María Elena Rodríguez
Al escuchar su nombre, con determinación se acercó hacia mí y extendió su mano. Sin duda se percató de cómo temblaba la mía
cuando le entregué el examen. La calificación no le causó sorpresa alguna; me
delaté sin el más mínimo decoro. Con tono áspero seguí llamando a cada estudiante, en el fondo me sentí inofensivo y hasta ridículo. Mi máscara había caído frente a ella. Fingir esa solemnidad
insociable no iba conmigo, ni en ese momento, ni nunca más. Urania me despojó de toda esa mentira cuando la vi cantar y bailar el día sábado en el
festival, fue mágico. Hoy, mientras se sentaba en su escritorio, resistí pocos
segundos el no verla; luego, al encontrarme con sus ojos profundos, me declaré
vencido.
Gregorio Hidalgo Alvear terminó
su carrera en matemáticas puras, ahora está dedicado a preparar su tesis de titulación,
viajará luego al exterior en busca de una especialidad al más alto nivel. Para
complementar el tiempo de investigación, entró a trabajar de profesor en el
ciclo superior del colegio religioso “Siervas del perpetuo sacrificio” gracias
a la gestión de su madre, Carmelina Alvear de Hidalgo.
Corren los años ochenta. Carmelina
es la pálida seña de una agonizante aristocracia; esa fue la mejor credencial
que pudo presentar para que su hijo sea profesor en la institución de la cual
ella es exalumna. Las puertas se le abrieron de par en par, es un orgullo para
las religiosas de mayor edad especialmente, conservar algo de esas glorias pasadas que les acredita todavía, según
ellas, como el mejor colegio la ciudad.
“Las Siervas”, así llaman
coloquialmente al plantel, se ubica en una alta colina, su vecindario ya no son
las enormes casas señoriales de hace cuarenta años; han llegado los nuevos
tiempos y estéticas, lo que se vislumbra en el entorno por la construcción de
altos edificios. El colegio empieza a desentonar en medio de esa nueva
arquitectura.
Sor Clorinda de Jesús, la hermana
superiora, se desvive en halagos hacia el joven profesor, quien es presentado
de una forma fuera de lo convencional con aplausos incluidos, más una plegaria
que debieron recitar todas las estudiantes para que «el Santísimo guíe sus
pasos».
—Es para mí un honor presentar a Gregorio
Hidalgo Alvear, próximo a graduarse en matemáticas puras en la Escuela
Politécnica Metropolitana. Gregorio Hidalgo, es el mejor egresado de su
promoción, y además, hijo de una dilecta exalumna. Gregorio será su guía en el área de ciencias exactas en el
ciclo superior.
—«¿Miran a ese bombón?, me lo
comería». —cuchichean las estudiantes.
Hay tres maestros nuevos también
que no reciben el mismo trato. Sor Clorinda se limitó a pronunciar sus nombres
y decir la materia que dictarán, mientras siguen los comentarios picarescos entre las estudiantes.
—«A este papito le aplaudiría
todo el año, ¿será casado?, no creo, se le ve muy joven, pues debería pensar en
la madre de sus hijos, y aquí hay buenas candidatas…».
Ese mismo día, Gregorio recibe
una oficina privada; deliberadamente sor Clorinda decide cambiar el organigrama
del cuerpo docente para crear el departamento de matemáticas. El resto de
profesores se sienten incómodos.
—¿Por qué no se organiza el
departamento de historia y geografía? —murmuran.
—No tenemos un buen salón de
música —dice Mario Laceta, profesor de esa materia.
