viernes, 30 de noviembre de 2012

Flor de arándano


Anthony Velarde Arriola




Cumplidos los veinte años, Baltazar decide salir de casa. Conversa con sus padres y estos no se oponen a la idea. Así que sale en busca de una habitación para alquilar. Encuentra varias, va por una y otra. Así pasa dos días hasta encontrar la adecuada, basado en la comodidad y la economía. El inmueble número ochenta y ocho de la calle 9 de Febrero tiene un frontis de dos pisos. Las paredes recién pintadas hieden a óxidos que allanan la garganta de Baltazar. La puerta está abierta así que empieza a gritar por el señor Manuel que figura como propietario. Conversan unos minutos y luego hacen el trato. A la habitación se llega atravesando un callejón pequeño que da a un patio grande y cuadrado, en el hay varias habitaciones ocupadas y sin ocupar y un baño común.

El traslado fue de inmediato, trajo consigo lo necesario. Ese primer día mientras ordena sus cosas, observa por la ventana de su habitación a los demás inquilinos que lavan la ropa. Con ellos hay una mujer joven que ríe con dulzura e ingenuidad. Cuando Baltazar la descubre entre la gente, su corazón se hincha de emoción; su sonrisa y sus movimientos lo cautivan: ella es hermosa y de una figura sensual, de atractivos ojos negros y piel salvajemente blanca. Tendría unos quince años. Cuando sus miradas se cruzan, el rubor llega hasta sus mejillas.

Baltazar cursa el tercer ciclo en la carrera de Arquitectura; en su tiempo libre dibuja y escribe poesía. Es romántico, de ojos marrones y cejas pobladas. Sale con Valentina, una mujer atractiva, delgada, con un hermoso cabello lacio color ámbar.

La habitación es un rectángulo perpendicular; la puerta se sitúa al centro, por lo tanto la distribución de sus cosas van de la siguiente manera: la cama va al extremo izquierdo de la entrada; sobre la ventana, al costado derecho de la puerta, sitúa los libros. Al lado opuesto, ubica el escritorio. Para la ropa, consigue cuatro ladrillos y un madero, con eso improvisa un armario junto a la cama. Cuando hubo terminado, va por una cerveza para inaugurar la habitación.

Pasado los días Baltazar intenta, en varias ocasiones, saludar a la vecina, pero la timidez lo domina. Ensaya un par de veces cómo iniciar conversación pero ninguna da efecto. Prueba escribir algo pero cómo hacérsela llegar, no hay forma de cambiar su sonrisa por una palabra. Al sexto día ella se le acerca y le dice “hola”, Baltazar no lo cree y responde nervioso: “h…hola”. No se dicen más. Recuerda que tiene que salir en busca de su enamorada. Le dice adiós y se va. Con Valentina todo es distinto, su timidez se extinguió en el año que vienen saliendo; la quiere mucho pero en su pensamiento ahora último no está ella sino la vecina. Van por un helado, luego al cine, se besan, se dicen te amo, pasan las horas, la deja en su casa.

Llegada la hora del almuerzo, Baltazar sale en busca de un restaurante cerca al barrio para pensionarse. Encuentra uno a dos calles que se llama “El Cortijo”, el menú es económico, seis soles. Pide caldo blanco y lomo saltado. Al rato, la ve pasar con su familia. Se levanta de la mesa y va hacia la puerta. Efectivamente es hermosa, la manera como se mueve al caminar, como juega su cabello con el viento. Su madre es de baja estatura, no se viste bien, su rostro la muestra poco afable. Su padre es crespo, del él heredó su hermoso cabello. Usa bigotes canos y camina con las manos en los bolsillos. Tiene dos hermanos: un varón de baja estatura que camina al igual que su padre y una mujercita de diez años. Baltazar paga su menú con un billete de diez soles, recibe el cambio y se va. De vuelta en su vivienda, encuentra a su casero, el señor Manuel, quien lo invita a su casa para conversar. La vivienda que ocupan los dueños se sitúa en el segundo piso. Los dormitorios están a la altura de la fachada, con ventanas hacia la calle; la sala y el comedor, frente al patio, y la cocina sobre el baño de los inquilinos.

-Un café está bien por favor –dijo Baltazar mirando a través de la ventana hacia el patio. Uno de los inquilinos pasa silbando. La conversación se prolonga por una hora, luego se despiden. La vecina aún no había llegado.

