Víctor Mondragón
La muchedumbre era inmensa, Graciela nunca había estado en una procesión tan aglomerada; percibía el aroma del sahumerio y el mayoritario hábito morado de los fieles; la joven y su padre habían caminado dos largas horas acompañando la procesión del Señor de los Milagros, una de las más concurridas del mundo católico.
La adolescente miraba cuanto acontecía a su alrededor, el olor a multitud, los rostros y sobre todo la fe de los asistentes; en su mente, aún guardaba lejanos recuerdos de una niñez dormida, vagamente rememoraba escenas de cuando había tenido cuatro o cinco años de edad.
La inquieta muchacha apreciaba cosas que le eran familiares; sugirió un alto a su padre para contemplar una vendedora de arroz con leche, le llamó la atención los relucientes dientes de la morena que parecían iluminar la noche.
La joven pidió a su progenitor que le comprara aquel atrayente dulce, aquella familia residía en la península Ibérica y habían viajado por unos días a la ciudad de Lima; un envase descartable le fue entregado conteniendo arroz con leche muy caliente. Graciela saboreaba las primeras cucharaditas de tan agradable manjar:
-Se parece pero no es igual al que solemos comer -exclamó la muchacha.
-Es un dulce que frecuentamos con deleite en Perú y España, es una herencia de los hijos de españoles radicados en el Perú, de niña cantabas la canción de arroz con leche, ¿recuerdas? -contestó el padre.
-Claro que sí pero mis amigas no conocen esa canción y eso que vivimos cerca a Portugal –respondió la niña.
Padre e hija se sentaron a un costado de la vía pública, una vieja banca de rústica madera servía a la vendedora para atender a sus clientes.
-La canela, el clavo de olor, las pasas y ciertas frutas secas, fueron traídos por los españoles y se complementaron con ingredientes autóctonos: el maíz morado, el chuño (1) y la piña conformando de este modo la tradicional mazamorra limeña que estoy degustando -dijo el padre mientras consumía tal dulce.
-¿La procesión se llama Señor de los Milagros o Señor de Pachacamilla? -preguntó Graciela.
-Hay una relación curiosa en el nombre de Pachacamilla, en los primeros años de la colonia, estas calles estaban fuera de las murallas de la ciudad, eran habitadas por aborígenes desplazados desde el santuario de Pachacamac, por eso al barrio se le llamó así –respondió su padre.
-¡Ah!, Pachacamac donde estuvimos ayer –replicó la joven.
-Efectivamente, ayer visitamos el santuario pre-inca de Pachacamac, en tiempos remotos, numerosos pobladores peregrinaban desde lejanas tierras hacia Pachacamac, eran atraídos por su acertado oráculo y su misticismo –añadió el padre.
-¿Por qué los pobladores de Pachacamac se trasladaron? –replicó la joven.
-Como nos explicó el guía ayer, los españoles querían extirpar las idolatrías, al llegar a Pachacamac pidieron ver a tan afamado dios; los sacerdotes del lugar les exigieron ayuno previo, discutieron y no se dejaron entender; solo mostraron un ídolo de figura humana con los brazos abiertos, tallado en madera de lúcumo –dijo el progenitor.
Como partimos del Perú cuando eras niña, conoces poco de la historia peruana; los conquistadores no quisieron indagar más sobre el tema, ordenaron en el acto quemar vivos a los sacerdotes, al ídolo e infringir severo castigo a los adoradores; de ese modo se perdieron los fundamentos de tan afamada adoración. Los pobladores de Pachacamac fueron obligados a abandonar el lugar; Lima también conserva docenas de pirámides que se construyeron para diversos cultos reflejando el sentido teológico de los aborígenes suramericanos –concluyó el padre.
-Sigo sin entender la relación entre Pachacamac y Jesucristo -inquirió Graciela con tenue pero insaciable voz.
