Antonio Bardales
Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh! exclama en silencio y sintió la necesidad de sentarse. Suspiró mientras pensaba en ella. La caminata de la mañana tenía consecuencias. El dolor de pies era intenso. La visita a los juzgados venció su buen estado físico. Examinó la billetera. El dinero no alcanza, ¿cómo compraré el anillo? El teléfono timbró. Clavó la mirada en el amarillento, ruidoso y antiguo aparato. No le quedó otra y afirmó: Hay que trabajar.
- Aló – dijo él, y se acomodaba para encender el ordenador.
- Sí, buenas tardes con el doctor Carmelo.
- Con él habla, en que puedo ayudar – sentenció con amargura.
- Doctor, llamo para hacer una consulta laboral – manifestó con ansiedad la interlocutora.
En cambio, él revivía el mismo pensamiento de siempre: “Una consulta laboral. Acaso me llamarías para otra cosa”.
- Doctor, somos antiguos socios del gremio. Nuestro número de registro es el 666.
Entretanto, las frases que evocó se nutrían de una ágil y precoz reflexión: “Mira que antigua es tu empresa, cuánto tiempo de existencia. Haber veamos, que nos toca, despedir a alguien, reducir la remuneración a otro, generar pruebas falsas para algún obrero, no pagar el primero de mayo – un imposible jurídico, ya es agosto - ¿Qué me pedirás? Tendré la respuesta, o te habré brindado un mal servicio porque no dije lo que deseas”.
- Uhmmmm... ¿Qué número de registro? ¿Aló? – el vetusto aparato no permitía una comunicación eficiente.
- Sí, doctor ¿Me escucha? El número de registro como le dije es el 666.
- Jejeje... Un número cabalístico, ¿no? Permítame unos segundos – intencionalmente, como buscando un momento de descanso, se tomó un tiempo, pese a que la vetusta y arcaica Pentium IV ya le había informado que la empresa se encontraba al día en las cuotas.
- ¿Aló?
- Sí ¿Doctor?
- Dígame. Escucho.
- Doctor, queremos que nos confirme sí ya aumentó la remuneración mínima o todavía.
- No, el gobierno no publica el decreto del aumento. Según se comenta, aumentarán la remuneración mínima a finales de este mes – informaba con cierta satisfacción, a la par que ojeaba el titular de primera plana en el diario: “A fin de mes, decreto que ordena el aumento de la RMV, según fuentes cercanas a palacio”.
- Ósea, para despedir arbitrariamente a unos trabajadores que me generan muchos sobrecostos, usted sabe CTS, gratificaciones, utilidades, EsSalud, negociación colectiva, etc. – no, no sé. Soy trabajador en esta oficina y el dinero no alcanza, opinó para sus fueros - y reemplazarlo por otro mediante locación de servicios, tendría que pagarles, ¿cuánto por cada año?
- A ver dígame, se trata de trabajadores con contrato modal o a tiempo indefinido – interrogó flemáticamente.
- Doctor, son cincuenta y cuatro trabajadores a tiempo indefinido y seis con contrato modal.
- Escucho – inquirió.
Y seguidamente, la señora mencionó:
- De los cincuenta y cuatro, treinta trabajan en la empresa hace veinticinco años y son del sindicato, los otros veinticuatro, son nuevos y por error los contratamos indefinidamente. Los otros seis se encuentran contratados a tiempo fijo, es decir, con contrato modal – sentenció ella.
- Entiendo – y a continuación preguntó – de los treinta trabajadores o trabajadoras – siempre cuidaba de no vulnerar el tema de género – ¿Cuántos son dirigentes sindicales?
- Doctor, ninguno es dirigente sindical.
- Entonces... – insinuó con voz parsimoniosa, cálida y refrescante, como si de dos amantes se tratarán.
- Doctor, usted no se pierde una, ¿no?
- ¡Perdón! – exclamó él.
- Doctor, ninguno es dirigente sindical. Bueno, seré clara. Lo que pretende el gerente general es desintegrar el sindicato y queríamos saber la forma adecuada para evitarnos contingencias. Las negociaciones colectivas y las normas laborales nos generan muchos gastos, y de acuerdo a los análisis que hemos efectuado, trabajadores con locación de servicios serían más eficientes que los que tenemos.
- Interesante reflexión ¿Ustedes saben las consecuencias legales de esa forma de gestionar? – prudentemente indicó.
- Sí, conocemos a la perfección que las multas oscilan hasta cincuenta mil soles, y encima de ello, pueden reponer a los trabajadores, argumentando que existe estabilidad absoluta.