Ya en su habitación escribe un poema, luego se echa sobre su cama a pensar, así se queda dormido con las manos sobre la cabeza a modo de almohada. Por la mañana del día siguiente, domingo, escucha dos golpes en su puerta; piensa que es el dueño de casa. Abre una de las alas de la ventana; es la vecina, pero la hermana menor de la chica guapa. La deja entrar. Como toda niña empieza a hacer preguntas, luego de su interrogatorio le dice: “a mi hermana le gustas” y sale corriendo entre risas. Eso lo deja pensando, se permite unos minutos más sobre la cama y luego se levanta, se viste y sale hacia la ducha. Lleva consigo una toalla, jaboncillo y champú. Ella está afuera, sentada sobre las gradas de la puerta de una de las vecinas, quien es su amiga. Ambas lo ven y ríen. Él entra al baño y se encierra. Gira la llave de agua caliente y luego se desnuda. Desde afuera se oye a la hermana menor molestando a la mayor con Baltazar. Se oye también a la vecina tratando de hacerla callar. Hay risas y más risas. Luego un golpe en la puerta, no pasa nada. Cuando sale de la ducha, escucha que ella le dice hola, que tal el baño. Eso lo pone nervioso; responde cortésmente que bien y se encierra en su habitación. Luego de unos prolongados minutos, sale. En la puerta principal está ella, esperándolo.

-Hola, cómo te llamas.

-Baltazar, y tú –cualquiera puede advertir lo nervioso que está, pero poco a poco se va serenando.

-Vanessa con doble “s”. Por favor no hagas caso a mi hermana, está loca.

-Está bien. Vino a mi cuarto por la mañana.

-¡Así!, a qué, que quería.

-Molestarme contigo.

-La voy a matar -Ambos ríen.

-Y a dónde vas ahora –dijo mirándolo con intensidad.

-A casa de mis padres, me pidieron que los visite los domingos.

-Donde viven ellos.

-En Las Gardenias.

Sobrevino un silencio atroz sin saber ambos que decir, finalmente Baltazar, sin articular bien las palabras dijo:

-Bueno Vanessa, este… me tengo que ir.

-Chau, pero no demores en volver.

Se acercan para despedirse y ella le zampa un beso a media boca que le mueve todo su universo. Es una sensación vehemente de amor, de deseo nunca antes experimentado; ni siquiera con Valentina. Esas ganas enloquecidas por vivir intensamente, por amar a todos los seres en el mundo. Esos deseos frenéticos de tenerla a su lado, de estar pegado a su cuerpo y sentir sus latidos tan acelerados como el suyo. Habían pasado diez minutos desde que estuvo con ella y la sensación del beso sigue presente. La mejor forma de no perderla de sus pensamientos es irse caminando hasta la casa de sus padres a la que llega cuarenta minutos después. Su madre se alegra de verlo. Está con ellos hasta las seis de la tarde, luego llama a Valentina para disculparse y se va directo a casa de su mejor amigo, Yaco. Están sentados sobre las gradas que suben al edificio. Conversan. Prenden unos cigarrillos y se ponen a fumar. Baltazar cuenta en detalle las palabras que se dirigieron con la vecina. Yaco también se emociona, le da algunos consejos para acelerar la cosa pero Bato no piensa lo mismo. Cuando llega el momento de contar el medio beso recuerda que Vanessa le ha dicho que no se demore en volver, entonces se despide y corre hasta la calle donde vive. Yaco se queda pensando en un amor así de intenso como él y ella.

Ya en casa, Vanessa barre el patio central. Hay luna y sus pezones resaltan a la luz oblicua. Baltazar la saluda sin temor y se ofrece a barrer por ella. Ella dice que no, que se vaya porque su madre les había visto conversar en la puerta de casa, se molestó y le prohibió que le hablase. Ambos se entristecen. Baltazar, en su cuarto, inserta un disco de Aerosmith. Al rato lo cambia por uno más duro porque Amazing le tiene pensando en ella. Nada es fácil, el amor viene acompañado de agonías, éxtasis como también alegrías y tristezas profundas. Tiene que haber una forma de estar con ella; ya nada le importa: encontrarse a unas calles más abajo, o llevar una relación a escondidas.

Cuando cumple un mes en dicha habitación, el dueño le ofrece hacer un viaje a la propiedad de este. Viajan en una Chevrolet del año sesenta y tres hasta el valle de Urubamba. Pasan un día hermoso fuera de la ciudad. Al regreso traen consigo frutas. Vuelven minutos después de las ocho, se toman otro café en el comedor y luego se despiden. Baltazar escribe una hora y luego avanza con uno de los trabajos de la universidad. Cuando se dispone a apagar la luz, encuentra una nota tirada en el suelo cerca de la puerta, es de Vanessa, la nota dice:

“mi mamá no estará mañana estaré sola con mi hermana tocaré tu puerta a las ocho de la mañana vane”

Esa noche piensa en ella, en su perfección, en su sonrisa. Hará lo posible por estar con la vecina. Cavila entre sus labios, sus ojos, su mirada, su cuerpo. Es la niña dulce de sus sueños. Lo mismo pasa con Vanessa, piensa en él todo el día. Hay algo que le atrae inconmensurablemente, que la confunde, la distrae.
La mañana llega con una intensa garúa. Baltazar prepara la escena para sorprender a Vanessa. Deja sobre el escritorio varios dibujos a lápiz y dos o tres poemas. Tiende su cama y sentado en la cabecera, se pone a leer. A las ocho menos diez golpean su puerta. No demora en abrir. Ahí está ella, de pie bajo la lluvia. Viste una falda con girasoles y un polo corto mojado sobre los hombros y la superficie de los senos, no lleva sujetador. La deja entrar, le alcanza una toalla y ella seca su cabello mirando al suelo; sus labios rojos resaltan bajo el efecto del agua. Qué mujer tan bella y sensual. Que incontenible deseo por tenerla entre sus brazos y morder esos labios gruesos. Ni bien se cierra la puerta de la habitación, un golpe fuerte la vuelve a abrir; es la hermana menor que viene gritando, su madre sube la cuesta. Vanessa mira a Baltazar a los ojos, coge con sus dos manos su terso rostro y lo besa. Ese día no va a la universidad, le gana el deseo de volverla a ver durante el día, pero eso no sucede. Los días que sobrevienen al beso, transcurren difíciles para Baltazar. Él la ve todas las mañanas, ella, por el contrario, lo ignora. Así pasan dos meses. Un día, cuando vuelve de la universidad, encuentra en el callejón a Valentina y Yaco, van de salida; ahí recuerda que la ha olvidado, que no pensó en ella y por consiguiente no la ha buscado. Valentina lo observa molesta. Yaco detrás de ella levanta los hombros sin más remedio, luego se va. Baltazar se excusa con que su madre se puso mal y los trabajos en la universidad. Ella responde que había ido a la casa de sus padres muchas veces y que veía a su madre bastante bien. Tampoco sus padres saben nada de él. Baltazar no supo que decir sólo atinó en hacerla pasar a su cuarto. En la rendija de una de las ventanas de la puerta hay un papel doblado. Él lo coge y una vez adentro lo esconde entre sus libros. Baltazar pide al cielo que no aparezca Vanessa, no puede enterarse que lleva una relación con otra mujer. Tampoco Valentina tiene que saber de la vecina, no se lo perdonaría. Lo mejor que puede hacer es terminar la relación ahora mismo. Valentina es un oponente a sus deseos.

-Mira Valentina, disculpa por no buscarte todo este tiempo pero…

-¿No querrás terminar conmigo no? Ni se te ocurra eso Bato, dime qué pasa contigo, ¿te olvídate de mí?

-No es eso, sino que…, en serio que la universidad no me da tiempo, tú sabes cómo es Arquitectura, tienes que amanecerte haciendo maquetas, planos.

-Y dónde están las maquetas que estás haciendo, donde están los planos.
Saca un maletín debajo del catre y de él extrajo un rollo de cartulinas y papeles. Estira sobre la cama los planos que tiene guardado y se la muestra. Valentina sorprendida por lo que ve grita:

-A mí no me engañas Baltazar, esos planos te ayudé a hacerlos yo el año pasado. Dónde están los que dices que estás trabajando ahora, dónde están las maquetas. Eres un mentiroso. No sé en lo que estás metido pero yo ya me cansé, me cansé de ti y todas tus mentiras –sus lágrimas, al igual que la lluvia, empezaron a caer- No te quiero ver más, me haces mucho daño.

