Nora Llanos
Con el tiempo justo, salió Malena rumbo al colegio; era un día especial porque iniciaba el primero de secundaria; el uniforme nuevecito la hacía sentir importante… ya no era una chiquita de primaria... ¡era una chica de secundaria! Había oído mucho acerca del “colegio de las monjas” y sentía enorme curiosidad por conocerlas. Estas, a diferencia de las de su pequeño Jardín de infancia, llevaban hábitos oscuros, sobre blancas tocas y pecheras almidonadas y no sonreían mucho. Recorrió las pocas y estrechas calles con cierta impaciencia, sintiendo en su espalda el sol, por ahora tibio pero que ya amenazaba con volverse sofocante.
El portón del colegio se levantaba imponente, abierto de par en par, dejando ver un pequeño recibo empedrado, bañado de sol y a continuación, los primeros escalones de piedra, descendentes, que llevaban al interior del antiguo monasterio, remozado y habilitado para servir de colegio y del que se conservaba, en gran parte, la estructura original, con espaciosas aulas de techos altísimos, bien iluminadas y muy ventiladas, que se mantenían impecablemente limpias y ordenadas.
Malena se detuvo un instante al tope de la gradería y respiró profundo -dicen que este colegio es muy viejo, que aquí ocurrieron muchas cosas malas y que hay almas en pena -recordó.
En el enorme patio central bordeado de grandes arcos de piedra ya se encontraban muchas niñas, perfectamente uniformadas, limpísimas y un poco alborotadas… un agradable rumor de risas y voces juveniles, llenaba el ambiente. El patio aún se mantenía fresco debido a que el sol no lo alcanzaba a esta temprana hora de la mañana… instantes después, apareció una monja bajita y regordeta, con enormes lentes de gruesas lunas y tocó la campana; de inmediato se produjo un revuelo y las niñas empezaron a alinearse ordenadamente, “las grandes” de quinto y cuarto, las de tercero, las de segundo y finalmente “las nuevas” de primero, que trataban de organizarse sin saber muy bien como.
-Sssshhhhh, silencio que viene la directora -dijo con vocecita suave la monjita regordeta de mirada maternal y se hizo un total silencio. Alta, de contextura gruesa, impecablemente vestida en su hábito obscuro, calzada con unos suaves zapatos negros, la superiora apareció por el arco más cercano a la fila de “las nuevas” y con caminar pausado, se encaminó hacia al extremo del patio rectangular, en donde se veía una gradería que usaban como tribuna para los espectáculos deportivos y otras actividades y desde la cual se dirigiría a las alumnas para darles la bienvenida. La cabeza erguida, casi con altivez, las manos blancas, otrora tersas, portando una magnífica alianza de oro, símbolo de su unión a Cristo, semejaba mas una reina con invisible corona, desplazándose entre sus súbditos, que una sierva de Dios. Se detuvo un instante delante de “las nuevas” y las observó con fijeza… la mirada azul, fría y despectiva recorrió a cada una y por un breve instante se detuvo en Malena y una ligera mueca, que parecía una sonrisa, se dibujó en su rostro maduro. – ¡Qué suerte, parece que le caí bien¡ -pensó Malena, mientras la veía avanzar en medio de un absoluto silencio.
