miércoles, 14 de agosto de 2013

El loco burgos

Dennis Armas


A la vagancia, al ocio, al vicio, a la lujuria y a todas esas cosas que hacen bonita la vida…

 
Marco Zegarra monta guardia muy nervioso, mientras que su amigo Adrián Burgos palanquea con su navaja la tapa de combustible de un carro.

Marco no tiene idea de lo que su amigo intenta hacer, pero sabe lo impulsivo que es cuando se enfrenta a algo que considera injusto. Además, sea lo que sea lo que Adrián pretende lograr, parece peligroso, da la impresión de que ambos pronto tendrán que salir corriendo, y Marco, a diferencia de su compañero, no está en forma.

¿Pero qué pretende  ahora? -piensa Marco- ¿No podemos estar una noche sin meternos en problemas?

Tan solo la noche anterior, saliendo de sus clases de la universidad, se habían ido los dos caminando por una calle poco transitada. Adrián estaba antojado de una gaseosa por lo que ambos entraron a una pequeña y conocida bodega. En su interior un señor era atendido. Adrián Burgos se colocó detrás de él y educadamente espero su turno. Una de las cosas que Burgos más detestaba era cuando llegaba algún sujeto de la calle, y en vez de respetar fila, empezaba a gritar por encima de los demás, pidiendo las cosas que quería que la tendera le alcanzase, como si las personas delante de él fueran meros obstáculos que lo incomodaran. Eso no lo toleraba y ya había tenido alguna que otra pelea por esa razón.

El cliente delante de ellos ya tenía sus pedidos y solo esperaba que le diesen su vuelto.

La bodega estaba muy bien surtida, pero el espacio era reducido. Los productos se encontraban abarrotados en  tres enormes vitrinas-congeladoras, una a la izquierda y dos más a la derecha, esto hacía que uno se sintiese en un túnel hecho de envases de yogurt, latas de atún, botellas de gaseosa y cien artículos más de diversas marcas. Incluso la tendera tenía cosas apiladas a su diestra y siniestra, dejándole solo una estrecha ventana por donde despachar las cosas.

Adrián abrió el congelador de su derecha y sacó una Coca Cola. Se distrajo un poco mirando la gran diversidad de productos colocados a su alrededor. Toda la tienda tenía un olor medio dulcete característico de las bodegas, y en el fondo, detrás del mostrador, se podía oír un televisor transmitiendo una telenovela.

De pronto, una señora de unos cincuenta años de edad, delgada y con el pelo teñido de castaño entró a la bodega y tocó a Adrián en el hombro diciéndole:

-Con permiso…

Adrián Burgos giró su delgado cuerpo para ver quién le hablaba, y al hacerlo, la señora se colocó delante de él con la mayor naturalidad del mundo, y en vista que ahora era la próxima en la fila, empezó a hacer sus pedidos con todo el derecho que le confería el haberse colado.

Marco se quedó atónito y enseguida miró a su amigo. Adrián permaneció desconcertado por unos segundos, como si no creyese lo que acababa de ocurrir, pero luego se convirtió en la viva imagen de la furia contenida. Apretaba los labios tanto que se escuchan los dientes chasquear y la vena de su sien, la que siempre se le nota cuando se enoja,  estaba tan gruesa como una lombriz de tierra; sus puños se cerraron con tanta fuerza que a Marco le pareció que la botella de gaseosa que sostenía en la mano derecha se rompería en cualquier momento. Justo cuando parecía que iba a estallar, se fue relajando poco a poco, hasta que toda la ira se convirtió en apenas un suspiro.

Tal vez  el hecho de que fuese una mujer mayor la que le había robado su lugar en la fila y no un hombre, hacía que, quizá por caballerosidad,  Adrián se resignase a esperar.

Y esperó.

Esperó a que la señora pidiese los artículos que necesitaba.

