Susana
Arcilla
I
Las altas cumbres nevadas escoltan
desde arriba la ruta de ripio, el sol pega cegando a los automovilistas. Una
mujer mayor manejando su pequeño autito, con toda la prudencia de su edad, fue
embestida de frente por un camión de reparto de bebidas en una curva y cayó
intempestivamente al vacío. Un accidente de auto en la cordillera, en un camino
que bordea el precipicio, siempre es una noticia desgraciada y empieza a correr
velozmente como el fuego sobre reguero de pólvora.
II
Doña Rosa fue rescatada por los
bomberos del lugar, la llevaron al hospital zonal y allí una junta médica
realizó los estudios de rigor en estos casos.
- Lamentablemente tenemos que darles
la peor de las noticias –comentó el jefe
de médicos a los hijos y al marido de
Rosa- encontramos muerte cerebral en la paciente, la señora Rosa Sánchez.
- ¡No puede ser! –sollozó el anciano esposo
cubriendo su rostro con las manos- vamos a accionar contra ese chofer, fue un
imprudente ¿Cómo pudo manejar a esa velocidad en una curva? ¿Me lo pueden
explicar?
Los hijos se miraron y no alcanzaron a
balbucear palabra alguna, se tomaron de las manos y observaron a su padre
destruido, nunca lo habían visto llorar.
- Puede quedar internada aquí hasta que
ustedes decidan qué hacer –un médico residente intentó colocar el tema del
desenlace final en el grupo familiar, pero no recibió respuesta de ninguno de
ellos. No entendieron.
- Vos, ¿qué creés que tenemos que
hacer? –la menor de las hijas confrontó a su hermana mayor mientras cocinaban.
Micaela estaba inquieta ante la situación de su madre y el desconsuelo de su
padre.
- ¿Hacer? Nosotros no podemos hacer
nada –contestó Graciela- esperar solamente…
- ¿No escuchaste hablar sobre la
muerte digna? –insistió Micaela ante el asombro de Graciela que la miraba con
sus ojos muy abiertos, a la vez que picaba cebolla en forma ruidosa y
contundente sobre la tabla.
- Creo que tenemos que hacer una reunión
familiar y charlarlo. Vos, ¿qué creés que dirá papá? –Graciela miró a su
hermanita tratando de ponerla en situación incómoda, se secaba las manos con el
delantal. Ya se olía a verduras cocidas, estaban por comer con su padre;
trataban de no dejarlo solo en la casa.
- Me parece que debemos desconectarla,
por lo menos así podremos terminar de sufrir de una vez por todas. Bueno… ¡Mejor
pongo la mesa!
En el hospital, los médicos se
reunieron a tomar un café -durante un descanso de sus tareas- y salió el tema
de doña Rosa, como no podía ser de otra manera, ya que era la noticia de la
semana.
-¡Qué desgracia! ¡pobre mujer! El
pendejo ese que manejaba es una bestia total –el médico residente sentía una
necesidad de hacer justicia por mano propia.
- Ahora hay que pensar en esta familia.
¿Cómo le preguntaremos si quieren desconectar el respirador? –el médico más
anciano buscaba la forma de preparar el terreno.
El nieto mayor de doña Rosa, hijo de
Graciela, observaba a su familia destrozada desde el día del accidente. Tenía
dieciséis años y cursaba sus estudios secundarios, era un joven inteligente y
cariñoso.
- ¿Vos creés que la abuela está ahí, en
ese cuerpo? –preguntó Germán de repente, durante el almuerzo. Su padre lo miró
con preocupación.
- No tiene conciencia –respondió la
madre del joven, se levantó de la silla y le acarició la cabeza suavemente abrazándolo por detrás.
- ¡¡Entonces no está!! Me estás
diciendo que no está ahí, que su cuerpo está vacío y que su estado es
irreversible según los médicos –gritaba con voz grave y segura. Se levantó de
la silla bruscamente y se retiró de la cocina. Estaba pensando muy seriamente
cuál sería su papel en esta historia. Amaba a su abuela pero no soportaba tanta
angustia e incertidumbre.
Después de unos días se reunió la
familia completa en el living de la casa. El esposo de Rosa se sentó en su
viejo sillón y se arremolinaron a su lado todos sus hijos y su único nieto.
Tenían que charlar sobre lo que la vida les había puesto en el camino, tratar de
salir de esa situación por algún lado.