-No te aflijas, para muchos compatriotas no les es fácil establecer esta relación, Pachacamac significa “el hacedor del universo o de todo lo creado”, un ser personificado que estaba por encima del sol y la creación, ni los incas pudieron superar dicha creencia y solo atinaron a construir en un costado sus templos del sol y de la luna; habría sido un dios pan-andino cuyos orígenes se remontarían desde Caral (2); los incas lo asociaban a Viracocha (3) –contestó el padre.
Graciela estaba un tanto confundida, su padre le pidió tener paciencia.
-Las tradiciones que escuché en mi niñez narran que los aborígenes desplazados hacia Pachacamilla conservaron secretamente los fundamentos de un dios hacedor del universo, posteriormente lo transmitieron a una cofradía de negros esclavos angoleños que solían reunirse en el mismo barrio; éstos también deseaban dirigir su fe hacia un Dios verdadero que desconocían, pero lo intuían y fue así que un negro esclavo angoleño bajo un desconocido impulso pintó con temple rústico, en un muro de adobe, una imagen de la Santísima Trinidad con Jesucristo crucificado; la pared era tosca, imperfecta y colindaba con una acequia -narró el padre.
Para Graciela la explicación iba tomando forma, de pronto sintió como que la miraban, ocurrió un alboroto, la negra vendedora cogió del brazo a un ladronzuelo que con ávido sigilo quería sustraerle parte de su dinero bien ganado; tras un intercambio de gruesas palabras, el ladrón huyó velozmente.
-Déjame continuar mi relato, como recordarás, Lima está situada en una zona telúrica, en noviembre de mil seis cientos cuarentaicinco un fuerte terremoto sacudió la ciudad provocando miles de muertos y la caída de innumerables edificios entre ellos la cofradía de los negros angoleños, pero para sorpresa de todos, la pared con la imagen del crucificado permaneció intacta –dijo el padre.
La conversación se había tornado interesante, los visitantes agradecieron a la vendedora y se dirigieron hacia un costado donde otra vendedora ofrecía sus tradicionales picarones, otro dulce netamente criollo y producto del mestizaje de la cocina ibérica y la peruana.
-Como has podido notar, esta procesión es famosa por sus milagros; por esos años el ciudadano español Antonio de León imploró con mucha fe a la imagen y fue curado de un tumor maligno en la cabeza; el milagro fue como el beso de la misericordia de Dios. De ese modo empezó la veneración a dicha pared; pero como acudía gente de toda índole e intenciones, las autoridades intervinieron prohibiendo las reuniones y mandaron destruir la imagen –narró el progenitor de Graciela.
En mil seiscientos setenta y uno, un capitán y dos escuadras de soldados cumplirían la orden, inicialmente un pintor indígena de brocha gorda quiso cubrir la imagen pero tuvo temblores y una fuerte impresión pese a sus repetidos intentos. Un segundo indígena intentó raspar la imagen, pero perdió el dominio de sus brazos, finalmente un soldado real fue conminado a ejecutar la orden, pero una vez frente a la imagen quedó paralizado al ver la belleza de la obra y contemplar que la corona cambiaba de color –prosiguió el padre.
Graciela no lograba escapar de su inquietud, poco a poco se contaminaba de curiosidad.
-Papá, ¿y de donde sabes tanto de este tema? –inquirió la joven.
-Soy miembro de la Hermandad del Señor de los Milagros y como tal fui instruido en su historia: una vez informado de lo acontecido, el Virrey Conde de Lemos ordenó construir una ermita y brindar culto a la mencionada imagen; la humilde pared dejó que sobre ella pasaran los años, tiempo después, aconteció otro violento terremoto seguido de un fuerte maremoto que arrasó la ciudad del Callao. Gran parte de Lima se derrumbó, incluyendo la ermita alrededor de la imagen venerada; para sorpresa de todos nuevamente la pared permaneció erguida y la imagen intacta. El español Sebastián de Antuñano, mayordomo de la imagen, al contemplar la figura sintió una tibia luz que le iluminaba y una dulce voz que le dijo “Sebastián, ven a hacerme compañía y a cuidar del esplendor de mi culto”. Motivado por tal experiencia, el hispano contrató la confección de una copia al óleo de la figura que el terremoto perdonó, esa es la imagen que estamos viendo sobre las andas; la pared original fue refaccionada y la imagen retocada se aprecia en el templo de Las Nazarenas.
