martes, 6 de noviembre de 2012

¿Muerte digna?


Susana Arcilla


I

Las altas cumbres nevadas escoltan desde arriba la ruta de ripio, el sol pega cegando a los automovilistas. Una mujer mayor manejando su pequeño autito, con toda la prudencia de su edad, fue embestida de frente por un camión de reparto de bebidas en una curva y cayó intempestivamente al vacío. Un accidente de auto en la cordillera, en un camino que bordea el precipicio, siempre es una noticia desgraciada y empieza a correr velozmente como el fuego sobre reguero de pólvora.


II

Doña Rosa fue rescatada por los bomberos del lugar, la llevaron al hospital zonal y allí una junta médica realizó los estudios de rigor en estos casos.

- Lamentablemente tenemos que darles la peor de las noticias  –comentó el jefe de médicos  a los hijos y al marido de Rosa- encontramos muerte cerebral en la paciente, la señora Rosa Sánchez.

- ¡No puede ser! –sollozó el anciano esposo cubriendo su rostro con las manos- vamos a accionar contra ese chofer, fue un imprudente ¿Cómo pudo manejar a esa velocidad en una curva? ¿Me lo pueden explicar?

Los hijos se miraron y no alcanzaron a balbucear palabra alguna, se tomaron de las manos y observaron a su padre destruido, nunca lo habían visto llorar.

- Puede quedar internada aquí hasta que ustedes decidan qué hacer –un médico residente intentó colocar el tema del desenlace final en el grupo familiar, pero no recibió respuesta de ninguno de ellos. No entendieron.


- Vos, ¿qué creés que tenemos que hacer? –la menor de las hijas confrontó a su hermana mayor mientras cocinaban. Micaela estaba inquieta ante la situación de su madre y el desconsuelo de su padre.

- ¿Hacer? Nosotros no podemos hacer nada –contestó Graciela- esperar solamente…

- ¿No escuchaste hablar sobre la muerte digna? –insistió Micaela ante el asombro de Graciela que la miraba con sus ojos muy abiertos, a la vez que picaba cebolla en forma ruidosa y contundente sobre la tabla.

- Creo que tenemos que hacer una reunión familiar y charlarlo. Vos, ¿qué creés que dirá papá? –Graciela miró a su hermanita tratando de ponerla en situación incómoda, se secaba las manos con el delantal. Ya se olía a verduras cocidas, estaban por comer con su padre; trataban de no dejarlo solo en la casa.

- Me parece que debemos desconectarla, por lo menos así podremos terminar de sufrir de una vez por todas. Bueno… ¡Mejor pongo la mesa!

En el hospital, los médicos se reunieron a tomar un café -durante un descanso de sus tareas- y salió el tema de doña Rosa, como no podía ser de otra manera, ya que era la noticia de la semana.

-¡Qué desgracia! ¡pobre mujer! El pendejo ese que manejaba es una bestia total –el médico residente sentía una necesidad de hacer justicia por mano propia.

- Ahora hay que pensar en esta familia. ¿Cómo le preguntaremos si quieren desconectar el respirador? –el médico más anciano buscaba la forma de preparar el terreno.

El nieto mayor de doña Rosa, hijo de Graciela, observaba a su familia destrozada desde el día del accidente. Tenía dieciséis años y cursaba sus estudios secundarios, era un joven inteligente y cariñoso.

- ¿Vos creés que la abuela está ahí, en ese cuerpo? –preguntó Germán de repente, durante el almuerzo. Su padre lo miró con preocupación.

- No tiene conciencia –respondió la madre del joven, se levantó de la silla y  le acarició la cabeza suavemente  abrazándolo por detrás.

- ¡¡Entonces no está!! Me estás diciendo que no está ahí, que su cuerpo está vacío y que su estado es irreversible según los médicos –gritaba con voz grave y segura. Se levantó de la silla bruscamente y se retiró de la cocina. Estaba pensando muy seriamente cuál sería su papel en esta historia. Amaba a su abuela pero no soportaba tanta angustia e incertidumbre.

Después de unos días se reunió la familia completa en el living de la casa. El esposo de Rosa se sentó en su viejo sillón y se arremolinaron a su lado todos sus hijos y su único nieto. Tenían que charlar sobre lo que la vida les había puesto en el camino, tratar de salir de esa situación por algún lado.