- Los médicos me dijeron que podemos
desconectar el respirador –la voz desconsolada de Don Enrique puso el tema
sobre la palestra; la luz entraba por los ventanales y atravesaba el círculo
familiar reunido, dando un clima muy parecido a un templo cristiano.
- Como hija mayor no podría hacerlo,
sería como matarla y yo quiero esperar
el milagro – estaba decidida a visitar a su madre todos los días en el
hospital, sentarse a su lado y monologar hasta que despierte. Lo dijo
claramente y en voz alta a su padre y a sus hermanos; su hijo también escuchó y
comprendió.
- ¡Eso! ¡Un milagro puede ocurrir,
vamos a rezar con fuerza hasta que ocurra! –Silvia era una de las hijas del
medio, entre Graciela y sus hermanos menores- Si la desconectamos nunca
sabremos si se hubiera despertado algún día y nos quedaría ese cargo de
conciencia para toda la vida.
- ¡Seamos racionales, por favor! No
podemos esperar un milagro pero tampoco cometer un asesinato –Roberto era otro
de los hijos, el anteúltimo antes de Micaela- Los médicos debieran saber qué
hacer y no delegarnos a nosotros esa decisión; yo soy el hijo de la
paciente e ingeniero de profesión,
quiero que ellos me resuelvan el problema. ¿O vos creés que les pido a mis
clientes que armen los planos de la obra que quieren construir? ¿Se imaginan que
le pida al Estado que haga un camino, un puente o un dique? ¿Para qué me
contratan a mí entonces? –estaba enfurecido y su rostro iba cambiando de color,
cada vez más rojo y violeta. Sus hermanas y su padre lo miraron con atención
tratando de entender sus argumentos.
- ¿Cuánto tiempo piensan ustedes que
vamos a aguantar visitando a mamá, rezando y sufriendo? –Micaela estaba
convencida que desconectar el respirador era el paso más aconsejable en esta
situación; se informó al respecto y tenía todos los datos que necesitaba.
Después de todo, su madre ya no tenía conciencia y era lo mismo estar así o muerta, no había
diferencia. Se preguntaba si por ser la menor de los hermanos tendría que tomar
sola una decisión.
- Yo prefiero no desconectarla –don
Enrique quería estar cada día con ella, como fue siempre, y no
sentirse responsable de hacer algo para que Rosa ya no respirara.
- Dejemos que pasen algunos días y
vamos a ver más claro… ¿Les parece? –Germán sirvió café a todos, trajo algo
dulce y rico a la mesa y con su sonrisa
juvenil desvió el tema por un rato. Ya se iba el sol y prendieron las luces de
la sala. Cambiaron de tema.
Los médicos y las enfermeras más
jóvenes del hospital estaban consternados, veían a los familiares de Rosa
deambular -día tras día- por los pasillos. Don Enrique venía a la mañana; los
hijos se turnaban por las tardes según se lo permitían sus horarios de trabajo.
Estaban esperando que su madre despertara de repente y saltara en la cama
diciendo: “¡Fue una broma!”
-¡Es extraño! Nosotros buscamos
profesionales para que nos solucionen miles de cosas de nuestra vida: abogados,
contadores, arquitectos… ¡Sin contar a los mecánicos o plomeros que nos salvan
de cada entuerto![1]…-un médico residente le comentaba
a la enfermera en la cocina mientras preparaban los remedios para ir de ronda
por las habitaciones- y nosotros les pedimos a la familia que decida. ¿Por qué
no les damos una solución? Y, muerto el perro se acabó la rabia…La vida sigue
ahí afuera, latiendo. Estaba pensando repetidas veces cuál debía ser su rol
desde la ética médica, no podía soportar el cuadro de dolor que veía día tras
día en esa familia, sin ningún sentido aparente. ¿Alguien sabe para qué existe
el dolor?
Don Enrique llegaba sistemáticamente
todos los días -a las 9 de la mañana- y se sentaba en un amplio y mullido
sillón al lado de la cama de Rosa. La miraba largo rato, así tan inmóvil como
nunca había estado; pensaba mucho y a veces le hablaba en voz alta y le tomaba
las manos.
-¿Qué harías vos en mi lugar, Rosita?
Me pregunto todo el tiempo. Dame alguna señal para poder comprender por qué
estamos atravesando esto. Silencio, silencio total como respuesta, día tras
día. Su salud se iba deteriorando, cada vez estaba más cansado y no podía ya conciliar
el sueño.
