viernes, 28 de octubre de 2011

La ley marcial para Laura

Marco Antonio Plaza


Juana y Laura son dos mellizas que son muy unidas desde que tienen uso de  razón. Un día caminando por la casa de sus padres comenzaron a rememorar.

-  Juana, ¿recuerdas cuando éramos muy niñas y mi mamá nos vestía de manera idéntica?

- Claro hermanita  y eso a veces nos hacía sentir incómodas porque la gente nos decía a cada rato en cada esquina «miren a las mellizas, están vestidas igualitas, ¡qué lindas!». Y mi mamá se sentía orgullosa de nosotras –dice Juana.

- Eso habrá sido cuando teníamos cuatro o cinco años ¿no? –pregunta Laura.

-  Sí, ya correteábamos por los jardines del parque y la empleada atrás de nosotras  como loca.

- Estaban muy bien conservados, tenían muchos árboles, un césped verdecito y parejo, lindas flores y un aroma especial, pues, mi papá decía que olían a la selva igualito a cuando uno baja del avión y pisa tierra.

- ¿Y qué será de doña Katia? La de los dulces a la vuelta de la casa. Vendía unos  excelentes sobre todo el arroz con leche y las humitas dulces, ¿te gustaban Laura?

- ¡Claro! ¡Qué te hace pensar que no! Ella actualmente bordea los setenta años pero la vieja está parada, si la ves, tranquilamente le echas sesenta; su negocio tiene cualquier cantidad de clientes y a veces comen los dulces parados, como en nuestra época. ¡Siempre la gente glotona!

-  Íbamos a comer con mi mamá antes de volver a la  casa, cuando se hacía de noche.

Y las hermanas seguían caminando por lugares que les traía mucha nostalgia.

-   Juana, ¿recuerdas los fines de semana? –pregunta Laura

-  ¡Claro! Por lo menos dos domingos al mes nos llevaban a pasear a Chaclacayo, comíamos pollo a la brasa y a veces la riquísima pachamanca, y por la tarde los anticuchos y los picarones frente a Huampaní. Y en verano  nos bañábamos en la piscina del club y fin de semana, en la playa que quedaba en el sur de Lima.

-  ¡Qué bonitas épocas Juana! Todo eso lo recuerdo cómo si hubiese sido ayer,  increíble cómo pasa el tiempo. ¿Y los viajes a Camaná?

-  Bueno, ahí estábamos más grandes, bordeando los quince años, todas unas señoritas. Creo que mi papá era medio celoso, pues, había unos oficiales bien jóvenes que nos miraban. ¿Recuerdas que en una fiesta uno de ellos me sacó a bailar? Ja ja ja , si le hubieses visto la cara. ¡Recontra celofán!

-  ¡Sí, lo era!

-  Pienso ahora mismo en Camaná, en la cabaña que vivíamos frente al mar, era hermosa, con un bonito balcón;  pasábamos tardes enteras sintiendo el aire fresco y el aroma del mar hasta ver como se ocultaba el sol lentamente en el océano dejando una franja anaranjada en el horizonte, ¡qué belleza!

- Y conversábamos toda la familia  horas de horas.  ¡Qué lindos momentos aquellos!

-  Y ahora mismo Laura, después de algunas décadas ¿cómo ves el pasadizo donde jugábamos? ¿Te acuerdas que cuando éramos chibolitas nos parecía enorme? Corríamos todo el día, hacíamos bulla y el vecino de arriba nos gritaba «cállense niñas, es hora de la siesta, respeten a sus mayores».

- Nos parecía un viejo renegón. Pero no le hacíamos caso. Pero ahora recapacito, y después de todo, tendría nuestra edad, unos cuarenta y tantos. Los cuartos también nos parecían gigantes al igual que los baños, el techo lo veía bien alto, inalcanzable.

- Veo un nuevo escritorio donde antes era una habitación. Y en el pasadizo, sobran dos habitaciones que las están usando para guardar cosas -dice Juana sorprendida porque había dejado de ir a la casa como tres semanas.

