Susana Arcilla
I
Había logrado todo el éxito que
pretendió, pero se sentía vacía por dentro. Al llegar a este presente se daba
cuenta de que había perdido lo más querido para ella: su madre y su hijo. Ahora lo podía ver con claridad; antes pensaba
que ambos serían obstáculos en su carrera profesional y los abandonó cuando
apenas tenía dieciséis años.
- Todo lo que tengo no me alcanza –le
dijo a su amiga íntima en una noche de domingo, mirando una película- tengo
éxito y dinero pero me falta el amor. Ambas estaban recostadas en un gran
sillón de cuero frente a un televisor gigante, comiendo pochoclos[1]
salados. En pijamas, despintadas y sin peinar, parecían dos esperpentos.
El departamento de Solange era una
combinación perfecta de lujo y confort, pero no le bastaba para ser feliz.
Paredes enteladas, pisos alfombrados, jacuzzi en el baño, todo pasaba a un
segundo plano cuando se encontraba consigo misma.
-¡Y vamos de joda! o de compras… ¿Te
parece? –le dijo su amiga.
- No tengo ganas…ya me pudrió todo ese
circuito decadente –Solange se mostraba apática y depresiva, como en sus peores
días.
- Quizá necesitás empezar con la droga
o iniciarte en el sadomasoquismo –la amiga se empeñaba en aportar ideas para
levantarle el ánimo.
- Sabés que no puedo cometer excesos
por mi actividad… ¿Querés que termine como todos los músicos, en una
sobredosis?
Había hecho una carrera con el canto y el
baile que la había transportado a la cima del mercado comercial. Hoy era una
estrella del pop.
- Bueno te voy a pasar el teléfono de
una empresa que se encargue de alegrarte la vida, entonces –Carla abrió su
cartera y buscó afanosamente.
- ¿Es una iglesia? –preguntó Solange
mirándola fijamente y a punto de reír…
Entre viajes y recitales la exitosa
mujer fue postergando sus penas, pero la esperaban al final de cada día y
aprovechaban la noche para acosarla. Quería enamorarse, pero no encontraba al
hombre adecuado. Su vida era errante, no se quedaba más de una semana en cada
ciudad. Ya era hora de tomarse un año sabático y pensar en su vida personal de
una vez por todas. Podría visitar a su madre y conocer a su hijo para empezar a
reconstruirse; no era una mala idea.
Carla le dio la dirección y el
teléfono de la empresa “que te arregla la vida”. Insistió en que llamara y
concertara una cita. Le dijo que podía elegir al tipo de hombre o mujer que más
le gustara a partir de unas fotos.
-¡Hay unos pibes que ni te imaginás!
De todas las edades…por supuesto que elegirás jóvenes… ¿No? –Carla ya había
probado los servicios de la empresa y creía, a pie juntillas, que era feliz.
Solange no esperó el año sabático y
llamó a la empresa una noche en que la soledad le pegó mal. Quería distraerse y
no pensar.
- Quisiera disponer de un joven para
esta noche… -hablaba en voz baja como si estuviera haciendo algo malo;
recostada en su sillón y mirando el techo pensaba que este no podía ser el
camino adecuado, pero… después de todo una noche pasa rápido.
-¿Usted es clienta nuestra? –dijo una
voz suave en el teléfono, del otro lado de la línea.
- No, es mi primera vez –le pareció
que eso la disculpaba.
- Bueno, le tomaremos los
datos y mientras le pasamos la página web donde usted podrá elegir con
comodidad. ¿Conoce los precios? –la voz suave sonaba muy profesional.
Solange se metió en Internet y
empezó a ver las fotos -un muchacho más lindo que otro-. Al final se decidió
por Paco. Era el más atractivo: piel morena, ojos negros enormes, un cuerpo
escultural, peinado a la gomina…En la imagen aparecía con un slip negro con
ribetes blancos, ese de la famosa marca comercial, y con el torso desnudo.
II
Su madre lo abandonó al momento del
nacimiento, gracias a su abuela tuvo a alguien que lo cuidara y que lo salvara de la muerte. Eran muy pobres, pero la
genética lo ayudó y lo convirtió en un hermoso varón.
