viernes, 12 de agosto de 2011

Una pollada

Víctor Mondragón


Era la enésima vez  que inquietaban a Alberto con lo mismo
 -¿Qué es una pollada? –le preguntaron.
Alberto había emigrado a  Miami a fines del siglo XX,  sus vecinos y amigos  solían preguntarle el significado de dicha palabra popularizada en un tristemente célebre talk-show televisivo; tras meditarlo un buen rato, decidió  narrar unos hechos que acontecieron en los Barrios Altos de Lima, en la Calle Suspiro,  en la década de mil novecientos ochenta:
Era ya  mediodía, la noche anterior, Lucila,  no había podido conciliar el sueño, hacía tiempo que su conviviente le había ofrecido comprar un televisor a colores; la mujer se sentía incómoda ante sus vecinas quienes comentaban tal o cual telenovela, tal o cual moda, mientras  su televisor le mostraba solo los colores blanco y negro, pensaba que tener una pantalla a colores era una muestra de status; una ligera llovizna  humedecía su barrio, un penetrante olor a ajos y cebollas friéndose se colaba desde las casas vecinas mientras   un mercachifle se acercaba
-Compro botellas, fierros viejos, compro -repetía el trabajador.
Los gritos perturbaron al señor de la casa, Ruperto, un moreno cuya rutina parecía convenir  con una ocupación desconocida; indiferente al viento que se colaba por una luna rota,   preferiría seguir durmiendo pero el hambre pudo  más, con los ojos casi cerrados perfiló la figura de su consorte:
¿En qué momento  perdió su linda figura?, ¡otra vez vistiendo esa camiseta desgastada! –el remolón pensaba que no había podido dormir  pues su mujer  ocupaba toda la cama.
-Mi desayuno -dijo sin saludar.
-Has de saber que hoy desayunarás gracias a que he conseguido fiado el pan, el café y nuestro almuerzo –contestó Lucila.
Mientras descansaba sus manos sobre su cintura la mujer lo miró fijamente.
-He lavado  tu ropa, fregado el suelo y preparado tu comida ¿cuándo comprarás el televisor? –añadió la mujer.
Días atrás, el moreno, exceptuado al castigo de trabajar con el sudor de su frente, había agotado un repertorio enredado de pretextos, contratiempos y evasivas, prefirió callar  pues sabía que saldría perdiendo, engulló presuroso la comida servida. Lucila era de armas tomar y no esperaría eternamente  a su marido; acosada por el  insomnio, soportando en la oscuridad la fuerte respiración de su marido,  planeó las formas   posibles, habidas y por haber, para conseguir dinero mediante medios lícitos, los extensos análisis, las especulaciones  y los proyectos ideales no tenían  cabida en su espíritu,  era práctica,  le movía un anhelo y también un claro propósito; si bien  sólo había terminado sus estudios primarios, la morena tenía mucho sentido común (muchas veces el menos común de los sentidos), así, armada de decisión, más que de recursos o conocimientos, decidió realizar una actividad pro fondos para la compra de su televisor.
En aquellos años, en el Perú se había puesto de moda la parrillada de carne de res para recaudación de fondos, comúnmente llamada parrillada; posteriormente evolucionaron alternativas menos onerosas como emplear  solo pollo  que por analogía denominaron pollada, también aparecieron con cuy (1), llamada cuyada, la chicharronada (2)  y la pachamancada (3); la inversión en carne de res o en pachamanca sería inaccesible para Lucila,  se decidió por la versión más simple del producto: pollo frito.
La susodicha,  como toda mujer que a diario sustentaba la olla del hogar, tenía mucho ingenio para salir adelante; presurosa fue a casa de su comadre Rudecinda, una morena y rolliza mujer de pelo ensortijado. La vecina  no tenía un  céntimo; pero era una persona muy influyente, su sola lengua hacía temblar a más de uno en el barrio y exponerse a que divulgara un chisme era lo menos que alguien desearía.
Al  día siguiente ambas comadres se dirigieron a una imprenta.
