sábado, 27 de agosto de 2011

Un muro y muchas estrellas

Ricardo Ormeño





                                     Unos minutos de paz y silencio es muchas veces una singular sensación reparadora tanto para el cuerpo como para el espíritu, el doctor Frías lo sabía perfectamente, el atinar con la locación adecuada era su problema; de hecho su consultorio no era lo más indicado ya había renunciado a pretender ordenar las cosas y exigir un poco de privacidad, sin teléfonos, sin el sonido de la puerta, sin nada, pero todos sus intentos habían y seguirían siendo en vano.


                                       El cirujano estaciona su elegante auto en aquel viejo malecón donde numerosas veces había reunido a condiscípulos universitarios adorando al dios Baco o a jóvenes mozas en furtivos y salvajes ataques de pasión en la penumbra. Baja de su auto, enciende un cigarrillo evocando aquellos disimulados paseos nocturnos por los jardines de la clínica Santa Felicia entretanto contempla como ha cambiado su antiguamente concurrido parque, ahora la iluminación es perfecta para los visitantes no así para los amantes, sin embargo los mismos árboles felizmente se hallan en su lugar acompañados ahora de plantas ornamentales y algunas sofisticadas bancas pero en conclusión era todavía un espacio muy simpático que inspiraba belleza y sosiego donde aún se podía percibir el aroma a pinos y rosas. Jorge camina hacia la vereda de manera pausada como tratando de captar cada detalle atravesando la ordenada arboleda hasta arribar al extremo mismo. Pronto observa a unos treinta metros aproximadamente a un impreciso conjunto de jóvenes parejas. -Como pasa el tiempo, años atrás visitaba este lugar y ahora veo en ese grupo a tanto muchacho que también lo visita, las nuevas generaciones, las frescas motivaciones… vaya incluso creo ver a mi hijo, sí que tiene un aire pero no creo que sea él, recuerdo que hoy estaría en una fiesta de esas que no perdería nunca así estuviera resfriado… ¿esos otros muchachos? realmente no los conozco, en fin que coincidencia- concluye  Jorge mientras termina de cruzar el jardín decidiendo sentarse en aquel  histórico y extenso muro de ladrillos rojos mirando hacia el acantilado donde al final de éste, el incalculable mar enteramente oscuro esputa de manera efervescente, espuma que lo regocija a la distancia realizando la magia de laxarlo y consentir que sus recuerdos jugueteen por su agitada mente. Como pasan los años Jorge Frías tantas cosas has vivido, pacientes impacientes, locos por todas partes, una ex –esposa; porque al final saltaste el charco como te aconsejó aquella simpática gitana alguna vez, trataste de revelarte, acaso explotaste, de repente lo brincaste mal, pero entiendo, sólo querías paz y un ser humano que te acompañe con cariño en el día y en la noche. Tu hijo creció y  sabes que tiene un sentimiento muy especial hacia ti, también te encuentras convencido que se halla seguro, que mantiene una vida sin problemas, que lo posee prácticamente todo y que si en algunas oportunidades, su aparente frialdad contigo te hace padecer aún de culpabilidad debes recordar que gracias a él, tú subsististe y finalmente llegaste hasta esta parte del camino a buscar la tranquilidad.
 