-Lo siento Vale, discúlpame, te voy a explicar lo que está pasando.

-No, lo siento también, pero yo me voy. Ya no te quiero ver más.

Abre la puerta con brusquedad y sale secándose las lágrimas. Cuando cruza la puerta principal se encuentra con Vanessa que viene mojada, ambas se miran pero ninguna sospecha nada.

Baltazar descuelga una de sus casacas y sale evitando la lluvia hasta la casa de su amigo. Charlan unas horas, no sabe lo que significa que Valentina no lo quiera ver más, habían terminado o ¡qué! Al volver a casa por la noche, recuerda la nota encontrada en la ventana, ansioso la busca esperando una señal de la vecina: “todo va a estar bien” se dice. Pero la nota no era lo que espera, sino un mensaje que Valentina le dejó al no encontrarlo, decía: “Dónde estás Baltazar, búscame cuando leas esta nota. Vale”.

Los días que suceden a ese, busca la forma de encontrarse con Vanessa pero esta lo rehúye, tiene al hermano vigilándola. No pueden decirse nada, tampoco mirarse.

Decide desaparecer unos días. Visita a su familia, luego a su mejor amigo, duerme ahí un par de días, finalmente busca a Valentina para reconciliarse.
Al tercer día de regreso a su habitación, el dueño de casa lo espera exigiendo el alquiler del mes tercero. Intenta olvidarse de lo que parece una ilusión; continua con su vida, sus dibujos y los trabajos de la universidad. Empieza  a fumar y de vez en cuando sale por una cerveza. Los poemas que desde entonces escribe son más aciagos. Llegada la noche, sin tocar ni preguntar nada, entra la hermana de la vecina. Baltazar lo toma como una señal. Deja todo y se dedica a ella. Hablan de cualquier cosa menos de lo que le interesa. Le regala un dibujo: un gato techero mirando la luna. La niña sonríe. Al día siguiente vuelve a la misma hora, coge de la ventana un libro de historietas: “La balada del mar salado del Corto Maltés”. Y se sienta a leer sobre la cama mientras Baltazar dibuja a mano alzada el frontis de una vivienda familiar. Los días que siguen, vuelve por el mismo libro y lee en silencio, así cuatro días. Al quinto día, escoge “Las helvéticas” del mismo autor. Cuando se dispone a leer Baltazar la detiene y le dice:

-Puedes llevarte el libro si me dices qué pasa con tu hermana, por qué no me mira ni me dirige la palabra.

-Porque está vigilada –lo dice sin alejar su atención del libro.

-Entonces todavía piensa en mí, por qué no me envía una nota no sé.

-Yo tampoco lo sé.

-Por favor dile que no puedo estar tranquilo que pienso en ella a cada momento.

-Si me acuerdo todo eso, se lo digo.

Pasa otra semana y no hubo noticias de la vecina, la hermana menor tampoco regresa.

Llega la víspera de la navidad, Baltazar se dispone a bañarse para salir en busca de Valentina, a quince minutos de su casa. Irán por regalos para su familia. Coge una toalla, jaboncillo y champú. A pesar del tiempo de lluvias, hay un sol generoso. Camina en sandalias hasta el baño. Cuelga la ropa sobre uno de los clavos que hacen de perchero. Gira la llave de la ducha y mientras el agua cae un golpe fuerte abre la puerta. Es ella, lleva puesto un vestido que empieza en los hombros y termina a medio muslo. Un sutil escote muestra las nacientes de sus pequeños senos. No se dicen nada, sus cuerpos se desean y sus labios se juntan con brutalidad. Una de las manos de Baltazar desliza uno de los tirantes, luego otro. El vestido cae al suelo. Ambos quedan en interiores. Las manos de ella recorren el cuerpo de él. Él hace lo mismo mientras se besan, su viaje comienza en la espalda, se detiene en la cintura, sube unos centímetros más arriba; cuando la palma de su mano derecha cubre el seno izquierdo ella exhala un gemido. Las manos de ella son más atrevidas: de la espalda viaja hasta el pecho, luego no puede detenerse hasta llegar a la ingle, sus delgados dedos se esconden junto al macizo de Baltazar. En un movimiento violento, las manos de él bajan hasta descansar en el boscoso monte de venus de Vanessa. Los sedientos labios de ella inician otro viaje: baja hasta el cuello, las orejas, el cuello nuevamente, el pecho, los brazos; dibuja con su lengua un corazón en el ombligo, sigue bajando, arranca con sus dientes un par de vellos, se oye un torpe gemido, sigue bajando, desliza hacia abajo la única prenda que él lleva puesta. Se tocan, se desean. Los gritos de la hermana los sacaron de su idilio. Ella se viste y sale del baño. Él entra a la ducha y libera el fuego almacenado.
Cómo es la felicidad, viene de golpe como la ira.