-Hola Pedrito, imprime doscientas tarjetas que digan POLLADA BAILABLE y hasta las últimas consecuencias –dijo Lucila.
-No te olvides que diga donación  siete soles–complementó Rudecinda.
-Ah, que no diga tarjeta aceptada tarjeta pagada –añadió Lucila.
Al siguiente día, temprano,  regresaron a la imprenta.
-Estas son sus tarjetas, son treinta soles –dijo el trabajador.
-Muy bien papito, en la tarde te daremos la mitad y mañana el resto –dijo Lucila.
-Ya me la hicieron, ni modo, esperaré –contestó el sorprendido vecino. 
Presurosa la morena  se abocó a la promoción de su evento,  distribuyó  tarjetas entre las personas más connotadas del barrio: el chino de la bodega de la esquina, el presidente del club de fútbol del barrio, un joven que acababa de entrar a trabajar en un banco,  un oficial recién egresado de la Escuela de Policía, un comerciante del mercado mayorista recién llegado al barrio y las jovencitas más atractivas de la zona.
-Es pro compra de televisor –repetía la morocha.
Lucila no sabía mentir y no fingió como otros diciendo que la recaudación sería pro-salud u otro fin loable, directamente respondía que era una actividad pro-bolsillo.
-No me puedes fallar –repetía a sus conocidos.
Como era fin de mes, cobró  algunas tarjetas y  cumplidamente fue a pagar a la imprenta; en aquella década el país vivía una inflación de miles por ciento al año, el crédito era muy restringido; pero Lucila no se amilanaba y sabía que el mejor financiamiento era el de los proveedores,  así  en compañía de su comadre se dirigieron al mercado Central.
-Hola linda que guapa estas, necesitamos treinta pollos para el sábado, no me  falles caserita -dijo Lucila.
-Si pagan no hay problema –contesto la vendedora.
-¿Cuándo le hemos fallado casera?, en la mañana le pagaremos la mitad y en la tarde el resto, confíe en nosotros –añadió la comadre. 
Así  tras mucho tira y afloja lograron convencer a las vendedoras para que les fíen  pollo, condimentos, papas, ajíes y otros insumos necesarios; entregaron  algunas tarjetas de la pollada en garantía, cual si fueran dinero circulante.
Ya pactado el aprovisionamiento, aprovecharon para promover su evento entre los vendedores ambulantes de la zona, eran un tipo curioso de ambulantes pues estaban afincados en la vía pública, tenían incluso cama y electricidad dentro de sus vetustos quioscos.
-¿Pollada con ustedes dos? –preguntó un anciano vecino.
-No malinterprete don Francisco, será el más rico pollo frito que ha probado en su vida –replicó Lucila.
La morena acababa de colocar cinco tarjetas con un anciano inmigrante español para el cual la palabra pollada le era risible pues en su país  suelen  decir polla al pene, significándole la palabra pollada algo así como...
La emprendedora mujer sabía perfectamente que la ganancia en cada plato sería de cincuenta por ciento pero el beneficio mayor se daría en la venta de cerveza cuya ganancia era de ochenta por ciento, por ello adelantó al bodeguero la compra de diez docenas de cerveza y le anticipó que habría compras posteriores y sucesivas según se desarrollara el evento.
Y llegó el sábado, Lucila se levantó muy temprano, escuchó misa, luego  limpio su hogar e invadió parte de la vía pública con sillas que le prestaron, de pronto escuchó que la  descuadrada puerta de su casa raspaba el desnivel del suelo
-¿Dónde vas tan temprano? –gritó la esforzada mujer.
-Voy a trabajar –contestó el consorte.
-¿Desde cuándo robar es trabajar? –añadió la morena.
-Es una labor como tantas, se suda, se esfuerza, es también trabajar –replicó el marido.
A regañadientes el consorte fue conminado a fregar el suelo y minutos después se encontraba armando  cadenetas decorativas de papel.
La venta de pollo se haría en la modalidad de pollo frito en vez de a la parrilla e iría acompañado de ensalada, papas doradas y una gran variedad de salsas picantes. Habría para todos los gustos,  la tradicional salsa a la huancaína (4), la sarza (5) criolla de cebolla, limón y ají limo (6), también salsa de huacatay (7) con menta, salsa de rocoto (8) y de ají amarillo (9) molido con cebollita china (10).
Dichas variedades picantes atraerían la atención de los comensales por su color, aroma  y grado de picante. Sal, pimienta y luego de  pre-cocinar la presas al vapor,  se freían en un perol gigante, se pasaban luego a un   segundo perol más caliente aun,  de este modo lograba una textura crocante por fuera pero jugosa por dentro.   Lucila se vistió de ilusión para la ocasión y ubicó una cocina industrial  alquilada en la puerta de su  casa; el agradable olor atrajo personas que transitaban por la calle mientras un potente equipo de sonido, también alquilado, brindaba el tono festivo a la ocasión.
-Deme dos para llevar, con abundante papa -dijo un jovenzuelo.
-Dame tres para llevar con  todas las salsas -decía otro mozalbete. 
Al mediodía varios jóvenes habían sido enviados por sus padres para recoger el tan mentado plato de pollo,  vecinos que no gustaban de juntarse con gente del barrio; por otra parte, Lucila mangoneaba a su marido para que presuroso llevara polladas a los comerciantes que estaban en horas de labor, mismo delivery cholo; a las tres de la tarde empezaron a llegar las doncellas del barrio, después  los jóvenes que buscarían hacerse de alguna conquista amorosa.
En un principio hombres y mujeres conformaron grupos separados,   como si estuvieran  en pleno estudio o envueltos de  timidez; mientras en un costado, la comadre Rudecinda comentaba entre murmullos, daba rienda suelta a sus chismes e incrementaba su base de conocimientos con la retroalimentación de los asistentes; se acercó a una vecina que acababa de enviudar pero no consiguió arrancarle alguna confidencia; de rato en rato soltaba  alguna calumnia, rumor o idiotez con la ilusión de que los cándidos vecinos   la propagarían.
Había cancha salada (11) gratuita, el consumo de dicho maíz tostado y salado era un viejo ardid para provocar la sed de los concurrentes y animarlos al consumo de cerveza. 
A las seis de la tarde la pollada iba tomando cuerpo, el alcohol había desinhibido a los asistentes, los movimientos delicados y sensuales de las jovencitas atraían a los mozalbetes,  llegaban  los amigos del vecino policía y los amigos del vecino que había ingresado a trabajar en un banco; ambos grupos pugnaban por la conquista de las jovencitas, unos a base de florido vocabulario, otros amparados en  dotes de bailarín y otros simplemente con la pinta,  cada cual hacía  gala de sus argumentos y del comercio de sus virtudes.
Hubo algunos  transeúntes de escasos recursos económicos que compraban por precio módico solo papa huayro (12) o papa amarilla  (13) con ají, estaban tan ricas que de por sí ya eran una delicia.
A las ocho de la noche llegaron los vendedores ambulantes y el nuevo vecino comerciante quien buscaba  hacer  amigos en el barrio; dicho personaje  desconocía que se habían inventado las billeteras, de sus bolsillos sacaba fajos de billetes mal doblados, desordenados e invitaba cerveza a propios y extraños, así alimentaba su ego y hacia amigos de cerveza, que tan pronto como se acercaban, luego se esfumarían, al  igual que la espuma de la misma.
-Dos bien Eladio Reyes –pedía un comensal (para los efectos se entendía que pedía cervezas bien heladas).
-Un par de agua-runos al polo –reclamaba otro refiriéndose a lo mismo.
-¡La luz, los terrucos, los terrucos! (14) -gritó una asustada asistente.
-Ya nos jodieron –respondió  Rudecinda.
El equipo de sonido calló;  la oscuridad y el silencio  embargaron la reunión, sin embargo Lucila tenía un plan ante contingencias, corrió hacia su dormitorio y extrajo una  batería que le había prestado un vendedor ambulante; a los pocos minutos eran los únicos en la calle que gozaban de electricidad.
-Doña Rosa, me honra con su presencia –dijo Lucila
Vecinito, que gusto tenerlo en mi pollada –dijo a otro
Comadrita, pensé que no vendría –añadió la misma.