- ¿Por qué los chicos me dicen que vos
sos mi abuela y no mi mamá? –preguntó Francisco, estando en primer grado del
nivel primario. La casa era de chapa y cartones, piso de tierra, con una mesa
despintada y un calentador. Detrás de una cortina roja y deshilachada estaban
las dos camas de una plaza; el baño quedaba afuera y era de esos que no tienen
inodoro, apenas un agujero para ponerse en cuclillas dentro de una casilla de
madera.
- Porque es verdad mi querido, tu mamá
era muy joven cuando te tuvo y te dejó a mi cuidado hasta que ella pudiera
mantenerte –doña Elisa era muy grande de edad y también muy humilde, sabía que
su hija nunca vendría a buscar a Francisco porque lo consideraba un obstáculo
en su carrera hacia el éxito.
- ¿Algún día la conoceré? –preguntó
Francisco con tristeza, abriendo sus ojos negros y enormes.
- Quizá hijo, quizá… ¿Quién sabe? –doña
Elisa ya estaba cansada de pelearle a la vida.
Francisco creció, su atractivo físico
era uno de los puntos a favor más evidentes que tenía, el otro era su capacidad
para comunicarse. La escuela lo ayudó mucho en este último sentido; sabía
hablar bien. Cuando llegó a la adolescencia era el típico chico que hubiera
seguido una cámara de fotos o una filmadora para capturarlo para siempre.
Pasaba las noches en la esquina
tomando cerveza y haciendo lío con sus amigos del barrio, las tardecitas de
verano eran las favoritas para charlar largas horas. Pasaba el coche patrullero
de la policía, de vez en cuando, los miraba fijo previendo que estaban
organizando algo. La desconfianza estaba presente siempre. ¿Qué se podía
esperar de estos pibes que ya tenían el futuro quemado?
- ¡Ché, boludo! ¿No queré trabajar de
modelo o actor? Tené toda la pinta, tené… -le dijo el Flaco. Habían compartido la
niñez y la adolescencia, se habían salvado mutuamente en momentos bravos de
noches, alcohol y drogas.
- Pero vos, ¡qué te creés!… ¿que yo me
la creo? ¡A mí nadie me quiere y nadie me va a ayudar! ¿No te das cuenta de que
la única “grossa” es mi abuela Elisa que me banca y que me salvó la vida?
–Francisco era un muchacho muy atractivo pero su autoestima estaba en el más
bajo de los sótanos, sepultada por años de abandono y pobreza.
Entró en la conversación el Monito;
usando esa forma tan atolondrada tal como era él, y con una cerveza en la mano
empezó a gritar.
- ¡Pero tiene razón el Flaco! ¡Vo sos
re lindo, man!… ¿No te da cuenta cuando te mirá en el espejo de la farmacia? ¡Y
con todo lo que te dicen las minas por la calle…! ¡Ya tendría que estar avivado,
vo ché!… ¿O qué te creé que va a vivir robando toda la vida? Si terminamo en
cana para qué sirve robar o matar… ¿Para qué sirve?
- ¡Loco! Yo tengo la justa, soy mina
–dijo Fabiana soltando una bocada de humo blanco… ¡Sí! El Fran está re bueno,
va a andar eso de modelo o actor, pero a dónde vamo a ver si lo contratan… ¡Yo
quiero ir también! ¿Puedo ser tu secretaria Fran?
- ¡Ustedes están todos locos! Un pibe
pobre como yo no existe para esos caretas… ¡Olvídense! ¡Vamos a dormir!
- ¿Conocés al chico ese que crió la
vieja Elisa? -en el bar del barrio conversaban dos policías tomando un café. Una
luz amarilla cubría el ambiente, algunos muebles viejos y mucha tristeza. Afuera,
la lluvia y el barro daban el marco perfecto. Sonaba algo como tango o folklore
de la década del 50.
- ¡No! ¿Por qué lo decís? ¿Se mandó
alguna? –respondió el compañero de recorrida.
- ¡Tengo un plan! Se lo podemos
presentar al Sapo, tiene condiciones –el policía tenía claro su negocio.