-En este colegio -decía la madre -se forma a las alumnas con esmero, inculcándoles no solo principios y valores religiosos, sino también civiles y éticos. Las alumnas provienen de diferentes estratos económico-culturales, pero a todas se les educa por igual… “ricas o pobres, pero honradas”… el aseo, el orden y la disciplina son fundamentales… ustedes deben ser “señoritas” en todo el sentido de la palabra... dentro y fuera del colegio… sencillas, pudorosas, de caminar pausado y delicado y de conducta intachable-
En las siguientes semanas, Malena fue conociendo a cada una de las monjas y a aquellas “casi monjas” que eran llamadas ”hermanitas”, encargadas principalmente de realizar las innumerables tareas domésticas; indignas aún de llevar los hábitos oscuros, vestidas con unos muy sencillos de color claro, protegidos por una especie de delantal blanco; eran ellas las que tenían contacto con el mundo externo para hacer las compras y las gestiones documentarias obligadas del colegio… todas despertaban la curiosidad de Malena que no podía apartar sus ojos cuando las tenía cerca… ya conocía sus nombres y sin quererlo, empezaba a construir pequeñas historias de cada una de ellas…
… la hermosa madre Delfina, profesora de literatura, no tendría más de 26 años y a quien, según se decía, no dejaban salir a la calle porque los muchachos le lanzaban piropos; ella siempre hablaba de Dios y de los santos con una voz melodiosa, suave y educada, pero lo cierto es que no encajaba en ese ambiente… parecía estar sumida en un mundo inalcanzable; “las grandes” la observaban con envidia, admirando las facciones finas, perfectas, la piel de porcelana, tersa, impecablemente limpia, la figura esbelta que no podía disimular bajo el hábito sin forma… se diría que caminaba con cierta coquetería… -¡vade retro… malos pensamientos!- y sus hermosos ojos negros, de pestañas tupidas, no podían ocultar un leve toque sensual en la mirada esquiva. – ¿Tendrá piernas bonitas? –se preguntaban las “grandes”, tratando de ver bajo el borde del hábito que le llegaba hasta los tobillos cubiertos con impecables medias blancas… -parece una Virgen –decían las tontas “nuevas”…. –¡virgen!.. ja! –se burlaban las grandes.
La que se ganó su afecto desde el primer día, fue la hermanita Paulina, encargada de la formación y de tocar la campana, dulce y tierna como un osito de peluche, incapaz de castigar a nadie y siempre lista para hacerse de la vista gorda, cómplice de olvidos y tareas no cumplidas, abogada incondicional de quien fuera que estuviera en falta… -tal vez entró al convento muy joven porque realmente amaba a Dios- pensaba Malena… y la hermanita Evangelina, menudita, pálida, jovencísima, aún con rastros del acné que seguramente sufrió en sus no lejanos años de adolescente, tímida como un ratoncito blanco, se deslizaba silenciosa por los pasillos como un pequeño fantasma, tratando de pasar desapercibida, inspirando lástima y un deseo de protección que chicas y grandes compartían… -¿habría sentido que no era suficientemente bonita para ir por el mundo y por eso decidió ingresar al monasterio?
Se decían muchas cosas de la superiora… que si era española, nacida en el Perú… que si fue regente de una cárcel de mujeres… que sus padres la enclaustraron por rebelde… que odiaba a las mujeres… que detestaba a las ”razas inferiores”… y que era mala… muy mala. Estos rumores eran más que suficientes para que las “nuevas” temblaran al verla aparecer… las grandes, en cambio, la miraban con rencor disimulado… más de una había ya probado el amargo sabor de su autoridad y disciplina.
… y la madre Flora, profesora de educación cívica, madura, delgada, de facciones irregulares y tez morena, ojos oscuros, un poco abultados, de mirar inteligente y voz de trueno, recorría a grandes trancazos los corredores y mantenía a raya a las alumnas, que pronto descubrían tras esa imagen de rigor y disciplina, un corazón blando que se ganaba el respeto y el afecto de todas, especialmente de “las nuevas” –yo creo que se quedó solterona y por eso decidió entrar al convento –pensaba Malena. Tardó más que las otras alumnas en tomarle afecto y ella tardó mucho más en tomarle afecto a Malena - no me quiere –pensaba Malena –nunca me sonríe… a las otras sí -pero la directora no la quiere, siempre le da órdenes con voz enojada -se consolaba en voz alta, con cierta satisfacción.
Pronto empezarían “las nuevas” a sentir la mano dura de la otrora regente, primero a través de “las reglas del colegio”, que les repetían una y otra vez como una eterna letanía… -la falda del uniforme debe quedar diez centímetros por debajo de la rodilla, uñas recortadas; en el colegio no está permitido ningún tipo de maquillaje ni de joyas, deben llevar cabellos cortos o sujetos con cinta de color blanco o azul y portar siempre un pañuelo blanco y peine en el bolsillo del guardapolvo. No está permitido tomar alimentos en el aula ni el uso de jerga ni de sobrenombres... la voz, risa y juegos deben ser siempre moderados.
Eran tan exigentes las normas, que ni fuera del colegio se salvaban las alumnas… con la venia de los padres, las monjas ingresaban a la matiné del domingo del cine público, provistas de linternas, para atrapar a las parejitas que allí se refugiaban y si encontraban alguna niña del colegio en alguna romántica situación, la sacaban sin miramiento alguno, en medio de los chiflidos, risas, aplausos y chacota del joven público presente… muy pocas se atrevían a correr semejante riesgo.
