viernes, 28 de octubre de 2011

Lima, el lugar que habla

Víctor Mondragón

Carlos Plaza se encaminaba hacia la verbena de la fiesta de la Virgen del Carmen,  había quedado en reunirse con sus amigos, transitaba por la avenida Abancay en dirección a los Barrios Altos de Lima, en un momento se detuvo a contemplar la Iglesia de la Concepción e ingresó al interior del convento adyacente, lugar en que un día aprendió sus primeras letras, recordó  que anteriormente fue convento de  monjas de clausura; apreció que  los patios interiores, antes pulcros y silenciosos, albergaban tiendas comerciales, continuó caminando   por el jirón Huallaga,  notó que algunas casonas limeñas fueron convertidas  también en galerías comerciales, le invadió una gran nostalgia,  le inquietaba un remordimiento por no haber luchado por  esos  inmuebles;  detuvo sus pasos  frente a una señorial casona republicana donde había vivido,  apreció que aún mantenía su hermoso zaguán, sus imponentes vitrales, hermosos portales de fina caoba  y detalladas rejas de hierro forjado; para él siempre sería un  palacio mientras recordaba que  fue casa del prócer de la independencia peruana Hipólito Unanue. Se mantuvo ahí  con la ilusión de encontrar algún antiguo vecino, el silencio le fue hostil e inmenso,  sólo halló desesperanza; resignado, decidió proseguir su camino hacia la Plaza Italia.

El damero que trazó el fundador Pizarro limitaba por el este con la avenida Abancay, a partir de allí se ubicarían  después  los  Barrios Altos; Carlos  enrumbó hacia  la Plaza Italia,  ahí habría estado el gran oráculo (1)  que influyó en el nombre de la ciudad de Lima.   Su progenitor le había narrado que la mencionada huaca (1) habría sido muy extensa, la parte incaica  comprendía la actual Plaza Italia y la parte pre-incaica toda la manzana del hospital e Iglesia  de Santa Ana. En el siglo XVI los conquistadores mandaron construir ahí el Hospital de indios, inicialmente todo el barrio se llamó de Santa Ana y posteriormente “El Cercado”, con el tiempo los Barrios Altos se convirtieron en lugar de convivencia de indios y españoles.

Los naturales  no se resignaron a abandonar sus antiguas creencias y en secreto mantuvieron su adoración a los restos de la famosa huaca; su fallecido padre alguna vez le contó que “Rímac” se interpretaba como “que habla” en alusión al famoso oráculo de Barrios Altos  que con la llegada de los españoles y la extirpación de idolatrías fue derruido para evitar su veneración. Con el tiempo la letra R habría cambiado por L y eliminada la letra C,  se tradujo en el conocido nombre de Lima que  se impuso sobre la designación española  de Ciudad de los Reyes.

Carlos rodeó la manzana de la iglesia Santa Ana, llegó a la esquina de los jirones Cangallo y Miró Quesada y  notó que su colegio de estudios primarios ya no existía, la calle sigue llamándose Huaquilla señalando que el mencionado oráculo alcanzaba  hasta dicho lugar; siguió recordando la narración de su padre: aquel oráculo provenía de tiempos de  la influencia Chavín (2)  y  con el dominio Wari (3) pasó a ser afamado en la región. Carlos continuó su caminar bordeando la mencionada manzana, observó la Maternidad de Lima, allí  nació,   al regresar al Jirón Huanta encontró nuevas construcciones donde antes hubo impresionantes casonas señoriales, decoradas con la más fina caoba y el más preciado mármol, seguidamente permaneció frente a la Iglesia de Santa Ana y vio  dos grandes piedras poliédricas, allí solía sentarse de niño, su padre le dijo alguna vez que los indios mantuvieron  una callada complicidad con el oráculo, salvaron algunas piezas de la huaca y secretamente las dispusieron en la entrada de la iglesia, dos piedras rectangulares que habrían servido de dintel en las entradas al oráculo se mantienen aun como mudos testigos.

Carlos recordó a dos hermanos, vecinos suyos que  fueron monaguillos y le habían contado que bajo la mencionada Iglesia existían túneles que comunicaban con la Iglesia San José a setenta metros al norte y desde  ahí  otras prolongaciones hacia la Santa Inquisición,  doscientos cincuenta  metros hacia el oeste, Carlos recordó a otro amigo de infancia, cuyo padre era chofer de la Compañía de Bomberos  Roma, siendo niños ambos caminaron por los túneles debajo de la bomba , al costado del inmueble que fue sede del Santo Oficio.  