-A ver, a ver… -decía la mujer contemplando perezosamente la mercancía ubicada en los stands detrás de la tendera- dame… dame… un rollo de papel higiénico..., no, mejor dos rollos de papel higiénico, a ver… qué más… que más…  ¡ah ya sé! ¿Tienes hotdog de pollo?

-Sí, sí tengo -respondió la tendera.

-Ya, dame un paquete de hotdog de pollo… ¿pero es Laive, no?

-No, solo tengo de San Fernando.

-¡Uuuuy! ¿No tienes Laive?

¿¡Acaso estas sorda carajo!? Ya te han dicho que no hay  -pensó Adrián para sus adentros.

-Hotdog Laive no tengo, solo San Fernando -repitió la dueña de la bodega.

-Bueno, -dijo la vieja- dame un paquete de hotdog, y un sobre de mostaza, un litro de yogurt, detergente también…

La tendera le pasaba todo lo que le pedía. Los productos se fueron acumulando sobre el mostrador.


-Mmm… eso sería todo -concluyó la mujer ¡Ah! Dame también doscientos gramos de queso fresco.

La dueña de la bodega caminó lentamente hacia los quesos, cogió uno grande, lo partió con el cuchillo y lo colocó sobre la balanza para pesarlo.

Marco notó que Adrián Burgos empezaba a dar pequeños golpecitos con el pie, mientras se jalaba mechones de su larga cabellera como si quisiera arrancárselos disimuladamente.

Finalmente la tendera le dio a la señora todo su pedido junto con su vuelto. Adrián y Marco dieron un suspiro de alivio. ¡Por fin había terminado! ¡Tanto esperar para pagar una gaseosa! No había sido justo, pero a veces, por caballerosidad, uno tiene que aguantarse algunas cosas.
 
 
 Pero la mujer no se fue, después de haber recibido su vuelto se apoyó en el mostrador y empezó a comentarle a la tendera:

-Te cuento que mi nietecito ya aprendió a ir al baño solito, solito ya va al baño.

-¿Ah sí?  Mira pues -respondió la dueña de la tienda.
-Sí, de verdad. Primero tenía miedo, pero ya tiene cinco años…

-¿Cinco años ya?

-¡Uy sí! Fíjate que rápido pasa el tiempo ¿no? Apenas ayer era un bebito chiquito y ahora ya va al baño solo, sí mira, te cuento que el otro día yo…

Era obvio que para aquella mujer Adrián y Marco eran solo dos maniquíes que la tendera había puesto ahí para que el negocio parezca lleno. O tal vez pensaba que eran un par de huevones a los que les gustaba ir a pararse ahí sin hacer nada.

Adrián Burgos ya no se pudo aguantar.

-¡Vieja puta! -le dijo mientras metía de vuelta la gaseosa al congelador.

La tendera se quedó muda. La señora aludida volteó enseguida solo para verse frente a un sujeto de cara larga y con look grunge que atentaba contra todos sus valores estéticos.

-¡¿Oiga joven qué le pasa?! ¡Qué grosero es usted!

-¡Y usted es una conchuda! -le respondió Adrián sin dudarlo un instante- Primero se cuela en la fila y luego se pone a conversar como si nada.

-¡Oiga!

-¿A quién le importa si su nieto ya se limpia el poto?

-¡Las damas son primero! – replicó la vieja indignadísima.

-Las damas son primero –remedó Adrián- ¡Esto no es el Titanic, es una bodega!

Ambos amigos salieron de la tienda y la vieja se quedó quejándose, escandalizada y ofendida por el insulto.

Los dos muchachos caminaron un par de cuadras en silencio. Eran cerca de las once y cuarenta de la noche, hacía algo de frio y la calle se veía prácticamente vacía, solo el lejano pito de algún guachimán rompía el silencio. Marco notó que su compañero estaba un poco más tranquilo, por lo que le dijo tímidamente:

-Oye Adrián, me parece que te pasaste un poco con la señora…

-No. No es la primera vez que debo soportar la conchudez de una mujer. Son “damas” solo cuando les conviene. Y peor cuando les das un carro.

