martes, 22 de noviembre de 2011

Soluciones temporales y definitivas

Ricardo Ormeño Valdizán


La reunión estuvo muy divertida, Jorge pudo compartir con algunas parejas de amigos en casa de uno de ellos, hasta pudo bailar un poco y así olvidar todo lo concerniente al trabajo. Ese día no había deseado su copa de vino sino un interesante y apreciable volumen de whisky, así que aquella bebida espirituosa hizo que la felicidad lo embargara totalmente, hasta su teléfono celular esa tarde de sábado, le otorgó una tregua muy significativa, contribuyó en su bienestar, logrando que las desavenencias con su esposa y la tensión con sus pacientes pasen automáticamente al olvido. Jorge olvidar siempre fue tu método para sobrevivir y aún lo aplicas muy bien. 

Jorge se encuentra ahora en su casa, estirado totalmente en su cómoda cama decide levantar los brazos y llevarlos detrás de la cabeza dando un suspiro al recordar con satisfacción aquellas gratas horas que había pasado ese día hasta caer la noche. De pronto percibe que bruscamente su felicidad se opaca, su esposa se halla en la cocina fumando sus dos a tres cigarrillos de costumbre antes de dormir, Jorge sabía lo que venía, el mismo guión, la misma entonación, el mismo escenario y casi siempre el mismo vestuario, sí, sabía lo que venía, la misma obra teatral puesta en escena durante muchos años. 

-Tengo que descansar, hasta mañana – se despedía su esposa con un diplomático beso en la boca cubriéndose casi totalmente con el cubrecama dejando a Jorge la sensación de estar parado en la calle con pijama; la sonrisa y alegría mostradas por su cónyuge en la reunión desaparecían fantasmalmente una vez cruzada la puerta de su hogar. El doctor Frías enciende el televisor a volumen muy bajo de tal manera que la incomodidad o sacrificio que su pareja sentía al acompañarlo al club, a un restaurante, o a cualquier lugar como ella expresó alguna vez a su psicóloga, no se vea incrementado por dicho aparato y sea un motivo más para una discusión; pero ni aquella pantalla adherida a la pared lograba distraer a Jorge, eso era parte de la obra y lo que seguiría también. Era imposible conciliar el sueño, esa sensación extraña e incómoda lo lleva a dirigirse a la cocina, encender un cigarrillo y dejar que las ideas relampagueantes se apoderen de su cerebro de manera salvaje tomando su mente con violencia como sucios y repugnantes piratas asaltando un barco inglés en aguas del Caribe. ¿Por qué siempre lo mismo Jorge?, debes hacer algo al respecto. 

La sala de espera se encontraba atiborrada de pacientes, los teléfonos y la secretaria hacían lo suyo, nadie le daba descanso al galeno ni preguntaban si había dormido bien el día anterior. Jorge hacía todo lo que podía, esas interminables y extenuantes horas de máxima concentración en el trabajo tal vez lo harían colapsar algún día y esa idea lo aterraba, no por él sino por su hijo, por quién realmente daba… literalmente todo. La rutina vespertina es interrumpida cuando Jessica corre hacia el facultativo muy asustada. 

-¡Doctor!...!Doctor!...venga rápido a sala de curaciones –alerta dulce y sensualmente al cirujano, quien al llegar a dicho ambiente encuentra a una señora de unos treinta y cinco años de edad con un vestido largo de colores claros y diversos con pronunciadas… manchas de sangre. 

-¡Clarisa!... ¿Qué pasó? – preguntó Frías mientras observaba a aquella sufrida gitana cogiéndose la muñeca izquierda con los ojos desorbitados del susto pero manteniendo a su vez una extraña calma. 

-¡Esto doctor!... ¡Ya no quiero vivir!... ¡No soporto más a mi esposo! –acotó la simpática cíngara con preocupante frialdad. 

-¡Bueno, bueno no te preocupes, ya estás aquí, luego me cuentas los detalles, prepararé todo para suturarte, mientras, te vendaremos…felizmente no es profundo! –tranquilizaba el cirujano a su paciente. Jorge lleva a su atractiva secretaria hacia un rincón de la clínica, no para cortejarla como lo hizo alguna vez en algún sueño ni como producto del efecto de tan llamativa minifalda que cubría una pequeña parte de su escultural cuerpo, sino preocupado por el escándalo que se podría haber producido en la sala de espera al ver a la colorida y extravagante paciente entrar violentamente con copiosas huellas de sangre en el vestido. 