-¿Te parece? ¿No es peligroso? –el
compañero tenía sus dudas y algo le decía que era mejor no meterse en ese
rubro; el Sapo era un personaje de calibre, los iba a dejar pegados
seguramente.
La lluvia caía sobre las casas de
chapas empañando la visión, los chicos del barrio chapoteaban en el marrón chocolate
que formaban los charcos. Cada tanto pasaba un carro tirado por caballos viejos
y cansados que buscaban basura para reciclar o vender en el mercado de cosas
usadas.
Don Sapo era feo de verdad, sentado
con un habano en la boca se apoyaba en su gran panza mientras jugaba a las
cartas con sus patovicas[2].
Un fuerte olor a bebida blanca y a marihuana entorpecía el paso de los policías
en forma de vaho. Todo oscuro menos la
mesa de juego, a la que enfocaba una lámpara de luz blanca fluorescente.
- ¡Amigos! –gritaron los policías al
entrar, levantando una mano en señal de tregua temporaria. Habían superado la
primera custodia que estaba en la vereda.
- ¡Pasen, pasen! ¿Quieren jugar un
partido? –respondió el Sapo con una voz finita que no combinaba con su cuerpo,
similar a un tanque de guerra en el sentido más literal.
- ¡No! Venimos porque te queremos
presentar al Francisco, el nieto de la vieja Elisa, para que lo inicies en el
trabajo –el policía más atrevido hablaba con naturalidad como cuando llevaba
los gallos para la riña o los galgos a las carreras.
- Pero si yo trabajo con mujeres…no
entiendo –el Sapo miraba fijo tratando de entender el planteo y no parecer un
boludo.
- El chico está justo para trabajar
con clientas mujeres… ¡Tiene una pinta que mata! ¡Está en la edad justa! Y
quizá en Buenos Aires haya mercado para él, allá hay mujeres ricas que se levantan
muchachos… ¿No?
- ¡Traelo, nomás! –la voz chillona del
Sapo cortó el aire denso y agridulce.
-Abuela, me llamó el policía ayer –le
dijo Francisco a su madre postiza durante el frugal almuerzo, un poco de pan
duro con algo de sopa fría.
- ¿Y qué quiere el tipo ese? Es
peligroso… -doña Elisa lo conocía de toda la vida, ella sabía que el tipo hacía
plata con los pobres.
- Dice que me va a llevar a Buenos
Aires a trabajar, parece que allá hay más trabajo que acá, ¿viste? –Francisco
le hablaba como pidiendo permiso para dejarla para siempre.
- ¿Y de qué vas a trabajar, vos? –la
abuela conocía las posibilidades de su nieto.
- Bueno, dice que hay una agencia de
modelos y de actores que necesitan un chico como yo para hacer propagandas en
la tele y todo eso –ni él mismo se lo creía.
- ¿Vos querés ir? –la pregunta caló en
lo más profundo del alma de Fran. Lo puso en la situación de plantearse su
futuro de una vez por todas y tener que decidir.
- Mañana a las ocho te espero acá y
vamos para la terminal de ómnibus, yo voy a ir con vos para presentarte –el
policía hacía todo lo posible por contenerlo y tratar de que no desistiera- y
compráte la ropa que necesités para viajar, nomás; acá tenés el dinero –abrió
su gorda billetera y le entregó unos billetes, de esos que Fran nunca había
visto todos juntos.
Fue con sus amigos a comprar al centro
de la ciudad: un pantalón con una remera, zapatillas y una campera. También
algo de ropa interior y medias.
- ¿Qué necesitan? –la vendedora se
acercó a la puerta para evitar que entraran, eran un grupo de “esos” que no
frecuentaban el negocio.
Eran cinco y un perro de escolta atrás
de ellos, bastante sucios y de piel oscura, se destacaba uno por su belleza
masculina.
- Venimo a comprar, venimo. ¿Esto no es
un negocio de ropa para tipos? –dijo el Monito gritándole a la vendedora en la
cara.
- ¡Sí! ¿Conocen los precios de acá?
–estaba nerviosa y ya había mirado fijamente al guardia privado para que se
acercara a ayudarla.
- El Fran tiene plata, viene a buscar
ropa porque se va a Buenos Aires para ser modelo –Fabiana sentía que ese
proyecto también le era propio, el orgullo de que uno de ellos pudiera salvarse
de la pobreza era una luz de esperanza para todos en el barrio.
- Bueno, pasen nomás –dijo la
vendedora escoltada por el guardia; el olor contaminó el negocio y todos los
empleados se dieron vuelta para mirar el espectáculo inesperado y sorprendente
a la vez.
Se armó un revuelo de gritos, risas y
ropa por el piso, mientras Fran se probaba y les mostraba a sus amigos cómo le
quedaban los equipos haciendo poses como si modelara; iba a llevar uno solo –de
todos esos- pero como el grupo completo estaba entusiasmado con esta novedad de
habitar espacios pertenecientes a otra clase social, aprovechó y se hizo el
canchero un rato. Disfrutaron y rieron hasta que se cansaron.
Salió con tres grandes bolsas y encima
le sobró dinero. Invitó a todos sus amigos a tomar algo en el lugar más lindo
del centro.
- Acá no pueden entrar ustedes –el
mozo fue contundente y los paró en la vereda antes de que pudieran pisar el
interior de la coqueta confitería.
- ¿Y por qué, no? –el Flaco lo increpó
de frente con cara desafiante.
- Tenemos derecho de admisión
–contestó el mozo de chaqueta blanca impecable, con una bandeja plateada y
redonda sobre su mano.
-¿Qué é lo que è, eso? –grito Fabiana
de atrás del grupo, mientras fruncía el ceño
y acariciaba al perro fiel que los acompañaba.
- Nuestros clientes eligen este lugar
por las personas que vienen –la gran servilleta blanca inmaculada colgaba del
brazo que sostenía la bandeja.
El grupo se quedó inmóvil en la
vereda, miraron hacia adentro de la confitería y luego lentamente se retiraron
del lugar con la cabeza gacha.
- ¡Que los parió! –al mozo no le
gustaba este papel que le habían asignado pero vivía de las propinas de los
ricos que iban a ese lugar para sentirse como en el primer mundo.
La abuela lo abrazó fuerte, lo miró a
los ojos y le dijo: “¡Ya sabés! Te estaré esperando…cualquier cosa que necesités,
contá conmigo y no dudés en llamarme.
Nunca lo había visto así: bañado y
vestido con ropa nueva, bien peinado y perfumado. ¡Era tan bello el muchacho! Se
le rompió el corazón pero supo que era lo mejor; después de todo, en ese barrio
no había futuro para Francisco. Le pidió a Dios y a todos los santos que lo
protegieran siempre, apenas tenía diecisiete años. Ahora, pensó, seguramente
ella viviría de la caridad de sus vecinos hasta que su nieto le enviara algunos
pesos ganados en el trabajo que le esperaba.
Los ojos de Francisco no paraban de observar
el paisaje durante el viaje en ómnibus; nunca había salido de su barrio, sólo en
algunas ocasiones para ir al centro. Era la primera vez para muchas cosas, era
un viaje iniciático en más de un sentido: de repente se le abrió el mundo a su
mente y a su cuerpo. No podía sospechar lo que le esperaba.
Llegaron a Buenos Aires al mediodía
del otro día. Fueron hacia un lugar que parecía una casa pero también una oficina,
grande y blanca. Había mucha gente trabajando y viviendo ahí. Francisco no
entendía nada, sólo pensaba en su ranchito -de chapa y cartón- y en su abuela
querida.
-¡Hola! Francisco es tu nombre… ¿No? –una señora rubia muy
hermosa y bien vestida lo recibió, le estiró la mano para saludarlo
especialmente.
- ¡Sí! ¡Hola! –la voz apenas le salía
de la garganta congestionada, miraba hacia abajo tratando de comprender qué
sucedería con él de aquí en más.
- Ponéte cómodo; ahora te llevo a tu
habitación y te cuento cómo sigue tu día –dijo la señora a la vez que despedía
al policía con un gesto de movimiento de cabeza. Empezaron a caminar sobre pasillos
alfombrados.
Se encontró solo en una habitación
impactante, pensó si eso era un hotel como había visto en la televisión. Una
mucama joven entró –después de golpear- y le acercó toallas limpias. Había una
mesa servida con un almuerzo espectacular: jugo de naranjas exprimidas, un bife
de chorizo angosto y ensalada de todos los colores, algo de pan negro. Un gran
televisor de pantalla gigante coronaba la habitación, una cama de dos plazas
King Size y pesados cortinados blancos caían
sobre la alfombra clarita y mullida.
- ¡Guau! ¿Qué es todo esto? –de
repente extrañó a sus amigos, qué bueno sería compartir con ellos toda la
riqueza que había a su disposición.
Después de una siesta lo llamaron a
una oficina dentro del mismo edificio. Todavía no sabía dónde estaba…
- ¡Hola, Francisco! Aquí te llamaremos
Paco… ¿Te molesta? –un hombre alto de traje oscuro- le habló con voz segura y protectora.
- ¡No! ¡Para nada!…-Francisco pensó
por primera vez cómo sería tener un padre.
- Mirá, tenemos grandes planes para
vos. Acá te paso una carpeta con la
lista de rutinas para todos los días, los lugares donde podrás comprar
ropa, la dirección del gimnasio y un circuito de boliches y cines por si te
querés distraer un rato.
- Bueno… ¿Cuál es mi trabajo acá?
¿Esto es una empresa… un hotel? –dijo Fran, superado ya por la intriga.
- Nosotros nos dedicamos a prestar servicios
de relaciones sociales. Vos te prepararás para estar con las clientas más ricas
y poderosas del planeta –el hombre alto y elegante le confirmaba lo peor, ni
modelo ni actor parece ser- para eso tenés que ir al gimnasio diariamente y
vestir las mejores ropas, también te vamos a dar un curso de idiomas y cultura
general porque probablemente viajes al exterior. Es muy aconsejable -en este rubro- que no seas sólo un objeto sexual.
También programamos un chequeo médico completo, por las dudas.
Cuando llegó a su cuarto nuevamente,
se recostó en la cama gigante y comenzó a pensar. Lo habían engañado, se
convertiría en esas prostitutas que conocía, pero al revés. Tendría que
acostarse con mujeres por dinero y seguramente le darían una parte solamente; la
empresa, el policía y el Sapo eran una cadena e irían con un porcentaje.
Taxi-boy, sex-toy… ¡Cuántos calificativos conocía para lo que iba a hacer de su
vida!… ¿Prostituto?
III
Cuando sonó el timbre sintió
un aleteo en el estómago, tomó un trago del vaso para agarrar coraje y fue
hacia la puerta. Al verlo tuvo la
impresión de que lo conocía de antes, de otra vida como dicen por ahí. Lo
invitó a pasar y lo besó suavemente en la mejilla sonriéndole. Percibió su rico
perfume.
-¡Hola! ¿Cómo estás? –dijo
Paco en voz grave y alegre, ya había aprendido a jugar su rol, la gente no
contrata a un tipo como yo para hablar de las penas del alma –pensó.
- ¡Bien! –dijo Solange
tratando de no estropear el momento. Lo último que quería esa noche era tener
sexo con un desconocido, su cara lo decía todo.
- ¿No querés que charlemos
esta noche? Te veo triste. Si querés nos contamos la vida mutuamente… y así
repuntamos los dos; yo también estoy “pum para abajo” hoy –dijo Paco en un
ataque de espontaneidad.
-¡Claro! ¡Fantástico! La
empresa donde trabajás es mejor de lo que pensaba… ¿Cómo llegaste ahí? –Solange
se había relajado finalmente y comenzaba a servir una cena para dos…
Leí tu cuento y reAlmente es bueno. Lo mejor que me paso es que no te reconocí en el texto. Me encAnto!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! SAliste de tu personAlidad pAra escribir, no es tu vocAbulario habituAl ni nada, eso me pareció fantástico. Felicitaciones!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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