viernes, 12 de agosto de 2011

Gelatinas y pepinos a las tres de la mañana

                      Ricardo Ormeño


                      Unos aparentes gritos o tal vez lamentos se oyen a cierta distancia, sin embargo Jorge no les da la importancia que se merecen, simplemente se encuentra fascinado, extasiado, realmente emocionado por estar allí; a su lado se encuentra César uno de sus entrañables amigos de la infancia y de todas las travesuras y aventuras que uno se pueda imaginar.
-¡César!… ¡César!… ¡por fin lo logramos, estamos aquí, es real! –expresa Jorge casi eufórico cogiéndose sus muslos intentando luego dar unas pequeñas palmadas en la espalda a su rollizo acompañante sin siquiera mirarle la cara, que más bien es lo último que le interesa en ese momento, sin lograr alcanzarlo a pesar de estirar totalmente su brazo derecho, pero eso no es relevante, concentrarse al máximo y poder deleitarse con el escenario donde se encuentran es su objetivo; Jorge percibe la presencia de un gran ventanal detrás de ellos desde donde se puede observar con mucha nitidez un cielo espectacularmente estrellado con la especial sensación de aquella singular, sutil y constante brisa en sus rostros al no hallarse ninguna luna de vidrio o ventana propiamente dicha. Todo el ambiente es de paredes de piedra, una iluminación muy sui géneris se observa en todas las áreas, Jorge no puede determinar realmente de donde proviene la luz pero tampoco le importa mucho simplemente anima a su pareja de aventuras a dar un paseo rápidamente por aquel lugar; desplazándose por aquellos pasillos sin evitar sentir un ligero temor mientras avanzan por los empedrados corredores.
-¡César….estos son calabozos…mira esas celdas…me parece que hay personas allí quejándose! –expresa con sorpresa pero con entusiasmada voz mientras deambulan por aquellos pasajes, donde segundos más tarde, un corpulento individuo de rudas facciones y vestido con un chaleco de aparente cuero de color marrón oscuro algo deteriorado, pasa al lado de ellos sin mirarlos dirigiéndose hacia las toscas rejas de metal de la última celda del corredor cogiéndolas con sus gruesas manos dando la impresión que desea dirigirse a alguien que los aventureros  no logran ver.


                           El misterioso escenario empieza a desvanecerse rápidamente, Jorge siente que la brisa que roza su rostro se torna más fría. Por un par de segundos todo se oscurece y ante su asombro, se encuentra ahora sentado a la cabeza de una larga mesa de mantel blanco, César se localiza a su derecha, inerte, con los ojos cerrados.
-¡Está como dormido! ahora entiendo que no me haya dicho nada… prácticamente he tenido que jalarlo para recorrer los pasajes de las celdas –piensa Frías mientras observa que en la amplia mesa se encuentran sentadas seis o siete personas más, todos con túnicas blancas, de pieles bronceadas, barbas, cabellos canos y largos, con serias y a su vez apacibles miradas pero  ninguna dirigida hacia Jorge. Un individuo vestido de oscuro se acerca a su izquierda. No vayas a preguntar mucho o mejor nada, pueden percibirlo como una falta de respeto, recuérdalo.
-¿Dónde estamos? –pregunta Jorge al joven y singular personaje de negro al percatarse que dicha mesa se encuentra suspendida en el aire,  en una de las aceras de una gran avenida de apariencia comercial y moderna que no logra reconocer, contrastando totalmente con el conservador y tal vez antiguo ambiente donde se encuentra sentado, obteniendo de aquel desconocido sujeto, sólo una sonrisa pero ninguna respuesta.  Ante tal silencio, Jorge concentra su mirada en las inmensas masas de gelatinas colocadas sobre soportes metálicos figuradamente de plata imitando a las grandes tortas utilizadas en los onomásticos, todas ellas rodeadas de diversas bandejas del mismo material conteniendo innumerables rodajas de algo semejante a blancos pepinillos; Frías  no intuye nada y dirige su mirada nuevamente hacia aquella persona erguida a su siniestra como fungiendo de mozo en algún lujoso pero ajeno restaurante.
-Debe comer, necesita energía  -acota el supuesto servidor ante el asombro de Jorge al haberle dirigido la palabra. No hables mucho por favor, no preguntes.
-¿Por qué debo comer? son sólo gelatinas y pepinos –cuestiona Frías menospreciando el ágape.
-El viaje es largo y necesita mucha energía –afirma el enigmático individuo- Es hora y media de recorrido … usted despertará a las tres… -sugiriendo a Jorge de manera entrecortada ingerir esos insólitos pepinillos que al llegar a su boca experimenta una vez más el frígido pero tenue viento mientras la atmósfera comienza nuevamente a ensombrecerse. Jorge despierta en su cama donde no se había recostado sino literalmente desfallecido casi vertiginosamente luego de regresar de una reunión con sus amigos de la Universidad; se encuentra agotado, exhausto a pesar de sus dieciocho años de edad y en su mente sólo mantiene la fija idea de las tres de la mañana.
-Debo ver mi reloj me dijeron que despertaría a las tres…maldición creo que lo dejé en el piso, me pesa todo pero debo encontrarlo –medita el muchacho mientras lucha por hacer un esfuerzo en buscar a ciegas su reloj de pulsera girando su cuerpo hacia la izquierda hasta quedar boca abajo alargando su brazo derecho y moviéndolo de lado a lado para poder ubicarlo.
-¡Luz!… ¡Luz!… necesito la lámpara de la mesa de noche…vaya por fin el interruptor del demonio… ¡diablos son las tres de la mañana como me dijeron!… ¡desperté a las tres de la mañana! …¡esto es increíble! –concluye el joven estudiante sin hacer el menor ruido para no interrumpir el sueño de su hermano que dormía plácidamente en la cama adjunta y con quien compartía la habitación hacía muchos años. Tranquilo Jorge trata de descansar y mañana estudiarás mejor tu experiencia, no te olvides que has tomado licor en la reunión y tus apreciaciones pueden ser apresuradas y ligeras.
-¡César! debo llamarlo… pero es muy tarde…sé que se despertaría,  pero… ¿Si su papá o su mamá contestan el teléfono y no él? –se pregunta varias veces hasta abandonar la idea y tomar el ahora difícil camino para conciliar el sueño.


