Anthony Velarde Arriola
Cumplidos los veinte años, Baltazar decide
salir de casa. Conversa con sus padres y estos no se oponen a la idea. Así que
sale en busca de una habitación para alquilar. Encuentra varias, va por una y
otra. Así pasa dos días hasta encontrar la adecuada, basado en la comodidad y
la economía. El inmueble número ochenta y ocho de la calle 9 de Febrero tiene
un frontis de dos pisos. Las paredes recién pintadas hieden a óxidos que allanan
la garganta de Baltazar. La puerta está abierta así que empieza a gritar por el
señor Manuel que figura como propietario. Conversan unos minutos y luego hacen
el trato. A la habitación se llega atravesando un callejón pequeño que da a un
patio grande y cuadrado, en el hay varias habitaciones ocupadas y sin ocupar y
un baño común.
El traslado fue de inmediato, trajo consigo lo
necesario. Ese primer día mientras ordena sus cosas, observa por la ventana de su
habitación a los demás inquilinos que lavan la ropa. Con ellos hay una mujer
joven que ríe con dulzura e ingenuidad. Cuando Baltazar la descubre entre la
gente, su corazón se hincha de emoción; su sonrisa y sus movimientos lo
cautivan: ella es hermosa y de una figura sensual, de atractivos ojos negros y
piel salvajemente blanca. Tendría unos quince años. Cuando sus miradas se
cruzan, el rubor llega hasta sus mejillas.
Baltazar cursa el tercer ciclo en la carrera
de Arquitectura; en su tiempo libre dibuja y escribe poesía. Es romántico, de
ojos marrones y cejas pobladas. Sale con Valentina, una mujer atractiva,
delgada, con un hermoso cabello lacio color ámbar.
La habitación es un rectángulo perpendicular;
la puerta se sitúa al centro, por lo tanto la distribución de sus cosas van de
la siguiente manera: la cama va al extremo izquierdo de la entrada; sobre la
ventana, al costado derecho de la puerta, sitúa los libros. Al lado opuesto,
ubica el escritorio. Para la ropa, consigue cuatro ladrillos y un madero, con
eso improvisa un armario junto a la cama. Cuando hubo terminado, va por una
cerveza para inaugurar la habitación.
Pasado los días Baltazar intenta, en varias ocasiones,
saludar a la vecina, pero la timidez lo domina. Ensaya un par de veces cómo
iniciar conversación pero ninguna da efecto. Prueba escribir algo pero cómo
hacérsela llegar, no hay forma de cambiar su sonrisa por una palabra. Al sexto
día ella se le acerca y le dice “hola”, Baltazar no lo cree y responde nervioso:
“h…hola”. No se dicen más. Recuerda que tiene que salir en busca de su
enamorada. Le dice adiós y se va. Con Valentina todo es distinto, su timidez se
extinguió en el año que vienen saliendo; la quiere mucho pero en su pensamiento
ahora último no está ella sino la vecina. Van por un helado, luego al cine, se
besan, se dicen te amo, pasan las horas, la deja en su casa.
Llegada la hora del almuerzo, Baltazar sale en
busca de un restaurante cerca al barrio para pensionarse. Encuentra uno a dos
calles que se llama “El Cortijo”, el menú es económico, seis soles. Pide caldo
blanco y lomo saltado. Al rato, la ve pasar con su familia. Se levanta de la
mesa y va hacia la puerta. Efectivamente es hermosa, la manera como se mueve al
caminar, como juega su cabello con el viento. Su madre es de baja estatura, no
se viste bien, su rostro la muestra poco afable. Su padre es crespo, del él heredó
su hermoso cabello. Usa bigotes canos y camina con las manos en los bolsillos.
Tiene dos hermanos: un varón de baja estatura que camina al igual que su padre y
una mujercita de diez años. Baltazar paga su menú con un billete de diez soles,
recibe el cambio y se va. De vuelta en su vivienda, encuentra a su casero, el
señor Manuel, quien lo invita a su casa para conversar. La vivienda que ocupan
los dueños se sitúa en el segundo piso. Los dormitorios están a la altura de la
fachada, con ventanas hacia la calle; la sala y el comedor, frente al patio, y
la cocina sobre el baño de los inquilinos.
-Un café está bien por favor –dijo Baltazar
mirando a través de la ventana hacia el patio. Uno de los inquilinos pasa
silbando. La conversación se prolonga por una hora, luego se despiden. La
vecina aún no había llegado.