Pasaron tres meses, el día era
espectacular –empezaba la primavera- pero
los médicos del hospital tenían una tarea difícil esa mañana. Había que
informar a la familia de Rosa acerca de lo que había pasado. La noche anterior se
había cortado la luz en toda la ciudad, las guardias quedaron con las cámaras de las habitaciones apagadas, el
equipo de emergencia de la luz –misteriosamente- no anduvo.
- Los llamamos a todos para
informarles que, hoy a la mañana, encontramos el respirador desconectado –el
médico más anciano del hospital tuvo que tomar el papel de vocero, asignado por
acuerdo de la junta médica; su tono era suave y contenedor- doña Rosa ha
fallecido, lo sentimos mucho. Vamos a pedir una investigación para encontrar al
responsable, si ustedes están de acuerdo.
La familia estaba azorada, no podían creer
semejante cosa. Se miraban unos a otros buscando algún indicio que les permitiera
entender tamaño desenlace; esto era muy fuerte para ellos.
Al día siguiente hicieron una reunión
en el salón de conferencias del hospital. Eligieron ese lugar por razones de
espacio. Vinieron algunos policías, personal jerárquico de la Cooperativa Eléctrica ,
un abogado de la familia de Rosa y la junta médica completa. Las enfermeras
también pidieron participar.
El viudo -con sus hijos y su nieto-
estaba en una de las cabeceras de la mesa como presidiendo el momento de mayor
dolor; en realidad eran los protagonistas.
-Queremos saber si alguno de ustedes
tiene algo que decir sobre el hecho que nos convoca –preguntó el policía de
mayor rango, con voz grave y solemne a la vez. Era un hombre alto y su uniforme
destilaba autoridad.
Nadie respondió, un silencio sepulcral
tomaba la sala y cada uno de los asistentes miraba alrededor con curiosidad;
revisaban con la vista las ventanas hacia el jardín, las cortinas corridas,
algunos cuadros de temas médicos que colgaban de las paredes elegantemente. No
se miraban entre sí, los ojos iban hacia lugares neutros del gran recinto.
- Yo creo que la familia necesita una
explicación satisfactoria por lo sucedido en este hospital –el abogado trataba
de poner toda la responsabilidad en las autoridades presentes y desligar a la
familia de toda sospecha.
- Nosotros no podemos encontrar el
culpable porque no había luz y por lo tanto las cámaras no registraron nada; el
motor de emergencia tampoco anduvo –el
médico más anciano tomó la palabra como pidiendo disculpas- como todo
estaba oscuro tampoco tenemos testigos de que hayan visto a alguien entrar al
hospital o a la habitación de Rosa.
- El corte de energía fue intencional,
pero no sabemos quién lo hizo ni por qué; a veces esto sucede con intenciones de robo –como
personal jerárquico de la Cooperativa
Eléctrica sintió que sus palabras eran insuficientes, pero no
tenía otra explicación. Don Enrique, preocupado, tomó la palabra:
- Creo que tenemos que tomar lo
sucedido como una señal de Dios; yo le pedí a Rosa que me enviara una pista
para resolver este drama que estábamos viviendo... tal vez…–la voz se le cortó
por el llanto que apareció de golpe en su garganta. Se oía el silencio de tan
rotundo que se imponía en la sala. Nadie hablaba: ni los hijos, ni el nieto;
tampoco los médicos y las enfermeras. Se sentía la tensión que atravesaba la
sala, todos sabían que alguno de ellos era el responsable. Pero nada pudo
resolverse. Se dio por finalizada la reunión.
- ¡Como familia vamos a iniciar un
juicio al hospital, hemos perdido a nuestra madre! –Graciela gritó cuando todos
ya estaban parados y retirándose. Insistía con una salida de tipo burocrática
porque eso la tranquilizaba y la mantendría ocupada. En realidad, lo que no
quería era pensar.
III
Una figura humana, joven, se deslizó
ágilmente por la oscuridad; entró al hospital y después a la pieza de doña Rosa,
con determinación. Al cabo de unos escasos minutos logró relajarse finalmente; pudo
hacer lo que se había propuesto sin mayores problemas. Había acordado con un
amigo que era empleado de la Cooperativa
Eléctrica y no les costó nada dejar sin luz a toda la ciudad,
sólo por algunas horas. Hicieron lo
mismo con el equipo de emergencia del hospital; resultó una pavada el trabajo
ese, al final. Nadie reparó en su presencia. Ya en el lugar no dudó y lo hizo
sin pensar, ya lo había preparado mucho mentalmente; de un tirón seco y brusco terminó
con un problema para muchos. Se fue rápidamente, sin mirar hacia atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario