martes, 4 de octubre de 2011

Una noche en el paraíso

                                     Ricardo Ormeño


                           Cuando el cansancio determina acompañarnos, puede ser tan intenso y pegajoso que se apodera de nosotros totalmente y hace lo que le apetece, hasta invita al dolor para que participe como su pareja de baile. Uno juzga que la hora de recostarse ha llegado pero no donde sea, sino en el lugar adecuado, indicado, recomendado, anhelado, soñado, por ello nuestra mente se dirige rauda e instintivamente a la querida cama, al mullido sofá, exótico diván, hamaca o el mueble que sea, cualquiera es la mejor elección para ese querido cuerpo, es entonces que esta sensación se convierte en el más sublime deseo y somos capaces de renunciar a todo, menos a la intimidad que nos ofrece el descanso, queremos que nuestra alma se vaya a dar un paseo. 

                             Jorge se hallaba así, tan agotado que sus piernas le transmitían dolor y una extraña sensación que le hacía suponer que si se reclinaba en cualquier mueble y estiraba sus miembros inferiores, una severa contracción de los músculos de su pantorrilla aparecería de manera brusca e intensa, calambres que para él ya eran casi costumbre después de un severo agotamiento físico. Por fin aborda su habitación, casi moribundo como hacía algunos años atrás, cuando por el alcohol ingerido en las fiestas y discotecas que acostumbraba frecuentar todos los fines de semana arribaba totalmente  fatigado pero en esta oportunidad la causa concreta era la extenuación de tantas horas de trabajo que lo llevaba casi al colapso físico y mental.-No fumaré, creo que si enciendo un cigarrillo, ¡me muero! –pensaba Jorge. 

                              El doctor Frías juzga no retirarse aquella ropa ligera usada en los quirófanos que por su comodidad semejara un pijama muy cómodo.-Creo que mejor me quedo dormido así como estoy, total en cualquier momento me vuelven a llamar –acotó el galeno.              

                              El doctor Frías no se durmió, se desmayó en su lecho sin mucho preámbulo, apenas había podido quitarse aquellos zapatos deportivos que lo mantenían como resorte ante cualquier emergencia y se trasladó a un sueño profundo sin poder importarle nada, sólo se limitó a dejarse llevar por aquella luz blanca que alumbraba su onírica oscuridad como si fuera una linterna que trataba de guiarlo con determinación hacia algún lugar. 

                               Cuando aquella enigmática luminiscencia se hacía más clara e intensa, advierte ruidos muy fuertes producidos por explosiones y disparos, esa noche fresca y húmeda del pequeño pueblo escondido en la selva donde se encontraba Jorge había sido súbitamente invadida por el desconcierto de todos los habitantes, esas detonaciones estremecedoras producidas por armas de guerra no dejaban pensar fríamente a nadie, solo aterraban, haciendo que la población se movilice rápidamente buscando cualquier refugio. Jorge se precipita hacia la parte trasera del centro de salud, ingresa a un oscuro jardín,  luego regresa y entra directo al almacén del establecimiento sanitario llevando algunas cajas y jeringas, volviendo a dirigirse a la terrorífica selva que se encontraba detrás de la institución, se mantenía tan concentrado en lo que hacía que los frescos aromas a naranjos y mangos que tanto adoraba habían pasado a un segundo plano y más bien empezaba a percibir un aire enrarecido por la pólvora. El ir y venir lo tenía loco, hasta que termina por fin lo que para él era importante y sale trotando hacia la casa de la enfermera más cercana. 

                                    Fue cuando las largas lenguas de fuego que eran producidas por aquellas ráfagas de balas se fueron disipando, los intervalos cada vez más largos hacían presagiar que la pequeña comunidad había sido tomada, sitiada y dominada por aquel  desalmado grupo de terroristas. 