Cualquier intento de incumplir las disposiciones internas, era severamente sancionado con el castigo de “la vergüenza pública”, cuya ejecución estaba a cargo de la madre mayor, en presencia de todo el alumnado, convirtiendo el patio central en el “paredón de las torturas”, en la última grada, hasta donde se iban acercando una a una “las castigadas” para recibir la sanción que les tocaba.
Sonia, de cuarto, la morenita de cara bonita, que ya tenía enamorado, asistió ese día al colegio con las pestañas rizadas y rubor en las mejillas… ahí estaba, en la fila de las castigadas… daba lástima verla encogidita y asustada esperando su turno y luego, acercarse a la zona de castigo, subir las gradas lentamente hasta quedar delante de la directora, con la cabeza gacha, las manos enlazadas en la espalda, tratando de tanto en tanto de frotarse las mejillas para borrar el rubor… aterrada ante la incertidumbre de cuál sería el castigo. De pronto apareció la hermanita Evangelina, asustada como si ella fuera la castigada, portando un lavador y una pastilla de jabón…
-Las niñas no se rizan las pestañas –decía la madre, en tanto le lavaba la cara con rudeza… -tampoco se pintan la cara –continuaba con voz amenazadora y mal disimulada sonrisa mientras le restregaba las mejillas poniéndoselas aún más coloradas y luego, le levantaba el rostro como un trofeo para que todas la vieran… gruesos lagrimones caían por la cara bonita de Sonia y en sus ojos brillaba una rabia intensa… -¡qué vergüenza! -decían las “grandes”... las nuevas ni chistaban.
-¡Rosa Castro!… llamaba la voz amenazadora por segunda vez. Rosa estaba petrificada en la fila de las castigadas, la Tutora se acerca decidida y le pone la mano en el hombro... –Anda Rosa, será peor si no vas –dice con voz baja pero firme, mirándola a los ojos con tristeza.
–En este colegio solo estudian “señoritas” - ¡esta no es una señorita!... las señoritas no van por las calles mostrando las rodillas… – retumba la voz de la monja mayor, en tanto levanta el borde de la falda del uniforme de Rosa y de un solo tirón le descose el dobladillo, que cae diez centímetros más abajo, irregular y deshilachado… -este dobladillo lo arreglaste tú –adivina furibunda. Rosa no llora, pero tiembla de vergüenza y de rabia, pensando como saldrá a la calle con el dobladillo descolgado. Las “grandes” clavan sus miradas en la monja… las “nuevas” permanecen en silencio, cabizbajas, algunas al borde del llanto.
Malena no sabía exactamente porque, pero lo cierto es que la madre Luisa María parecía mirarla con cierta simpatía, cosa que fue rápidamente observada por “las grandes”…
-Ahí está la blanquita - decía alguna en tono de sorna… -la engreída de la madrecita, mira, ¡son igualitas!-
A Malena no le disgustaba la directora, pero su cercanía le producía ansiedad y debía reconocer que también le producía un sentimiento parecido a la admiración… tan recta, tan exigente y autoritaria… así debía ser, claro que a veces era muy dura, pero tal vez quería que el colegio destacara por su disciplina y buena formación. No se podía ignorar que las alumnas causaban muy buena impresión en los desfiles y actos públicos y eso gustaba a los padres y autoridades. Malena se sentía orgullosa del prestigio que gozaba el colegio y procuraba cumplir con todas las reglas… esperaba nunca tener que estar en la fila de las castigadas.
-Malena, a la dirección –le ordena la tutora de Aula.
-¿Porqué, qué hice señorita? -pregunta Malena sin poder evitar un escalofrío.
-No sé Malena –apúrate, pasa por el baño, arréglate el cabello, alisa la falda y limpia los zapatos… toca suavemente la puerta y pide permiso para entrar… manos atrás. Malena sigue al pie de la letra las instrucciones y en pocos minutos está ya en la puerta de la Dirección, esperando la orden para ingresar.
-Pasen –dice la voz que todas temen… y Malena ingresa a la oficina principal, amplia, limpísima, ordenada, con un suave y agradable olor a madera, libros y jabón.