- Sí, ellos están contentos porque tiene todos sus cachivaches al menos ordenados a su manera. Y mi papá pasa horas en su escritorio haciendo su crucigrama. Y leyendo las miles de colecciones que tiene. Además, como siempre, pintando la casa dos veces al año. ¡Es un enfermo de la limpieza! Hasta ahora mantiene eso, creo que es una manía que no lo deja  -dice Laura

Así pasaron las mellizas una tarde amena charlando sobre la feliz infancia  que vivieron, algunas aventurillas, sus viajes al sur y sobre todo lo cariñosos que fueron sus padres con ellas, las más engreídas de la familia. Eran épocas de felicidad.

Una vez adolescentes, Juana fue enamoradiza  a diferencia de Laura, quien era muy pegada a la familia y no se le conocieron enamorados.

Cuando las mellizas bordeaban los  treinta y  cinco años  Juana se casó con Rigoberto, mayor que ella cinco años y se fueron a vivir a un departamento en Jesús María, a unos diez minutos en carro de la casa de sus padres. Un lugar ideal, cerca a supermercados, tiendas y cafeterías, como le gustaba a Juana. A una cuadra estaba la avenida Salaverry, con hermosos árboles por donde provocaba caminar. Y al finalizar esta gran avenida, había un parque  enorme que colindaba con un malecón del cual se podía tener una vista preciosa al mar. Para esto, las hermanas siguieron frecuentándose muy a menudo y el matrimonio nunca fue impedimento para que sigan siendo unidas.

Juana y Rigoberto tuvieron una mujercita y la llamaron Noelia. Rebeca, mamá de Juana ayudó mucho en la crianza de esta niña, sobre todo los primeros años de su niñez, en que la señora se encontraba muy bien de salud. Mientras los esposos trabajaban, Noelia pasaba las mañanas y las tardes en la casa de su abuela hasta que sus padres la recogían al anochecer. La nieta era muy engreída por el abuelo, quien la llevaba casi todos los días a la tienda del lado para comprarle golosinas.

Un día Laura le cuenta a Juana que su mamá estaba presentando una rara enfermedad.

-Laura, mi mamá está delicada de salud.

-¿Qué tiene?

-Le están realizando chequeos médicos pero por ratos se duerme y no despierta y cuando lo hace parece que está en otro mundo. Es un problema de irrigación al cerebro.

-¿Y mi papá ya sabe?

-Sí, él la está llevando al hospital periódicamente. Te voy a mantener informada Juana, no te preocupes.

Luego de conversar, las hermanas se despiden y siguieron su vida normal. Después de casi un año, el problema de la irrigación cerebral mejoró pero surgió un nuevo diagnóstico. Un día Laura le informa a su hermana al respecto.

-Juana, mi mamá se contagió la hepatitis B en el hospital y al seguir tomando abundantes medicinas sin conocer esta terrible enfermedad le provocó cirrosis. Tú sabes que esto es imposible de curar, y a su edad es muy difícil que le hagan un trasplante de hígado y sobre todo que es muy costoso y no creo que consigamos el dinero suficiente para eso. Pero voy a tratar de contactarme con médicos naturistas. No perdamos las esperanzas.

-¡No puede ser! –dice Juana entre lágrimas- pobrecita, me duele mucho verla enferma tan sana que era. No quiero que sufra. El hospital siempre me pareció un lugar lúgubre, un poco abandonado además que éstos siempre tienen enfermedades en el aire que se respira y en todo lo que tocas.

-Yo me haré cargo de ella y lucharé hasta curarla. Siempre estará acompañada.

- Sería mejor contratar a una enfermera para que la cuide porque tú tienes que trabajar. Dudo que tengas tiempo para estar todo el día con ella.

-Es cierto, pero le daré prioridad. Por el lado económico, estoy bien. Sigo vendiendo productos naturales y tengo una buena cantidad de clientes.

En una de sus visitas semanales Juana le dice a su padre.

- Es necesario que a mi mamá la cuide una enfermera a tiempo completo, o al menos de día mientras ustedes hacen sus cosas personales. La enfermera y ustedes dos perfectamente pueden cumplir esa función. Me encantaría estar más tiempo con ella pero me es imposible por mis obligaciones. Sin embargo yo estoy dispuesta a colaborar. Laura no debe sacrificarse tanto. Es más, se puede hasta enfermar. Por favor, quiero que reflexiones al respecto.

- De ninguna manera, Laura tiene que preocuparse por su madre, ella es soltera,  así que nada de enfermeras en la casa. Siempre roban, están revisando los cajones. Además las mujeres atienden mejor que los hombres.

- Pero también tienes que participar. Por favor, ¡sensibilízate!, no seas duro de corazón.

- ¡Ya te lo dije y lo vuelvo a repetir hasta el cansancio! ¡Una mujer cuida mejor que un hombre!

-Justamente una enfermera es ideal y así Laura tendrá tiempo libre para hacer sus actividades. En ningún momento estoy diciendo que la abandonemos, al contrario, tenemos que cuidarla más que antes, darle todo el cariño que necesita.

- ¡La decisión  está tomada!  ¡Tú hermana se hará cargo si quiere seguir viviendo acá y punto!

-Bueno papá, me voy despidiendo –pensando «demasiado radical, ¿será la edad? ¡Claro! Son casi ochenta y tres años de vida».

Pasaron los meses y la enfermedad del hígado se volvió irreversible y cada día la señora se ponía peor. Al no funcionarle bien este órgano, la sangre se le llenaba de toxinas ocasionándole un profundo sueño del cual no despertaba. Tenían que llevarla al hospital  y someterla a una desintoxicación a través de suero a la vena. Juana conversa  con su esposo al respecto.

- Rigoberto, a mi papá no lo entiendo, pues, no quiere contratar a una enfermera para que cuide a mi mamá, y piensa que Laura debe estar todo el día atendiéndola. Y lo que más me preocupa es que ella también está de acuerdo.

- Eso me parece autoritarismo –recalca Rigoberto- pues, debe ser más comprensible y darle más libertad. Hay varias maneras de cuidar a un enfermo y no es necesario inmolarse.  A mi modo de ver, lo más sabio sería contar con una enfermera mientras la señora esté sola. Y por las noches, la cuida tu melliza o el señor Gregorio. 

-Bueno, no veo bien que una mujer soltera a  esa edad se entregue tanto pudiendo compartir esta tarea con otra persona.  Lo raro es que lo quiera hacer sola. En eso tienes razón Rigoberto.

-Conversa con ella y hazle ver que dicha atención se debe distribuir entre toda la familia y una enfermera.

-El problema de fondo es que es media testaruda, terca como una mula, de genio fuerte, no aguanta pulgas y le gusta  enfrentarse. Se deja llevar por sus instintos. Creo que es poco racional.

-Si es así entonces, tendrá problemas en breve. La cosa puede reventar. Estemos preparados para lo peor.

- ¡Qué drama, por favor, deja de hablar eso! En cuanto a mi papá, ha cambiado mucho en los últimos años, se ha vuelto renegón, y para peleando con Laura, se gritan y hasta la ha amenazado de botarla de la casa porque ella quiere llevar una vida social normal. Mira, el otro día Laura contactó con un amigo que comercializa casacas y chompas y se ofreció para venderlas. Él le entregó una buena cantidad y ella las llevó a la casa y las puso en la sala encima de la alfombra y muebles. Pero días antes  yo le dije «primero coordina, no te lances». Pero una vez más, hizo lo que le dio la gana.  El negocio iba bien porque Laura había colocado una buena cantidad de ropa, pero cuando mi papá vio la sala de esa manera, su primera reacción fue «¿qué es esto? ¡Laura!, ¡llévate esto inmediatamente!». Y como es natural, poco faltó para que toda la mercadería acabe desparramada en medio de la pista.  Al final le arruinó el negocio. ¿Qué opinas?

-Bueno, debieron coordinar, pero debes tener en cuenta que cualquier persona con un gran problema, y que no lo pueda resolver -me refiero a la soledad de tu padre- por mucho carácter que tenga, como es el caso, lo puede convertir en una persona malhumorada y resentida con la vida. Es una reacción típica. Pero veo difícil que quiera someterse a un tratamiento sicológico. A su edad ya no creen en que una persona menor los pueda ayudar.

-¡Qué triste realmente tener que aceptar que es otra persona de la que era hace unos años y nada que ver cuando era joven!

- Todos cambiamos Juana, para bien o para mal, pero lo hacemos. Creo que él no quiere que tu melliza se desarrolle como persona. Está ciego y sólo ve sus intereses. No le importa que tenga un buen trabajo, vida social, amistades, reuniones y que algún día se case y tenga hijos. Él ve cómo una anormalidad que no atienda a su mamá todo el día y como una alta traición que la deje para hacer sus actividades.  

Así, Laura estuvo cuidando permanentemente durante cinco años, de día y noche, a su mamá dejando de lado muchas actividades amicales, oportunidades de ventas de sus productos naturales, viajes de negocios, mientras la enfermedad de Rebeca seguía su curso degenerativo. Para esto, de las dos habitaciones que sobraban, en una instalaron a la señora Rebeca para que Gregorio esté más cómodo. Esto también facilitaba la atención de Laura.

Un domingo por la mañana Laura llama a Juana desde el hospital para decirle que su mamá estaba en cuidados intensivos. Juana y Rigoberto fueron de inmediato al hospital y se encontraron con Gregorio.

-Hola papá, ¿y mi mamá?

- Sube rápido que está que se muere –le dice Gregorio con voz de cólera.

- ¡No me hables así por favor!, ¡no seas duro! -le replica Juana sollozando.

-Vamos subiendo –le dice Rigoberto

 Juana vuela a la habitación y ve a su madre agonizando. Luego de varias horas la señora murió delante de Juana y Rigoberto. Fue un cuadro sumamente triste.

Después de las exequias las hermanas se seguían comunicando. Un día Laura se reúne con Juana y Rigoberto en el departamento de éstos.

- Les quiero contar algo –les dice Laura a los dos esposos-. Mi papá está con la onda de que llegue temprano y me quiere poner un tope, que serían las once de la noche para retornar a la casa. A partir de esta hora, cerrará con candado las dos puertas por dentro. Ha colocado unas argollas en la puerta de la sala y en la puerta falsa y ha comprado dos candados enormes. Él piensa que se van a meter a la casa, entonces, me pregunto ¿Para qué poner por dentro los candados? ¿Les parece lógico? Lo normal sería poner un buen sistema de seguridad en cada puerta, como tienen las casas modernas, con varias chapas. Pero en fin, hacerlo entrar en razón es complicadísimo, yo diría, imposible.

- ¡Qué raro Laura!, ¿no se sentirá solo y querrá que lo acompañes? –dice Juana.

-Puede ser, pero desde que mi mamá falleció, se ha encerrado en sí mismo, conversa muy poco, ni me habla, come solo y cosas así.

-Laura,  te recomiendo que seas cuidadosa y cedas un poco en estos primeros meses –le dice Rigoberto-,  yo sé que es ridículo este tema pero no te queda otra alternativa, el tiene la sartén por el mango y puede dejarte un día fuera de la casa si te pasas de la hora, ¡conociéndolo, es capaz!, ¡así que no te arriesgues! Esa es mi recomendación y espero que la tengas en cuenta.

-Pero Rigoberto, imagínate que mis amistades se enteren que tengo hora de llegada a esta edad, ¡sería el hazmerreir de todos!

-Es cierto, pero tómalo como una reacción, pues, él está sufriendo mucho la desaparición de la compañera de su vida; le puede ir pasando poco a poco, tomará tiempo.

-¿No estará entrando en un cuadro de depresión? –pregunta Juana.