Ramiro Terán, el profesor de
mundo natural, cada año ve frustrado su deseo de organizar la galería de
ciencias, aunque se ha dado modos para
arreglar en los distintos salones de clase: el rincón de botánica, de anatomía
o de biología, gracias a la colaboración de las alumnas, o de los obsequios que
le hacen dos vecinos suyos estudiantes de medicina. Varios cursos cuentan ya
con cráneos y disparejos restos óseos del cuerpo humano. Dado el
tesón de Mario Laceta, el salón de música, que se ubica en un oscuro pasillo, está bien
equipado. Algunas piezas son fruto de donaciones, otras, adquisiciones hechas
por él en remates que cada cierto tiempo
hace el conservatorio provincial; los precios son ínfimos, jamás ha pedido presupuesto
a la madre superiora, ya que de antemano sabe la respuesta.
El tiempo pasa. Gregorio se
adentra en su tarea de profesor, no es su objetivo profesional, pero está
resuelto a valorar al máximo esa experiencia. A él las estudiantes le parecen
inmaduras y de pocas aspiraciones. Con sus colegas se muestra acartonado y
distante, aunque no deja de ser cordial con ninguno de ellos.
—Gregorio, estamos organizando el
equipo de baloncesto, será mixto, es para el campeonato interno, los profesores
también debemos tener uno, ¿en qué posición juegas?
Felipe Toledo, titular de
educación física sabe de antemano la respuesta de Gregorio, de todas formas cumple
con la delicadeza de invitarle a participar. El año lectivo transcurre sin mayores sobresaltos. Gregorio es
distante con las alumnas, mientras él es la admiración de todas ellas.
«Ahhh, ¡qué bonito que es!, con
su terno bien planchado. Hay veces que los exámenes quedan con el olor de su
perfume, es un maniquí». El maestro ya quedó bautizado con ese sobrenombre… Maniquí.
Aunque Gregorio no lo quiera
admitir, hay muchachas realmente talentosas, pero eso él nunca lo reconocerá en
público.
Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty,
María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka,
Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina…
…son innumerables los nombres de
sus alumnas, por fuerza del tiempo algunos recuerda; le llamó especialmente la
atención, Urania. La conoce ya como una estudiante regular, y bastante simple,
pero su nombre se le grabó porque cuando estaba en la escuela politécnica, como
materia opcional tomó una clase sobre mitología griega, algo para distraerse un
poco en medio de tanto número y fórmula, recordó que una
vez hablaron de las musas, las hijas de Zeus, eso contó su profesor…
«…ella es Urania, “la
celeste”, tiene una corona formada de estrellas, de las que también su manto va
repleto. A sus pies, se encuentran algunos instrumentos de cálculo,
razón por la cual se la consideraba, como musa de las matemáticas, las ciencias exactas…».
Estricto con la limpieza y el
orden, exige a las estudiantes cuadernos impecables, los apuntes de clase y
exámenes deben hacerse siempre con lapicero, no soporta ni borrones ni manchas
sobre un papel, para él los ejercicios y las fórmulas son una especie de obra
de arte. En su oficina tiene un cartel lleno de fórmulas justamente, enmarcado
con estilo pop, contrasta con el
mobiliario: muebles neoclásicos de manufactura corriente, estantería adornada con varios y oxidados instrumentos
matemáticos, un octante, un sextante, la réplica barata de un reloj de sol; a
sus espaldas, sobre una apolillada madera,
hay un Cristo agónico de cuerpo despostillado cuyas heridas han sido
retocadas torpemente con pintura color tomate. Ese es su pequeño y ecléctico
reino; ahí Gregorio recibe a padres de familia para hablarles generalmente de
las bajas calificaciones de sus hijas, y la advertencia no solo de poder
repetir el curso, sino de fracasar en la vida, por no saber bien matemáticas.
Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty,
María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka,
Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina... pasaron muchas
veces por ahí para escuchar sus llamados de atención.
«El maniquí de matemáticas me cae
pesado», dice la hermana Alma del Consuelo.
Es la lozana religiosa encargada de
la cafetería. En el recreo lleva siempre al salón de profesores el refrigerio,
lo hace en un viejo carro de hierro forjado cuyas ruedas flojas tienen un
sonido chillón mientras dan vueltas; a Gregorio, por disposición de sor
Clorinda, le lleva a parte esa colación, sobre un opaco charol chino imitación de plata.