- Los médicos me dijeron que podemos desconectar el respirador –la voz desconsolada de Don Enrique puso el tema sobre la palestra; la luz entraba por los ventanales y atravesaba el círculo familiar reunido, dando un clima muy parecido a un templo cristiano.

- Como hija mayor no podría hacerlo, sería como matarla y yo quiero  esperar el milagro – estaba decidida a visitar a su madre todos los días en el hospital, sentarse a su lado y monologar hasta que despierte. Lo dijo claramente y en voz alta a su padre y a sus hermanos; su hijo también escuchó y comprendió.

- ¡Eso! ¡Un milagro puede ocurrir, vamos a rezar con fuerza hasta que ocurra! –Silvia era una de las hijas del medio, entre Graciela y sus hermanos menores- Si la desconectamos nunca sabremos si se hubiera despertado algún día y nos quedaría ese cargo de conciencia para toda la vida.

- ¡Seamos racionales, por favor! No podemos esperar un milagro pero tampoco cometer un asesinato –Roberto era otro de los hijos, el anteúltimo antes de Micaela- Los médicos debieran saber qué hacer y no delegarnos a nosotros esa decisión; yo soy el hijo de la paciente  e ingeniero de profesión, quiero que ellos me resuelvan el problema. ¿O vos creés que les pido a mis clientes que armen los planos de la obra que quieren construir? ¿Se imaginan que le pida al Estado que haga un camino, un puente o un dique? ¿Para qué me contratan a mí entonces? –estaba enfurecido y su rostro iba cambiando de color, cada vez más rojo y violeta. Sus hermanas y su padre lo miraron con atención tratando de entender sus argumentos.

- ¿Cuánto tiempo piensan ustedes que vamos a aguantar visitando a mamá, rezando y sufriendo? –Micaela estaba convencida que desconectar el respirador era el paso más aconsejable en esta situación; se informó al respecto y tenía todos los datos que necesitaba. Después de todo, su madre ya no tenía conciencia y  era lo mismo estar así o muerta, no había diferencia. Se preguntaba si por ser la menor de los hermanos tendría que tomar sola una decisión.

- Yo prefiero no desconectarla –don Enrique quería  estar  cada día con ella, como fue siempre, y no sentirse responsable de hacer algo para que Rosa ya no respirara.

- Dejemos que pasen algunos días y vamos a ver más claro… ¿Les parece? –Germán sirvió café a todos, trajo algo dulce y rico  a la mesa y con su sonrisa juvenil desvió el tema por un rato. Ya se iba el sol y prendieron las luces de la sala. Cambiaron de tema.

Los médicos y las enfermeras más jóvenes del hospital estaban consternados, veían a los familiares de Rosa deambular -día tras día- por los pasillos. Don Enrique venía a la mañana; los hijos se turnaban por las tardes según se lo permitían sus horarios de trabajo. Estaban esperando que su madre despertara de repente y saltara en la cama diciendo: “¡Fue una broma!”

-¡Es extraño! Nosotros buscamos profesionales para que nos solucionen miles de cosas de nuestra vida: abogados, contadores, arquitectos… ¡Sin contar a los mecánicos o plomeros que nos salvan de cada entuerto![1]…-un médico residente le comentaba a la enfermera en la cocina mientras preparaban los remedios para ir de ronda por las habitaciones- y nosotros les pedimos a la familia que decida. ¿Por qué no les damos una solución? Y, muerto el perro se acabó la rabia…La vida sigue ahí afuera, latiendo. Estaba pensando repetidas veces cuál debía ser su rol desde la ética médica, no podía soportar el cuadro de dolor que veía día tras día en esa familia, sin ningún sentido aparente. ¿Alguien sabe para qué existe el dolor?

Don Enrique llegaba sistemáticamente todos los días -a las 9 de la mañana- y se sentaba en un amplio y mullido sillón al lado de la cama de Rosa. La miraba largo rato, así tan inmóvil como nunca había estado; pensaba mucho y a veces le hablaba en voz alta y le tomaba las manos.

-¿Qué harías vos en mi lugar, Rosita? Me pregunto todo el tiempo. Dame alguna señal para poder comprender por qué estamos atravesando esto. Silencio, silencio total como respuesta, día tras día. Su salud se iba deteriorando, cada vez estaba más cansado y no podía ya conciliar el sueño.