Carlos nuevamente se detuvo en la Plaza Italia, lo acosaba una implacable nostalgia,   como en su infancia, sintió ganas de deslizarse por los bordes del monumento a Antonio Raimondi; miró con pena que ya no existían los cines Pizarro y Unión, su pensamiento quiso conducirlo de regreso a casa, algo le decía que a cada paso que diera encontraría motivos para entristecerse; sin embargo él no podía faltar a la cita con sus amigos, se dirigió a la esquina de las cruces y por el jirón Junín se encaminó hacia las calles del Carmen Bajo.

Subiendo unos cincuenta metros, en la esquina del Jirón Cangallo le arribó  un   recuerdo,  levantó la mirada hacia el balcón denominado “El buque”,  al igual que en su infancia creyó ver la proa de un viejo galeón español.

“Hace cincuenta años, cuando subí  con mis amigos, lo creí ruinoso y salimos corriendo por  miedo a que se derrumbara” pensó Carlos.

 Ya anochecía, estuvo allí de pie  una hora; en esa esquina solía encontrar a sus amigos: huevo, mono y escoba, tres zambos de la Calle Suspiro con quienes solía jugar fútbol, apreció que el Jirón Junín pierde su línea recta en forma intencionada y no es para menos, a pocos metros, en una esquina,  se encuentra la piedra  del diablo,  horadada quizás por la paciente labor  de algún río, era parte de la gran huaca de los Barrios Altos y fue tal el respeto que los  españoles  no la pudieron mover de su sitio original, prefirieron que la manzana tuviera una esquina pronunciada y que el Jirón Huanta doblara su trayectoria antes que remover el mencionado ídolo.

Muchas habrían sido las razones para que la piedra no fuera sacada de aquel lugar; era hija del dios hacedor del universo, Pachacamac (4)  y de la Pachamama (5); con la llegada de los europeos y la extirpación de idolatrías, los cristianos intentaron removerla pero desistieron tras numerosos intentos, el primero ocurrió cuando Hernando Pizarro se dirigía a Pachacamac en 1533 y  al pretender destruir tal ídolo, se suscitó tal movimiento telúrico que decidieron dejarlo para otra oportunidad; la segunda vez fue en 1555 cuando unos clérigos  ordenaron mover dicha piedra y nuevamente la tierra tembló. 

En 1569, siendo Virrey del Perú don Francisco de Toledo, solicitó la instalación del Santo Oficio y que se removiera la mencionada piedra, el encargado fue  Andrés de Bustamante pero  murió en el trayecto a Lima, mientras,  la  ciudad volvía a temblar. A Carlos le contaron que la última vez que intentaron  impugnar aquella herejía fue en 1678 siendo Virrey don Melchor de Navarra y Rocafull, hubo tal terremoto que  nunca más se intentó mover el ídolo; el Santo Oficio amenazó con castigar a quienes comentaran aquellos sucesos,  lo ocurrido se guardó en el anonimato,  se disfrazó de leyenda, la piedra que la autoridad perdonó añoraba su antigua veneración,  desnuda  se resignó a que  la luna y el sol la alumbrasen  hasta nuestros días. De tantos ídolos que hubo en la mencionada huaca, fue el único que se salvó de ser destrozado o desaparecido.

Carlos seguía esperando en aquella esquina, sintió un poco de frío y una tristeza impersonal, miró una vez más un larguísimo balcón en la Calle Suspiro y a pocos pasos encontró lo que era un antiguo restaurante que atendía hasta  la madrugada, lo llamaban el restaurante del Nisan, producto de una  deformación de la palabra japonesa Onisan que en castellano expresa “hermano mayor”. Sus amigos no llegaban, Carlos miraba  la acera del frente buscando una pequeña dulcería de un japonés  que solía ofrecer el mejor champús de Lima; como buen vecino de los Barrios Altos,  lo frecuentaba con deleite en busca de una mazamorra morada, un arroz con leche o un champús caliente en una noche de invierno,  el apostaba por el último, dicha exquisitez proviene de tiempos ancestrales y se habría consumido en los países andinos desde épocas pre incaicas; la base siempre fue la harina de maíz, granos de mote (6), sacha canela o ishpingo y alguna fruta de la región como la guanábana (7)  o la piña; con la llegada de las cocineras moras y las esclavas africanas, se habrían añadido el membrillo, la manzana, la naranja o limón, el clavo de olor y la canela molida; fue una  frustración ver  que aquella dulcería había cerrado.