                                    El doctor Frías decide retornar vertiginosamente a su centro de salud, desesperado va al lado del camino tropezándose a menudo con el follaje y arbustos tratando de evaluar con prontitud que era más riesgoso, desplazarse por el margen lateral del sendero, que la gente llamaba calle y ser alcanzado por algún proyectil, o huir por aquellos matorrales al lado del camino y convertirse en una potencial víctima de la mordedura  de alguna serpiente venenosa, tan temidas en aquella zona. Su mente tenía una idea fija, llegar al establecimiento de salud que él dirigía. Tomaba y exhalaba aire por la boca lo que hacía que su respiración fuera enérgica y muy sonora, luego de unos interminables minutos de seguir corriendo al margen del camino, decide ingresar bruscamente por el matorral dirigiéndose a la residencia médica que se encontraba en la parte lateral de dicha institución.

-¡Qué diablos no me queda otra no hay tiempo! -pensaba ansioso Jorge- ¡Ayúdame Dios mío qué no se me cruce una serpiente! Empuja bruscamente la puerta de madera hacia la sala de la residencia y se cambia de zapatos deportivos, los que llevaba puestos se encontraban húmedos y totalmente enlodados. Inmediatamente después se marcha a grandes trancos por aquel largo pasillo lleno de puertas igualmente de madera pintadas de color gris claro que comunicaban a los consultorios, tópicos de curaciones, hospitalización, administración y en la penumbra de aquel lúgubre lugar logra acercar una silla a la puerta y al subirse en ella arranca el letrero que dice almacén y en su reemplazo coloca uno que anuncia farmacia, dejando a la verdadera botica sin rótulo alguno. No sintiéndose agotado y mucho menos pensando en detenerse, sigue en su veloz carrera contra el tiempo hacia su consultorio donde localiza con facilidad un mandil blanco que se coloca rápidamente.
-¡Así no me harán nada…soy médico!... ¡Tranquilo Jorge tranquilo! –pensaba el doctor Frías tratando de aquietarse. 

                                  Su corazón latía al máximo y ya transpirando profusamente sale del nosocomio y se sienta en uno de los escalones de la puerta principal, inclina su cabeza sobre sus piernas que flexionadas presionan su abdomen y es donde siente que la cordura decide dejarlo..
- ¿Por qué?... ¿Por qué?... ¿Qué estoy haciendo? Soy médico, mi juramento… mis principios  ¿Por qué tuve que venir a trabajar aquí? –se cuestionaba el atormentado doctor Frías. 

                                   Sus lamentos se detienen bruscamente al sentir pasos muy intensos, rápidos y determinantes  que le hacen suponer a Jorge que se tratan de botines de guerra. Efectivamente un grupo de diez personas fuertemente armadas se dirigían hacia él en particular. Llevaban puestas aquellas características gorras rojas.
-¡Doctor rápido llévenos a la farmacia! –ordenaron al doctor Frías que aún no salía de su asombro.
-¡Sí!... ¡Sí! Claro ¿Qué necesitan? -preguntó Jorge con mucho temor.
-¡Todo!... ¡Necesitamos todo! ¿Entiende?... ¡No hay tiempo!... ¡Vamos doctorcito, muévase! –ordenó el revolucionario.         

                                    Se dirigieron hacia la farmacia, disponiéndose a transportar las cajas de medicamentos, alcoholes, gasas, jeringas, en fin todo lo que pudieran llevar apresuradamente, incluso el doctor Frías fue invitado enérgicamente a ayudarlos en el desplazamiento de dichas cajas hacia una camioneta rural que aguardaba afuera y que había sido tomada a la fuerza minutos antes. Salieron velozmente dejando nuevamente al doctor sentado en los primeros escalones de la puerta principal, cuando de pronto un grupo de jóvenes empiezan a llegar con algunos heridos de aquel tiroteo, el galeno empezó su trabajo con prontitud, hacía las veces no sólo de médico sino de enfermera al no contar con ninguna en ese momento.
-¿Dónde estarán estas muchachas?, ¡seguro que protegiendo a sus esposos cuando ellos son los que deben defendernos!... ¡Para eso se casan con los lugareños!... ¡Pierden la objetividad! –refunfuñaba el doctor consigo mismo.

