martes, 13 de agosto de 2013

La Infantita Bellita

Silvia Alatorre Orozco


Carolina escucha el crujir de las baldosas del pasillo, sabe que su cuñada se dirige a visitarla, rápidamente esconde bajo la cama una revista en la que señaló con crayón rojo varios anuncios en los que lee:

“Caballero sincero y trabajador busca joven honesta y cariñosa, fines matrimoniales”

En los últimos cuatro años ha sostenido este tipo de correspondencia, ilusionada de que por este medio encontrará marido, sus romances nunca llegan a buen fin ya que cuando los “caballeros” pretenden conocerla, termina la relación pues las fotos que les envía no pertenecen  a ella, porque se consideraba una vieja quedada y poco atractiva, sin embargo durante el intercambio epistolar su corazón ha latido apasionadamente y con la fantasía de ser deseada. 

Cuando Sonia abre la puerta la ve arrodillada y postrada ante la imagen de la Virgen del Perpetuo Socorro, la interrumpe y entrega en sus brazos a la pequeña Felipa.

La vieja casa colonial en que viven perteneció a los padres de Carolina, es el corazón de la hacienda; un gran patio central en donde destaca la fuente labrada en cantera es circundado por habitaciones de altos techos sostenidos por viguería, los cuartos son oscuros, se  iluminan únicamente a través de las bellas puertas de madera con vidrios biselados; al fondo está el gran comedor, en donde un multicolor vitral resplandece en su interior, en su exterior se ve la banca que por años ha permanecido ahí.

Su padre, Don Pancho era un hombre acaudalado y respetado en la región, le llamaban “el patrón”; las tierras de este latifundio estaban destinadas a la siembra de trigo; cuando el grano se cosechaba lo almacenaban en trojes.

México pasaba por tiempos difíciles, eran los inicios de la revolución, los insurrectos se sublevaban tomando poder sobre el gobierno, la gente vivía angustiada e intranquila; pero Francisco no temía a estos alborotadores ya que contaba con un ejército propio formado por algunas decenas de sus trabajadores, armados y con órdenes de disparar a todo aquel que se acercara a su feudo.  Era un hombre ambicioso, especulaba vendiendo la semilla a precios altos cuando este producto escaseaba en la región; su mujer, Doña Cuca era una joven, ingenua y lo amaba enormemente, madre de dos hijos: Carolina había cumplido siete años y Agustín el menor de cinco.

Era medía noche cuando llegaron los revolucionarios a la hacienda, violentamente mataron con fusiles y machetes a los adormilados trabajadores que cuidaban el lugar, el griterío, los balazos y el relinchar de caballos despertó a la familia. Pancho corrió aun descalzo hacia los silos, seguido por su esposa y la pequeña Carolina, en tanto el hijo menor, asustado, se escondió bajo su cama;  “el patrón” pistola en mano y con voz autoritaria les vociferaba:

- Bola de cabrones muertos de hambre, no saben a quién se enfrentan, soy Francisco Iriarte, dueño y señor de este lugar… a plomazos acabare con todos ustedes- y elevando más la voz continuó- no permitiré que ningún desgraciado, hijo d…

No acabo de terminar la frase cuando cayó acribillado a balazos frente a los ojos de su mujer, ella se lanzó al suelo y abrazándole como enloquecida le clamaba:

- ¡Pancho… Pancho no te mueras… no nos dejes!

Refregaba la cara en el cuerpo inerte y bebía la sangre que a borbotones brotaba de las heridas:

La niña, aterrada, cubría su carita entre la ropa ensangrentada de su madre mientras escuchaba como los bandidos vaciaban las trojes.

El lugar quedó desolado y desamparado por lo que el padre de Don Francisco intervino, se hizo cargo de la familia y de las tierras.

Desde la muerte de su marido, Doña Cuca quedó trastornada de la mente. 

Bolso en mano y arreglada cual si fuera a la iglesia se sentaba en la banca fuera del comedor y le decía a Carolina:

-Córrele muchacha, súbete al tren que tu padre nos espera.

Y la pequeña zarandeaba la silla y emitía sonidos simulando los del tren:

-Chucu… chucu.. cho… chucu…cho – mientras tanto su madre dormitaba.

 En cuanto se despabilaba  le decía a la chiquilla:

-Córrele… vamos a verlo.

Y esta rutina se repetía varias veces durante el día.

Más de una vez Caro cayó al suelo convulsionándose, cuando las criadas le informaron al abuelo de esta situación  el hombre solo comentó:

- Denle bien de comer a esta chiquilla, de seguro se desmaya por el cansancio de menear la banca.

En cuanto Alberto fue lo suficientemente responsable para hacerse cargo de la hacienda, el abuelo se retiró; pocos años antes Doña Cuca había muerto de pulmonía, ya que una fría noche de invierno sentada en el patio aguardaba la llegada de su marido, no permitió que nadie la movieran de ahí, la cubrieron con cobijas y a pesar de eso enfermó gravemente y falleció.

Alberto se casó con Sonia, una chica  chismosa y desobligada; por su parte Carolina anhelaba contraer matrimonio cuanto antes o sería la tía solterona y esa última idea la atormentaba; fue en ese entonces cuando a través de la revista buscaba marido. 

Por las noches siguió presentando aquellas convulsiones que la atacaron de niña; Sonia se percató de ello y lo comentó con las amigas y la gente del pueblo, que asustados le dijeron:

- ¿Está poseída por el diablo?, mejor llévala con el padre Filiberto.

Este la roció con agua bendita, y le colgó medallas de San Benito para ayuntar al maligno, pero nada de eso le ayudaba a mejorar, por lo que el clérigo le preguntó a Sonia:

- ¿Blasfema y maldice mientras se convulsiona?

- No… no padre, no dice nada y después como si despertara de un sueño pregunta: ¿qué me pasó? y se pone a rezar.

- Pues entonces, es que tiene conexiones celestiales. 

Y desde luego Sonia le comunicó a todo mundo lo que decía el cura.

Caro conoció en el pueblo a Julio, un agente viajero que distribuía medicinas en las boticas de la región, se gustaron  y él la visitaba con frecuencia. Una noche lo invitó a cenar para presentarle a su familia, desgraciadamente la joven cayó en una crisis convulsiva; con el fin de alivianar el momento Sonia le comentó al chico las palabras del cura, pero Julio de sopetón les soltó:

- Lo que tiene Caro se llama epilepsia.

- ¿Y eso es malo?- pregunto Alberto.

- Pues sí y no- contestó Julio- con medicinas se puede controlar, pero no deberá casarse pues les heredara ese mal a los hijos.

Caro que ya se había recobrado escuchó el comentario y en ese instante su mundo de fantasías se derrumbó, de pronto se vio convertida en la tía solterona destinada a cuidar sobrinos; para  Sonia esa noticia fue motivo de alegría pues tendría de por siempre nana para sus hijos, ya esperaba a su cuarto bebe.

Nació una hermosa niña,  con tez rosada, grandes ojos azules y cabello rubio ensortijado, sonreía de tal manera que embelesaba a todos aquellos que la veían; la llamaron Felipa.

La obsesión por casarse y tener hijos fue la causa por la que Caro distorsionó la realidad en que vivía; tejía cobijitas para bebé y bordaba pañales que acumulaba en su ropero; fue por eso que en cuanto tomó en sus brazos a la recién nacida, pensó que esa era la hija que tanto esperaba recibir; y debido a que Sonia se debilitó muchísimo después del parto, la criaturita quedó a su cuidado, consiguió una nodriza para alimentarla y colocó la cunita en la recámara al lado de su cama; como el nombre de Felipa no le gustó, le llamaba Bella o Bellita.

Sonia se recuperó pero se desatendió totalmente de ella y también de los demás hijos a los que dejó a cargo de las criadas;  pasaba la mayor parte de su tiempo chismeando en el pueblo.