- Entonces, ¿qué sentido tiene despedirlos?
- Doctor, la crisis y la competencia nos obliga a ello, y en esta coyuntura no queremos sindicato. Capaz tenemos suerte y no pasa nada, y sobre todo ahorramos, pues en estos días, la Regional de Trabajo no tiene recursos para inspeccionar ¿Entiende? ¡Puede responder a nuestra consulta!
- Tiene usted razón – señaló apesadumbrado - Esta bien, espéreme dos segundos.
Acto seguido, giró a la izquierda del escritorio. Abrió la gaveta del archivador, y entre una bruma de papeles desorganizados, ubicó el compendio de normas legales. Buscó la referencia. La ubicó. Ya lo tengo - pronunció.
- ¿Aló?
- Sí, doctor dígame.
- Mire desorganizar un sindicato depende de la gestión que se realice, pues no existe formula, algo como el dos más dos es cuatro, así que lamentablemente no tengo respuesta legal.
- Doctor, lo sé. Y esa no era la consulta ...
- ¡Ya! Miré el artículo 38° del Texto Único Ordenado del Decreto Legislativo N° 728, Ley de Productividad y Competitividad Laboral, usted sabe el Decreto Supremo N° 003-97-TR – declaró con cierta ironía -, dice expresamente que:
“La indemnización por despido arbitrario es equivalente a una remuneración y media ordinaria mensual por cada año completo de servicios con un máximo de doce (12) remuneraciones. Las fracciones de año se abonan por dozavos y treintavos, según corresponda”.
- ¿Osea? – cuestionó la interlocutora.
- Ello significa que tendrá que cancelar por despido intempestivo a quienes han laborado por veinticinco años una indemnización equivalente a doce remuneraciones. Si tenemos en cuenta que perciben la remuneración mínima que asciende a seiscientos nuevos soles, tendrán que cancelar por concepto de despido arbitrario a cada uno de vuestros colaboradores un monto equivalente a los siete mil doscientos nuevos soles.
- Doctor usted me esta hablando de despido intempestivo, ¿qué es eso? La consulta se refiere al monto que debo cancelar por despido arbitrario – la voz iracunda sentenció.
- Disculpe, despido intempestivo es lo mismo que el arbitrario …
- ¡Oh! Siga …
- Ahora con relación a los otros veinticuatro trabajadores deberán pagarle por fracciones de año ¿Conoce la fórmula?
- Si doctor, la acabó de recordar.
- Bien, muy bien.
- Me podría indicar, ¿cómo se cancela a los que están con contrato a tiempo modal?
- Uy, caray me olvidaba. Fíjese, el mismo decreto en el artículo 76° prescribe que:
“Si el empleador vencido el período de prueba resolviera arbitrariamente el contrato, deberá abonar al trabajador una indemnización equivalente a una remuneración y media ordinaria mensual por cada mes dejado de laborar hasta el vencimiento del contrato, con el límite de doce (12) remuneraciones”
- Entonces...
- Entonces, deberá verificar por cuanto tiempo renovó o celebró el contrato, por ejemplo, si faltan tres meses para que culmine el contrato, deberá pagar una remuneración y media por cada mes que falta para que termine el plazo contractual celebrado – aseveró con cansancio.
- ¡Listo!, gracias.
- Ok ¿En algo más puedo ayudar?
- No – y la señora cortó la comunicación.
Carmelo con el auricular en la mano estaba sorprendido por la forma imprevista en que terminó la conexión. Nuevamente exhaló. Observó fijamente el receptor del teléfono, face to face con ese aparato, y colgó. Cerró los ojos, y comenzó a sentir como el aire alimentaba su ser. De pronto, vibró el celular. Separó del estuche al moderno aparato que colgaba en el cinturón. Antes de contestar, a diferencia de la anterior llamada, sí podía elegir si respondía o no. Para tomar una decisión, verificó quien era el nuevo interlocutor y observó: Joaquín Castellares Patrón / 989 853333. Dudo en contestar. Sabía que podría tratarse de nuevas noticias o de más trabajo sin paga. El móvil seguía en una danza feroz. Al final, se animó.
- ¿Aló? – pronunció con voz adusta y seria, como si la llamada fuera de un desconocido.
- Carmelito ¿Qué haces?
- Hola. Aquí. Trabajando. La misma huevada de siempre, en fin, tú sabes.
- ¡Puta mare! Si on. Oe, sabes, acabó de salir de la oficina del won.