-Bueno doctor, la verdad es que todos se han asustado… trataré de explicarles cualquier cosa, no sé usted dirá –expresaba algo nerviosa la casi voluptuosa Jessica. 

-¡No lo sé, no podemos mencionar las razones sin autorización del paciente, tan sólo diles que ha sido un accidente y que necesita ser suturada de emergencia, que por favor me esperen un poco que no tardaré mucho, no deseo que piensen que mis pacientes se intentan suicidar por una mala operación o que se yo! –ordenó Jorge Frías bastante incómodo. 

La atractiva mujer derramaba una que otra lágrima que resbalaba muy lentamente por sus mejillas lo que significaba que se encontraba más tranquila, el doctor Jorge Frías la observaba con beneplácito porque prefería ver a una persona llorar, gritar o discutir hasta encenderse como antorcha ardiente, que observar a una ser humano pálido, frío, con la mirada fija, porque de cruzarse con alguien con estas características y en una calle oscura… simplemente te puede matar. Mientras reparaba el daño en la sala de operaciones arribaban recuerdos de su estancia en el hospital cuando suturó las venas de aquel terco suicida. 

-Bueno Clarisa, ahora puedes contarme todo si deseas –realizó Jorge la cortés invitación a la desdichada gitana. 

-¡Quiero morirme doctor, sólo eso, ya no puedo con mi esposo! –sentenciaba la paciente tratando de enmascarar los evidentes signos de la depresión que la embargaba.

-No debes pensar de esa manera, tienes hijos que te necesitan –aconsejaba el facultativo mirándola directamente a los ojos. 

-¡Lo sé doctor, pero mi esposo derrocha el dinero de la familia y no trabaja, sólo hace un negocio que otro con autos o con cualquier cosa que se le cruza en el camino! –explicaba Clarisa con evidente fastidio. 

-Debes tener paciencia, habla con él, hazlo por tus hijos – sugería Jorge recordando que el fastidio y la rabia son la mejor cura para la melancolía extrema. 

-¡Que paciencia puedo tener, si el sinvergüenza, le gusta jugar en el casino doctor, me volví loca cuando me enteré que vendió tres camionetas para jugar…y perdió todo el dinero, todo en una sola noche, ¿Me entiendes?… encima viene borracho, me pega y quiere llevarse los documentos de la casa …para jugarla! –explicaba desesperada la gitana ahora con marcados rasgos de furia. 

-Calma Clarisa, busca la asesoría de una psicóloga, terapia de parejas, incluso la agresión a la mujer está penada por la ley –aconsejaba Frías tratando de aplacar la ira de la simpática gitana de ojos marrones pero por otro lado percibiendo que el desorden de su estado anímico podía ser tratado y mejorado eficaz y rápidamente con un poco de psicoterapia. 

-¡Siempre es lo mismo doctor, ya no quiero ser gitana, no quiero nada, sólo morirme, una cosa es que me ponga la mano encima por una sola vez que podría ser casi por accidente, pero otra situación es que en sus borracheras termine pegándome siempre …toda la vida lo mismo! –narraba la situación sollozando aquella agradable mujer pero sin perder su expresión de enojo. 

-Pero… ¿Y tus hijos? –preguntaba el cirujano. 

-¡Quisiera huir con ellos, son mis hijos, pero en nuestras leyes no figuran como míos sino como únicamente de mi esposo y de su madre, es muy difícil de explicárselo por eso es que no puedo irme porque me quedaría sin mis hijos, es una manera de mantenernos atrapados en este mundo, por eso quiero matarme! –lloraba desconsoladamente Clarisa. 

El teléfono interno suena, la enfermera asistente acerca el auricular al oído de Jorge. 

-¡Doctor, le informo… aquí abajo, la sala está repleta de gente, han venido un grupo grande de gitanas, así que si no demora mucho sería mejor, por otro lado no se preocupe de lo que puedan pensar sus pacientes, la gitanas ya contaron toda la historia, y han logrado obtener un apoyo unánime respecto a lo sucedido con la pobre Clarisa, así que se salvó doctor, no se preocupe! –animaba la joven secretaria con satisfacción terminando la llamada. 

