martes, 15 de noviembre de 2011

Una vida perfecta…

Nora Llanos


Amelia desliza amorosamente los dedos entre los cabellos sedosos de la pequeña Isabela, mientras contempla con placer el hermoso jardín que se extiende frente a la terraza... rosas, jazmines y buganvillas, arbustos poblados de coloridas florecitas y toda suerte de plantas de hojas grandes o menudas, algunas exuberantes, armoniosamente dispuestas en las esquinas y otras sencillas que enmarcan una pileta central, destinada a brindar agua fresca al sinnúmero de pajaritos que han hecho del jardín su hábitat permanente… -qué hermoso es mi jardín -piensa Amelia, aspirando con deleite los aromas dulces, cítricos y afrutados que invaden el ambiente… recorriendo  la vista por cada rincón hasta detenerse en la carita sonrosada de Isabela … -¡la vida es perfecta! -se dice en voz alta-  pero  inmediatamente recuerda que no siempre fue así…

Cuando conoció a Daniel,  la casa que compartía con sus padres  lucía envejecida, descolorida y desgastada… el jardín era casi un terreno baldío, con algunas pocas plantas, desordenadas y mustias.  Amelia se sintió un poco avergonzada la primera vez que Daniel la visitó en su casa, temiendo causarle una mala impresión, pero Daniel, varios años mayor que ella, era un hombre de mundo, un comerciante próspero que sabía apreciar las cosas buenas de la vida.

-¡Qué hermosa casona, Amelia! –le había dicho con emoción, tan pronto transpusieron el muro que resguarda la casa –es realmente bella –debe haber sido maravillosa algunos años atrás.

-Es cierto, era muy hermosa, pero desde que falleció mi padre, no hemos podido mantenerla como es debido… aunque no es muy grande, requiere mucho trabajo y dinero… tal vez algún día logremos recuperarla.

El padre de Amelia había fallecido tempranamente,  dejando a su esposa Martha y a sus dos hijas, apenas  lo necesario para salir adelante.  Amelia, había logrado terminar sus estudios de traductora y a los veinticinco años, además de trabajar en un colegio privado para señoritas, daba clases particulares de inglés; estos ingresos le permitían sostener a su madre y a su hermanita Lidia, de tan solo doce años,  pero el dinero era insuficiente para mantener aquella casa, llena de detalles exquisitos, pisos de madera pulida, mosaicos, mármol, grandes ventanales, costosas lámparas y fina mueblería… poco a poco se había ido deteriorando y perdiendo el esplendor que alguna vez cautivó a quienes la visitaban.  A pesar de todo lo perdido,  Amelia era una joven feliz,  amaba y respetaba a su madre sobre todas las cosas y sentía por Lidia un afecto casi maternal… ella y su madre le  prodigaban  todos los mimos y cuidados para compensarla por la ausencia del padre… era una niña preciosa, de cabellos hermosos, sonrisa perfecta y mirada traviesa.

Daniel se había enamorado profundamente de Amelia desde el primer instante en que la vio, esbelta, de facciones agradables y modales delicados, Amelia era una joven educada, culta y muy inteligente. Pronto, el enamoramiento se convirtió en noviazgo y en poco tiempo se realizaba una boda sencilla, pero  sobria y encantadora.  Amelia, había aceptado el matrimonio, con  la condición de que su madre y hermana vivirían bajo su amparo y que todos ocuparían la casona… -Ya que no tenemos fortuna  –les había dicho la madre de Amelia –ésta casa es nuestro aporte para su matrimonio-   Daniel estaba encantado. La casa era lo suficientemente grande para que él y Amelia pudieran gozar de la privacidad necesaria y también brindaría a la madre y hermana de su esposa un espacio independiente;  por otro lado, él había quedado prendado de la casa y estaba dispuesto a invertir el dinero que fuere necesario para recuperarla… más adelante  valdría una fortuna y estando casados,  pasaría a ser propiedad de él y de Amelia… 

