jueves, 9 de febrero de 2017

Urania, “la celeste”

María Elena Rodríguez


Al escuchar su nombre, con determinación se acercó hacia mí y extendió su mano. Sin duda se percató de cómo temblaba la mía cuando le entregué el examen. La calificación no le causó sorpresa alguna; me delaté sin el más mínimo decoro. Con tono áspero seguí llamando a cada estudiante, en el fondo me sentí inofensivo y hasta ridículo. Mi máscara había caído frente a ella. Fingir esa solemnidad insociable no iba conmigo, ni en ese momento, ni nunca más. Urania me despojó de toda esa mentira cuando la vi cantar y bailar el día sábado en el festival, fue mágico. Hoy, mientras se sentaba en su escritorio, resistí pocos segundos el no verla; luego, al encontrarme con sus ojos profundos, me declaré vencido.

Gregorio Hidalgo Alvear terminó su carrera en matemáticas puras, ahora está dedicado a preparar su tesis de titulación, viajará luego al exterior en busca de una especialidad al más alto nivel. Para complementar el tiempo de investigación, entró a trabajar de profesor en el ciclo superior del colegio religioso “Siervas del perpetuo sacrificio” gracias a la gestión de su madre, Carmelina Alvear de Hidalgo.

Corren los años ochenta. Carmelina es la pálida seña de una agonizante aristocracia; esa fue la mejor credencial que pudo presentar para que su hijo sea profesor en la institución de la cual ella es exalumna. Las puertas se le abrieron de par en par, es un orgullo para las religiosas de mayor edad especialmente, conservar algo de esas glorias  pasadas que les acredita todavía, según ellas, como el mejor colegio la ciudad.

“Las Siervas”, así llaman coloquialmente al plantel, se ubica en una alta colina, su vecindario ya no son las enormes casas señoriales de hace cuarenta años; han llegado los nuevos tiempos y estéticas, lo que se vislumbra en el entorno por la construcción de altos edificios. El colegio empieza a desentonar en medio de esa nueva arquitectura.

Sor Clorinda de Jesús, la hermana superiora, se desvive en halagos hacia el joven profesor, quien es presentado de una forma fuera de lo convencional con aplausos incluidos, más una plegaria que debieron recitar todas las estudiantes para que «el Santísimo guíe sus pasos».

—Es para mí un honor presentar a Gregorio Hidalgo Alvear, próximo a graduarse en matemáticas puras en la Escuela Politécnica Metropolitana. Gregorio Hidalgo, es el mejor egresado de su promoción, y además, hijo de una dilecta exalumna. Gregorio será su  guía en el área de ciencias exactas en el ciclo superior.

—«¿Miran a ese bombón?, me lo comería».  —cuchichean las estudiantes.

Hay tres maestros nuevos también que no reciben el mismo trato. Sor Clorinda se limitó a pronunciar sus nombres y decir la materia que dictarán, mientras siguen los comentarios picarescos entre  las estudiantes.

—«A este papito le aplaudiría todo el año, ¿será casado?, no creo, se le ve muy joven, pues debería pensar en la madre de sus hijos, y aquí hay buenas candidatas…».

Ese mismo día, Gregorio recibe una oficina privada; deliberadamente sor Clorinda decide cambiar el organigrama del cuerpo docente para crear el departamento de matemáticas. El resto de profesores se sienten incómodos.

—¿Por qué no se organiza el departamento de historia y geografía? —murmuran.

—No tenemos un buen salón de música —dice Mario Laceta, profesor de esa materia.