-Oye, nos digas eso, estás hablando como machista.

-¡No es machismo! -dijo Adrián tajantemente- Ayer, justo ayer, me pasó algo con una mujer en una minivan.

-¿Qué te pasó?

Adrián dio un largo resoplo y dijo:

-Me encontraba en Barranco, caminando por una vereda. Esa calle estaba llena de casas y edificios residenciales. Yo regresaba de almorzar. Iba tranquilo fumándome mi cigarro, cuando de repente escuché la sirena de un garaje, ya sabes, esas alarmas que tienen las casas pitucas y que suenan cada vez que se abre la puerta de la cochera, con luces y toda la vaina.  A dos metros delante de mí se empezó a levantar el portón, así es que caminé despacio pensando que el carro saldría rápido.

Del interior del garaje salió una empleada con un niño en brazos y se colocó a un costado, luego empezó a emerger en reversa una minivan conducida por una mujer. Me quedé parado en la vereda, esperando a que termine de salir para yo poder seguir mi camino, pero en vez de eso, la mujer se plantó en medio de la acera con carro y todo y le exigió al niño que le diera un beso volado.

A ver un besito, besito volado -le decía. Pero el niño no le hacía caso, así es que la mujer le insistió: besito, oye, dame un besito volado, besito volado, pero el niño ni la tos. No hacía caso. La ignoraba por completo. Oye, fulanito, dame un besito volado, besito volado, a ver, un besito  El niño estaba distraído viendo a dos gallinazos en plena faena sexual y no le daba la gana de hacerle caso a la mujer, la que no paraba de pedirle un beso volado. ¡Y mientras tanto yo tenía que estar ahí parado como un cojudo esperando a que la señora retire su carro de la vereda para yo poder pasar!
 
-Pero… ¿por qué simplemente no rodeaste la minivan? -preguntó Marco.

-¡No pues Marco! ¡Así no es la cosa! ¡Así no es! Yo como peatón tenía todo el derecho a caminar por la vereda. No tenía por qué rodear el carro de esa pituca idiota. Por respeto, me quedé esperando un rato. Pero la mujer no se iba a mover hasta que el pendejito ese le diera un beso volado. ¿Tú crees que a ella le interesaba un bledo que yo esté ahí parado como un estúpido esperando a que ella se dignara a mover su camioneta? ¿Tú crees que le importaba? -Adrián hizo una breve pausa y luego continuó- ¡Le importaba un carajo que yo esté ahí! Lo único que le importaba era que el niño hiciese lo que ella quería. Nada más.

-¿Y qué hiciste?

-Me bajé a la pista, rodeé la minivan y luego ¡MUAC!

-¿Muac?

-Sí, ¡MUAC! Rodeé la camioneta como quién no quiere la cosa y en el último segundo le zampé un beso en la boca. 

-¿¡Qué!? -dijo Marco burlonamente- No puedo creerte.

-Pero eso es lo que ella quería, ¿no? Quería un beso. Como el enano de mierda no se lo daba, se lo di yo.

-No puede ser. ¿Y la mujer qué hizo?

-Gritó, tosió humo, escupió y yo me fui. Ya no me importa si se trata de un hombre o de una mujer, ambos pueden ser conchudos por igual ¿Por qué entonces tengo que poner en su sitio a uno y perdonar al otro?  
 
 
Marco se puso a pensar, no compartía el sentir de su amigo, pero lo entendía. Eso explicaba porque había sido tan grosero con la señora de la tienda. Pero incluso entonces se había aguantado un poco, pero esa vieja también se había pasado…

-¡¿Ves?! ¡A esto me refiero! -chillo Adrián alzando la mano derecha en señal de indignación.