-Permiso madre, me envía la tutora –dice Malena conteniendo el aliento.
-Malena, necesito hablar con tus padres. El próximo mes nuestro colegio deberá ser representado en la convención de colegios católicos, en Lima. Asistirán dos religiosas y tres alumnas. Tú has sido elegida para representarnos. Irás con otras dos, una de quinto y otra de tercero, además de la madre Delfina y yo misma. Es muy importante que nuestro colegio esté bien representado. Los espero mañana mismo.
La mamá de Malena, lee con atención la esquela y dice, -después de todo lo que me has contado, a mí no me gusta esa monja, -¿tú quieres ir? -Malena sacude la cabeza en franca negación, a pesar de que el viaje a Lima le hacía ilusión, pero es más fuerte su temor a estar cerca de la directora y cometer algún error. A partir de aquel momento en que Malena no aceptó el viaje, algo cambió en su relación con la madre… dejó de mirarla con simpatía y nunca más le dedicó una de sus raras sonrisas. Malena se daba cuenta ahora era una más en el montón…
No podía creer lo que acababa de suceder… ¡estaba castigada! Cecilia y Esther, sus mejores amigas, la convencieron de ingresar a hurtadillas por el enorme hueco que descubrieron en el jardín a los pocos días de haber empezado las clases.
-Es la entrada al subterráneo –decía Esther con voz emocionada. –Está prohibido entrar…. ¿vamos?-
-Dicen que ahí vivían los monjes y que cuando excavaron, encontraron esqueletos de mujeres y de niños –agregaba Cecilia... -pero eso fue hace como ocho mil años… -sí, vamos, pero para que nadie nos vea en el próximo recreo salimos rápido del salón y entramos de una en una-
Malena, la última en llegar, descendió por la escalera de piedra hasta que sintió que pisaba el suelo cubierto de tierra… qué oscuro estaba, era exactamente como estar en un túnel… solo se distinguía, unos ciento cincuenta metros adelante, un circulo de luz que marcaba la salida al otro extremo del lugar por el cual ingresaron… por unos momentos quedaron las tres cogidas de las manos, en total silencio, pero poco a poco se fueron acostumbrando a la penumbra y empezaron a distinguir detalles del pasadizo subterráneo… las paredes terrosas… el techo abovedado… el intenso olor a humedad era casi asfixiante. A lo largo del pasillo se distinguían los umbrales de habitaciones pequeñas que seguramente se usaron como dormitorios para los monjes… -qué miedo –pensaba Malena… acá deben haber fantasmas y almas en pena… y ¿si nos agarran y no podemos salir nunca?…mejor nos vamos-
… pero ya era tarde… la curiosidad era más fuerte que el temor y decidieron caminar hasta “la luz”. Avanzaban por el centro, despacito, mirando a cada lado, tomando más y más confianza a cada paso y pronto se sintieron contentas y empezaron a reír y a imaginarse historias, en tanto aceleraban el paso … finalmente estaban allí, a unos pocos metros y abriendo los brazos como aves a punto de volar, cruzaron de la penumbra al brillante resplandor del sol… para encontrarse cara a cara con la madre Delfina… el extremo del túnel daba a un gran patio interior, por donde transitaban las monjas.
De nada valieron los ruegos y promesas… Delfina, temerosa de no reportar la indisciplina y ser cogida en falta, las llevó a la Dirección. La mirada fija, fría y enojada de la madre Luisa parecía centrarse especialmente en Malena, como culpándola de haber propiciado la falta… -siete días hasta las ocho de la noche en el colegio, el castigo empieza mañana, avisen a sus padres-
-Por lo menos no nos castigaron en público -pensaba Malena con alivio- pero nunca olvidaría esos siete días, encerrada entre aquellas enormes paredes y altísimos techos. De cinco a seis y media de la tarde, permanecían con el grupo de alumnas internas en el aula de estudio, haciendo sus tareas en absoluto silencio, impedidas totalmente de conversar entre ellas y con un hueco en el estómago por las muchas horas sin probar alimento… pero lo peor era cuando las internas terminaban su hora de estudio y se dirigían al comedor, dejándolas solas y a puerta cerrada.