Ramiro Terán, el profesor de mundo natural, cada año ve frustrado su deseo de organizar la galería de ciencias,  aunque se ha dado modos para arreglar en los distintos salones de clase: el rincón de botánica, de anatomía o de biología, gracias a la colaboración de las alumnas, o de los obsequios que le hacen dos vecinos suyos estudiantes de medicina. Varios cursos cuentan ya con cráneos y disparejos restos óseos del cuerpo humano.  Dado el tesón de Mario Laceta, el salón de música, que se  ubica en un oscuro pasillo, está bien equipado. Algunas piezas son fruto de donaciones, otras, adquisiciones hechas por él en remates que  cada cierto tiempo hace el conservatorio provincial; los precios son ínfimos, jamás ha pedido presupuesto a la madre superiora, ya que de antemano sabe la respuesta.

El tiempo pasa. Gregorio se adentra en su tarea de profesor, no es su objetivo profesional, pero está resuelto a valorar al máximo esa experiencia. A él las estudiantes le parecen inmaduras y de pocas aspiraciones. Con sus colegas se muestra acartonado y distante, aunque no deja de ser cordial con ninguno de ellos.

—Gregorio, estamos organizando el equipo de baloncesto, será mixto, es para el campeonato interno, los profesores también debemos tener uno, ¿en qué posición juegas?

Felipe Toledo, titular de educación física sabe de antemano la respuesta de Gregorio, de todas formas cumple con la delicadeza de invitarle a participar. El año lectivo  transcurre sin mayores sobresaltos. Gregorio es distante con las alumnas, mientras él es la admiración de todas ellas.

«Ahhh, ¡qué bonito que es!, con su terno bien planchado. Hay veces que los exámenes quedan con el olor de su perfume, es un maniquí». El maestro ya quedó bautizado con ese sobrenombre… Maniquí.

Aunque Gregorio no lo quiera admitir, hay muchachas realmente talentosas, pero eso él nunca lo reconocerá en público.

Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty, María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka, Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina…

…son innumerables los nombres de sus alumnas, por fuerza del tiempo algunos recuerda; le llamó especialmente la atención, Urania. La conoce ya como una estudiante regular, y bastante simple, pero su nombre se le grabó porque cuando estaba en la escuela politécnica, como materia opcional tomó una clase sobre mitología griega, algo para distraerse un poco en medio de tanto número y fórmula, recordó  que  una vez hablaron de las musas, las hijas de Zeus, eso contó su profesor…

«…ella es Urania, “la celeste”, tiene una corona formada de estrellas, de las que también su manto va repleto. A sus pies, se encuentran algunos instrumentos de cálculo, razón por la cual se la consideraba, como musa de las matemáticas, las ciencias exactas…».

Estricto con la limpieza y el orden, exige a las estudiantes cuadernos impecables, los apuntes de clase y exámenes deben hacerse siempre con lapicero, no soporta ni borrones ni manchas sobre un papel, para él los ejercicios y las fórmulas son una especie de obra de arte. En su oficina tiene un cartel lleno de fórmulas justamente, enmarcado con estilo pop, contrasta con el mobiliario: muebles neoclásicos de manufactura corriente, estantería  adornada con varios y oxidados instrumentos matemáticos, un octante, un sextante, la réplica barata de un reloj de sol; a sus espaldas, sobre una apolillada madera,  hay un Cristo agónico de cuerpo despostillado cuyas heridas han sido retocadas torpemente con pintura color tomate. Ese es su pequeño y ecléctico reino; ahí Gregorio recibe a padres de familia para hablarles generalmente de las bajas calificaciones de sus hijas, y la advertencia no solo de poder repetir el curso, sino de fracasar en la vida, por no  saber bien matemáticas.

Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty, María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka, Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina... pasaron muchas veces por ahí para escuchar sus llamados de atención.

«El maniquí de matemáticas me cae pesado», dice la hermana Alma del Consuelo.

Es la lozana religiosa encargada de la cafetería. En el recreo lleva siempre al salón de profesores el refrigerio, lo hace en un viejo carro de hierro forjado cuyas ruedas flojas tienen un sonido chillón mientras dan vueltas; a Gregorio, por disposición de sor Clorinda, le lleva a parte esa colación, sobre  un  opaco charol chino imitación de plata.

