomitaban y escuchaba quejas de dolor de cabeza y fiebre-Contestó pálidamente Lourdes.

—¿Eso ocurrió después de un viaje?

—Sí, creo que venía de Marruecos.

—Eso confirma nuestra sospecha, yacarepó no fue a marruecos, venían de áfrica de realizar un negocio turbio y en ese entonces contrajeron el virus del syka, los síntomas empeoraron cuando llegaron al país.

—¡Queeee! ¡noooooooooooo! -Gritó Lourdes.

Se estiró en la cama, cerrando los ojos fuertemente.

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