                                       El doctor por un momento no puede rehuir a un suspiro profundo y melancólico invitándolo a encender otro cigarrillo ojeando de derecha a izquierda dándose cuenta que ya no existe el riesgo de ser advertido por alguna profesa de la clínica Santa Felicia como hace quince años atrás, mucho menos por  la hermana Cristina, aquella de los ojos azules quien desafortunadamente había fallecido hacía siete años consumida por la metástasis galopante de un insaciable carcinoma. Vaya remembranza mi estimado Jorge me alegro que traslades a la  memoria tantas cosas de esa clínica, que se espolvoree tu intelecto de reminiscencias como la beatificación, Roma, el Vaticano… ¿recuerdas?...vamos Jorge no inhales tristeza, ¿Alusiones de una familia feliz?, vaya me lo imaginaba, no olvides que la separación no fue únicamente por causa tuya y que las mejores terapias de parejas son como su nombre lo indica… de dos… de binomios. Jorge… Jorge… Jorge… no te deprimas has hecho y tenido cosas muy buenas a pesar que alguna vez supuse que te habías transfigurado en alguien superfluo y preocupado sólo por el dinero, pero entiendo ahora que simplemente proseguías el ritmo de tu profesión, felizmente tus pacientes siempre te han respetado y admirado, hasta el más cruel y loco…  entereza y honestidad digna de imitar… por ello constantemente te han extrañado; tus amigos lo saben, siempre tu preocupación ha sido que les vaya bien a todos…a todos los que tuvieron la suerte de estar a tu alrededor, asiduamente trataste de ayudar a los que pudiste y ahora mucha gente te agradece por haberlos escuchado y auxiliado.


                                  El doctor se halla cómodo, la brisa y el paisaje lo relajan en demasía y sólo así comienza a percibir la sensación de una atmósfera casi familiar. Tras lanzar la colilla del cigarrillo hacia el vacío, contempla con serenidad como aquella pequeña luz roja incandescente se hace cada vez más diminuta emitiendo alguna fugaz chispa en su trayecto hasta desaparecer en la abismal penumbra. Jorge Frías se siente tranquilo disfruta la paz, sus labios se alargan y contraen suavemente cuando decide recordar su vida, sus alegrías, sus sombras, temores, errores y aciertos, lo bueno, lo malo, claro y oscuro, áspero y liso… Jorge intenta contemplar el despejado y estrellado firmamento pero es en vano, nunca pudo hacerlo; tenderse en el jardín o en un cómodo sofá y admirar el terso cielo nocturno…simplemente fue imposible, lo aterraba la perturbadora percepción, que literalmente su alma… se iba por un túnel. El doctor desciende la mirada prefiriendo mantenerse conectado con el vacío y la lejana espuma del mar iluminada gracias a una larga fila de altos tubos de cemento para el alumbrado público que separa el agua del asfaltado camino al borde de la playa. El cirujano respira con calma totalmente abstraído en sus pensamientos, en sus recuerdos…nadie lo importuna…aprendió a duras penas y con los años, a disfrutar de esos especiales momentos de soledad que antes detestaba.

 -¡Ejem!...¡Ejem!...buenas noches –saluda el guardia de seguridad de aquel  todavía romántico paraje.

-Buenas noches –responde el doctor con la desilusión de haber perdido, otra vez más, los anhelados momentos íntimos con sus pensamientos.

-¿Es suyo el automóvil que está frente al parque? –pregunta el centinela, muy sobrio y calmado.

-¡Sí! ¿Está mal estacionado o algo así? –responde con desgano Jorge.

-¡No!...¡No!...de ninguna manera, donde lo coloque siempre estará bien, sólo admiraba tan espectacular máquina, como me encantaría tener una así –acota el novato vigilante.

-¡Cómo me encantaría regalársela! –expresa el doctor algo confundido e incómodo.

-Estoy seguro que sería capaz de hacerlo –expresa con una sonrisa el enigmático sujeto de cabello negro, corto y de tez bronceada.

-Vaya que curioso oír esas palabras, pareciera que me conoce muy bien, quizás  mucha gente me conoce mejor que yo mismo –responde el galeno dirigiendo por unos segundos su mirada hacia los destellos en el cielo.

-Parece que le gustan las estrellas, con ese auto y una buena compañía, podrían estar haciendo muchas otras cosas bajo esos pequeños y a la vez grandes astros –sugiere aquel sereno pero entrometido individuo uniformado buscando la mirada de Jorge.

-Tal vez pero mi vida ahora es tranquila por ese aspecto, aunque la verdad, totalmente agitada por otro… o bueno tal vez lo fue. A veces he pensado que sólo busco paz y alegría… y en cuanto a las luces en el firmamento, si supiera que no puedo verlas por mucho tiempo, pero en fin, ése es otro discurso –acota Jorge sintiendo una intensa y fría brisa en su rostro.

-Bueno lo dejo para que disfrute de sus pensamientos, y por favor no le tenga miedo a las estrellas, conviértalas en sus amigas de la noche, mire allí por ejemplo –sugiere el elegante guardia que a pesar  de su baja estatura irradiaba un singular respeto.

-¿Allí?-pregunta el doctor Frías.

-No…allí…Marte –responde el bronceado agente. El doctor trata de fijar su mirada hacia aquel punto pero no puede concentrarse por mucho tiempo y más bien siente que un familiar recuerdo acerca del planeta rojo se aproxima tímidamente a su mente, sin embargo, no medita demasiado en esa idea y más bien analiza la sorprendente indicación de un vigilante con aparentes conocimientos en astronomía.

-¿Fuma? –pregunta el doctor buscando la mirada del guardián para ofrecerle un cigarrillo como tratando de verificar algo que sólo él sospecha descubriendo que ya no se encuentra a su lado, logrando divisarlo borrosa e inexplicablemente a muchos metros de allí.
 

                              Jorge aún sentado en aquel muro de ladrillos rojos, mantiene sus manos sobre sus muslos y hoy se encuentra decidido. Su mirada se fija ahora en aquella diminuta y lejana luz blanca del alumbrado público abajo, muy abajo, mientras su mente permite que las ideas y las remembranzas revoloteen cual vergel de palomas.

-Hijo, sé que cuando crezcas y pasen los años, serás médico y me curarás estoy totalmente segura –sentenciaba la madre de Frías llenándolo de cariñosos ósculos sin pensar que su deceso se daría de manera inminente una década después.

-Lo será estoy seguro de ello, será mejor que cualquiera, será mejor que yo –confirmaba el padre de Jorge con agrado y orgullo observando con detenimiento a su querido muchacho.

-Disculpe, fue sólo una recaída –palabras de aquel paciente de nombre Carlos Venturo quien doce años atrás intentara suicidarse en tantas oportunidades hasta por fin lograrlo.
 

                           El aturdido cirujano se siente inmerso en nostalgias que no desean abandonarlo sin embargo trata de mantener su atención en la refulgencia de aquel lejano poste, se concentra y cuando el vientecillo en su rostro intensifica su baja temperatura, Jorge…  se deja caer sintiendo que su cuerpo vuela velozmente, libre, sin presiones, sin tensiones de cualquier tipo, el resplandor crece, se hace más intenso y se acerca ferozmente hacia el cirujano quien advierte que a pesar de encontrarse en el vacío, los sobresaltos y vacilaciones han desaparecido raudamente.


-¡Jean que haces con la luz encendida, es tarde y ya estamos por amanecer!… ¿No puedes dormir o qué te sucede? – pregunta la madre del joven totalmente perturbada por el inusual comportamiento de su hijo.

-¡NO! …¡No puedo dormir eso es todo! –responde el bisoño hijo del doctor Frías.

-¿Qué tienes en las manos? –cuestiona la mamá al verlo inquieto, nervioso empuñando algo entre sus manos casi con intenso fervor.

-¡Nada… sólo mi reloj! –responde enérgicamente Jean al sentirse acorralado.

-¡Trae acá! … ¡Maldición Jean esto te hace daño!... ¡Tu reloj se detuvo a las tres de la mañana! –increpa la alguna vez cónyuge de Jorge.

-¡Lo hago cada que puedo mamá y tú ni te das cuenta!... ¿Me puedes entender? –responde el joven hijo de Frías alzando la voz con evidentes signos de pavor.

-¿Por qué Jean?... ¡Eso no está bien! –reprocha la preocupada madre.

-¡Sólo buscaba a mi papá…lo extraño mucho! –concluye el retoño del cirujano abrazando su detenido reloj humedeciéndolo con algunas lágrimas que brotan de sus abatidos y profundos ojos.

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