El colegio se abrió a participar en actividades extracurriculares. Gregorio gestionó para que “Las Siervas” concursen en la feria de matemáticas promovida por la Escuela Politécnica Metropolitana; él escogió a las estudiantes más destacadas, ganaron el primer puesto. La hermana superiora organizó un agasajo en su honor, lo que  incluyó misa y placa de reconocimiento por su excelente labor.

Ese año también, “Las Siervas” será el colegio sede del Festival Intercolegial de Música, el cual va cobrando más importancia; es un evento que une a planteles privados, estatales, religiosos y laicos. Conocido por su forma impecable de organización, Gregorio es designado para planear el evento.

—Yo pensé que lo coordinarías tú —le dicen a Mario Laceta, el profesor de música.

—La madre superiora me dijo que organizar nuestro grupo musical me tomaría tiempo, que me dedique solo a eso, y que me ponga a órdenes del maniquí, vi que ha enviado un presupuesto, ya le aprobaron, seguro se lucirá.

—Esmérate con el grupo, a ver si te dan una placa —responde el profesor de educación física con mucha picardía.

Un grupo de cuatro profesores y veinte estudiantes fueron escogidos por Gregorio para organizar el festival. Se reunían siempre en su despacho. Sobre la pizarra, él trazaba gráficos y cuadros sinópticos; nombró subcomisiones y cada una tenía objetivos que cumplir. En el transcurso de quince días, se juntaban con él, en la última hora de clases para evaluar cómo marchaba todo. Por otro lado, él debía dar permiso a las alumnas que integraban la orquesta del colegio a que vayan a los ensayos. A lo lejos escuchaba las vibraciones de un ritmo tropical que siempre le pareció estridente y de mal gusto. Prefería el rock clásico, el flamenco y desde luego, Chopin.

El colegio está atareado con el festival, hay un ánimo relajado, pero Gregorio con su comportamiento, se escapa de esa atmósfera gozosa y continúa tal cual con el plan de estudios y exámenes.

Ximena, Clara, Sofía, Susana, Elena, Inés, Sonia, Camila, Carmen, Betty, María, Augusta, Ana, Lucía, Ruth, Teresa, Urania, Norma, Marcia, Ilonka, Verónica, Susana, Patricia, Mónica, Catalina…

…se presentan el viernes, antes del festival, a la prueba de matemáticas, deben alcanzar un buen puntaje, varias reciben una alerta si no mejoran la calificación, ya ha corrido medio año lectivo, muchas están en peligro de reprobar la materia.

Es sábado, el gran día. Empieza a llegar la gente, todos miran con respeto a Gregorio, luce un terno gris. En reuniones anteriores, por unanimidad, delegados de los otros colegios decidieron que él, aun siendo parte de la institución anfitriona, debía ser el que otorgue un voto especial. Las alumnas encargadas de la organización llevan un distintivo particular, al igual que los maestros. La decoración es impecable, el patio central del colegio sería el escenario del evento. Las sillas para las autoridades están cubiertas de telas con los colores del colegio: celeste y blanco. Hay una alfombra roja por donde deben caminar los intérpretes. Mario Laceta, creyó que sería el presentador del festival por ser el profesor de música, fue desplazado otra vez. Gregorio es amigo de Raymond y Bryan, jóvenes locutores de la radio JKE- Juvenil, sus voces tienen encantadas a todas las estudiantes; vestidos de cuero llegan en motocicletas, nadie mejor que ellos para animar la gran fiesta intercolegial.

Quienes ingresan a la vieja construcción de las “Las Siervas” tienen un poco de recelo, persiste la fama de que el plantel es muy conservador al igual que sus estudiantes. Cuando se inicia la presentación del festival, Raymond y Bryan dan la palabra a la madre superiora, quien se desvive en alabanzas por la organización del evento. Gregorio, que está sentado en la mesa del jurado, se ve obligado a pararse y voltear hacia todos los lados para recibir sonoros aplausos.