-La depresión es inevitable Juana -manifiesta Rigoberto-. A esa edad y viudo, tiene que afectarle por más que él quiera manifestar a todo el mundo que es fuerte y que su vida sigue igual. Es probable que sea ese tipo de persona que no manifiesta sus sentimientos. La procesión la lleva por dentro.

Un día Laura llega a las once de la noche y  entra a su casa. Gregorio se levanta.

- ¿Dónde has estado? ¡Éstas no son horas de venir para una señorita! ¡Deberías comportarte como lo hacía tu madre cuando yo y ella éramos enamorados!

-¡Pero  yo soy adulta, tengo más de cuarenta años y no es posible que me armes lio por venir a las once de la noche! ¡Las cosas han cambiado desde que  estabas de novio con mi mamá!

- ¡En esta casa las reglas las pongo yo y tienes que acatarlas!

-¿Así? ¡Esto no es un cuartel así que yo vengo a la hora que me  viene en gana y no me vas a controlar como si yo fuese un soldado!

-¡Con que contestona! ¡Ya verás!

-¡No me amenaces!

Gregorio estaba ya desesperado por la rebeldía de Laura. También tenía  la obsesión de que roben y lo maten mientras duerme. Para esto, colocó una serie de candados internos de tal manera que entrar era casi imposible. Al mejor estilo de un bunker militar protegido contra un bombardeo de artillería pesada, se encerraba por las noches. Un día Laura tuvo una reunión con su grupo de meditación y cuando retornó a las once y quince minutos de la noche para acostarse, no pudo entrar. Entonces llamó por celular  a su melliza.

- ¡Juana, me han cerrado las dos puertas por dentro y no tengo como entrar! ¡Se pasó esta vez! ¡Está loco de remate! ¡Qué hago!

-No creo realmente, insiste. Yo voy a llamarlo ahora mismo, pero Laura, ¿por qué no te haces la sonsa aunque sea un tiempo de tal manera que puedas ganártelo y lo convenzas que necesitas algunos días retornar tarde? ¡Ya vez! ¡Eso te pasa por testaruda, fuiste poco política ante este problema. Tienes que comprender que él es un anciano y ya no razona como antes. ¡No me hiciste caso! ¡Tú ego ganó y mira las consecuencias, te reventó el problema en la cara!

- ¡Es un monstruo! –decía Laura llorando y con la voz entrecortada. Juana efectúa la llamada.

-Papá, mi hermana está tocando la puerta, por favor ábrele, ella no puede quedarse afuera.

- Juana, yo ya le he dicho que tenemos una rutina en esta casa y la hora máxima para que ella llegue son las once de la noche.

-Pero ¿cómo se te ocurre semejante desfachatez? ¿Acaso no te das cuenta que ella es mayor de edad hace mucho tiempo?

-Eso no me interesa, las disposiciones las pongo  yo y ella tiene que cumplirlas.

-Pero la casa no es un cuartel, no seas abusivo ¡recapacita! Acepta que las personas tienen que tener libertad. No es justo lo que estás haciendo con ella –pensando «mi papá ya perdió la razón, tiene demencia senil»-. Debes tener en consideración que Laura se ha sacrificado muchos años, sin ninguna empleada, ni enfermera, cocinándole, dándole de comer en la boca y llevándola al baño a hacer sus necesidades cosas que nunca has hecho. Es el momento que se relaje, que rehaga su vida, que tenga nuevas amistades. ¿Cómo las va a tener si ni siquiera puede salir de noche ni llevar gente a la casa porque sales a la sala con tu cara de palo? ¡Es el colmo! ¡Eres un desconsiderado!

En eso Juana siente que le  tiraron el teléfono. Luego de una hora  Laura recurrió a la casa de Juana y no le quedó otra cosa que dormir en la sala. Juana la consolaba al igual que Rigoberto. Ella comprendió que no podía dormir más en su propia casa a menos que cumpla con la rutina que Gregorio había impuesto como una especie de ley marcial.

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