-Bueno Clarisa, tómalo con calma, cuando te operé de implantes mamarios hace como seis a siete meses ahorraste tu dinero y te diste el gusto, pensé que ayudaría mucho en tu relación pero ante lo que me has narrado sólo puedo decirte que debemos a veces sacrificarnos mucho por nuestros hijos aunque parezca injusto, hasta encontrar una solución definitiva, toma estos medicamentos y te veo dentro de dos días –finalizó Jorge pensando en la considerable cantidad de personas que lo esperaban deseando en sus pensamientos una pronta mejoría a la exótica accidentada.  

-¡Gracias doctor, estoy inmensamente agradecida, cuando desees que te lea el futuro o cualquier otra cosa para que tu negocio vaya muy bien, llámame! –se despedía la desventurada Clarissa. 

-Lo tendré en cuenta, pero no te olvides… ¡hay que sacrificarse por los hijos, nos guste o no…hasta que encontremos una solución definitiva! –aconsejaba nuevamente Jorge entendiendo que el cobro de sus honorarios se verían reflejados en el tarot ya que para regateos era de las mejores y el suturar una herida no profunda ni que decir, probablemente no valía nada o muy poco para ella. Jorge baja rápidamente encontrando a sus pacientes siempre impacientes y a un grupo de gitanas alegrando el ambiente con la diversidad de colores de sus holgados vestidos. 

No fue un cigarrillo sino varios, Jorge continuaba en la cocina posado en el frío suelo apoyando su espalda en las puertas de uno de los muebles que guardaban lo que a él no le interesaba ni sabía con exactitud, manteniendo firmemente con una de sus manos, una botella de cerveza helada dejando que sus ideas continúen revoloteando por su cerebro. Jorge no olvides lo que le dijiste a Clarissa, hay que sacrificarse por los hijos nos guste o no…hasta que encontremos la solución definitiva. El galeno se pone de pie terminando de recordar aquella historia y no dejando que otra invada su mente, apaga el cigarrillo en su viejo cenicero de vidrio y se dirige hacia la habitación de su hijo no logrando entrar, quedándose en el umbral, observándolo con admiración cual joya preciosa, casi examinándolo visualmente con mucho detenimiento dejando correr tan sólo una pequeña lágrima por su rostro, de pronto no quiere pensar más, da media vuelta y camina muy lentamente hacia su habitación pero unos metros antes, decide volver a la cocina, coge un vaso con una pequeña cantidad de agua e ingiere de manera torpe y brusca un sorbo acompañado de un fuerte sedante. 

-¡Hasta que encontremos la solución definitiva! –piensa el aturdido Frías encaminándose hacia su habitación sin poder diferenciar la frialdad del piso de la cocina con el supuesto calor que su habitación debería ofrecerle. 

Un año más tarde, el doctor Jorge Frías se dirige como de costumbre, hacia la cocina de su departamento, la reunión de ese día estuvo muy divertida, sin embargo al retornar a su hogar junto con su esposa la temperatura de la relación como de costumbre descendía de manera alarmante, la misma obra de teatro iniciaba su ya cansina y desesperante función. Después de dos a tres cigarrillos su cónyuge se despide como de costumbre pero esta vez Jorge siente que lo dejan en la avenida más próxima, no con pijama sino totalmente vestido acompañado de esa amarga y desagradable sensación a derrota e indiferencia con altas dosis de enfado provocando una catarata de sentimientos encontrados que lo llevan a despedirse silenciosamente de su hijo mientras duerme, esa noche no tomaría ese fuerte sedante y más bien se dirige sin vacilar al bulevar aprovechando el sueño profundo y displicente de su pareja. No pasaron más de dos horas y Jorge no sabía realmente a donde ir, se percata que su mundo gira alrededor del trabajo, hogar y un pequeño grupo de amigos, decide entonces estacionar su auto cerca de un centro comercial y deambula por aquellas veredas percatándose que la vía pública ya no era para él, simplemente era un monstruo que pretendía devorarlo, siente que no puede desplazarse a un ritmo constante y teme no poder esconder sus miedos al asalto, engaño, agresión, prostitución e incluso a las drogas, en buena cuenta siente que las calles ya no son su hábitat natural. De pronto su lento y dudoso andar, siempre con ambas manos en los bolsillos de su chaqueta de invierno como tratando de dar a entender a quien se le cruce en el camino que algo contundente guarda misteriosamente allí, se transforma bruscamente en un caminar rápido y decidido dirigiéndose hacia una sala de juegos, recordando aquella frase conocida…afortunado en el juego, desdichado en el amor…intentando darse la oportunidad de verificar la veracidad de aquella popular expresión. Jorge se acerca rápidamente al casino y se detiene intempestivamente en la puerta principal girando bruscamente para dar media vuelta -¡Esto no es para mí! –piensa Frías refunfuñando frases poco inteligibles. No termina de girar cuando de pronto oye una voz muy suave que aparece de la penumbra a la cual responde con sobresalto. 

-¡Clarisa!... ¿Qué ha sido de tu vida? –saluda alegremente sorprendido el desorientado cirujano. 

-¡Bien muy bien doctor! y ¿Usted? no pareces muy bien –responde la simpática gitana con aquella peculiar entonación entre respetuosa y confianzuda. 

-Bueno he tenido problemas en mi casa, pero felizmente todo lo demás muy bien –respondió tímidamente Jorge Frías con notoria expresión de tristeza.

-¡No!... ¡No esta bien!...tienes problemas – sentenció con mucha seguridad Clarisa, mirando fijamente a Jorge. 

-¿Qué sucede, ves algo en mí haciendo uso de tus facultades? –pregunta algo asustado Jorge esperando un fatídico diagnóstico. 

-¡Sí!... ¡Veo algo en ti y no necesito poderes!... ¡doctor, estás muy mal, aliento a alcohol, caminando solo a la medianoche…que más quiere que le diga! –evaluó con seguridad la fémina de traje largo. 

-¡Tal vez pero tú en la puerta de un casino!...vaya… ¿Qué haces aquí? recuerdo el gran problema con tu esposo con las apuestas, salas de juego y ahora tú, ¡en la puerta de uno! –interrumpió el galeno saliendo de su estado de aturdimiento. 

-Bueno doctor, por una parte me llevé de su consejo, ¿Recuerda que me decías que tomara una solución definitiva? Pues no la pude tomar en ese momento pero sí una solución temporal y luego tomé la definitiva –expresaba Clarissa con regocijo y agrado al pronunciar cada palabra. 

-¡Bueno, es cierto que te mencioné lo relacionado a una solución definitiva, pero la temporal, no la entiendo! –Miró Jorge desconcertado esperando alguna curiosa y pícara respuesta. 

-Muy bien doctor, te cuento, después de mi accidente me fui por un tiempo al extranjero, con mis hijos claro, estuve cerca de ocho meses y me ayudó mucho, conviví con mi familia y durante ese tiempo entendí muchas cosas, me hizo mucho bien y estoy de vuelta con las ideas más claras –concluía Clarissa con expresivos movimientos de sus manos irradiando satisfacción. 

-Bien y dime unas cosas ¿Cuál fue tu solución temporal y la definitiva? Y por último ¿Qué haces aquí? –interrogaba Frías con inquietud llevándose inconscientemente la mano izquierda hacia el bigote, otrora asistente fiel en sus mejores diagnósticos, logrando sólo rozar su piel áspera debido al rasurado diario que mantenía religiosamente durante los últimos diez años.  

-Bueno la solución temporal fue irme de viaje por un tiempo, mi esposo sufrió mucho, claro no tenía quien lo aguante con sus vicios y buscarse otra mujer no es fácil ni para mí buscar otro hombre según nuestras costumbres, así que llegamos a un arreglo y ese trato fue la solución definitiva y por eso estoy aquí… desde hace unos meses yo administro el dinero y separo un monto fijo para sus vicios como el juego, nadie sabe de este pacto, así que para el resto de nuestra gente sigue siendo el ¡Hombreé de la casa! Pero para nosotros sigue siendo ¡El niiiño de la casa! sus hijos necesitan a su padre no había otra forma –manifestaba la guapa cíngara con su curiosa y simpática pronunciación otorgando una sutil impresión que en cualquier momento olvidaría el español y aparecería inocente y atrevido el caló aquel singular lenguaje utilizado por su pueblo nómade. 

-¡Vaya solución, no esperaba eso, aunque era una opción probablemente! –sonreía Jorge mirando de un lado a otro tratando de percatarse si era observado por algún transeúnte. 

-Pero tú doctor no estás bien, necesitas descansar y tomar tu decisión temporal para poder llegar a la definitiva –aconsejaba casi científicamente Clarissa con mirada sarcástica y con total convencimiento de su juicio. 

-¡Lo sé y a su vez no sé qué hacer! –respondió Jorge con facies de total desánimo. 

-Primero aléjate de la ciudad, la ciudad es mala para esto, relaja tu mente, si quieres te ayudo doctor –ofrecía la simpática Clarissa con ojos vivaces. 

-¡Sí… tienes razón quisiera por momentos alejarme por un corto tiempo pero no puedo! –sentenciaba Frías con resignación. 

-Llévate a mi sobrina Dalia por unos días, tú la conoces es bella de buen cuerpo, mente abierta, ella te hará olvidar todo, váyanse lejos y después me cuentas, no puedes estar así doctor en la calle solito y con olor a borracho…o no te gusta Dalia –sugirió y preguntó a la vez Clarissa cogiéndose con ambas manos su cabello llevándolo hacia atrás como si deseara elaborar una trenza ojeando de pies a cabeza al acongojado y dubitativo cirujano. 

-¡Me pones entre la espada y la pared! sabes que tu sobrina es muy guapa, de hecho me daría unos días más que agradables, pero creo que eso sería mejor en otra oportunidad, no podría sentirme bien con mi conciencia, me deprimiría un poco… tal vez mucho! –se disculpaba Jorge tratando a su vez de dejar muy en claro... que le agradaban de sobre manera las féminas y cuando más delicadas y felinas mejor.  

-Bien como quieras doctor, pero no te olvides la solución temporal primero, es lo mejor… creo que tú necesitas de alguien que te haga saltar el charco, búscame cuando quieras – se despidió la exótica cíngara con evidentes poses de directora de escuela después de asignar la tarea para la casa a su dudoso y distraído alumno. 

Frías regresa pensativo a su auto, no entendía como una paciente que una vez intentó quitarse la vida, ahora le daba consejos, sugerencias que con toda certeza necesitaba pero… ¿Ella?. El mundo da vueltas mi querido doctor. Moderadamente melancólico Jorge enciende su auto y toma en consideración pasar el resto de la noche en su clínica privada, no había pacientes hospitalizados, así que era el lugar idóneo para sentirse solo con sus ideas pero seguro y alejado de los miedos que las vías, arterias, bulevares, pasadizos, callejones y avenidas ahora le ocasionaban, sin embargo una vez allí y estacionado en la puerta principal observa con asombro una tenue luz encendida en la zona de recepción recordando que Jessica, su secretaria había solicitado laborar una horas extras y poder ordenar el nuevo sistema de archivos percibiendo de esta manera un poco de dinero extra para su anhelado viaje de vacaciones… Jorge entonces toma una decisión. 

Dos meses después el doctor Frías se sienta en el piso de la cocina apoyando su espalda en el mueble que contiene lo que él no sabe y no le interesa, estira sus piernas mientras sostiene con una mano una copa de vino tinto y con la otra un cigarrillo impidiendo que sus ideas invadan y saqueen su cerebro por enésima vez, logrando entender perfectamente que esa posición, definitivamente era su solución temporal recordando a la extravagante gitana mientras estira su brazo izquierdo y abraza fuertemente a la cálida y esbelta mujer que lo asistía diariamente como su secretaria y que ahora se encontraba a su lado disfrutando de sus anheladas y nada inocentes vacaciones. Aquella singular y romántica cabaña muy pero muy lejos de su clínica provocaba en Frías remembranzas de sus aventureras y graciosas batallas cuando laboraba en el hospital. Ahora… un aroma especial en el ambiente producido por aquellos inciensos y gomorresinas aparentemente de la india iniciaban su elegante y sutil penetración en cada uno de los ambientes, mientras Dalia, sobrina de la guapa adivina Clarissa termina de acomodarse el diminuto y sensual atuendo con brillos dorados que parecen arder al lado de la chimenea favoreciendo su voluptuosa y concupiscente anatomía, haciendo un refinado gesto a la majestuosa secretaria ofreciéndole similar atavío e invitándola a danzar sensual y salvajemente para el entusiasmado y confundido cirujano quien sólo se limita a tocarse uno de sus muslos tratando de diagnosticar… si se trata de la realidad o de una lujuria de fragancias, sonidos y colores propios de sus extrañas experiencias oníricas.

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