Ya en su habitación escribe un poema, luego se
echa sobre su cama a pensar, así se queda dormido con las manos sobre la cabeza
a modo de almohada. Por la mañana del día siguiente, domingo, escucha dos
golpes en su puerta; piensa que es el dueño de casa. Abre una de las alas de la
ventana; es la vecina, pero la hermana menor de la chica guapa. La deja entrar.
Como toda niña empieza a hacer preguntas, luego de su interrogatorio le dice: “a
mi hermana le gustas” y sale corriendo entre risas. Eso lo deja pensando, se
permite unos minutos más sobre la cama y luego se levanta, se viste y sale
hacia la ducha. Lleva consigo una toalla, jaboncillo y champú. Ella está
afuera, sentada sobre las gradas de la puerta de una de las vecinas, quien es
su amiga. Ambas lo ven y ríen. Él entra al baño y se encierra. Gira la llave de
agua caliente y luego se desnuda. Desde afuera se oye a la hermana menor molestando
a la mayor con Baltazar. Se oye también a la vecina tratando de hacerla callar.
Hay risas y más risas. Luego un golpe en la puerta, no pasa nada. Cuando sale
de la ducha, escucha que ella le dice hola, que tal el baño. Eso lo pone
nervioso; responde cortésmente que bien y se encierra en su habitación. Luego
de unos prolongados minutos, sale. En la puerta principal está ella,
esperándolo.
-Hola, cómo te llamas.
-Baltazar, y tú –cualquiera puede advertir lo
nervioso que está, pero poco a poco se va serenando.
-Vanessa con doble “s”. Por favor no hagas
caso a mi hermana, está loca.
-Está bien. Vino a mi cuarto por la mañana.
-¡Así!, a qué, que quería.
-Molestarme contigo.
-La voy a matar -Ambos ríen.
-Y a dónde vas ahora –dijo mirándolo con intensidad.
-A casa de mis padres, me pidieron que los
visite los domingos.
-Donde viven ellos.
-En Las Gardenias.
Sobrevino un silencio atroz sin saber ambos
que decir, finalmente Baltazar, sin articular bien las palabras dijo:
-Bueno Vanessa, este… me tengo que ir.
-Chau, pero no demores en volver.
Se acercan para despedirse y ella le zampa un
beso a media boca que le mueve todo su universo. Es una sensación vehemente de
amor, de deseo nunca antes experimentado; ni siquiera con Valentina. Esas ganas
enloquecidas por vivir intensamente, por amar a todos los seres en el mundo. Esos
deseos frenéticos de tenerla a su lado, de estar pegado a su cuerpo y sentir
sus latidos tan acelerados como el suyo. Habían pasado diez minutos desde que
estuvo con ella y la sensación del beso sigue presente. La mejor forma de no perderla
de sus pensamientos es irse caminando hasta la casa de sus padres a la que
llega cuarenta minutos después. Su madre se alegra de verlo. Está con ellos
hasta las seis de la tarde, luego llama a Valentina para disculparse y se va directo
a casa de su mejor amigo, Yaco. Están sentados sobre las gradas que suben al
edificio. Conversan. Prenden unos cigarrillos y se ponen a fumar. Baltazar cuenta
en detalle las palabras que se dirigieron con la vecina. Yaco también se
emociona, le da algunos consejos para acelerar la cosa pero Bato no piensa lo
mismo. Cuando llega el momento de contar el medio beso recuerda que Vanessa le ha
dicho que no se demore en volver, entonces se despide y corre hasta la calle
donde vive. Yaco se queda pensando en un amor así de intenso como él y ella.
Ya en casa, Vanessa barre el patio central. Hay
luna y sus pezones resaltan a la luz oblicua. Baltazar la saluda sin temor y se
ofrece a barrer por ella. Ella dice que no, que se vaya porque su madre les
había visto conversar en la puerta de casa, se molestó y le prohibió que le hablase.
Ambos se entristecen. Baltazar, en su cuarto, inserta un disco de Aerosmith. Al
rato lo cambia por uno más duro porque Amazing le tiene pensando en ella. Nada
es fácil, el amor viene acompañado de agonías, éxtasis como también alegrías y
tristezas profundas. Tiene que haber una forma de estar con ella; ya nada le
importa: encontrarse a unas calles más abajo, o llevar una relación a escondidas.