Durante largos meses habían sufrido la incomodidad de los trabajos de restauración, pero cada día, ante sus ojos, la vieja casona parecía despertar de un largo sueño.   Amelia con la ayuda de su madre, se hizo cargo del jardín y en poco tiempo, bajo la mano experta de un buen jardinero,  se cubrió de frescor, vivos colores y deliciosos aromas… -¡la vida es perfecta! –pensaba Daniel, contemplando los cambios…

…pero nada es perfecto… la vida siempre se encarga de matizar nuestro recorrido por este mundo con lágrimas y risas, triunfos y sinsabores.  Pasaron los meses y luego los años, sin preocupaciones financieras para la nueva familia,  la habilidad para los negocios de Daniel, sumada al status social de Amelia, los habían ubicado en un buen círculo de amigos, lo que les permitía gozar de entretenimiento y de actividades placenteras, a la par que brindaban a Daniel toda suerte de oportunidades para crecer financieramente… pero una sombra les robaba la felicidad… no tenían hijos y todos los esfuerzos para lograrlo, habían fracasado. Amelia era totalmente estéril y no encontraba resignación.  Su tristeza era conmovedora y parecía no tener fin.

También era muy duro para Daniel aceptar que nunca tendrían hijos, pero procuraba mantener la calma, pues sabía que para Amelia el dolor era insoportable  y trataba de consolarla  ofreciéndole viajes, paseos, visitas que ella no aceptaba o lo hacía sin entusiasmo.  Poco a poco Amelia había ido dejando todas las actividades que tanto amaba, el cuidado de Lidia,  el trabajo con las niñas, el arreglo del jardín, las reuniones con las amigas, especialmente de aquellas que ya eran madres y se fue sumiendo en un silencio obstinado del que no lograban apartarla.  ¡Cuánto sufría Daniel con el pesar de Amelia!…su relación de pareja había desaparecido,  la estaba perdiendo y cansado de no obtener ningún resultado,  dejó de luchar y  pasaba largas horas fuera del hogar, so pretexto de tener obligaciones impostergables.

-Amelia, tienes que sobreponerte, mira cómo estás de pálida y desencajada… la vida continúa y tú tienes que ser parte de ella y aprender a ser feliz con todo lo bueno que Dios te ha dado y aceptar aquello que ya no puedes cambiar –decía la madre, sabiendo que no obtendría respuesta  –Tu esposo es un hombre joven aún y atractivo, te necesita como esposa, como mujer, como amiga…  vas a perderlo Amelia… ¿es que acaso no lo amas?...  -¿te has dado cuenta que pasa mucho tiempo fuera de la casa y también algunos fines de semana?-  Amelia no respondió, pero sus manos se agitaron en sobresalto…

A partir de aquel momento, Amelia empezó a dar muestras de que iniciaba su recuperación… el duelo por la pérdida de su posibilidad de ser madre había sido largo, muy largo.  De allí en adelante, cada día esperaba a Daniel hasta muy tarde en la noche y cuando lo sentía llegar, se preparaba para hablar con él, pero sus pasos no se detenían en la puerta de la habitación matrimonial… se alejaban y se perdían  rumbo a la salita de estudio, donde hacía muchos meses pasaba las noches, lejos de ella y de su amargura… cuando se encontraban frente a frente,  Daniel la rehuía, esquivaba la mirada y luego se encerraba en el Estudio hasta el siguiente día.  

-¿Cuánto tiempo había pasado desde que se casaron?, ¿nueve, diez años?-  se preguntaba Amelia con los ojos fijos en la puerta de entrada ubicada al otro extremo  del jardín,  esperando ver llegar a Daniel,  oculta tras la cortina de la ventana de su habitación, para no ser vista.   Una noche, ya muy tarde y cuando estaba a punto de volver a la cama, sintió que Daniel regresaba… era un buen momento… quería llorar entre sus brazos y gritar su pena y su frustración…y también tenía que pedirle perdón,  decirle que lo amaba y que dedicaría su vida a hacerlo feliz.   De pronto divisa una silueta que sigilosa se desliza por el jardín… la figura esbelta, los pasos leves y ágiles, la cabellera suelta… es Lidia, la pequeña Lidia… -¿pequeña?... ya es una mujer y muy hermosa por cierto… -qué absurda he sido –piensa Amelia –qué egoísta he sido pensando solo en mi dolor, ignorando a los demás que también sufren con mi pena.  

