jueves, 29 de agosto de 2013

El regreso

Violeta Paputsakis


Una ruta de ingreso a la ciudad de Salta, una calurosa noche de verano, columnas de vehículos parados en todas direcciones, miles de historias por contar.

Son las diez de la noche y yo sigo atascado aquí, pensar que ya estaría en casa descansando de este largo viaje, pero no, desde hace más de media hora estoy plantado en el mismo lugar. No entiendo qué pasa, una manifestación, un accidente, una avería en el camino, mientras se solucione lo antes posible no me interesa, quiero ver a Valen y Lili, hace una semana que estoy fuera y no pude disfrutar de mis dos amores.

Sentado en su Toyota Corolla blanco Joaquín observa la marea de vehículos que lo rodea y se lamenta por su suerte. Se convence de que no tuvo otra elección, tenía que hacer ese viaje sí o sí, cerrar esa cuenta era un negocio importante para el banco y una reafirmación de la buena gestión que está haciendo como gerente allí. Con sus cuarenta y dos años lleva adelante una carrera exitosa y una vida que si bien está cargada de responsabilidades se ve recompensada por los momentos compartidos con su familia y el buen pasar económico.

Los detalles administrativos para el ingreso de Textiles Andino como cliente lamentablemente requirieron más tiempo del previsto, mi idea era estar de vuelta en cuatro días como máximo, la desorganización de la empresa me obligó a hacerme cargo de cosas que no me corresponden, pero estoy convencido de que si no las coordinaba la desidia de los dueños prolongaría varios meses la concreción del acuerdo. Ya está, ellos están adentro y yo soy el más beneficiado. Unos días adicionales y varias horas de viaje no serían tan pesados si no fuera que ahora tengo que perder tanto tiempo sentado aquí, cuando faltan pocos kilómetros para llegar a casa.

Joaquín sube el volumen del estéreo más todavía y se acomoda en el asiento del auto, en el exterior el calor es insoportable y pocos se aventuran a caminar en medio de los vehículos para buscar una respuesta al inconveniente. Adentro, en cambio, el aire acondicionado y la música de blues hacen la espera aceptable, pasados otros quince minutos, Joaquín empieza a preocuparse, la situación parece más compleja de lo que se imaginaba, no avanzó ni un milímetro y dentro de poco tendrá que pensar en apagar el coche por completo y enfrentarse a un calor que no parece tener la menor intención de aplacarse.

Ya son las once de la noche y todos siguen en el mismo lugar, un ruido que proviene del Fiat a su derecha llama la atención de Joaquín, es un sonido estridente, mira hacia el lugar y ve una niña de unos ocho años gritando y sacando los brazos por la ventanilla trasera desesperadamente, su madre prende el pequeño foco del interior del coche y trata de tranquilizarla hablándole desde el asiento delantero, pero no logra mucho, la pequeña continúa vociferando que quiere irse a su casa.

La joven debe tener unos treinta años, tiene el pelo teñido de color castaño claro y lo lleva recogido en un rodete desordenado, la pequeña lleva una remera de Kitty manchada de algo que parece chocolate, su largo cabello oscuro se mueve desordenado en todas direcciones.

Joaquín hace un bufido de hastío y vuelve a acomodarse en el asiento, si bien sus vecinas no se parecen en nada a su familia, la imagen le trae a la mente a su esposa Valentina y su pequeña Liliana. Mira una vez más su teléfono celular y confirma con molestia que continúa sin tener señal. Recuerda la mañana previa al viaje, Valentina llevaba un vestido de verano estampado con flores blancas y rojas, unas sandalias y pulseras que acompañaban con su tintinar cada movimiento, los rizos de su cabello color miel cubrían apenas sus hombros y dejaban disfrutar de las suaves líneas de su espalda. Liliana, estaba sentada en la alfombra junto a la mesa desayunador, jugando con su muñeca favorita, al evocar su risa contagiosa y su mirada alegre no puede evitar sonreír.

Con el asiento reclinado y los ojos cerrados, se siente en el límite entre el mundo onírico y la realidad, golpes en la ventanilla lo traen bruscamente de regreso, se incorpora y puede ver a un hombre de mediana edad que continúa haciendo sonar sus nudillos contra el vidrio mientras lo mira sonriente. Está vestido con una camisa desgastada y se puede observar el calor en su cuerpo. Joaquín mira preocupado hacia adelante pensando que quizás el atasco ya terminó y él sigue estacionado allí, pero no, todos los autos continúan en el mismo lugar. Baja la ventanilla con molestia y se dirige a su visitante.

-¿Si? –pronuncia secamente.