Se inicia el certamen, por ser veinte grupos, inmediatamente el jurado debe calificar; sor Alma es la encargada de pasar a los locutores las fichas con los puntajes, cada miembro recibió un juego marcado del uno al diez.  El público está muy entusiasta, en algunas esquinas los chicos fuman a escondidas, se pasan botellas de licor, las anfitrionas no están en capacidad de controlar. Hay cantantes de todo tipo, algunas muchachas lucen vestidos llamativos, los que cantan rock prefieren, como los locutores, trajes de cuero. El premio será una importante suma de dinero y la grabación de un disco, también llegará la televisión nacional, el prestigio está asegurado.

Se van configurando los ganadores, Gregorio siempre pone el puntaje más bajo, varios grupos son desplazados. En primera fila está sentada sor Clorinda, las religiosas delegadas la comunidad central de “Las Siervas del perpetuo sacrificio”, representantes de la secretaría de educación del gobierno, Benigno Flor, el sacerdote del plantel y directivos del comité de padres de familia.

Se presentaron ya diecinueve colegios, llega la participación de “Las Siervas”. Cubiertas con largas capas de color celeste caminan sobre la alfombra roja. Raymond y Bryan piden el aplauso de bienvenida, están muy bien maquilladas, parecen mujeres de mayor edad, Gregorio las mira casi con indiferencia mientras suben al escenario. Prueban el volumen de los micrófonos,  suena un poco el timbal y una pálida resonancia  arrancan al trombón, una de ellas saluda al público de forma muy simple:

«Bienvenidos todos, gracias por acompañarnos, es un gusto que participen en el festival».

Ahora se despliega con toda sonoridad el ritmo tropical de moda, las integrantes del grupo inmediatamente se despojan de esas largas capas para lucir unos ceñidos pantalones celestes adornados con lentejuelas, y unas blusas blancas transparentes que dejan ver también corpiños de material similar al de los pantalones. En ese preciso momento ingresa como un vendaval, Urania; ella lleva una minifalda brillosa, no está puesta la blusa transparente sino solo el corpiño de lentejuelas.

—¡Buenos días, ¿están felices, están contentos?, bienvenidos, para todos ustedes con cariño… ¡Mírame un poquito!

El bongó suena al igual que los timbales, la trompeta, la conga y la batería; el público se enardece, Urania inicia unos despampanantes movimientos de piernas y caderas. Es la reina del escenario.  Gregorio siente un fuerte impacto cuando la reconoce; ella, la  alumna regular convertida en una diosa; y sí, lo mira desde el principio, lo mira con sus ojos penetrantes.

Mírame un poquito, no tengas miedo, descúbreme ahora así, para que sepas que llevo queriéndote, mírame un poquito, no tengas miedo, descúbreme ahora así,  para que sepas que llevo queriéndote,  y yo sé que tú también, que llevas queriéndome, los dos lo sabemos… mírame un poquito…

 El público está desatado de emoción, todos se paran para bailar y aplaudir mientras festejan los movimientos de Urania. Gregorio en ese momento recuerda lo que una vez dijo su profesor cuando estudiaba en la politécnica…

«…en la mitología griega las musas eran divinidades femeninas, que se convirtieron en la fuente inspiradora de toda creación artística por su belleza casi indefinible…».

