lunes, 19 de agosto de 2013

Italianos

Víctor Mondragón


Corría la década de mil novecientos cincuenta, un viernes en el centro de la ciudad de Lima, finales de un febrero ardiente, cercano a las fechas  en que la ciudad solía celebrar los carnavales con fastuosas fiestas. Giovanny y Fiorella caminaban de la mano, ella con ojos del color del cielo al amanecer,  largos cabellos dorados, traje bien ceñido y tacones altos, él, sobrio en su vestir, alto y de  pelo rizado.

-Son doce soles –les dijo el dependiente de una tienda de artículos importados.

En las fiestas de carnavales limeños los jóvenes solían cortejar a las jovencitas con chisguetes de perfumes,  Giovanny acababa de adquirir un  Amor de Colombina lanza perfume. Las celebraciones  se daban de diversas formas, las clases pudientes asistían a fiestas de disfraces en clubes sociales o en las playas, los barrios medios organizaban fiestas en sus casas con chisguetes de perfume mientras  los barrios  populares  se consolaban jugando -o  peleando- con agua, talco, pintura y betún.

-Yo te pedí amor de Pierrot –dijo Fiorella y   torció su rostro disgustada.

-Estoy ahorrando para mis estudios –contestó el joven. Ambos se miraron a los ojos  y permanecieron en  silencio.

Minutos después, mientras transitaban por las calles del centro de la ciudad fueron impactados por un globo de agua lanzado desde un balcón, el  joven  la besó en la frente, le acarició el rostro y la secó con su pañuelo. Se acercaba la hora de la función de vermut, la pareja caminó hacia la plaza San Martín, ella con su  cabellera alborotada por el viento y el con un aspecto más sobrio que nunca, en esos años ir a un cine era todo un evento, los asistentes solían vestir y oler bien,  la pareja hizo una breve fila e ingresaron a un pulcro y bien conservado local, en el hall destacaba un caballero que vestía saco oscuro con numerosos y  relucientes botones, era el vendedor de golosinas, la pareja compró chocolates y chicles –no  como ahora donde asistir a un cine es exponerse a estar rodeado de asistentes que comen en baldes que parecen contener alimentos balanceados.

Los jóvenes  se ubicaron en la parte trasera, quizás  buscando la complacencia de la luz escasa, lugar donde los enamorados insaciables  suelen regalarse  besos sin fin.

-El traje que vistes es muy ceñido y provocador –dijo Giovanni, la joven  se hizo la desentendida y replicó:

-Mis amigas irán a fiestas en los clubes de las playas.

-Aún no concluyo mis estudios y ese costo no está a mi alcance –respondió Giovanny, el joven la  miró directo a los ojos y  tuvo la impresión de saber lo que ella pensaba.

-No quiero ir a tu fiesta de bomberos –dijo Fiorella sin poder disimular una ventolera juvenil excusada en orgullo.

-Allí estarán mis  amigos –repetía Giovanni.

A la salida del cine caminaron y se sentaron en una banca frente al teatro Municipal, había anochecido, se quedaron mudos, el apetito pedía ya por lo suyo, la pareja ingresó a una sanguchería de italianos en la esquina de los jirones Huancavelica y Cailloma. 

-Aquí tienen, un sanguche de pavo y uno de cerdo –dijo el servidor.

Tras aplacar el hambre, la pareja se dirigió a casa de Fiorella, la discrepancia en cuestión se mantenía.

-Además por ahí dicen que para tontos los bomberos –comentó Fiorella.

La pareja llevaba dos semanas discutiendo sobre el mismo tema:  típica e inmadura discusión de pareja donde nadie quiere ceder, en el jardín de la casa de la joven continuaron los litigios, ambos rostros se vieron desalentados,  sus voces se crisparon bajo miradas desafiantes.

-Sería feliz si me acompañaras a la fiesta de los bomberos –dijo Giovanni, su actitud no era tanto de desamor  como de orgullo propio, no  percibía  que ésta   es otra  de las tantas trampas que esconde el amor.