Pasaron tres meses, el día era espectacular –empezaba la primavera-  pero los médicos del hospital tenían una tarea difícil esa mañana. Había que informar a la familia de Rosa acerca de lo que había pasado. La noche anterior se había cortado la luz en toda la ciudad, las guardias quedaron con las  cámaras de las habitaciones apagadas, el equipo de emergencia de la luz –misteriosamente- no anduvo.

- Los llamamos a todos para informarles que, hoy a la mañana, encontramos el respirador desconectado –el médico más anciano del hospital tuvo que tomar el papel de vocero, asignado por acuerdo de la junta médica; su tono era suave y contenedor- doña Rosa ha fallecido, lo sentimos mucho. Vamos a pedir una investigación para encontrar al responsable, si ustedes están de acuerdo.

La familia estaba azorada, no podían creer semejante cosa. Se miraban unos a otros buscando algún indicio que les permitiera entender tamaño desenlace; esto era muy fuerte para ellos.

Al día siguiente hicieron una reunión en el salón de conferencias del hospital. Eligieron ese lugar por razones de espacio. Vinieron algunos policías, personal jerárquico de la Cooperativa Eléctrica, un abogado de la familia de Rosa y la junta médica completa. Las enfermeras también pidieron participar.

El viudo -con sus hijos y su nieto- estaba en una de las cabeceras de la mesa como presidiendo el momento de mayor dolor; en realidad eran los protagonistas.

-Queremos saber si alguno de ustedes tiene algo que decir sobre el hecho que nos convoca –preguntó el policía de mayor rango, con voz grave y solemne a la vez. Era un hombre alto y su uniforme destilaba autoridad.

Nadie respondió, un silencio sepulcral tomaba la sala y cada uno de los asistentes miraba alrededor con curiosidad; revisaban con la vista las ventanas hacia el jardín, las cortinas corridas, algunos cuadros de temas médicos que colgaban de las paredes elegantemente. No se miraban entre sí, los ojos iban hacia lugares neutros del gran recinto.

- Yo creo que la familia necesita una explicación satisfactoria por lo sucedido en este hospital –el abogado trataba de poner toda la responsabilidad en las autoridades presentes y desligar a la familia de toda sospecha.

- Nosotros no podemos encontrar el culpable porque no había luz y por lo tanto las cámaras no registraron nada; el motor de emergencia tampoco anduvo –el  médico más anciano tomó la palabra como pidiendo disculpas- como todo estaba oscuro tampoco tenemos testigos de que hayan visto a alguien entrar al hospital o a la habitación de Rosa.

- El corte de energía fue intencional, pero no sabemos quién lo hizo ni por qué; a veces  esto sucede con intenciones de robo –como personal jerárquico de la Cooperativa Eléctrica sintió que sus palabras eran insuficientes, pero no tenía otra explicación. Don Enrique, preocupado, tomó la palabra:

- Creo que tenemos que tomar lo sucedido como una señal de Dios; yo le pedí a Rosa que me enviara una pista para resolver este drama que estábamos viviendo... tal vez…–la voz se le cortó por el llanto que apareció de golpe en su garganta. Se oía el silencio de tan rotundo que se imponía en la sala. Nadie hablaba: ni los hijos, ni el nieto; tampoco los médicos y las enfermeras. Se sentía la tensión que atravesaba la sala, todos sabían que alguno de ellos era el responsable. Pero nada pudo resolverse. Se dio por finalizada la reunión.

- ¡Como familia vamos a iniciar un juicio al hospital, hemos perdido a nuestra madre! –Graciela gritó cuando todos ya estaban parados y retirándose. Insistía con una salida de tipo burocrática porque eso la tranquilizaba y la mantendría ocupada. En realidad, lo que no quería era pensar.

III

Una figura humana, joven, se deslizó ágilmente por la oscuridad; entró al hospital y después a la pieza de doña Rosa, con determinación. Al cabo de unos escasos minutos logró relajarse finalmente; pudo hacer lo que se había propuesto sin mayores problemas. Había acordado con un amigo que era empleado de la Cooperativa Eléctrica y no les costó nada dejar sin luz a toda la ciudad, sólo por algunas horas.  Hicieron lo mismo con el equipo de emergencia del hospital; resultó una pavada el trabajo ese, al final. Nadie reparó en su presencia. Ya en el lugar no dudó y lo hizo sin pensar, ya lo había preparado mucho mentalmente; de un tirón seco y brusco terminó con un problema para muchos. Se fue rápidamente, sin mirar hacia atrás.



[1] Problema.

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