Minutos después, Carlos fijó su mirada en  la mencionada piedra  horadada, dimensionó su altura como poco más de un metro por ochenta centímetros de ancho, anterior a los hombres, quizás   millones de años y compuesta por minerales ferro-magnésicos y cuarzo que explicarían su dureza y color, superficie pulida por el tiempo más que  por la labor humana,  recordó que nadie sabía de dónde provenía esa piedra, pero que era famosa por la narración del tradicionalista Ricardo Palma quien escribió  que una vez el diablo se encontraba merodeando y tentando a los limeños pecadores,  mientras caminaba muy campante  por el Jirón Junín, notó que la procesión de la Virgen del Carmen se le acercaba, volteó  y por la Calle Rastro de la Huaquilla se le acercaba la procesión del Señor de los Milagros; ante tal demostración de fe y devoción no le quedó más que huir haciendo un orificio en aquella piedra  y aparecer en la otra calle, el diablo dio un  suspiro tan fuerte  que toda la ciudad de Lima lo escuchó, desde aquella vez esas calles quedaron bautizadas  como Suspiro y como de la Piedra horadada.

Carlos divisó de pronto a unos jóvenes miccionando sobre la mencionada piedra, se acercó para llamarles la atención,  los mozalbetes en forma irrespetuosa se hicieron los que no le escuchaban; la piedra no se  quejó, hacía tiempo que había dejado que le olviden los días, yacía acostada en una esquina. El visitante recordó que los Barrios Altos siempre fueron  considerados barrios de gente brava,  que no le tenían miedo a nada y por eso algunos orinaban  en ciertas esquinas más por el rezago animal de demarcar un territorio que por necesidad.

Pasaban las horas  y no llegaban sus  amigos,  poco a poco Carlos se fue contaminando de ansiedad, sintió una ansia atolondrada de huir y al mismo tiempo de permanecer, fatigó sus pasos  hacia el atrio de la iglesia del Carmen,  estaba armado  un gran tabladillo a modo de estrado;  los cantantes criollos rendían sus primeras melodías a la patrona de los Barrios Altos, la Virgen del Carmen. Le llamó la atención  la cantidad de vianderas que ofrecían exquisitos platos de cocina criolla, destacaba la papa a la huancaína, el jamón del país y el arroz con pato.  Carlos se paró frente a una  morena que azuzaba un fogón de carbón con un abanico de totora prensada, vigorosas llamas se levantaban sobre la parrilla que sostenía anticuchos, choncholíes (8),  papas y choclos.  

El visitante recordó que el anticucho peruano se hacía con trozos de corazón  vacuno, delicadamente despojados de nervios, grasa,  venas y  macerados previamente en una mezcla de ajo, ají panca, vinagre, pimienta, comino, orégano y vino o cerveza negra; en el incanato ya se consumía en modalidad de carne de llama macerada en ají panca, hierbas aromáticas, chicha de jora y provendría de la palabra quechua “anti kuchu” que querría decir potaje y mezcla; la diferencia del anticucho peruano respecto a otros pinchos de países vecinos seria la mencionada  maceración resaltando el ají panca, la chicha de jora y las hierbas aromáticas  que provienen de tiempos pre-incaicos. La vendedora  con gran destreza volteaba con una mano los pinchos mientras con la otra controlaba el fuego, dominaba el arte de saber el momento apropiado antes que se seque y endurezca la carne. Carlos solicitó un par de anticuchos pero la vendedora priorizaba su atención hacia quienes pidieron  antes, súbitamente el visitante recordó la cita con sus amigos y se encaminó hacia la piedra horadada, a  veinte metros divisó a sus amigos ubicados al costado de  la mencionada piedra, acababan de llegar. Fluía clamorosa la noche, la concurrencia  se había acentuado mientras los cantantes criollos levantaban el ánimo del público, como años atrás,  los amigos se habían situado en un lugar estratégico dominando los distintos escenarios, los unía un común propósito.

-Aquí me tiraron arroz varias veces –dijo César rememorando amores frustrados.

-Aquí quedaba la cochera donde guardaba mi primer auto –dijo Pedro.

-Ahora es una gasolinera –replicó Rafael.

-Calentemos motores –dijo César mientras abría una botella de pisco y  se servía el mismo en la tapa.

-¡Puro!, así beben los que conocen –añadió Rafael.

-En este lugar acordamos reunirnos cada quince de julio, en  la verbena de la Virgen del Carmen –dijo Pedro mientras bebía con imprevisto entusiasmo.

En esos momentos se escuchó aplausos ensordecedores, y no era para menos el público recibía a un zambo blanco, personaje de la canción criolla.

-Ese cantante pidió a mi tío que le confeccionara un traje, al recibirlo dijo: “Ya regreso” y nunca más apareció –dijo Rafael.

-Así son algunos criollos; en primaria  me preguntaron quienes eran los criollos y respondí “cantantes y jaraneros”, me desaprobaron pues la pregunta se refería a los hijos de los españoles nacidos en América –contestó César.

-Cualquiera que toca guitarra o cajón se cree criollo, siendo negros, cholos o chinos –añadió Rafael, una fuerte carcajada estalló entre los amigos.

-Los acriollados suelen ser más pícaros, como algunos descendientes de chinos y japoneses que son  más avispados que los mismos negros –complementó Pedro.  