- Y, ¿cómo te fue? ¿Qué te propuso?
- Nada el hijo de su madrecita, me dio un sermón. Que aprendiera a vivir con mis tres mil soles mensuales, sólo porque es congresista, gana quince mil soles y porque además está viejo, no le pude decir nada. Me quede callado, escuchándolo. Hasta que me despedí. Pucha, ya no se qué voy hacer, la hipoteca, me está matando, además de los otros gastos. Con lo que gana Romina no alcanza. Sabes, es jodido, no te cases.
- ¿Sí? ¿No? ¿Dónde estás?
- Estoy saliendo del centro. No te digo que acabo de salir de la oficina del tío ese, ya me asustas, ¿me estas tomando atención? Carajo que frío hace. Está a punto de llover.
- Sí, tienes razón. Acabo de recordarlo. Bueno, paciencia y buen humor ¿Dónde vas almorzar? Un sancochado no te caería nada mal. El frío de Lima está que mata. Si las ventanas de la oficina están que zumban sin cesar. Pareciera que va a ver temblor.
- Sí, el frío y la humedad me tienen como tieso. Estoy en el taxi rumbo a la jato. Me están esperando.
- ¿Te veo en la noche?
- Capaz… Romina empezó las clases en la maestría. Carajo como se paga en esa universidad y al bebé no lo puedo dejar sólo con la chica, y peor, cerca de las once debo ir a recogerla a la U.
- De todos modos te llamó, para ver si paso por tu casa y conversamos.
- ¡Ya!. Salé. Estamos en contacto.
Se cortó la comunicación. Fijó la mirada en el reloj y el aparato marcaba la una de la tarde. Jadeó. Abre su flamante billetera. Ni un penique – balbuceó. Hora de ir al banco a ver si han depositado. Toma el saco. Se lo puso. Comunicó a la secretaria que se iba a almorzar. Observa el cielo gris. Y sale. Caminaba lentamente. La única compañía eran sus reflexiones. Transitaba, entre los titanes de vidrio y cemento, como buscando algo en el piso.
Vamos a ver me caso no me caso convivo no convivo qué dilema el convivir está vetado por la costumbre tradición crianza que se yo de su madre así que sólo me queda el matrimonio compro ahora el anillo o no qué problema.
- ¡Hey! Carmelo ¿Qué haces? – escuchó que le gritaban desde la otra acera.
Alzó la cabeza. Las reflexiones terminaron. En un inició no reconoció a la persona que estrepitosamente lo llamaba en plena zona empresarial de San Isidro. Aunque, luego de un esfuerzo visual y mental que no significo más que una pequeña expiación de recuerdos, lo ubicó. Sin otra alternativa cruzó la pista y lo abrazó.
- ¿Qué tal? ¿Cómo vas en la ONG? – preguntó Carmelo.
- Jodido. La cooperación extranjera no envía fondos y además tengo muchos problemas, me consideran liberal – lo dijo con una sonrisa - no como usted. Carajo. Asesor de empresas, buen puesto tío. Qué buena vida ¿Vas almorzar?
- Asesor de empresas, ¡va! Tú sabes como es la situación – lo emplazó.
- Mentira. No te amargues sólo jugaba ¿Comes? O, ¿no?
- Oye me entere que Robert no ganó ninguna curul en el congreso, y lo veo salir en los periódicos con declaraciones diarias y ahora, ¿a dónde están apuntando? – observó con sarcasmo.
- Jejejeje… Sapo eres. Ya deja la burla que te habíamos prometido un puesto de asesor a nuestro lado si ganábamos, y ahora estas con esa vaina.
- Yo sólo preguntaba. Cuenta pes.
- Carajo que insistente.
- Sí pues, tantos años, y sigues con la misma pose. Oye enano habla.
- Para qué quieres saber.
- Y ahora, porqué me preguntas eso. Puta mare qué falta de confianza.
Contempló los ojos de Ramón y esté con algún tono de autoridad respondió:
- Estamos apuntando a la Defensoría. Si Robert gana, te pondremos en la Adjuntía de Derechos Humanos ¿Qué dices? ¿Aceptarías?
- Tengo ganas de un sancochado. El frio está que me mata. No quieres acompañarme a almorzar.
- Carmelo ¡Habla! ¿Nos acompañarías?
- Luego lo conversamos, ¿qué dices?
- Jajajajaja… Cómo evades, ¿no? Igual nos acompañarás. Además, tú nunca decides, ¿recuerdas la última vez que te acomodamos? Fuiste feliz y no lo niegues.
