lunes, 1 de agosto de 2011

Entre calaveras y grilletes

Clara Pawlikowski

                   “No tengo nada que ver, yo les hice un favor humanamente, ellos me dijeron que iban a hacer pastillas de hierba y pomadas”, dijo Valentín Mejillones, según una agencia de noticias.
En una de las fotografías de Valentín Mejillones, destaca una gran tiara cubriendo su cabeza, aderezada con el sol de ojos encarnados  y múltiples estelas, sujeta al cuello con una cadena dorada y un cetro de mando entre sus manos. Sus ojos achinados, cejas negras y pobladas, nariz ancha como sus bigotes  resaltaban en su cara alargada. Una vestimenta andina tipo batín envolvía su cuerpo grueso.
 Si hubiera visto esa foto en mis años de estudiante de primaria hubiera podido confundirlo con Manco Capac o con cualquiera de los incas, aquellos que mis profesores me exigían repetir sus nombres de memoria.
Era de algún modo un inca moderno, lo conocían como el sabio de los aimaras. Mucho tiempo atrás trabó amistad con Evo Morales cuando éste dirigía a los cocaleros del Chapare.
─ ¿Nació en una comunidad pobre?
─ ¿Pastaba las ovejas de sus padres?
─ ¿Tenían sembríos de coca?
─ ¿A qué edad fue a la escuela?
─ ¿Cuándo comenzó a leer la coca y a masticarla?
Me preguntaba sin tener respuesta por ninguna parte
Leí algunas cosas, sin importancia con su situación actual: aprendió castellano a los trece años y tenía una creatividad desbordante; heredó de sus antepasados  el arte de curar y sanar no sólo los males físicos sino los males del alma, muchas veces más difíciles de cicatrizar. Se resistía a ser guía espiritual hasta que caminando por el campo recibió una señal al ser alcanzado por un rayo mientras descansaba en una tapera.
Esta cualidad le permitió ser conocido tanto en su pequeña comunidad como entre los aimaras del altiplano y en algunos países de Latinoamérica. Le consideraban un sabio y como tal comenzó a rodearse de toda la parafernalia correspondiente: huesos humanos, cabezas disecadas, dientes, pezuñas, fotografías de santos, velas, huacos diversos, con todo esto se le observa en la fotografía que cayó en mis manos una noche cualquiera del invierno pasado.
Valentín Mejillones me hizo recordar la fanfarria de Alejandro Toledo en el Cuzco cuando un Apu lo proclamó Presidente del Perú. Ese teatro desplegado no tenía nada que hacer ni con sus ideas ni con sus políticas en relación a los indígenas.
Debo detenerme aquí para evitar entrar en el terreno político. Pero no puedo negar esa semejanza. El Apu contratado para darle el varayoc a Toledo pudo haber sido Valentín Mejillones, porque también fue solicitado en este país.
Sus padres lo llamaron Sititi Huaranca, traducido en castellano significa “una de las mil hormigas trabajadoras”. Realmente, haciendo honor a su nombre, nunca dejó de afanarse. Alcanzó la cúspide al entregar la vara de mando a Evo Morales en un rito parecido al de Alejandro Toledo.
Dirigía las ceremonias de año nuevo, el primero de enero, en El Alto en la presencia del Presidente de Bolivia; conducía las fiestas del año nuevo aimara el veintiuno de junio y casi todos los actos oficiales bolivianos precedidos por ofrendas a la Pachamama.
 Nadie percibió el doble juego de Mejillones. Cuando fue apresado por los policías, sus habilidades de leer el futuro en las hojas de coca estuvieron adormecidas. El atestado policial  lo sindica como campana cuando  descubrieron en su casa de El Alto un laboratorio para fabricar droga y alrededor de unos doscientos cincuenta kilos de cocaína líquida, posiblemente de procedencia peruana. Demasiada cantidad para sus rituales.
                       Sin embargo un blogero de apellido León dice:
                      ─Todo es una farsa, seguramente es una tramoyada inventada y creada por los tentáculos del imperio yankee y el capitalismo salvaje que quieren desprestigiar al presidente. Los indígenas y más aún los amautas están libres de toda maldad y son incapaces de ser narcotraficantes de la hoja sagrada, hay una mano negra en todo esto concluye.
                       Otro de apellido Guerra dice:
                        ─La prensa está manipulada y aprovecha  el momento para favorecer a la oposición.
                    En alguna oportunidad, el mismo Mejillones en un incidente donde le rompieron unas costillas dijo:
                   ─La derecha fue la culpable del atentado. El mismo destino va a seguir Evo Morales, le advertí al darle el bastón de mando cuando juró como Presidente de Bolivia.
                 En esa ocasión refirió además ser “polivalente”,  quizás incluyó allí sus cualidades de campana.
                En otra entrevista, el periodista lo describe con la cabeza gacha, ojitos negros y pequeños, vestido con un poncho de color tierra y un pantalón de tela de paisano, jactándose de haber sido uno de los pocos en saber que Evo Morales sería el Presidente de la República cuando el resto de los mortales no apostaba a ello ni en la peor de sus pesadillas. Reveló también su sueño de ser vice-ministro de cultura.
                  Félix Molina, autoridad boliviana responsable del operativo policial deberá mostrar las nuevas modalidades del amauta con mucho cuidado.
                     Después de un exhaustivo seguimiento se allanó el domicilio de Mejillones. En el lugar se descubrió químicos y droga líquida para convertirla en clorhidrato de cocaína. Molina explicó que el “narco-amauta” tenía el papel de campana, vigilaba la posible incursión de fuerzas del orden y alertaba  sobre cualquier problema.
 Valentín declaró sentirse engañado por sus amigos colombianos, quienes también fueron detenidos. Esta vez reemplazó la  tiara por un sombrero de lana forrada, especial para un día de frío intenso,  le abrigaba la boca y el cuello, una casaca acolchada azul y se aferraba a una manta rayada de colores rojo y negro para encubrir sus manos esposadas.
Podría escribir diversos desenlaces de esta historia, una sería sobre la mano negra dispuesta a oscurecer el devenir errático de Mejillones con un operativo para desprestigiarlo; en otra alcanzaría a describir su nombramiento como viceministro de cultura de Bolivia, desprendiéndose de sus huesos y calaveras, la justicia es impredecible en nuestros países; el final más pintoresco sería verlo de Apu en la ceremonia para proclamar al próximo presidente peruano y el colofón más común: su condena por tráfico ilícito de drogas.

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