-Buenas noches señor –inicia el hombre con humildad- disculpe que lo moleste pero no sé a quién más acudir. Mi familia y yo estamos en el auto que está detrás suyo –continúa mientras señala hacia atrás. Joaquín observa desde el espejo retrovisor un Ford Falcon bastante deteriorado.

-Como verá está haciendo mucho calor y como mi mujer está embarazada le está afectando, se siente mal. Se me ocurrió que quizás podría venir un tiempo a sentarse en su auto, estoy seguro que el aire acondicionado le va a ayudar.

Joaquín vuelve a mirar por el espejo y observa dificultosamente en la penumbra a una mujer de unos treinta años vestida sencillamente, imagina que debe estar bastante sudada y que incluso puede llegar a descomponerse más aún dentro de su vehículo, luego observa el tapizado de cuero color crema, el torpedo prolijamente encerado.

–Es imposible señor, no recibo a extraños en mi automóvil, pruebe con alguien más, quizás tenga suerte.

El hombre lo mira desconcertado, le agradece la atención y se despide. Joaquín sube nuevamente el vidrio y se queja internamente por el aire caliente que el extraño hizo entrar en su vehículo. Lo observa acercarse al Fiat Palio color plata delante suyo, luego lo ve regresar a su viejo auto y llevar a su mujer hasta ese coche.

Es increíble como la gente se pone en peligro sin necesidad, después los asaltan y se quejan, se dice Joaquín, esta gente cree que uno tiene la obligación de solucionarles la vida, si yo tengo este vehículo es porque me esforcé para conseguirlo y tengo el derecho de elegir quien se sube a él, ellos seguramente se pasan el día de vagos y después sólo saben pedir a los que nos preocupamos día a día por mejorar. Lo peor es que ahora pasa delante de mí como diciendo que Dios te perdone, faltaba más, yo no necesito que nadie me absuelva ni me dé nada porque me preocupo por obtenerlo.

Pasada la media noche Joaquín escucha bocinazos, se incorpora y ve que a lo lejos los autos están comenzando a avanzar lentamente, pone en marcha su Corolla y espera ansioso reiniciar el recorrido. Su cuerpo está magullado de tantas horas sentado, se siente cansado y tiene hambre, cuenta los minutos para llegar a su confortable casa y dejar de lado el cemento y los desagradables vecinos que le tocaron en suerte. Del Palio delante suyo baja la mujer embarazada, justo en el momento en que los vehículos alrededor comienzan a circular. Con irritación aguarda que la mujer pase delante de su auto y luego acelera esperando recuperar los segundos perdidos, el ritmo es lento y recorren sólo unos metros.

Al revisar los marcadores del auto comprueba que tiene mucho menos combustible del que esperaba. No tendría que haberlo mantenido en marcha tanto tiempo, con un poco de suerte voy a lograr llegar a la próxima estación de servicio, sólo necesito que podamos continuar avanzando, se dice a sí mismo. La marcha sigue a ritmo lento, la desesperación por llegar hace que Joaquín aproveche todos los huecos que se forman entre los vehículos y se pase de un carril a otro intentando circular lo más rápido posible, recibe y toca bocinazos en todo el trayecto, pero no le preocupa, lo único relevante es cargar nafta y llegar a casa.

Pasada una media hora mira a su alrededor y advierte que ha dejado atrás a todos sus compañeros de espera, comienza a divisar a lo lejos la causa del atasco, un auto volcado atraviesa uno de los carriles, pocos metros más allá, sobre la banquina, se ve otro vehículo. Un choque, se dice, como siempre la inconsciencia de unos cuantos nos perjudica a todos, seguro que eran unos borrachos o unos adolescentes jugando a hacer carreras. Mira el indicador donde titila una luz roja advirtiéndole que está utilizando la reserva de combustible. Estoy conduciendo lo más rápido que puedo, sólo queda cruzar los dedos, reflexiona Joaquín en medio de la ruta de ingreso a la ciudad en una calurosa noche estrellada del mes de diciembre.

Luego de avanzar otro medio kilómetro está llegando al sitio del accidente, policías de tránsito con chalecos reflectantes y linternas organizan el paso que se hace más pausado, sin embargo Joaquín se muestra contento, sabe que una vez pasado ese cuello de botella podrá marchar rápidamente.

Cruzó ya el ingreso de la ciudad, el paisaje cambia con los postes de luz y la sucesión de casas. En el momento en que atraviesa el sitio del accidente la curiosidad le gana y atisba el vehículo volcado. Un Volkswagen Fox negro como el de Valen, como tantos otros, se dice, por el estado en el que se encuentra sus ocupantes deben encontrarse muy graves. Sigue avanzando a paso de hombre y observa a lo lejos algo en el asfalto que llama su atención. 