Cuando cumple un mes en dicha habitación, el
dueño le ofrece hacer un viaje a la propiedad de este. Viajan en una Chevrolet del
año sesenta y tres hasta el valle de Urubamba. Pasan un día hermoso fuera de la
ciudad. Al regreso traen consigo frutas. Vuelven minutos después de las ocho,
se toman otro café en el comedor y luego se despiden. Baltazar escribe una hora
y luego avanza con uno de los trabajos de la universidad. Cuando se dispone a
apagar la luz, encuentra una nota tirada en el suelo cerca de la puerta, es de
Vanessa, la nota dice:
“mi mamá no estará mañana estaré sola con mi
hermana tocaré tu puerta a las ocho de la mañana vane”
Esa noche piensa en ella, en su perfección, en
su sonrisa. Hará lo posible por estar con la vecina. Cavila entre sus labios,
sus ojos, su mirada, su cuerpo. Es la niña dulce de sus sueños. Lo mismo pasa
con Vanessa, piensa en él todo el día. Hay algo que le atrae inconmensurablemente,
que la confunde, la distrae.
La mañana llega con una intensa garúa. Baltazar
prepara la escena para sorprender a Vanessa. Deja sobre el escritorio varios
dibujos a lápiz y dos o tres poemas. Tiende su cama y sentado en la cabecera,
se pone a leer. A las ocho menos diez golpean su puerta. No demora en abrir. Ahí
está ella, de pie bajo la lluvia. Viste una falda con girasoles y un polo corto
mojado sobre los hombros y la superficie de los senos, no lleva sujetador. La
deja entrar, le alcanza una toalla y ella seca su cabello mirando al suelo; sus
labios rojos resaltan bajo el efecto del agua. Qué mujer tan bella y sensual.
Que incontenible deseo por tenerla entre sus brazos y morder esos labios
gruesos. Ni bien se cierra la puerta de la habitación, un golpe fuerte la vuelve
a abrir; es la hermana menor que viene gritando, su madre sube la cuesta.
Vanessa mira a Baltazar a los ojos, coge con sus dos manos su terso rostro y lo
besa. Ese día no va a la universidad, le gana el deseo de volverla a ver
durante el día, pero eso no sucede. Los días que sobrevienen al beso,
transcurren difíciles para Baltazar. Él la ve todas las mañanas, ella, por el
contrario, lo ignora. Así pasan dos meses. Un día, cuando vuelve de la
universidad, encuentra en el callejón a Valentina y Yaco, van de salida; ahí
recuerda que la ha olvidado, que no pensó en ella y por consiguiente no la ha
buscado. Valentina lo observa molesta. Yaco detrás de ella levanta los hombros sin
más remedio, luego se va. Baltazar se excusa con que su madre se puso mal y los
trabajos en la universidad. Ella responde que había ido a la casa de sus padres
muchas veces y que veía a su madre bastante bien. Tampoco sus padres saben nada
de él. Baltazar no supo que decir sólo atinó en hacerla pasar a su cuarto. En
la rendija de una de las ventanas de la puerta hay un papel doblado. Él lo coge
y una vez adentro lo esconde entre sus libros. Baltazar pide al cielo que no
aparezca Vanessa, no puede enterarse que lleva una relación con otra mujer.
Tampoco Valentina tiene que saber de la vecina, no se lo perdonaría. Lo mejor
que puede hacer es terminar la relación ahora mismo. Valentina es un oponente a
sus deseos.
-Mira Valentina, disculpa por no buscarte todo
este tiempo pero…
-¿No querrás terminar conmigo no? Ni se te
ocurra eso Bato, dime qué pasa contigo, ¿te olvídate de mí?
-No es eso, sino que…, en serio que la
universidad no me da tiempo, tú sabes cómo es Arquitectura, tienes que amanecerte
haciendo maquetas, planos.
-Y dónde están las maquetas que estás
haciendo, donde están los planos.
Saca un maletín debajo del catre y de él
extrajo un rollo de cartulinas y papeles. Estira sobre la cama los planos que tiene
guardado y se la muestra. Valentina sorprendida por lo que ve grita:
-A mí no me engañas Baltazar, esos planos te ayudé
a hacerlos yo el año pasado. Dónde están los que dices que estás trabajando
ahora, dónde están las maquetas. Eres un mentiroso. No sé en lo que estás
metido pero yo ya me cansé, me cansé de ti y todas tus mentiras –sus lágrimas,
al igual que la lluvia, empezaron a caer- No te quiero ver más, me haces mucho
daño.