-¡No quiero verte nunca más! –respondió la joven, su voz antes  suave se mostró grave y sus ojos se tornaron insolentes,  se alejó sin despedir. La pareja había discutido por tonterías aunque creían que era por  amor;  realmente no era desamor, ni siquiera celos, estaban midiendo sus intenciones.

Don Giuseppe, padre de la muchacha alcanzó a escuchar la conversación y comprendió el motivo de la diferencia, animó a su hija y  le invitó a  pasear por el centro de Lima al día siguiente.

Limpias calles, día soleado, caballeros con terno y damas vestidas con hermosos trajes transitaban por el jirón de la Unión, los escaparates  lucían finos vestidos  y artículos importados, el caminar por aquel jirón era motivo de prestancia y elegancia.

-Quiero que escojas un traje para ti –dijo el padre de la muchacha.

La joven se enfrentaba a una difícil elección, iba y venía por diversas tiendas, dialogaba  con los vendedores; tras de ella, su paciente papá sonreía, una hora después finiquitaron su compra.

A continuación el padre pidió a su hija que le acompañara al balneario de Chorrillos, subieron a un taxi que los condujo a  la bomba Garibaldi, en la puerta de la misma los esperaba un caballero que lucía fino traje y unos  bigotes marrones que más parecían convenir con algún antiguo navegante, el padre de Giovanni, Angelo Cipollini, viejo amigo del papá de Fiorella, intercambiaron bromas sacudiendo el polvo de una añeja amistad.  

-Esta compañía de bomberos fue fundada por inmigrantes italianos en 1872, Compagnia di pompieri  Garibaldi di Chorrillos, lleva el nombre del impulsor de la unificación política de Italia, Giuseppe Garibaldi, héroe de dos mundos, quien  radicó  en Lima en 1851 y que  junto a otros inmigrantes italianos  fundaron  la primera compañía de bomberos del Callao –dijo don Angelo.

Con pasos cortos y lentos caminaron por el viejo local que les parecía  detenido en el tiempo, pidieron permiso a un encargado  e ingresaron  a una amplia habitación que hacía de biblioteca,  colgaban en las paredes cuadros con rostros de antiguos  bomberos, mudos testigos del paso del tiempo, los visitantes encontraron  un aire denso en el ambiente, mezcla de humedad, muchos años  y olvido; se sentaron sobre antiguas sillas y se dispusieron a sacar a relucir recuerdos propios y  otros tantos prestados de los libros que allí dormían.

-En la captura de Atahualpa hubo soldados de origen italiano, Lima tuvo virreyes  que vivieron en Italia o fueron emparentados con italianos, incluso uno fue italiano; durante la colonia y primeros años de la república los inmigrantes italianos provinieron de la región de Liguria, mayormente genoveses, destacaban por ser diestros navegantes –añadió don Ángelo.
Fiorella, estaba distraída, no parecía percibir las ideas que intentaban inculcarle, aun así se animó a intervenir.

-Cuéntenme como llegaron nuestros antepasados –dijo Fiorella, mitad por novelería y mitad por complacencia a sus mayores.

-La inmigración italiana si bien no fue masiva, fue selecta, en 1876 había más de siete mil italianos en tierras peruanas, mayormente radicados en puertos, destacaron por ser  prósperos transportistas marítimos y comerciantes, muchos fueron atraídos por el auge del guano y el salitre, en esos años en Italia se comentaba que entre los emigrantes italianos afincados en América del sur,   los más ricos e industriosos  estaban en el Perú; de los españoles retomaron el sembrío de olivos, vid, legumbres y pan llevar, impusieron la venta del pan fresco tres veces al día,  instalaron fábricas de fideos, chocolates, textiles y helados entre otras –respondió don Angelo.   

-Miren estas fotos, son del balneario de San Pedro de los Chorrillos durante la guerra del Pacífico, era considerada la perla del Pacífico, mansiones con hermosas terrazas moriscas, amplios jardines de flores circundados por detalladas verjas de hierro forjado,  plazuelas con estatuas de mármol y piletitas de puccis, lugar de veraneo de la aristocracia  limeña, comparable con los mejores balnearios europeos –dijo el padre de Fiorella tras ojear unas revistas amarillentas, cubiertas por el polvo ingrato del desinterés.