Caro ya era madre de una nena por lo que suspendió la correspondencia epistolar con los “novios”. Y recordando aquello dicho por el cura:

- Tiene conexiones celestiales.

Le hacía creer a la gente que de verdad tenía comunicación con seres divinos, un buen día les dejó saber:

- La Virgen me ordenó que Bellita  represente al niño Dios en el nacimiento de la parroquia, en esta Navidad.

Sonia no tenía interés por opinar al respecto; las beatas y el cura dieron su aprobación  y Caro sacó del ropero los pañales de seda que años atrás había bordado. Los fieles admiraban la hermosura de Felipa, por lo que por dos años representó ese papel. La tía aprovechó esa situación y dejó correr la idea de que Bella era milagrosa y la chismosa de Sonia corroboraba esa información. 

Cuando cumplió tres años pasó a ser el ángel que custodiaba el pesebre. Su hermosura era tal que a los once personificó a la Virgen María. 

Carolina era inmensamente feliz al ser la madre de Bellita; la bañaba, peinaba su pelo y le diseñaba preciosas túnicas para que luciera lindísima; en el patio de la casa armó un altar con el retrato de la niña y lo convirtió en un espacio sagrado, a donde la gente veneraba a la “Infanta Bellita”, le agradecían y solicitaban milagros, le llevaban flores y veladoras.

A los quince la muchachita enfermó, el médico dio su diagnóstico: problemas hormonales. Su hasta entonces bella cara se cubrió de granos y subió de peso hasta convertirse en una jovencita rechoncha y nada atractiva, motivo por el cual, Caro ya no permitía que la gente la viera; y les hizo saber que por disposición de la Virgen, la milagrosa Infantita permanecería enclaustrada en oración, y su imagen se trasladaría a la parroquia para que en ese lugar fuera reverenciada. 

La tristeza invadió a Carolina, ya no podría lucir a la Infanta ante la gente, por lo que lloraba y abrazaba a Felipa prometiéndole que nunca se separarían; sus ataques epilépticos eran más frecuentes ya que por sus ocupaciones religiosas había dejado de tomar las medicinas; ahora más que nunca necesitaba que la joven permaneciera a su lado. 

La muchachita obedecía totalmente a la tía, no protestaba ni opinaba nada, así era la costumbre en esa época, nunca se contradecía a los mayores. 

El padre Filiberto gustoso aceptó el traslado de la imagen de Bellita a su parroquia, ya que con eso incrementaría sus ingresos.

Alberto se alarmó al ver tan mal a su hija por lo que llamó a un prominente médico de la capital y este confirmó el anterior diagnóstico y agregó:

-  Este mal se corrige, siguiendo el tratamiento que les voy a indicar, en pocos meses la muchachita recobrara la salud y la belleza- y continuó- Don Alberto, en tiempo no muy lejano esta niña  estará lista para casarse y convertirlo en feliz abuelo. 

Al escuchar al galeno, Carolina se alarmó terriblemente, y se decía:

- Bellita no puede casarse… tiene que estar conmigo de por vida... no me dejará.

Una noche en vez de los fármacos recetados  por el doctor, Caro le dio a la sobrina una bebida preparada con raticida, misma que ella también tomó.
Por la mañana las encontraron muertas y abrazadas, nadie las pudo separar por lo que las metieron dentro del mismo ataúd.

El padre Filiberto colocó sus restos en una capilla dedicada expresamente a la milagrosa  Bellita, y solicitó al Vaticano su beatificación.

Eran tantos los peregrinos que visitaban a la “santita” que fue necesario ampliar el atrio de la iglesia y construir una tienda en donde se vendían imágenes de la niña vestida de Niño Dios, rosarios y reliquias.

La parroquia se convirtió en la más importante y rica de la región, el cura se compró un auto para viajar a pueblos cercanos y vender estampitas y oraciones especiales que según decía, la Virgen  había dictado a la madre de la “Infanta Bellita”.

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