-Lo siento Vale, discúlpame, te voy a explicar
lo que está pasando.
-No, lo siento también, pero yo me voy. Ya no
te quiero ver más.
Abre la puerta con brusquedad y sale secándose
las lágrimas. Cuando cruza la puerta principal se encuentra con Vanessa que viene
mojada, ambas se miran pero ninguna sospecha nada.
Baltazar descuelga una de sus casacas y sale evitando
la lluvia hasta la casa de su amigo. Charlan unas horas, no sabe lo que
significa que Valentina no lo quiera ver más, habían terminado o ¡qué! Al
volver a casa por la noche, recuerda la nota encontrada en la ventana, ansioso
la busca esperando una señal de la vecina: “todo va a estar bien” se dice. Pero
la nota no era lo que espera, sino un mensaje que Valentina le dejó al no
encontrarlo, decía: “Dónde estás Baltazar, búscame cuando leas esta nota. Vale”.
Los días que suceden a ese, busca la forma de encontrarse
con Vanessa pero esta lo rehúye, tiene al hermano vigilándola. No pueden decirse
nada, tampoco mirarse.
Decide desaparecer unos días. Visita a su
familia, luego a su mejor amigo, duerme ahí un par de días, finalmente busca a
Valentina para reconciliarse.
Al tercer día de regreso a su habitación, el
dueño de casa lo espera exigiendo el alquiler del mes tercero. Intenta
olvidarse de lo que parece una ilusión; continua con su vida, sus dibujos y los
trabajos de la universidad. Empieza a
fumar y de vez en cuando sale por una cerveza. Los poemas que desde entonces
escribe son más aciagos. Llegada la noche, sin tocar ni preguntar nada, entra
la hermana de la vecina. Baltazar lo toma como una señal. Deja todo y se dedica
a ella. Hablan de cualquier cosa menos de lo que le interesa. Le regala un
dibujo: un gato techero mirando la luna. La niña sonríe. Al día siguiente vuelve
a la misma hora, coge de la ventana un libro de historietas: “La balada del mar
salado del Corto Maltés”. Y se sienta a leer sobre la cama mientras Baltazar
dibuja a mano alzada el frontis de una vivienda familiar. Los días que siguen,
vuelve por el mismo libro y lee en silencio, así cuatro días. Al quinto día,
escoge “Las helvéticas” del mismo autor. Cuando se dispone a leer Baltazar la
detiene y le dice:
-Puedes llevarte el libro si me dices qué pasa
con tu hermana, por qué no me mira ni me dirige la palabra.
-Porque está vigilada –lo dice sin alejar su
atención del libro.
-Entonces todavía piensa en mí, por qué no me
envía una nota no sé.
-Yo tampoco lo sé.
-Por favor dile que no puedo estar tranquilo que
pienso en ella a cada momento.
-Si me acuerdo todo eso, se lo digo.
Pasa otra semana y no hubo noticias de la
vecina, la hermana menor tampoco regresa.
Llega la víspera de la navidad, Baltazar se
dispone a bañarse para salir en busca de Valentina, a quince minutos de su casa.
Irán por regalos para su familia. Coge una toalla, jaboncillo y champú. A pesar
del tiempo de lluvias, hay un sol generoso. Camina en sandalias hasta el baño.
Cuelga la ropa sobre uno de los clavos que hacen de perchero. Gira la llave de la
ducha y mientras el agua cae un golpe fuerte abre la puerta. Es ella, lleva
puesto un vestido que empieza en los hombros y termina a medio muslo. Un sutil
escote muestra las nacientes de sus pequeños senos. No se dicen nada, sus
cuerpos se desean y sus labios se juntan con brutalidad. Una de las manos de
Baltazar desliza uno de los tirantes, luego otro. El vestido cae al suelo.
Ambos quedan en interiores. Las manos de ella recorren el cuerpo de él. Él hace
lo mismo mientras se besan, su viaje comienza en la espalda, se detiene en la
cintura, sube unos centímetros más arriba; cuando la palma de su mano derecha
cubre el seno izquierdo ella exhala un gemido. Las manos de ella son más
atrevidas: de la espalda viaja hasta el pecho, luego no puede detenerse hasta
llegar a la ingle, sus delgados dedos se esconden junto al macizo de Baltazar.