El colegio se abrió a participar
en actividades extracurriculares. Gregorio gestionó para que “Las Siervas”
concursen en la feria de matemáticas promovida por la Escuela Politécnica
Metropolitana; él escogió a las estudiantes más destacadas, ganaron el primer
puesto. La hermana superiora organizó un agasajo en su honor, lo que incluyó misa y placa de reconocimiento por su
excelente labor.
Ese año también, “Las Siervas”
será el colegio sede del Festival Intercolegial de Música, el cual va cobrando
más importancia; es un evento que une a planteles privados, estatales,
religiosos y laicos. Conocido por su forma impecable de organización, Gregorio es
designado para planear el evento.
—Yo pensé que lo coordinarías tú —le
dicen a Mario Laceta, el profesor de música.
—La madre superiora me dijo que
organizar nuestro grupo musical me tomaría tiempo, que me dedique solo a eso, y
que me ponga a órdenes del maniquí, vi que ha enviado un presupuesto, ya le
aprobaron, seguro se lucirá.
—Esmérate con el grupo, a ver si
te dan una placa —responde el profesor de educación física con mucha picardía.
Un grupo de cuatro profesores y veinte
estudiantes fueron escogidos por Gregorio para organizar el festival. Se reunían
siempre en su despacho. Sobre la pizarra, él trazaba gráficos y cuadros
sinópticos; nombró subcomisiones y cada una tenía objetivos que cumplir. En el
transcurso de quince días, se juntaban con él, en la última hora de clases para
evaluar cómo marchaba todo. Por otro lado, él debía dar permiso a las alumnas
que integraban la orquesta del colegio a que vayan a los ensayos. A lo lejos
escuchaba las vibraciones de un ritmo tropical que siempre le pareció
estridente y de mal gusto. Prefería el rock clásico, el flamenco y desde luego,
Chopin.
El colegio está atareado con el
festival, hay un ánimo relajado, pero Gregorio con su comportamiento, se escapa
de esa atmósfera gozosa y continúa tal cual con el plan de estudios y exámenes.
Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty,
María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka,
Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina…
…se presentan el viernes, antes
del festival, a la prueba de matemáticas, deben alcanzar un buen puntaje,
varias reciben una alerta si no mejoran la calificación, ya ha corrido medio
año lectivo, muchas están en peligro de reprobar la materia.
Es sábado, el gran día. Empieza a
llegar la gente, todos miran con respeto a Gregorio, luce un terno gris. En
reuniones anteriores, por unanimidad, delegados de los otros colegios
decidieron que él, aun siendo parte de la institución anfitriona, debía ser el
que otorgue un voto especial. Las alumnas encargadas de la organización llevan
un distintivo particular, al igual que los maestros. La decoración es
impecable, el patio central del colegio sería el escenario del evento. Las sillas
para las autoridades están cubiertas de telas con los colores del colegio:
celeste y blanco. Hay una alfombra roja por donde deben caminar los intérpretes.
Mario Laceta, creyó que sería el presentador del festival por ser el profesor
de música, fue desplazado otra vez. Gregorio es amigo de Raymond y Bryan,
jóvenes locutores de la radio JKE- Juvenil, sus voces tienen encantadas a todas
las estudiantes; vestidos de cuero llegan en motocicletas, nadie mejor que
ellos para animar la gran fiesta intercolegial.
Quienes ingresan a la vieja
construcción de las “Las Siervas” tienen un poco de recelo, persiste la fama de
que el plantel es muy conservador al igual que sus estudiantes. Cuando se
inicia la presentación del festival, Raymond y Bryan dan la palabra a la madre
superiora, quien se desvive en alabanzas por la organización del evento.
Gregorio, que está sentado en la mesa del jurado, se ve obligado a pararse y voltear
hacia todos los lados para recibir sonoros aplausos.