Era casi medio día, el apetito pedía ya atención, don Ángelo buscaba denodadamente algo en las estanterías, tras unos minutos ubicó una revista que llevaba el título de “Revista Ítalo Peruviana di scienze, lettere, arti e varietá Anno X, 1922”, pidió al encargado que se la prestasen y seguidamente los amigos subieron al antiguo auto Chevrolet del señor Cipollini, enrumbaron con dirección al centro de Lima,  hacia  un restaurante al costado del palacio de gobierno, en una esquina frente a la estación de Desamparados.  

Ambiente antiguo, techos altos, fina caoba, muebles sobrevivientes del siglo anterior, el tiempo detenido, austera ornamentación pero sobria a la vez; un camarero pulcramente vestido se acercó a los recién llegados, los saludó en italiano y les entregó la carta de platos, los visitantes pidieron como entrada conchitas a la parmesana, sopa menestrón como primer plato y diversas pastas como plato principal.

Mientras esperaban la orden comentaron acerca de la fusión  culinaria entre la cocina italiana y la criolla peruana.

-En el Perú se han encontrado todas las razas y los italianos no podían ser la excepción,  a la torta pascualina la llamamos pastel de acelga, a la trippa a la fiorentina la llamamos mondonguito a la italiana, a los spaghettis a la Bolognesa los  llamamos tallarines en salsa roja, los al pesto los llamamos tallarines en salsa verde, diversos platos italianos fueron adaptados a los ingredientes y a la sazón peruana; en Lima es tradición familiar  compartir los domingos tallarines como plato fuerte, yo  prefiero los tallarines con pichones  –comentó don Ángelo.

-Productos como el tomate, la papa o el maíz fueron llevados a Italia  y nos los devolvieron bajo otras formas: pasta de tomate, ñoquis y polenta –añadió don Giuseppe.

-Agradecemos al Altísimo por los alimentos que vamos a recibir… –dijo don Angelo, los comensales lo secundaron haciendo la respectiva  señal de la cruz.
Don Giuseppe repasó  la carta y finalmente seleccionó  un par de finos vinos, uno para aperitivo y otro para acompañamiento.

-¡Esos vinos son carísimos! – exclamó Fiorella.

-Lo más importante en un  vino no es su precio ni la calidad sino las personas con quienes se comparte –respondió el padre de la joven mientras su amigo asentía.

Una buena comida exige el complemento de la risa y a ella se entregaron, minutos después, durante la sobremesa, los amigos retomaron la conversación interrumpida aquella mañana.

-En el Perú los bomberos no son remunerados, se donan a la comunidad gratuitamente, incluso ofrendan sus vidas en cumplimiento de su misión –dijo don Angelo.

-Para cojudos los bomberos es una frase que pulula por  incomprensión y  desconocimiento  -añadió don Giuseppe, cuestionando  así esa mal entendida viveza criolla donde quien no los secunda corre el riesgo de ser marginado.

-Lamentablemente hay algunos  que no saben distinguir el  límite entre la travesura, la broma, la burla y la estupidez –complementó don Ángelo.

-Quiero contarte lo que pasó a  los bomberos de la compañía Garibaldi durante la guerra del Pacífico –añadió don Ángelo.

-¿Hubo batalla en la villa de Chorrillos? –preguntó Fiorella quien poco a poco se iba contaminado de curiosidad.

-Salvo una primera defensa en la estación del ferrocarril, no hubo  batalla al interior de la villa,  tras ingresar  las tropas del sur presas del alcohol y la euforia cometieron excesos contra las propiedades y la población civil. Varios comercios fueron saqueados y quemados, los bomberos de la bomba Garibaldi hicieron esfuerzos para evitar que el fuego se propagara pero fueron confundidos con soldados debido a  sus uniformes rojos, las tropas del sur atacaron a los indefensos bomberos, la manguera de la bomba se rompió con la caída y la ola de vapor ampolló a los más cercanos. Cipollini, Leopardi, Nerini, asfixiados, se llevaron las manos a los ojos y no vieron los corvos que se alzaron debajo de sus gargantas -replicó don Ángelo quien confiaba en introducir en la realidad a Fiorella, seguidamente extrajo de su maletín de cuero la revista que horas antes le habían prestado, la contempló, la acarició y procedió a leer:

“Un gran número de oficiales a caballo, que venían desde las defensas de Monterrico, sin saber ni preguntar nada, se pusieron a pegar a los inermes, y después, los ataron a las colas de los caballos y los tiraron por el suelo al galope gritando,  ¡tiradores italianos!