Los demás vecinos de la calle decidieron sacudir el polvo de una antigua amistad, prefirieron unirse a la algarabía de la actividad en vez de permanecer en sus casas a oscuras.
-Vamos a celebrar el regreso de la luz –gritó Lucila con  un megáfono.
-¡A partir de las tres de la mañana los asistentes recibirán gratis  una taza de caldo para resucitar muertos! –añadió la rolliza mujer. 
La astuta morena había utilizado las menudencias de pollo para cocinar un concentrado al cual añadió un sofrito, arroz cocido, alverjitas, zanahoria picada y culantro, conformando así el tradicional plato llamado aguadito (15); de este modo extendía la presencia de los asistentes y su consecuente consumo de cerveza. La penumbra de la noche había sido ganada por la pollada bailable; en el centro se distinguía a Lucila sonriente,  su mandil y sus blancos dientes contrastaban con su piel morena.
-Aquí tienes mi cielo…
Son siete soles mi amor…
Gracias cariño…
Tu vuelto mi vida… -repetía Lucila, como buena vendedora,  regalaba la hermosura incierta que finge el halago.
-Cuidado han llegado choros (16) –susurró una temerosa invitada.
-¡Vaya que pintas! –añadió otro asistente.
Ruperto había invitado a unos colegas y con cierta timidez los presentó a los vecinos, se encargarían de custodiar el orden y de evitar los excesos, cual  fieras domesticadas se paseaban por el entorno y su sola presencia  evitaba que el evento fuese otra pollada-brava  como las que solían haber con asistentes que fungían de boxeadores improvisados;  definitivamente un par de caras feas eran más disuasivas que un contingente policial.
Tras  la medianoche, entre jolgorio y melodías,  la música salsa y la cumbia  fueron desplazadas por la música criolla; Lucila y su comadre aprovechaban algún minuto libre para sacar a bailar a los asistentes, las morenas en sus tiempos mozos habían sido de las más cotizadas del barrio y la ocasión era propicia para reeditar viejos tiempos. Los vecinos las consideraban viejas glorias aunque destacaban más por lo primero que por lo segundo.
-Dos más y nos vamos -decían repetidamente unos ebrios concurrentes (que tal mentira).
-Tu billete es más falso que tus zapatillas Nike –dijo Lucila a un joven que la quiso sorprender, alzó un brazo, se acercó Ruperto mientras el pagador entregaba  rápidamente otro billete.
La pollada había sido todo un éxito, parecía un mercado persa donde se había reunido todo tipo de gente, de diversas edades e intencionalidades; la mayoría había ido a ejercer su sentimiento gregario, hubo nuevos amores, desengaños, promesas de negocios, chismes, desinhibición y diversión en general, ¡todo en un solo lugar!
Siendo la cuatro de la mañana, un patrullero policial se detuvo en medio de la calle y bajaron tres efectivos.
-¿Quien está a cargo de esto? –pregunto un teniente.
La reunión enmudeció, presurosas Lucila y Rudecinda corrieron hacia la autoridad.
-Nos ganamos la vida honradamente –exclamó Lucila.
-Oficial, somos casi decentes –añadió Rudecinda.
-Un vecino ha denunciado que no puede dormir por la bulla –contestó el oficial.
-Bajaremos el volumen de la música –replicó Lucila
Por su parte, los otros efectivos daban vueltas entre los asistentes como buscando a alguien.
-Bien, pueden continuar sin hacer bulla, nos llevamos a dos de tus invitados –concluyó el teniente.
Una vez alejado el patrullero, el temor se aplacó.
-No ha pasado nada, regresen la música, a bailar todos –gritó la morena; luego corrió donde un mestizo, émulo de  disc jockey y le pidió  un casete de los Embajadores Criollos.
-…Víbora, ese nombre te han puesto, porque en el alma llevas el veneno mortal, víiiivora, ese nombre te han puesto… -decía la letra de un vals; de ese modo pensaba devolver el guantazo a la vecina que había llamado al patrullero.