Incluye su nombre en la lista de regalos. Almuerza en casa de Valentina y luego salen en dirección al centro de la ciudad. Las calles aledañas están repletas de vendedores de objetos de navidad y en la plaza de armas se concentra la tradicional venta de santos. Compran algunos regalos y luego van por unos helados. Se prometen amor y otras cosas. Se despiden a las seis y Baltazar vuelve a la calle donde vive. Las labores han terminado en todos los colegios. Las calles se llenan de niños y niñas. Unos improvisan un arco de fútbol con piedras encontradas en el camino. Otros, los más pequeños, revientan cohetes y las mujercitas, saltan en soga. Una de las chicas junto a otras sentadas sobre unas gradas se levanta y camina junto a Baltazar. Le pregunta su nombre y qué es lo que hace. Ella tiene ojos verdes; es baja, delgada, atrevida, compleja; difícil de captar el sentido, difícil de decir quién es; menos guapa de lo que parece. Debe tener la misma edad que Vanessa. Mira al resto de sus amigas luego le pregunta si le gusta su vecina. Él no dice nada, sólo sonríe. ¿Es posible que Vanessa vaya contando que está enamorada de él?, eso le emociona mucho. Por la cuesta ve subir a su atrevida amante. La amiga también la mira y como si pensara en voz alta dice: -ahí viene la fea. Luego besa a Baltazar en los labios para celar a Vanessa, él la aleja con claros signos de desprecio y va tras su amante. Ella entra a su casa y él continua hasta su habitación. La noche la pasa en vela; odia a la mujer que le zampó el beso. No duerme sino a las cinco de la mañana y no despierta hasta las doce. Recuerda que esa es la noche buena. Valentina lo estaría esperando, han quedado en verse. Se ducha en un santiamén, se viste y peina. Coge algunas cosas y sale. En la esquina está Vanessa, quedan en verse a las seis, sus padres irían a comprar los regalos y ella estaría sola. Se despiden con un beso largo y apasionado. Baltazar corre feliz hasta casa de Valentina, almuerza con su familia, luego ven una película que Baltazar no entiende. Su pensamiento está a quince minutos de ahí. Luego caminan hasta donde los padres de él. Su madre le recuerda el viaje que hacen todos los años. En la navidad tienen como costumbre viajar a la propiedad del abuelo hasta el año nuevo. Es una tradición que se respeta desde que es pequeño.

Por más pendiente que está del tiempo, llega media hora después de las seis. El callejón está oscuro, el patio es alumbrado por una luz mortecina. No hay nadie, ni los dueños, ni los inquilinos, nadie, tampoco su amante. Espera unos minutos y luego aparece. Sin mediar palabra se besan en el patio; se besan en la entrada del cuarto de Baltazar, ingresan y cierran la puerta, tropiezan con el catre y terminan encima de la cama, dejan las luces apagadas. Los besos llevan a las caricias, las caricias a la exploración, luego a su desnudez. De pronto ella lo detiene, le susurra al oído y le dice “no uses las manos”. Con los dientes descubre sus senos, luego desliza su falda hacia abajo. Ella se mueve a ritmos exultantes, él continua con la empresa de amarla. Por la ventana atraviesa un débil haz de luz que permite ver a Baltazar sus pechos de niña. Su cuerpo despide un aroma agradable a flor de arándano. Coge con sus dientes uno de los lados de la última prenda y despacio, muy despacio, empieza a quitársela. Luego ella comienza a desvestir al hombre que empieza a amar. No pasa mucho hasta que ambos están completamente desnudos, abrazados el uno al otro en la noche oscura. No hay mejor energía que el deseo y el amor cuando van juntos. Esta es la primera vez de ella, de él también. Todo es nuevo para ambos. Sus piernas se confunden entre las sábanas. Él se mueve, la toma entre sus brazos y rueda despacio por encima del cuerpo delgado y virgen. Con temor y brutalidad. Todo transcurre demasiado lento. Al cabo de unos instantes de amor, se oye un grito: una lágrima de felicidad deja un rastro jamás borrable en el rostro de ella.