Llegada las diez de la noche el ambiente de la verbena estaba en su punto, añejos cantantes criollos improvisaban duelos de melodías ante el público.

-En esta  esquina se bifurcaba el antiguo río Huatica (9), una derivación se dirigía al sur,  hacia  La Victoria y la otra hacia el oeste, la Plaza Mayor –dijo César.

-¿Recuerdan los pececillos que pescábamos en el río Rímac? –dijo Pedro.

-Claro, que lindas épocas, mi abuelo me contó que en su niñez también hubo   camarones –añadió César.

-Los únicos que quedan son los que se cuelan a las fiestas –complementó Rafael.

-Mi abuelo me dijo que bajo esta piedra hay canales subterráneos, al abrir compuertas más arriba ocasionaba sonidos como si la piedra hablara –dijo César.

-¿Recuerdan al hombre y mujer sin cabeza  que muchos vimos? –preguntó César

-Claro, como no, esos aparecidos de la casona del jirón Huallaga no dejaban dormir tranquilo, ¿se acuerdan de machazo? –preguntó Rafael

-Ese ingenuo vigilante dijo ser muy macho y la primera noche salió corriendo  en calzoncillos –contestó Pedro.

-Si, en esa casona ocurrían hechos sobrenaturales, a mí se me dobló una cruz de acero mientras colgaba de mi cuello –añadió César.

Los amigos estaban tan identificados entre sí que recordaban  como cosa propia las experiencias ajenas, los minutos  transcurrían entre  sonrisas mientras se acercaba el momento culminante  de los fuegos artificiales y tras ello una paloma blanca volaría hacia el firmamento; quien  más disfrutaba era Carlos.

-El lugar que pisamos es sagrado,  miles de indios  depositaron su fe en estas huacas, la piedra horadada estaba relacionada con el santuario de Pachacamac, el más famoso centro de peregrinaje de América pre-Hispánica –dijo César.

-En la primaria, los muchachos  solíamos  pasar nuestros  cuadernos de estudios por el orificio de la piedra a fin de aprobar el año escolar –dijo Pedro.

-Sí,  también  pasábamos las zapatillas de fútbol para anotar algún gol –complementó Rafael.

-El tiempo opacó su antigua veneración y agravó su condición convirtiéndola en meadero por eso apareció el mito de que quien orinara allí sufriría penosas enfermedades venéreas –añadió Pedro.

Llegó la medianoche y mientras los fuegos artificiales iluminaban el cielo se dejaba escuchar la canción: “Vamos a la fiesta del Carmen, negrita, vamos que se acaba ya la procesión, vamos a bañarnos en agua bendita a ver si podemos lograr el perdón…”.

Los viejos amigos se acercaron a la piedra,  pusieron sus manos sobre ella,  sintieron como si se  moviera y seguidamente escucharon sonidos cual si fueran palabras. Sus ojos se llenaron de lágrimas, exhalaron un   suspiro, se abrazaron y repetían que la piedra había hablado y que  Carlos, su finado amigo, había   compartido esos  momentos.

También  Carlos había cumplido con re encontrase con sus amigos tal cual una vez se prometieron; la algarabía de la verbena proseguía mientras a pocos metros unos vecinos entonaban otra canción a la Virgen del Carmen “…ay si, ay no, las cosas que cuento yo, ay si, ay no, por ser la Madre de Dios…” 




1.    Huaca o guaca: santuario PRE-hispánico, comúnmente pirámides truncas,  monolitos de piedra, sepulcros.
2.    Chavín: Cultura PRE-incaica de influencia pan andina, floreció  aproximadamente desde el año 1500 A.C. hasta 500 D.C.
3.    Wari: Cultura PRE-incaica de influencia pan andina, aproximadamente desde el año 500 hasta el 1200 D.C.
4.    Pachacamac: Dios PRE-incaico, creador del universo. Santuario a 13 Km. al sur de Lima.
5.    Pachamama: Madre tierra desde la cosmovisión PRE-incaica. Origen y fin de la vida.
6.    Mote: Maíz desgranado y cocido, sea tierno o maduro, con cáscara o pelado que se emplea en algunas regiones de América Meridional.
7.    Guanábana: Anona muricata, fruta del guanábano,  exótica fruta de la familia de la chirimoya, fruto acorazado de corteza verdosa, con púas débiles, pulpa blanca de sabor muy grato, refrigerante, dulce y de semillas negras. Originaria de centro y sur América.
8.    Choncholí ó chunchuli: Tripas de  vacuno o carnero maceradas en ají panca y demás condimentos. Se cocinan sobre parrilla al carbón.
9.    Huatica: Derivación del río Rímac, regadío pre-hispánico en la ciudad de Lima.

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