Se inicia el certamen, por ser
veinte grupos, inmediatamente el jurado debe calificar; sor Alma es la
encargada de pasar a los locutores las fichas con los puntajes, cada miembro
recibió un juego marcado del uno al diez.
El público está muy entusiasta, en algunas esquinas los chicos fuman a
escondidas, se pasan botellas de licor, las anfitrionas no están en capacidad
de controlar. Hay cantantes de todo tipo, algunas muchachas lucen vestidos llamativos,
los que cantan rock prefieren, como los locutores, trajes de cuero. El premio
será una importante suma de dinero y la grabación de un disco, también llegará
la televisión nacional, el prestigio está asegurado.
Se van configurando los
ganadores, Gregorio siempre pone el puntaje más bajo, varios grupos son
desplazados. En primera fila está sentada sor Clorinda, las religiosas
delegadas la comunidad central de “Las Siervas del perpetuo sacrificio”, representantes
de la secretaría de educación del gobierno, Benigno Flor, el sacerdote del
plantel y directivos del comité de padres de familia.
Se presentaron ya diecinueve
colegios, llega la participación de “Las Siervas”. Cubiertas con largas capas
de color celeste caminan sobre la alfombra roja. Raymond y Bryan piden el
aplauso de bienvenida, están muy bien maquilladas, parecen mujeres de mayor
edad, Gregorio las mira casi con indiferencia mientras suben al escenario. Prueban
el volumen de los micrófonos, suena un
poco el timbal y una pálida resonancia
arrancan al trombón, una de ellas saluda al público de forma muy simple:
«Bienvenidos
todos, gracias por acompañarnos, es un gusto que participen en el festival».
Ahora se despliega con toda sonoridad
el ritmo tropical de moda, las integrantes del grupo inmediatamente se despojan
de esas largas capas para lucir unos ceñidos pantalones celestes adornados con
lentejuelas, y unas blusas blancas transparentes que dejan ver también corpiños
de material similar al de los pantalones. En ese preciso momento ingresa como
un vendaval, Urania; ella lleva una minifalda brillosa, no está puesta la blusa
transparente sino solo el corpiño de lentejuelas.
—¡Buenos días, ¿están felices,
están contentos?, bienvenidos, para todos ustedes con cariño… ¡Mírame un poquito!
El bongó suena al igual que los
timbales, la trompeta, la conga y la batería; el público se enardece, Urania inicia
unos despampanantes movimientos de piernas y caderas. Es la reina del
escenario. Gregorio siente un fuerte impacto
cuando la reconoce; ella, la alumna regular
convertida en una diosa; y sí, lo mira desde el principio, lo mira con sus ojos
penetrantes.
Mírame un poquito, no tengas miedo, descúbreme ahora así, para que sepas
que llevo queriéndote, mírame un poquito, no tengas miedo, descúbreme ahora
así, para que sepas que llevo
queriéndote, y yo sé que tú también, que
llevas queriéndome, los dos lo sabemos… mírame un poquito…
El público está desatado de emoción, todos se
paran para bailar y aplaudir mientras festejan los movimientos de Urania. Gregorio
en ese momento recuerda lo que una vez dijo su profesor cuando estudiaba en la politécnica…
«…en la mitología griega las
musas eran divinidades femeninas, que se convirtieron en la fuente inspiradora
de toda creación artística por su belleza casi indefinible…».