Mientras tanto en la procesión, más devotos se sumían en el sueño de la fe y la esperanza hasta que de súbito una gran masa humana presionó sobre Graciela y su padre provocando su separación. La joven muchacha mantenía la calma y la seguridad de que aquel percance se superaría pronto, vio que varios fieles hacían ofrecimientos de sacrificio caminando descalzos o de rodillas; por otra parte apreció que eran numerosos los asistentes en sillas de ruedas, ciegos y tullidos que aceptando las insuficiencias de sus vidas, asistían a implorar el favor divino.
Graciela era consciente de que gran parte de la sociedad limeña era jerarquizada e incluso racista, sin embargo en la procesión los asistentes sin distingo de color o de status se unían en una fe común.
-Avancen hermanos –era la frase repetida por pobres y pudientes.
De un momento a otro Graciela percibió tras de sí un tumulto, escuchó alabanzas y gracias a Dios; un hombre tullido se había levantado de su silla de ruedas y caminaba dando gloria a la misericordia de Dios, muchos murmuraban; pese a su juventud, la muchacha sabía diferenciar lo adjetivo de lo sustancial y su mente se inclinaba hacia la racionalidad.
En aquel tumulto exasperado y aquella búsqueda incierta, Graciela se preguntaba si el dios de Pachacamac había sido en verdad un anticipo de Jesucristo, hombre verdadero y Dios verdadero, además continuaba pensando en la ciudad de Lima y sus numerosas pirámides que le parecían mudos testigos de la fe de los antiguos pobladores. De pronto el tullido, que caminaba sollozando de felicidad, fijó su mirada en ella, Graciela quedó impresionada, un par de gotas de cristal se desplazaron por sus mejillas, sin oír algo, sintió como una voz que le reprochaba su falta de fe, atinó a levantar la vista y percibió como que la imagen del Cristo crucificado la mirase, perdió el dominio de su voz, sus pies le parecían adheridos al suelo, absorta, casi no percibía el mundo físico.
Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir, la joven exhaló un hondo suspiro de paz y tras unos segundos escuchó la voz de su padre que la abrazó.
-He visto la grandeza de Dios -dijo la joven.
Con racionalidad al principio, cautela después, con fe al fin; Graciela se sintió diferente, apreciaba más hermosos los colores; más sublimes los sonidos; más agradables los aromas; todo le fue dilucidado en aquellos instantes.
-Pachacamac es el mismo Jesús que no conocieron; pero que imaginaron los antiguos pobladores –dijo Graciela a su padre.
La alegría embargaba a la muchacha mientras se dirigía hacia una vendedora que ofrecía turrones; para Graciela dicho dulce le fue muy distinto al que acostumbraba degustar pero le parecía tan agradable como aquel y fue así que entre fe y caprichos gastronómicos recordaría por mucho tiempo aquella noche de octubre.
1. Chuño: patata deshidratada, también fécula de patata.
2. Caral: Primera ciudad estado de América, a 170 Km . al norte de Lima aproximadamente 3500 años A.C.
3. Apu Kon Ticci Pachayachachic Viracocha: Hacedor del universo, proviene de culturas anteriores a los Incas
muy buen cuento, se podría haber incluido un problema o conflicto; muy instructivo
ResponderEliminarHola Marco Antonio.
ResponderEliminarGracias por tus comentarios, haz dado en el clavo. Un conflicto fue que los clérigos quisieron tumbar la pared por considerarla pagana (se ve la imagen del sol y de la luna, dioses incas)....han de ser pocos los casos en que veneramos una imagen católica donde se colaron símbolos paganos.
Saludos,
VICTOR MONDRAGON