En un movimiento violento, las manos de él bajan hasta descansar en el boscoso monte
de venus de Vanessa. Los sedientos labios de ella inician otro viaje: baja
hasta el cuello, las orejas, el cuello nuevamente, el pecho, los brazos; dibuja
con su lengua un corazón en el ombligo, sigue bajando, arranca con sus dientes
un par de vellos, se oye un torpe gemido, sigue bajando, desliza hacia abajo la
única prenda que él lleva puesta. Se tocan, se desean. Los gritos de la hermana
los sacaron de su idilio. Ella se viste y sale del baño. Él entra a la ducha y libera
el fuego almacenado.
Cómo es la felicidad, viene de golpe como la
ira.
Incluye su nombre en la lista de regalos. Almuerza
en casa de Valentina y luego salen en dirección al centro de la ciudad. Las calles
aledañas están repletas de vendedores de objetos de navidad y en la plaza de
armas se concentra la tradicional venta de santos. Compran algunos regalos y
luego van por unos helados. Se prometen amor y otras cosas. Se despiden a las
seis y Baltazar vuelve a la calle donde vive. Las labores han terminado en
todos los colegios. Las calles se llenan de niños y niñas. Unos improvisan un
arco de fútbol con piedras encontradas en el camino. Otros, los más pequeños,
revientan cohetes y las mujercitas, saltan en soga. Una de las chicas junto a
otras sentadas sobre unas gradas se levanta y camina junto a Baltazar. Le
pregunta su nombre y qué es lo que hace. Ella tiene ojos verdes; es baja,
delgada, atrevida, compleja; difícil de captar el sentido, difícil de decir
quién es; menos guapa de lo que parece. Debe tener la misma edad que Vanessa.
Mira al resto de sus amigas luego le pregunta si le gusta su vecina. Él no dice
nada, sólo sonríe. ¿Es posible que Vanessa vaya contando que está enamorada de él?,
eso le emociona mucho. Por la cuesta ve subir a su atrevida amante. La amiga también
la mira y como si pensara en voz alta dice: -ahí viene la fea. Luego besa a
Baltazar en los labios para celar a Vanessa, él la aleja con claros signos de
desprecio y va tras su amante. Ella entra a su casa y él continua hasta su
habitación. La noche la pasa en vela; odia a la mujer que le zampó el beso. No
duerme sino a las cinco de la mañana y no despierta hasta las doce. Recuerda
que esa es la noche buena. Valentina lo estaría esperando, han quedado en verse.
Se ducha en un santiamén, se viste y peina. Coge algunas cosas y sale. En la esquina
está Vanessa, quedan en verse a las seis, sus padres irían a comprar los
regalos y ella estaría sola. Se despiden con un beso largo y apasionado.
Baltazar corre feliz hasta casa de Valentina, almuerza con su familia, luego
ven una película que Baltazar no entiende. Su pensamiento está a quince minutos
de ahí. Luego caminan hasta donde los padres de él. Su madre le recuerda el
viaje que hacen todos los años. En la navidad tienen como costumbre viajar a la
propiedad del abuelo hasta el año nuevo. Es una tradición que se respeta desde
que es pequeño.
Por más pendiente que está del tiempo, llega
media hora después de las seis. El callejón está oscuro, el patio es alumbrado
por una luz mortecina. No hay nadie, ni los dueños, ni los inquilinos, nadie,
tampoco su amante. Espera unos minutos y luego aparece. Sin mediar palabra se
besan en el patio; se besan en la entrada del cuarto de Baltazar, ingresan y cierran
la puerta, tropiezan con el catre y terminan encima de la cama, dejan las luces
apagadas. Los besos llevan a las caricias, las caricias a la exploración, luego
a su desnudez. De pronto ella lo detiene, le susurra al oído y le dice “no uses
las manos”. Con los dientes descubre sus senos, luego desliza su falda hacia
abajo. Ella se mueve a ritmos exultantes, él continua con la empresa de amarla.
Por la ventana atraviesa un débil haz de luz que permite ver a Baltazar sus
pechos de niña. Su cuerpo despide un aroma agradable a flor de arándano. Coge
con sus dientes uno de los lados de la última prenda y despacio, muy despacio,
empieza a quitársela. Luego ella comienza a desvestir al hombre que empieza a
amar. No pasa mucho hasta que ambos están completamente desnudos, abrazados el
uno al otro en la noche oscura. No hay mejor energía que el deseo y el amor
cuando van juntos. Esta es la primera vez de ella, de él también. Todo es nuevo
para ambos. Sus piernas se confunden entre las sábanas. Él se mueve, la toma
entre sus brazos y rueda despacio por encima del cuerpo delgado y virgen. Con
temor y brutalidad. Todo transcurre demasiado lento. Al cabo de unos instantes
de amor, se oye un grito: una lágrima de felicidad deja un rastro jamás borrable
en el rostro de ella.