La fuerza de los contoneos de
Urania embruja a toda la audiencia. Gregorio, al no salir de su asombro,
prefiere de un suspiro cerrar los ojos y huir por leves segundos…
…en su pequeño reino, se encuentra buscando el examen de Urania, luego de
borrar todo lo hecho por ella, parece que traza con un pincel cada ejercicio y
fórmula matemática. El sonido del bongó, las congas y la misma voz de ella son un
leve eco; cuando alza a ver, frente a su escritorio encuentra a Urania, ahora
vestida de musa. Con corona y túnica celeste, juega con los instrumentos
matemáticos que están brillosos e impecables, al mirarse se sonríen. En la pared, el agonizante Cristo,
con sus heridas mal curadas, se ve tan hombre como el mismo Gregorio…
…Urania baila en ese preciso
momento con Raymond y Bryan. Más consciente Gregorio, se preocupa un poco, piensa
en el impacto que producirá todo ese espectáculo en las conservadoras
autoridades, pero cuando mira a sor Clorinda, la madre superiora, ella está
aplaudiendo con mucho fervor, el padre
Benigno Flor, que se había despojado de
su alzacuello, no deja de cantar; el
resto de autoridades hacen lo propio, hasta las distantes y serias hermanas delegadas
de la comunidad religiosa. Los presentadores piden la calificación del jurado,
todos se aventuraron antes a entregarlo
de forma personal, solo falta el puntaje de Gregorio; sor Alma, que no dejó de
bailar ni un solo momento, deliberadamente se acerca hacia él y sin permiso
alguno toma la ficha con el número diez. Urania y su orquesta tropical, son las
ganadoras absolutas.
Todo el público las ovaciona. Gregorio
se siente fuera de lugar, alcanza a ver como las muchachas bajan del escenario
y sobre la alfombra roja, con ayuda de estudiantes de otros colegios, llevan en
hombros a Mario Laceta, el profesor artífice del grupo.
El festival terminó, hay un ánimo
distendido. La gente empieza marcharse. Sor Clorinda ingresa a una inesperada
reunión con las autoridades religiosas de la comunidad nacional de las “Siervas
del perpetuo sacrificio”. En el bar, la hermana Alma sirve a varios profesores
su refrigerio, ellos mismos fueron a tomarlo, coloca también en el viejo charol
chino la colación para el maniquí. Al
salir lo encuentra en una esquina, se acerca e intencionalmente se choca con él
para derramarle la gaseosa y mancharle con la salsa del emparedado.
«Lo siento mucho, ¡mil disculpas!».
Gregorio no presta atención al
hecho, está como adormecido. Después de un rato se lo ve sentado en las gradas, toma en un
vaso desechable, cerveza helada con varios profesores, parece otra persona, ríe
a carcajadas, se lo ve distendido, aunque no deja de buscar con la mirada a
Urania.
Pasadas las seis de la tarde de
ese día sábado, Carmelina Alvear de Hidalgo habla por teléfono con sor Clorinda
quien no deja de alabar a Gregorio por la organización del festival, pero está
también afligida.
«Fue todo tan de repente, nunca
me lo hubiera imaginado, yo que estaba tan feliz por el premio, somos el mejor
colegio», dijo la religiosa.
Luego de unos minutos, Carmelina
un poco sollozante, golpea la puerta del dormitorio de su hijo, él solo emite
un leve gruñido, está cansado, no quiere hablar.
Es lunes en la mañana, nueva
semana. En la antesala del rectorado esperan un hombre y una mujer, llevan en
sus portafolios varias carpetas, tienen cita con la hermana superiora,
representan a la inmobiliaria Patmost
Builduing. Las autoridades nacionales de la comunidad de “Las Siervas del
perpetuo sacrificio” tuvieron numerosas reuniones con ejecutivos de la empresa,
los encuentros siempre se hicieron en un hotel de lujo, la decisión está
tomada. Los representantes de Patmost
Building, nada más deben entregar una propuesta de asesoramiento para lo
que sería el traslado de todo el mobiliario del colegio, cuya sede se vendió, la oferta fue bastante ambiciosa; el
proceso de demolición tomará algún tiempo, están trazados ya los planos para la construcción de dos grandes
edificios, sin duda serán los más modernos y lujosos de la zona.
En el colegio no dejan de hablar del
festival, los profesores ceden las horas de clase para que las alumnas comenten,
ellos también participan. Gregorio va directamente al quinto curso C, el salón de
Urania. Luego de entregar las pruebas de matemáticas calificadas, iniciará un
nuevo módulo de estudios.
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