Un frío glaciar invade su cuerpo y lo paraliza, comienzan a escucharse los bocinazos tras él por haber estancado el paso, un policía se acerca y le toca la ventanilla, Joaquín reacciona pero en lugar de continuar la marcha se baja del vehículo y corre por la ruta, llega cerca del Fox volcado y levanta algo del piso.
Es la muñeca de Lili, dice con la respiración entrecortada, abraza el juguete y se agacha para revisar el auto, intentando encontrar pruebas que nieguen lo que su cabeza vocifera. Grita desesperadamente a los policías que se acercan.

–Es el auto de mi esposa, ¿qué hace aquí?, ¿qué le pasó?, ella tendría que estar en casa al otro lado de la ciudad.

Los policías tratan de tranquilizarlo pero el ruido ensordecedor de las bocinas no lo dejan escuchar absolutamente nada. Tras unos minutos logran convencerlo de apartar su vehículo de la ruta. Joaquín intenta asimilar la situación, le llega a su confundida cabeza el recuerdo de la madre de Valentina, ella vive en un barrio próximo, Joaquín comienza a suponer lo ocurrido. Los policías le explican que su mujer y su hija fueron trasladadas al hospital, se ofrecen a acompañarlo pero el hombre se niega y retoma la marcha.

Mil pensamientos cruzan por su mente, nunca se imaginó que podría perder a sus dos amores, siempre creyó que esas cosas les suceden al resto de las personas, los que son imprudentes, los que se emborrachan, los otros, no a él. El temor nubla su razón y avanza dejando atrás la estación de servicio, sigue la marcha hasta que escucha un sonido intermitente, observa el medidor y un mensaje titilante en el panel que dice: sin combustible. Estaciona en la banquina sumido en la desesperación, toma la muñeca de su hija y se para al borde de la ruta, quieto, sin saber qué hacer.

Luego de un tiempo un vehículo se detiene cerca de él, es un Fiat viejo. La ventanilla se baja y un humilde anciano le ofrece ayuda. Está vestido con un jean, unas zapatillas y una chomba color crema, ropa consumida por el tiempo pero prolijamente llevada, su cabello es cano y tiene unos ojos que transmiten tranquilidad. Joaquín entra en el vehículo sin pronunciar palabra, abrazado al juguete. –En el vehículo volcado iban mi mujer y mi hija, ¿podría por favor llevarme al hospital para poder verlas?, me quedé sin nafta en mi auto. La voz es lenta, tranquila, acorralada por el dolor. Durante el trayecto ninguno de los dos pronuncia palabra.

Al llegar al hospital el extraño baja del vehículo y acompaña a Joaquín al edificio, en la mesa de informes pregunta por su familia y lo guía hasta el lugar indicado. Joaquín está shokeado, la desesperación dio paso al sopor y simplemente se deja llevar. Las palabras del médico son tranquilizadoras y le devuelven la esperanza.

–El accidente fue grave, pero por suerte ambas llevaban el cinturón de seguridad y eso permitió que no sufrieran heridas de gravedad. Tuvimos que enyesar la pierna de su señora y a su hija ponerle un cuello ortopédico, pero más que nada por precaución. Tienen que pasar el resto de la noche para comprobar si hacen falta más estudios y mañana podremos darle un parte más completo. Ahora ambas están durmiendo, vaya tranquilo hombre, en cuanto se despierten les aviso que usted estuvo aquí y que va a venir mañana a primera hora.

Joaquín asiente sin protestar, Mario, el dueño del Fiat, se ofrece a ayudarlo para que pueda cargar nafta en su vehículo y llegar a casa sin dificultad. Nuevamente Joaquín acuerda silencioso y responde con un sincero –Gracias, al tiempo que sus ojos se llenan de lagrimas.

-Tranquilo amigo, estamos en este mundo para ayudar al otro, estoy seguro que si me hubiese sucedido a mí, vos hubieras parado tu vehículo para ayudarme.

Joaquín le brinda una mirada y comienza a caminar meditabundo, cuando están llegando a la salida del hospital, le dice a Mario –No sé si yo hubiese parado, lo siento. Agacha la cabeza y continúa la marcha, le estremecía sentir en su corazón el contraste con sus miserias. Una semilla de cambio parecía haberse sembrado, sólo habría que esperar que la cosecha fuese próspera. 

1 comentario:

  1. Sobran las palabras para comentar.Estos casos abundan más de lo que quisiéramos.Cuanto nos queda por aprender.Saludos.

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