Luego de hacer el amor se quedan dormidos,
desnudos. Ella de cara a la pared, esbelta, delgada, blanca, encantadora. Afuera
se oyen voces. Son los vecinos de al frente. Despiertan, se miran, sonríen.
Baltazar acaricia sus pequeños senos, su cuerpo, su vientre. Se visten. Luego se
levantan, caminan hasta la puerta. La niña amante mira hacia su casa y comprueba
que las luces siguen apagadas. Se despiden con un beso tierno y un te amo.
Cuando Baltazar enciende la luz del dormitorio observa las sábanas removidas.
Hay máculas de sangre en las manos y la cama; sangre de niña virgen.
A las nueve de la noche sale de su dormitorio
con la esperanza de ver a Vanessa y despedirse hasta el siguiente año. Aprovecharía
en dejarle su regalo y tenerla entre sus brazos por unos segundos más. Ella no
está. Da un beso a su puerta cerrada y se va. Camina hasta su casa donde su
familia lo espera y luego parten.
Pasa la navidad, el año nuevo pero no las
ganas por volverla a ver. Está muy emocionado. Termina con Valentina para
disponerse a estar con Vanessa, a enamorarla más, a conquistar también a sus
padres, a todos. Esa semana fuera de la ciudad le da muchas ideas, todas
inspiradas en ella. Camino a casa arranca flores de un jardín y camina hasta su
barrio. Cuando llega a su calle todo es distinto, el sol baña de anaranjado las
calles de la ciudad mientras los niños juegan con sus regalos nuevos. Baltazar
también está distinto, este tiene que ser su año, el año de él y de Vanessa,
-que bonito nombre- piensa. Los dueños de casa lo esperan con un regalo, se dan
el feliz año. La puerta de casa de su futura novia está cerrada. En su
habitación se mantiene el fresco aroma desde aquella noche que compartieron el
amor. Cada minuto que pasa, cada instante piensa en ella. Da vueltas por el
patio esperando una señal. Da vueltas también a la manzana, regresa y nada. No
está por ninguna parte. Afuera, en la calle, encuentra a la vecina quien le
robó el beso. Esta se le acerca y le da un abrazo deseando un feliz año. Luego sarcásticamente
dice:
-Estarás triste porque tu noviecita se fue.
-¡Cómo que se fue!
-Se fue, ayer sacaron sus cosas y se fueron.
-¿Se mudaron de casa?, no puede ser, pero… - Baltazar
se aflige. Camina violentamente hasta la puerta donde vive Vanessa, mira a través
de la ventana, no se ve nada, limpia con su mano un pequeño espacio sobre el
cristal y puede advertir que está vacía, no hay nada, ¡nada! Llama de un grito
a los dueños de casa, el señor Manuel baja:
-¿Qué pasa Baltazar?
Excitado dice- Don Manuel adonde se fueron los
vecinos.
-No lo sé joven. Me dijeron hace dos meses que
se retirarían.
-¡Y no me dijo nada! –luego piensa: Vanessa tampoco
me dijo nada- por favor no sabe adónde se mudaron, un indicio, el barrio, no
sé.
-Lo siento amigo pero no sé nada, la madre de
ella era una mujer intratable.
Indaga por todo el barrio dónde podrían
haberse ido pero no consigue averiguar nada. La tristeza lo consume hasta enfermarlo.
Pasado el mes se disculpa con los dueños de casa. Los días que vienen trasladan
sus cosas con ayuda de Yaco de vuelta a donde sus padres. Nunca más supo de la
vecina. Sus besos, su cuerpo, fueron un rastro fantasma de ese amor que lo
mantuvo vivo.
Hermosa historia de amor , de aquellas que quedan en la memoria emotiva para siempre...
ResponderEliminarMuchas gracias Susana por tus palabras.
ResponderEliminarAnthony V.
Antoo Siempre serás my favorite writer♥! Att. Susan.
ResponderEliminarGracias Susan, te quiero.
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