Marco salió de sus cavilaciones de inmediato y vio que frente a ellos estaba estacionado un carro con toda la parte delantera bloqueando el paso. El conductor se había subido a la vereda metiendo la nariz del vehículo a lo ancho del camino, obligando a cualquier peatón a tener que rodear el auto.

-Ya Adrián, tranquilo, calma -se apresuró a decir Marco- Nunca vas a poder escarmentar a todos los conchudos, la ciudad está llena de ellos. ¿Qué pretendes? ¿Estar peleando por el resto de tu vida?

Adrián Burgos no contestó. Se quedó mirando el carro sin conductor. Parecía reconocerlo. Lo rodeó sin decir nada y se detuvo a examinarlo.

-Deja el carro en paz -le insistió su amigo- no quiero problemas.

Pero Adrián no decía nada. Tenía los labios apretados y se sacaba conejos de los dedos.

-Adrián…

-No haré nada en este momento, pero mañana en la noche regresaremos por este mismo camino -dijo de repente.

Reanudaron su caminata dejando el carro atrás. Marco le aconsejaba que cualquier cosa que estuviera tramando la olvidara, que no valía la pena. Pero Adrián Burgos no volvió a tocar el tema ni hizo nada, hasta la noche siguiente, tal como había dicho.
 
Ahora Marco se encuentra siendo cómplice pasivo de algo que no puede detener.      Ambos se hallan en el mismo sitio, junto al mismo carro cruzado sobre la vereda. El dueño tiene la mala costumbre de dejar su auto bloqueando el camino todas las noches y ya es hora que Adrián haga algo al respecto, algo que le ganaría el sobrenombre de “El Loco Burgos”.

Mientras Marco vigila, Adrián logra abrir la tapa del tanque de combustible del carro. Un torrente de nervios invade a Marco cuando ve a su amigo meter un trapo por la entrada de gasolina, dejando sobresalir una parte de la tela a modo de mecha. Enseguida saca de uno de sus bolsillos un pequeño recipiente con alcohol y empapa la punta del trapo para después prender su encendedor.

-¡Adrián! ¡Por Dios! ¡No lo hagas! ¡No lo hagas!

Pero ya es demasiado tarde. Adrián ya ha prendido la improvisada mecha y dice:

-¡Corre!

Marco empieza a correr detrás de su amigo como nunca lo había hecho antes. Al doblar la esquina puede ver por el rabillo del ojo un fulgor amarillo naranja, pero no puede detenerse. Siguen corriendo como dos atletas compitiendo por la medalla de oro.  Hasta que escuchan una explosión cuyo estruendo se extiende por el aire haciendo sonar las alarmas de todos los autos estacionados fuera y dentro de las viviendas.

-¡Detente! -le ordena el Loco Burgos a su amigo.

Ya han avanzado unas tres cuadras, pero aun así pueden ver el resplandor incandescente por encima de los techos de las casas que dejaron atrás. Marco esta horrorizado, pero Adrián apenas puede disimular su euforia.

-¡Ahí tienes! ¡Ahí tienes! -dice emocionado lanzando golpes al aire, como azotando a un enemigo caído.

-Adrián. ¿Qué has hecho?

-Algo bueno -responde sonriente sin dejar de contemplar con satisfacción el resplandor del incendio.

Luego, con una sonrisa diabólica dibujada en la cara, mira a Marco y le dice:

- Vámonos, pero sin prisa, hagamos como que no sabemos nada.
 
Adrián Burgos no es de jactarse, pero no podrá evitar contarle su hazaña a algunos compañeros; sin embargo, la historia es tan increíble que muchos no le creerán, y los que lo hagan tendrán sus dudas. Mas será suficiente para que empiece a difundirse el  rumor de que hay un tipo en la facultad de electrónica con quien es mejor no meterse; está medio chiflado, dicen que voló un carro y le gusta pinchar las llantas de las combis que se atreven a cobrarle un sol veinte.

1 comentario:

  1. La paciencia tiene un limite.Y el que abusa de la paciencia de los demás .....
    Saludos.

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