- Lo discutimos después. Franco que sí. Ahora sólo quiero comer.
- Está bien. Te llamo luego. Y ya no te comportes como una niña y contesta el teléfono.
- En los últimos días no me has llamado, así que no te quejes. Quejona – claro, para que te voy a contestar si lo único que haces es darme trabajo y yo como huevas lo hago gratis, aseveraba con intensidad en sus pensamientos.
- Sí te llamé. Bueno, bueno, bueno. En mentiroso te estás convirtiendo ¿Con quién andarás?
- Contigo pues…
- Sólo contesta el teléfono.
- Está bien, lo intentaré – ¿te contestaré?, ¿no lo sé?
Se abrazaron y en sentido contrario cada quien siguió su camino como dos senderos que se bifurcan. Las ramas de los pocos árboles que siguen de pie en la avenida se agitaban con fuerza, como reclamando espacio y libertad entre tanta construcción cosmopolita. Caminó hacia el banco. Esta vez lo hacía con ligereza, sin dar tregua a los pensamientos. En el cajero. Un desastre. No habían depositado los trescientos soles que le pagaban por la asesoría independiente. La furia lo embargo. Un mes de trabajo, reuniones aquí y allá, escritos, negociaciones, se pasa este huevón, pensó. Qué difícil es conseguir dinero lícito, más rentable es el trabajo como testaferro, rápido y seguro. Pese a sus reflexiones, cogió el celular y marco.
- Buenas tardes.
- Te habla Carmelo ¿Qué paso?
- Hola. Esteeee…las lechugas no se han vendido. Estamos mal…
- Cuando no se vendan los tomates me avisas. Andrés ha pasado una semana y me dices lo mismo. Son sólo trescientos soles, quiero que me pagues. No es posible que todos los meses te este llamando para cobrar. Estoy mendigando por mi trabajo.
- Disculpa Carmelo. Sólo tengo dólares y no soles.
- Eso a mí que me importa ¡Págame!
- Tienes que abrir una cuenta en dólares y deposito.
- Han pasado cuarenta y cinco días, y recién ahora me dices que tengo que abrir una cuenta en dólares. Ahora quiero que me pagues en soles. No me importa cómo, pero me pagas.
- Carmelo…
Mira el aparato, y cuelga. No transcurrieron ni unos segundos y vibró el celular. No ojeó la pantalla del dispositivo y contestó.
- ¡Aló! – vociferó.
- Gordito, ¿cómo estás? – la voz de placentera dulzura que se dirigió a él, le hizo recobrar la calma y tranquilidad.
- ¿Silvia? ¡Amor! Estoy bien. Acabo de salir del banco.
- ¿Almorzaste? – preguntó ella.
- Aún no, pero ya estoy en camino. Trataré de no engordar. Y cómo estuvo tu mañana. Espero que mejor que la mía ¡Cuéntame!
- Bueno gordito. Mira. Te cuento. Ya me cambian el presupuesto, lo que significa que mi contrato de trabajo ya no se renovará cada dos meses y no tendré que concursar por el puesto cada mes. Postularé una vez al año y firmaré un sólo contrato de trabajo. Tú sabes… ¡Ay! Que tranquilidad sabes. Y hablé con el gerente. Él dice que sólo tenga paciencia. Con Rosabell me crucé en el ascensor y me comentó que incluso me aumentarán el sueldo, con eso podremos comprar el depa.
- ¡Ja! Trabajas de lunes a domingo, y piden que tengas paciencia. Por poco y no dicen que lleves tu cama a esa ratonera.
- Ya no seas gruñón. Y por cierto, has llamado a la inmobiliaria por la separación del departamento – con voz firme y asertiva consultó.
- Bueno ya lo conversaremos, sólo ten paciencia - afirmó.
- ¡Gordito! – expresó ella como quien resondra a un niño que quiere meter el dedo en el empalme eléctrico - luego te veo, ¿no?
- ¿A qué hora saldrás?
- No sé. Rosabell quiere despachar conmigo a las siete y media. Fácil que estoy en casa a las once.
- No digo. Mejor múdate. Bueno, si no es hoy, capaz sea mañana ¡Ja! Esto ya parece “Tiempos difíciles”.
- De Dickens ¿no?
- ¡Ay amor! Ahora sí cuelgo. Hace un frío infernal y espero comer un sancochadito. Besos – y se lo decía mirando un par de esculturales piernas morenas que venían hacia él.
Comenzó a lloviznar, y se cortó la comunicación.
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