Lidia se ha convertido en una mujer indudablemente atractiva, vanidosa y sensual, a pesar de que aún no cumple veintidós años… ¿cuándo creció Lidia? –se pregunta Amelia desconcertada, recordando que su madre algunas veces le había manifestado su preocupación por Lidia, sus constantes salidas y los amigos que frecuentaba, desconocidos para ambas.     La sombra se desplaza pegada a las enredaderas, por debajo de las buganvillas y allí espera… de  pronto aparece Daniel y cruza el jardín a grandes pasos… las dos sombras se encuentran, parece que discuten pero unos segundos  después se abrazan estrechamente y luego se ocultan.  Amelia está paralizada… no puede creer lo que sus ojos ven…el corazón amenaza con saltarle del pecho y un temblor frío le recorre el cuerpo… por un instante siente que el piso se hunde bajo sus pies, se tambalea y finalmente cae sobre la cama y permanece muda, destrozada, temblorosa…  y así la encuentra el alba.

 Los días siguientes transcurren para Amelia como en medio de un sopor… incapaz de pensar con claridad, ni siquiera de llorar… negándose a todo alimento, enclaustrada en su habitación, pareciera a punto de perder la cordura.   Daniel, triste, preocupado,  atiende los ruegos de la madre, busca a Amelia para tratar de rescatarla…  después de mucho tiempo se miran directamente  a los ojos y Daniel se sobresalta… algo pasa… Amelia lo confronta  sin rodeos, lanzándole a la cara su vileza y su traición. Daniel cae de rodillas y confiesa su pecado… no es amor lo que siente por Lidia, es pasión que poco a poco se apaga… es a Amelia a quien ama… y a pesar del dolor casi insoportable, una llama de esperanza se enciende en el corazón de la mujer burlada… pero aún falta el golpe de gracia… las palabras de Daniel la alcanzan como un rayo…  es tarde,  una vida ya se agita en el vientre de Lidia.   Daniel  inclina la cabeza en silencio,  no soporta mirarla a los ojos…  la mirada dulce, generosa y transparente de Amelia, se ha ido… ahora tiene una mirada obscura,  impenetrable, casi agresiva… y como un  animal herido se acurruca en un rincón, esperando la muerte o la cura.

Pasan los días inexorables para Amelia y como reflejo de su alma en pena, la casa se apaga y el jardín se marchita…. dentro de aquellos muros se desata una gran batalla de odios y amores en conflicto… no hay tregua ni hay esperanza... pero la mente de Amelia no descansa…  calcula… intriga…trama. Ya no es el alma generosa y sensible que todos admiran… es un ser sediento de venganza.

-Ven aquí nena-  dice Amelia, extendiendo los brazos a Isabela que corre hacia ella y la colma de besos…

-Tu padre está a punto de venir, es hora de ir al colegio, mi cielo- y la nena la abraza y le sonríe y Amelia tiembla de emoción y de contento y su mirada parece decir -¡victoria…quien ríe al último, ríe mejor¡

Daniel se acerca con la cabeza gacha…  ha perdido la juventud y el brillo en la mirada… apenas si roza la mejilla de Amelia con un beso, toma a Isabela y se marchan…

-¡Dios te bendiga, eres una Santa!, le dice su madre… Amelia apenas sonríe, rehuyendo la mirada… contempla el jardín, luego  la casa y su mirada se detiene en una ventana… detrás de la cortina se esconde una sombra que las observa cada mañana… ¡Es una vida perfecta…absolutamente perfecta!... susurra Amelia, esbozando una sonrisa amarga…  el corazón de su madre sangra. 

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