Poco después, el  alba sorprendía a los asistentes, unas ancianas transitaban para asistir a la misa de primera hora, algunos parranderos regresaban a sus casas llevando sendas bolsas con pan.
-Lo siento cariño, la cerveza se acabó… -respondía Lucila a unos clientes que buscaban  aplacar su pernicioso vicio.
A un costado Ruperto terminaba de barrer el suelo, añadió cierta dosis de creso a unos  baldes con agua y procedió a fregar  el suelo, quince bolsones de basura lo miraban como mudos testigos de su labor; mientras, en su casa Lucila hacía y deshacía sumas y restas, números y  tachaduras de insecto sobre un exhausto papel, de pronto sus ojos se llenaron de lágrimas, había alcanzado su objetivo, agradeció al Altísimo.
Horas después, la morocha asistió a misa, pagó a sus acreedores y  se dirigió a un establecimiento comercial donde entregó con emoción y nostalgia sus billetes, al fin tenía su ansiado televisor  de catorce pulgadas; de regreso,  mientras Ruperto llevaba sobre su hombro el preciado bien, Lucila  alucinaba ver novelas y demás series  en compañía de sus vecinas.
-Dame el televisor carajo –dijo el marido.
-Estoy viendo mi novela –contestó Lucila.
Una semana después volvían a discutir los cónyuges; el moreno exigía ver un partido de fútbol con sus amigos mientras su mujer se  atrincheraba en su dormitorio.
El  fornido consorte vocifera con  imponente  voz, la mujer se negaba a prestarle el referido bien; agotados los esfuerzos pacíficos la decidida mujer salió al frente con un palo y emitió tal cantidad de improperios que de cada diez palabras se escuchó por lo  menos once lisuras; más que poseer  el televisor  al marido le dolía el qué dirán de sus amigotes; finalmente  intervino la comadre  y las aguas de aquietaron.
De este modo Alberto concluía su e-mail,  esperaba satisfacer  las preguntas de sus amigos,  creía haber  dejado  en  claro lo que es “una pollada”.




1.     Cuy: conejillo de indias (mamífero roedor)
2.     Chicharrón: En Perú, carne de cerdo (costillas o panceta), hervido y luego frito en su propia manteca.
3.     Pachamanca: Carne, tubérculos y otros  condimentados con ají y hierbas,  que se asan entre piedras caldeadas  en un agujero que se abre en la tierra.
4.     Huancaína: salsa que acompaña el plato llamado papa a la huancaína: sal, cebolla, ajo, galleta, queso fresco, leche y ají amarillo.
5.     Sarza (salsa):   En Perú salsa criolla a base de ají, cebolla roja cruda, limón y sal. En la costa norte peruana se suele llamar sarza.
6.     Ají Limo: Variedad de Capsicum chinense con alto contenido de capsicina, muy apreciada en la gastronomía del Perú para la preparación de cebiches por su aroma frutal
7.     Huacatay: Especie de hierbabuena americana, usada como condimento en algunos guisos.
8.     Rocoto:   Planta herbácea de la familia de las Solanáceas que da un fruto grande, de color rojo, verde o amarillo,  muy picante.
9.     Ají amarillo: Capsicum baccatum, también llamado ají escabeche, color mas naranja que amarillo, es base para diversos platos de la cocina peruana.
10.   Cebollita china ó cebolleta: Cebolla común que, después del invierno, se vuelve a plantar y se come tierna antes de florecer.
11.   Cancha: Maíz tostado es un bocadillo típico de la gastronomía  andina, se tuesta maíz seco  en olla de barro con poca manteca y se añade algo de sal.
12.   Papa huayro: exquisita variedad de patata que se cultiva en los Andes (semi- arenosa).
13.   Papa amarilla: exquisita variedad de patata que se cultiva en los Andes (arenosa).
14.   Terruco (terrorista): Vulgarismo. Que practica actos de terrorismo.
15.   Aguadito: Sopa de menudencias de pollo con arroz  donde destaca, el sofrito  y el culantro.
16.   Choro: Vulgarismo, chorizo, ratero.

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