Luego de hacer el amor se quedan dormidos, desnudos. Ella de cara a la pared, esbelta, delgada, blanca, encantadora. Afuera se oyen voces. Son los vecinos de al frente. Despiertan, se miran, sonríen. Baltazar acaricia sus pequeños senos, su cuerpo, su vientre. Se visten. Luego se levantan, caminan hasta la puerta. La niña amante mira hacia su casa y comprueba que las luces siguen apagadas. Se despiden con un beso tierno y un te amo. Cuando Baltazar enciende la luz del dormitorio observa las sábanas removidas. Hay máculas de sangre en las manos y la cama; sangre de niña virgen.

A las nueve de la noche sale de su dormitorio con la esperanza de ver a Vanessa y despedirse hasta el siguiente año. Aprovecharía en dejarle su regalo y tenerla entre sus brazos por unos segundos más. Ella no está. Da un beso a su puerta cerrada y se va. Camina hasta su casa donde su familia lo espera y luego parten.

Pasa la navidad, el año nuevo pero no las ganas por volverla a ver. Está muy emocionado. Termina con Valentina para disponerse a estar con Vanessa, a enamorarla más, a conquistar también a sus padres, a todos. Esa semana fuera de la ciudad le da muchas ideas, todas inspiradas en ella. Camino a casa arranca flores de un jardín y camina hasta su barrio. Cuando llega a su calle todo es distinto, el sol baña de anaranjado las calles de la ciudad mientras los niños juegan con sus regalos nuevos. Baltazar también está distinto, este tiene que ser su año, el año de él y de Vanessa, -que bonito nombre- piensa. Los dueños de casa lo esperan con un regalo, se dan el feliz año. La puerta de casa de su futura novia está cerrada. En su habitación se mantiene el fresco aroma desde aquella noche que compartieron el amor. Cada minuto que pasa, cada instante piensa en ella. Da vueltas por el patio esperando una señal. Da vueltas también a la manzana, regresa y nada. No está por ninguna parte. Afuera, en la calle, encuentra a la vecina quien le robó el beso. Esta se le acerca y le da un abrazo deseando un feliz año. Luego sarcásticamente dice:

-Estarás triste porque tu noviecita se fue.

-¡Cómo que se fue!

-Se fue, ayer sacaron sus cosas y se fueron.

-¿Se mudaron de casa?, no puede ser, pero… - Baltazar se aflige. Camina violentamente hasta la puerta donde vive Vanessa, mira a través de la ventana, no se ve nada, limpia con su mano un pequeño espacio sobre el cristal y puede advertir que está vacía, no hay nada, ¡nada! Llama de un grito a los dueños de casa, el señor Manuel baja:

-¿Qué pasa Baltazar?

Excitado dice- Don Manuel adonde se fueron los vecinos.

-No lo sé joven. Me dijeron hace dos meses que se retirarían.

-¡Y no me dijo nada! –luego piensa: Vanessa tampoco me dijo nada- por favor no sabe adónde se mudaron, un indicio, el barrio, no sé.

-Lo siento amigo pero no sé nada, la madre de ella era una mujer intratable.

Indaga por todo el barrio dónde podrían haberse ido pero no consigue averiguar nada. La tristeza lo consume hasta enfermarlo. Pasado el mes se disculpa con los dueños de casa. Los días que vienen trasladan sus cosas con ayuda de Yaco de vuelta a donde sus padres. Nunca más supo de la vecina. Sus besos, su cuerpo, fueron un rastro fantasma de ese amor que lo mantuvo vivo.

4 comentarios:

  1. Hermosa historia de amor , de aquellas que quedan en la memoria emotiva para siempre...

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  2. Muchas gracias Susana por tus palabras.

    Anthony V.

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  3. Antoo Siempre serás my favorite writer♥! Att. Susan.

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