El comedor y otras instalaciones que usaban las monjas y las internas se encontraban en un ala distante del colegio, fuera del alcance de las alumnas, de manera que las aulas permanecían en la zona de penumbra, aislada y totalmente vacía por el resto de la noche. La hora y media que Malena y sus “cómplices”, como las llamó la superiora, debían permanecer solas en el aula, se hacía interminable. Hasta ellas llegaban ruidos extraños, distorsionados por su imaginación, haciéndoles creer que se trataba de almas en pena arrastrando cadenas y lanzando lamentos por bocas oscuras, sin fondo y sin forma… Malena sentía por momentos que no podía soportarlo y los ojos se le llenaban de lágrimas… pero pronto aparecía la hermanita Paulina con su vocecita tierna, hablándoles a través de la cerradura para que mantuvieran la calma, arriesgándose a ser descubierta y castigada… -canten niñas, canten, les decía… -ahora recemos...”niño Jesusito, manso corderito...” y luego, a través de una pequeña ventana, les alcanzaba una bolsita con pan de yema, que comían en silencio.
Malena llegaba a casa cuando ya las calles estaban oscuras, cansada, hambrienta y silenciosa… su madre le tenía advertido que la indisciplina merece un castigo y el colegio es quien manda… -toda falta, tiene una sanción –le dijo con pena y con fastidio. Los días transcurrieron lentos y agobiantes para las tres castigadas. Malena recordaría por siempre aquellas noches oscuras, pobladas de fantasmas y ruidos amenazadores… y no olvidaría la ternura de la hermanita Paulina y mucho menos la dureza de la superiora ante la travesura inocente de niñas pequeñas… de allí en adelante Malena tuvo mucho cuidado de no “caer en tentación”, pero no dejaba de preguntarse cuándo la madre recibiría su castigo… deseando que llegara pronto.
Aquel día la fila de las castigadas era más larga que de costumbre y Malena no podía dejar de alegrarse por no estar en ella… pero pronto descubrió que la que sí estaba, era su querida vecina de barrio… la dulce Lucy… de inteligencia brillante, tímida, educada, la mejor alumna del salón de cuarto… delgada, alta y de rasgos indudablemente orientales –¿Qué podía haber hecho Lucy - se preguntaba Malena -si es tan buena, tan educada y tan respetuosa-
-Lucy Cam -llamó la voz áspera y enojada… Lucy, dejó la fila y avanzó con pasitos tímidos y mirada desconcertada… sabiendo que aquel día sufriría una grave afrenta. Ni Lucy, ni ninguna de las que allí estábamos olvidaríamos nunca aquel día… la monja le lavó la cara, le soltó el dobladillo rasgándole la falda del uniforme y finalmente, provista de una tijera mal afilada, le cortó los hermosos cabellos lacios que caían sueltos pero ordenados sobre su espalda, dejándole la cabeza convertida en un revuelto de mechones sin forma. No contenta con semejante humillación, ordenó que la pusieran en la puerta del colegio, obligándola a caminar hasta su casa con la falda deshilachada. Lucy escondía la cara entre las manos avergonzada y Malena casi lloraba, sintiendo más rabia que pena. El castigo era a todas luces injusto, tratándose de una alumna aplicada y que siempre mostraba buena conducta.
¿Fue acaso una señal de advertencia destinada a servir de ejemplo a todo el alumnado para mantener el orden, la obediencia y disciplina?... ¿hizo algo Lucy que desencadenó una sanción desproporcionada?... ¿sería tal vez cierto que en la conducta de la madre se percibía un matiz racista, como decían los padres de familia…¿ó fue un acto de absoluta arbitrariedad y manifestación de poder e insensibilidad?
Ese día la madre Luisa María firmó su sentencia. Lucy provenía de una familia pobre pero muy unida. Ella y sus hermanos, al igual que sus padres inmigrantes, mantenían vivo el espíritu de dignidad y de lucha. Dicen que el hermano mayor de Lucy, joven profesor del colegio de varones, no paró hasta llevar a la superiora a juicio público y en asamblea de padres de familia exigió que “la monja sentada en el banquillo de los acusados”, pidiera perdón público a la familia y renunciara a su cargo de directora, so amenaza de denunciar a través de los medios a la agresora. Nunca más volvimos a verla.
Al otro día en el colegio, todas las alumnas compartían con deleite los detalles del “juicio” que sus padres les contaron… ¡era un día de fiesta… estrenaban nueva directora… bienvenida querida madre Flora!
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