                                        Sus reclamos felizmente son escuchados tal vez como plegarias y tres enfermeras se hacen presentes, volviendo más efectivo el trabajo; sueros por todos lados, mantas con sangre, frascos abiertos casi formando una alfombra. Jorge Frías camina de un lado a otro pateando cajas y frascos, hasta que una de las licenciadas de la salud le solicita que acuda raudamente hacia el otro ambiente, ingresa corriendo y encuentra a un paciente sostenido por dos amigos que le dan su nombre, Marco Tafur de apenas veintisiete años de juventud y cinco años como rondero protegiendo su terruño junto con su padre y hermanos, Jorge lo conocía muy bien, siempre lo veía pasar con su moto azul, sobre todo los domingos trasladando siempre a la misma simpática adolescente detrás de él, pero ése no era Marco, para el doctor Frías no era nadie conocido, su rostro totalmente deformado lo hacía realmente irreconocible. Pobre Marco por tratar de alertar a la población  de aquel ataque terrorista, se había estrellado con una gran roca al lado del camino, sus dos kilómetros de recorrido habían terminado allí y ahora lo tenía frente a él intentando colocarle un poco de anestésico local en aquella gran herida en el dorso de la nariz la cual prácticamente ya no existía. De pronto Jorge se asusta al ver que el anestésico infiltrado en los bordes de la herida termina fluyendo por el paladar, cayendo cual manantial, no hay mucho que decir, el desdichado Marco Tafur, se encontraba  grave, era irreconocible y no podía hablar. Jorge da la indicación de sacarlo del pueblo hacia la ciudad más cercana.
-¿Qué hospital doctorcito si los terrucos están camino a la ciudad? -preguntaba uno de los amigos de Marco.
-¡En fin cubriré las heridas y le haré un procedimiento de emergencia! -informó el médico con cierta agitación.
-¡Señora Luisa!... ¡Usted que tiene más experiencia, ayúdeme a realizar una traqueotomía ahora mismo o se nos muere Marco! -ordenó Jorge. 

                                           Frías se encuentra ahora frente al paciente con el bisturí en la mano y trata de recordar los procedimientos para realizar dicha traqueotomía, nunca la había hecho y sentía que iba literalmente a degollarlo. La enfermera se percata de su titubeo sin embargo trata de no expresar nada que no sea de utilidad, Jorge se siente ahora seguro y procede, dejando a Marco Tafur con un tubo en el cuello que le devolvió la respiración y así pudieron controlar mejor el sangrado y curar esas grandes e impresionantes heridas hasta que pudiera ser derivado a un hospital, sea el que sea. 

                                            Una semana después, Marco Tafur sentía alguna mejoría pero siempre esperando y rogando a Dios que el camino hacia el hospital se encuentre libre de guerrilleros. El doctor Frías se halla en su consultorio, cuando de pronto ingresa Luisa la enfermera corriendo con la noticia que apenas a unos cuarenta kilómetros de allí un pelotón del ejército había logrado capturar a los saboteadores que habían atacado el pueblo siete días antes, la balacera no había sido intensa a pesar de las circunstancias, la mayoría se entregaron sin ofrecer mucha resistencia, llamaba la atención que se encontraran aturdidos por sus fallecidos casi de manera fulminante, parecía como si una infección diabólica hubiese arrasado con todos los heridos, hasta un pequeño rasguño se había convertido en una herida profunda y mortal comentó alguno de ellos. ¿Qué hiciste Jorge con esas medicinas de la farmacia? ¿Qué le inyectaste a los frascos?

                                               Quince días después un regimiento militar arriba al pueblo para efectos de protección, al menos temporalmente. Jorge se encuentra en su habitación cuando de pronto, oye algunas pisadas enérgicas e intensas de botines de guerra  que se detienen bruscamente frente a su puerta - ¡Doctor Frías! … ¡Debe acompañarnos al cuartel! –anuncia una gruesa voz.

                                                 Jorge se mueve en su cama, siente que la luz que aclaraba sus sueños, se desvanece, se hace más tenue hasta que aquella enérgica voz es reemplazada por otra  muy conocida para él.
-¡Doctor Frías!... ¡Acercarse a emergencia! -ordenaba aquella siempre sensual pero fantasmal voz de la enigmática dama de la Clínica Santa Felicia donde laboraba Jorge Frías.

1 comentario:

  1. rapida, muy rapida, excelente, aunque me tuve que regresar a ver la parte en la que se supone arrepentimiento, creo, siendo la parte mas importante , la paso muy rapido, pero muy buena

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