De esta infamante acusación, dictada por todas  las iniquidades de la guerra y de la cobardía humana juntas, nunca se ha podido entender mucho. La legación italiana de Lima, el comandante de la Piro Corvetta Colombo, Jefe de la escuadra italiana anclada en el Callao, se enteraron tres días más tarde. Ocho las víctimas, fueron: Angelo Descalzi, Guiseppe Orengo. Egidio Valentino, Astrana Lorenzo, Paolo Marsano, Paolo Risso, Giovanni Pali, Filippo Bargna, acusados de alta traición, de haber usado las armas contra los militares chilenos; fueron fusilados la mañana del 14 de enero del 1881, atrás las puertas del Panteón del viejo Chorrillos “ pronunció  don Ángelo quien  prefirió concluir leyendo la revista del cincuentenario de la bomba Garibaldi, valioso testimonio ante el insoportable olvido del tiempo.

La mano temblorosa del padre de Giovanni buscó con dificultad algo en el bolsillo de su chaqueta, extrajo un hermoso sobre color café, con parsimonia lo abrió y dejó  ver una amarillenta foto.

-Esta es la imagen de mi abuela, hermana de uno de los bomberos sacrificados, mi familia lleva el apellido bien puesto –añadió don Ángelo.

Fiorella no podía permanecer como observadora ajena al cauce de la verdad que fluía frente a ella, sus   ojos  se llenaron de lágrimas, reaccionó con desconcierto ante una evidencia abrumadora, se deshizo en el abrazador fuego de la realidad encontrada.

-No quisiera ahondar más sobre  los pormenores de  aquel infausto hecho; en nuestra juventud, Giuseppe y yo hemos  sido bomberos,  tradición seguida por  nuestras familias, por eso mi hijo es también bombero  –dijo el padre de Giovanni.

El silencio fue la mejor respuesta que pudo expresar Fiorella mientras su padre la abrazaba.

-Es bueno que conozcamos el pasado para que los errores no se repitan -concluyó don Giuseppe.

En otro lado de la ciudad, la vida obligaba a Giovanni a ocuparse de asuntos más terrestres que los afanes del corazón, laboraba desde muy temprano en una pastelería italiana en la calle Virreina, de pie varias horas, peleando con masas de indomable harina, contemplando un inmenso horno ardiente y pensando en ella; su aspecto se había tornado distraído, no ubicaba  la línea divisoria entre la desilusión y la nostalgia, estaba ensimismado  cuando  concluyó que a las mujeres les gusta hacerse de rogar y por lo tanto decidió  ir a buscarla. Aquella noche contó uno a uno los minutos eternos que faltaban para volverla a ver, casi al amanecer logró atrapar el sueño que tanto se le escapaba.

Horas más tarde el joven fue a casa de Fiorella y para que nada restara esplendor a su propósito portaba un ramo de rosas en la mano. Ella mandó decir  que esperara unos instantes para hacerse un maquillaje breve y  recibirlo de acuerdo a su condición, el muchacho al verla intentó un saludo indeciso que pareció diluirse al acercarse,  reaccionó a tiempo.

-Tengo una sorpresa, ¡iremos a la fiesta en la playa! –exclamó el joven, mezcla de enamorador y enamorado.


-Quiero ir a la fiesta de los bomberos –respondió Fiorella mientras sonreía  para que él no advirtiera cierta turbación, acercaron sus rostros, intercambiaron miradas, Giovanni percibió su respiración y el hálito floral que tanto añoraba. La noche  fluyó bajo un gran firmamento, embargados por el perfume fresco de unos jazmines se abrazaron tiernamente. Pese a la  insistencia, Fiorella   se negó a explicar la razón de su cambio, no quiso que Giovanni hallara   en ella contradicción y cierta  vergüenza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario