viernes, 14 de octubre de 2011

El limpiador de edificios

Marco Antonio Plaza


Antonio se levanta de madrugada para llegar a su trabajo a tiempo. Él es limpiador de un par de edificios que son contiguos. En uno de éstos, se nombró a un nuevo administrador, José, con quien desde un inicio se llevaba muy bien. José lo comprendía porque Antonio era una persona mayor y el cuerpo no le daba para estar subiendo y bajando las escaleras del edificio de cinco pisos, pues, éste, según la reglamentación municipal, debe tener ascensor.

Antonio era encargado de limpiar los pasadizos, echar cera, desinfectar el piso y también observar el sistema eléctrico y de agua para ver su buen funcionamiento y avisar al administrador apenas se presente una avería.

Como todos los días, administrador y limpiador se encontraban cuando el primero llegaba de trabajar.

-Hola Antonio -lo saluda animosamente José.

-Hola jefe.

-¿Qué novedades? ¿Todo bien en el edificio, el agua, la electricidad, los vecinos? ¿Alguien se ha quejado? Me llamaría la atención que nadie lo haga ja ja ja ja.

-¡Todo excelente!

Una vez que ambos conversan, Antonio retorna a sus tareas vespertinas y José se retira a su departamento.

En el segundo piso vive una señora llamada Jacinta con su hijo menor. Ella tiene muy mal carácter y es difícil verla conversando de manera amena con algún vecino. Pero lo sorprendente es que también le encanta dar órdenes a Antonio y a cualquier vecino del edificio, seguramente porque desea demostrar carácter que debió ser el factor desencadenante para que el marido la abandone.

-¡Anto! ¡Anto! – así lo llamaba la vieja malgeniada al limpiador como si fuese un canto de sirena.

-Si señora Jacinta, ¿en que la puedo servir? –le pregunta Antonio de manera educada, pero diciendo internamente «seguro que otra vez me va a mandar a comprar huevadas a la tienda de los cholitos y lo que más me jode es que me llama ¡Anto! ¡Anto! cómo si yo fuese su amigo».

-Ve y cómprame un sobre de shampoo a la tienda de los serranitos porque tengo que lavarme el pelo y peinarme, pues hoy jueves, cómo tú habrás observado, vienen  mis amigas para rezar el rosario.

-Está bien señora, en seguida vuelvo -pensando «a mi qué me importa tu reunión de viejas cucufatas».

Pero Jacinta no era la única fresca, pues,  a Roberto, el vecino del tercer piso, un flaco huesudo con pinta de tísico de tanto fumar y tomar trago, también le gusta dar órdenes a Antonio.

-¡Antonio! – se escucha una voz aguardientosa desde el tercer piso del edificio.

-¡Si señor Roberto!, ¡ahí subo! -pensando «otra vez este flaco tacaño seguro que  me mandará lavar su carro por dentro y por fuera y querrá darme solamente tres mangos sabiendo que se está pagando seis en cualquier lado».

Antonio, sube las escaleras y Roberto le dice.

-¡Lávame el carro bien bacán! ¡Ten las llaves!

-Ok señor Roberto, apenas vuelvo de la tienda lo lavo.

Antonio es un trabajador informal porque trabaja cinco horas diarias en el edificio de José, de dos de la tarde a siete de la noche y se le paga solamente cuatrocientos nuevos soles, sabiendo de antemano que el sueldo mínimo es de seiscientos. Por ahora es imposible que gane esta suma a menos que se incremente la cuota por mantenimiento del edificio a cada vecino.  Ante tal situación se ve obligado a compensar este bajo ingreso  limpiando otro edificio  desde las nueve de la mañana hasta las dos de la tarde.

Un día Antonio se sincera con José y le dice.

-Jefe, necesito un aumento, no me alcanza, usted sabe que el costo de vida se ha incrementado y me urge por lo menos unos cien manguitos más.

-Mira –le dice José– yo estoy de acuerdo con pagarte más pero esta decisión tiene que ser consensuada con todos los vecinos. Además tú sabes que el pago que hacen hoy en día alcanza con las justas para cubrir el agua, electricidad, seguridad y jardines. Déjame hacer las cuentas y de ahí hago la consulta a los vecinos. No te olvides que todos tienen que estar de acuerdo.

Para esto, Antonio se quería congraciar con Jacinta, con quien no se llevaba muy bien a pesar que le hacía bastantes favores y un día, con tal de ganarse unos cobres, le dice.

-Señora Jacinta, ¿no necesita que le limpie su sala y sus baños?

-Sí –responde Jacinta- necesito pero tú sabes cómo está la situación económica en esta casa; la condición es que te pago a fin de mes, cuando mi ex marido me deposite el dinero. ¿Qué días puedes?

-Usted dirá -le contesta pero con un gesto de disconformidad, pues Antonio no calculó esta situación. Y todavía se estaba arriesgando porque todo lo hacía a espaldas del administrador quien lo quería ayudar.

-Necesito dos veces por semana –le dice con tono autoritario Jacinta.

-¿Qué días? –le pregunta con voz tembleque.

-¡Yo necesito los días martes y viernes por la tarde! –le plantea con su típica voz de persona pleitista.

Y fue así que Antonio, aún con la responsabilidad de limpiar el edificio, ganando poco, se compromete a limpiarle la sala y los baños a Jacinta los días martes y viernes, sin que sepa José.

Y como si fuese poco,  Antonio se ofrece a Roberto, para que le lave todas las tardes su automóvil.

-Señor Roberto, ¿le puedo lavar su carro todas las tardes? y así me gano alguito –le pregunta Antonio que ya tenía un poco de confianza con Roberto, dado que éste había sido el anterior administrador y habían trabajado juntos.

-Está bien, pero a fin de mes te pago, pero me haces una rebaja por ser todos los días –le plantea Roberto ni zonzo ni perezoso.

-¡Acepto! –responde Antonio pero pensando «flaco pendejo, cómo te aprovechas que soy misio»

Y así pasaron los días, en que Antonio frecuentaba la casa de Jacinta limpiando la sala y los baños y más tarde, lavaba el carro de Roberto. Pero varios vecinos se copiaron de estos dos, pues muchos de ellos comenzaron a pedirle a Antonio que vaya a las tiendas a comprarle arroz, azúcar, pan y otros víveres, aprovechándose de la situación.

José, inocente de lo que estaba sucediendo, hace la consulta por escrito a cada departamento preguntando si estaban de acuerdo con un aumento de sueldo en cien nuevos soles pero que era necesario incrementar en ocho nuevos soles el pago mensual por mantenimiento del edificio y que la pequeña diferencia lo cubriría con el saldo que se obtiene cada mes. De los doce departamentos, diez votaron a favor y dos en contra.

José, al día siguiente, lo busca a Antonio para darle la mala noticia.

-Antonio, no hubo consenso y por tanto no te podemos aumentar –le dice mirando el piso.

-¡No puede ser! –dice con voz angustiada- ¿Y quienes no quieren?

-¡Ah! ¡Eso no te lo puedo decir!

-Jefe, que mala noticia, yo que me he portado lo mejor que he podido, la gente no me apoya, no sé qué hacer.

Antonio quería saber quiénes son los que no querían, y no le quedó otra que ir de frente al grano. Para esto se acercó con aquellos que les hacía trabajos a hurtadillas de José.

-Señor Roberto, quisiera saber si usted me apoya para el aumento de mi sueldo.

-¡Claro Antonio!, yo he votado a favor en la encuesta que envió hace unos días José.

Y de ahí se fue a buscar a Jacinta y le preguntó.

-Señora, quisiera saber si usted me ha apoyado en la votación para que me suban el sueldo.

-¡Por supuesto Anto!, siempre te apoyo tú sabes.

Antonio no sabía qué hacer y se preguntaba quienes eran aquellos vecinos que no lo querían apoyar pero lo que más angustia le causaba es que podían haber sido Roberto y Jacinta.

Llega fin de mes y Antonio se acerca a Jacinta y le dice.

-Señito, no se olvide de mi encargo.

-¿Qué encargo Anto? –pregunta con voz socarrona.

- El encarguito de la sala y de los baños, pues, ya estamos a  fin de mes.

-¡Ah! Mira, no te voy a poder pagar porque no tengo dinero y con las justas cumplo con la mensualidad del edificio; ya veré como hago. Lo dejamos para después ¡Yo te aviso!

-Ojalá señora, usted sabe que ha habido por lo menos un vecino que no me ha querido apoyar para el aumento de tan solo cien nuevos soles, no entiendo porqué, pero yo sí necesito ese dinero, así que por favor, no se olvide de este encargo. Pero señora, ¿no sabrá por casualidad quien votó en contra?

-¡No!, no sé quien no te ha apoyado y ni me imagino.

Antonio ahora piensa en buscar a Roberto y pedirle que le pague lo que le debe por el lavado de su auto pero también quería indagar para saber quien no había votado a favor. Angustiado sube los tres pisos, agitado como siempre toca el timbre de la casa de Roberto y éste le abre la puerta.

-¡Hola! ¿Qué necesitas?

-Bueno jefe, necesito mi encarguito de las lavadas de autos, usted sabe que estamos a fin de mes.

-¡Estoy sin billete y apenas pago la mensualidad del edificio, así que tienes que esperar un poco! ¡Quedamos así!

Antonio entró en crisis y tenía que decidir si recurrir a José y contarle la verdad de la estafa que había sido sujeto, y sobre todo la sospecha de quienes habían votado en contra. Pero a final de cuentas, dedujo que quienes le habían dado la espalda fueron aquellos sinvergüenzas que lo utilizaron para su beneficio personal, sin pagarle un nuevo sol.

 Así, el limpiador fue con la cabeza gacha, desmoralizado y con sentimiento de culpa de haber pecado de ingenuo a su edad y confiar en la gente y le contó toda la verdad a José, quien lo consoló y le prometió hacer otra convocatoria para que le suban el sueldo.

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