viernes, 5 de agosto de 2011

Visita a mi madre

Jhon E. Santiago


Aquella mañana, no sé por qué, tal vez fuera un presentimiento, se me ocurrió ir a casa de mamá, sin motivo alguno, sólo para verla, lo que al fin y al cabo, era motivo más que suficiente. Pocas veces iba a su casa; prefería que ella viniera a la mía, ya que desde que me casé yo vivía en otra ciudad distante a unos cien kilómetros.
Tomé mi camioneta un SUV plateado, recorrí la autopista en un par de horas porque había neblina y se corría a velocidad controlada. Era lindo sentir el aire de la mañana.
Llegué a la casa de mi madre, estacioné la camioneta para bajar y tocar el timbre. Toqué dos veces y nada. Esperé unos minutos. Cuando al fin se abrió la puerta, la vi con semblante de estar enferma. Cerré la puerta tras de mí y saludé con un beso.
Pasamos a la sala, me dio mucha alegría verla de nuevo. Ella no solía quejarse, por eso aunque estuviera enferma no avisaría que se encontraba en ese estado. Además, era bastante orgullosa y sospecho que quería demostrar que podía arreglársela sola.
- Ven hijo te sirvo un desayuno –dijo mi madre, con esa voz imponente como una orden.
Le seguí los pasos a la cocina y ella empezó a calentar la comida.
Me senté en la silla y mientras se calentaba el desayuno, se me acercó y puso su mano en mi hombro. Una oleada de felicidad me invadió. Se sentó a mi lado y se quedó callada, algo extraño en ella, porque es muy parlanchina, comprendí que se debía a su mal estado de salud y no quería que lo supiera.
- Mami estas mal, se te nota y no me digas que no! – dije con un tono elevado de voz, pero luego lo bajé, lo dije casi como una súplica.
- ¡No hijo, no es nada, estoy bien, no te preocupes!
- Por favor mamá deja que te lleve a un médico- supliqué.
Mi madre era una mujer con personalidad autoritaria, de esas mujeres que dan la última palabra, en este caso ella pensaba que su malestar se le pasaría como simple gripe, pero yo no presentí así, algo me decía que era mucho más grave.
- Por favor mamá deja que llame a un médico- insistí, al ver mi cara triste aceptó el pedido.
- Muy bien hijo, que venga y verás que estoy bien.
Inmediatamente me puse a ver los números de teléfonos en los contactos, llamé a un médico conocido amigo mío y su celular timbraba y timbraba y no respondía, llamé a otros y de igual manera no contestaba, ya me estaba poniendo muy nervioso porque no encontraba a un  médico en ese momento, pareciera que todo estaba en mi contra.
No me di por vencido, llamé a mis amigos y les pedí me contacten con sus médicos, que era de suma urgencia encontrar uno.
Después de unos minutos me fue llegando la información de contacto, vía mensaje de texto, llamé al azar un número que me llegó y por fin alguien contesta el teléfono. Su voz sonó como un rugido corto, bajo, pero con mucha fuerza.
Me dijo que era el médico Juan Lázaro, pensé que este médico puede resucitar a cualquiera, le puse al tanto de mi percepción sobre el estado de mi madre y me dijo que tendría que hacerle algunos análisis y que no se encontraba en la ciudad sino en otro extremo del país, que volvería todavía en una semana. Cortó la comunicación.
- Demonios – dije, no puede ser que esto me esté pasando justo ahora.
No sabía que decirle a mi madre, no me iba a rendir ahora, mis  pensamientos daban vueltas y vueltas y me acordé de una amiga que es médico, me alegré por recordarla y pensé que era mi última alternativa.
Llamé y me contestó ella misma con su voz melodiosa, le saludé y le puse al tanto del estado de mi madre y mi preocupación al respecto.
-      Por favor, te necesito ahora mismo –le dije.
Después de unos segundos de silencio, me dijo que iría en media hora y sólo lo hacía por ella, que iba a pedir permiso en su trabajo y lo más pronto posible llegaría a la casa. Le agradecí de todo corazón, la alegría y sonrisa volvió a mi rostro.
            Esperé conversando con mi madre de otros temas y confiaba en que mis sospechas no fueran ciertas.

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