La fuerza de los contoneos de Urania embruja a toda la audiencia. Gregorio, al no salir de su asombro, prefiere de un suspiro cerrar los ojos y huir por leves segundos…

…en su pequeño reino, se encuentra buscando el examen de Urania, luego de borrar todo lo hecho por ella, parece que traza con un pincel cada ejercicio y fórmula matemática. El sonido del bongó, las congas y la misma voz de ella son un leve eco; cuando alza a ver, frente a su escritorio encuentra a Urania, ahora vestida de musa. Con corona y túnica celeste, juega con los instrumentos matemáticos que están brillosos e impecables, al mirarse  se sonríen. En la pared, el agonizante Cristo, con sus heridas mal curadas, se ve tan hombre como el mismo Gregorio…

…Urania baila en ese preciso momento con Raymond y Bryan. Más consciente Gregorio, se preocupa un poco, piensa en el impacto que producirá todo ese espectáculo en las conservadoras autoridades, pero cuando mira a sor Clorinda, la madre superiora, ella está aplaudiendo con mucho fervor,  el padre Benigno Flor,  que se había despojado de su alzacuello, no deja de cantar; el resto de autoridades hacen lo propio, hasta las distantes y serias hermanas delegadas de la comunidad religiosa. Los presentadores piden la calificación del jurado, todos se aventuraron  antes a entregarlo de forma personal, solo falta el puntaje de Gregorio; sor Alma, que no dejó de bailar ni un solo momento, deliberadamente se acerca hacia él y sin permiso alguno toma la ficha con el número diez. Urania y su orquesta tropical, son las ganadoras absolutas.

Todo el público las ovaciona. Gregorio se siente fuera de lugar, alcanza a ver como las muchachas bajan del escenario y sobre la alfombra roja, con ayuda de estudiantes de otros colegios, llevan en hombros a Mario Laceta, el profesor artífice del grupo.

El festival terminó, hay un ánimo distendido. La gente empieza marcharse. Sor Clorinda ingresa a una inesperada reunión con las autoridades religiosas de la comunidad nacional de las “Siervas del perpetuo sacrificio”. En el bar, la hermana Alma sirve a varios profesores su refrigerio, ellos mismos fueron a tomarlo, coloca también en el viejo charol chino la colación para el maniquí. Al salir lo encuentra en una esquina, se acerca e intencionalmente se choca con él para derramarle la gaseosa y mancharle con la salsa del emparedado.

«Lo siento mucho, ¡mil disculpas!».

Gregorio no presta atención al hecho, está como adormecido. Después de un rato  se lo ve sentado en las gradas, toma en un vaso desechable, cerveza helada con varios profesores, parece otra persona, ríe a carcajadas, se lo ve distendido, aunque no deja de buscar con la mirada a Urania.  

Pasadas las seis de la tarde de ese día sábado, Carmelina Alvear de Hidalgo habla por teléfono con sor Clorinda quien no deja de alabar a Gregorio por la organización del festival, pero está también  afligida.

«Fue todo tan de repente, nunca me lo hubiera imaginado, yo que estaba tan feliz por el premio, somos el mejor colegio», dijo la religiosa.

Luego de unos minutos, Carmelina un poco sollozante, golpea la puerta del dormitorio de su hijo, él solo emite un leve gruñido, está cansado, no quiere hablar.

Es lunes en la mañana, nueva semana. En la antesala del rectorado esperan un hombre y una mujer, llevan en sus portafolios varias carpetas, tienen cita con la hermana superiora, representan a la inmobiliaria Patmost Builduing. Las autoridades nacionales de la comunidad de “Las Siervas del perpetuo sacrificio” tuvieron numerosas reuniones con ejecutivos de la empresa, los encuentros siempre se hicieron en un hotel de lujo, la decisión está tomada. Los representantes de Patmost Building, nada más deben entregar una propuesta de asesoramiento para lo que sería el traslado de todo el mobiliario del colegio, cuya sede se  vendió, la oferta fue bastante ambiciosa; el proceso de demolición tomará algún tiempo, están trazados ya los planos para la construcción de dos grandes edificios, sin duda serán los más modernos y lujosos de la zona.

En el colegio no dejan de hablar del festival, los profesores ceden las horas de clase para que las alumnas comenten, ellos también participan. Gregorio va directamente al quinto curso C, el salón de Urania. Luego de entregar las pruebas de matemáticas calificadas, iniciará un nuevo módulo de estudios.

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