                                     Bien Melchor creo que ya voy a terminar de curarte, cada día estás mejor, realmente tuviste mucha suerte, pintar las paredes del sótano de un gran barco y que tu compañero encienda un soplete…no lo entiendo –comenta el doctor Frías a su paciente con grandes quemaduras mientras le realiza la curación.
-La verdad nunca lo habíamos hecho, él arreglaba lo suyo y yo me limitaba a pintar las paredes del almacén del sótano pero tomando mi distancia…no cerca, nunca pensé que esas pinturas botaran gases inflamables y con el ambiente totalmente cerrado… –explicaba Melchor al doctor.
-Sí, fue trágico y muy  lamentable que tu compañero falleciera sin embargo me alegro que te encuentres mejor, eres muy valiente Melchor, te felicito por ello –comenta el médico a su paciente tratando de estimularlo, motivarlo para seguir adelante y terminar de saltar el obstáculo que significan las quemaduras de segundo y tercer grado en porcentajes importantes.


                                  El aventurero soñador se alza muy temprano, apenas durmió unas pocas horas y de manera interrumpida lo que origina que sus condiciones físicas se vean mermadas, sin embargo lo primero que decide es precipitarse hacia el teléfono y realizar la llamada que ambicionó durante la madrugada. César es quien responde. Sin dudarlo, Jorge le propone visitarlo en su casa y dialogar un poco, total es domingo y al parecer no hay programa alguno salvo tratar de curar la clásica resaca estudiantil.
-¡César, que tal!  ¿Cómo estás?... ¡medio dormido al parecer! –saluda alegremente el contemplativo joven tratando de ocultar el poco descanso que tuvo la noche anterior.
-Bien, dormí temprano y plácidamente no como tú que veo que anoche estuviste de juerga o algo así –comenta su eterno compañero de aventuras observándolo sesgadamente mientras enciende su primer cigarrillo del día invitando a su vez al ansioso visitante a servirse un café.
-¡Dime César! ¿Dormiste bien ayer, soñaste algo especial anoche? –pregunta el futuro facultativo con  insistencia y a su vez cierta incomodidad.
-Sí muy bien, como te digo dormí plácidamente y no recuerdo nada especial, sólo soñé por un rato que me encontraba en un inmenso jardín y totalmente tranquilo –comenta César sosegado disfrutando del aroma de su café y de las bocanadas de humo producidas con su cigarrillo.
-¿No soñaste con calabozos, mesas de comida, monjes o que se yo? –pregunta el joven Frías mostrando cierta angustia e inquietud por oír alguna respuesta que se relacione con su extraña experiencia.
-No, como te digo sólo recuerdo un placentero sueño y nada más –responde el fiel compañero, pausado y con total seguridad.
-¡Bueno, entonces te voy a decir lo que me sucedió anoche! –interviene el aspirante a galeno acomodándose en el sofá, e iniciando la afanosa narración de lo acontecido unas cuantas horas atrás.


                                   Bien, creo que basta de crema, vamos a vendarte y así habremos concluido con tu curación de hoy –afirma el doctor Frías con agrado al observar que el pobre Melchor evoluciona favorablemente, habiéndose salvado no sólo del voraz incendio en aquel almacén del barco mercante donde intentaba ganarse la vida haciendo lo único que aparentemente sabía…pintar, sino también de haber sorteado la muerte por segunda vez al haber reaccionado favorablemente a las maniobras de resucitación tras el paro cardiaco sufrido en la sala de operaciones al intentar en él una limpieza quirúrgica de emergencia a los dos días de su hospitalización; su corazón efectivamente se detuvo sin embargo una vez recuperado su habitual ritmo, la decisión de los cirujanos fue la de continuar con el acto quirúrgico y salvar la vida nuevamente del humilde desdichado. El doctor Frías, todos los médicos e incluso las enfermeras responsables del infeliz pintor de paredes, habían decidido no mencionarle esto al paciente para no aumentar su angustia y tensión emocional, tan importante en estos casos, Melchor estaba luchando y lo hacía bien, así que todos resolvieron que aquel penoso suceso acontecido en el quirófano se lo harían saber una vez se encuentre totalmente recuperado.
-Gracias por atenderme, en realidad les agradezco a todos aquí, sólo que usted hace entretenida la curación, con cada historia que me cuenta… –expresa muy cariñosamente el sufrido pintor al doctor Frías mientras éste se encuentra concentrado en terminar de vendarle las extremidades.


                                  Jorge se encuentra a punto de terminar la historia cuando abruptamente es interrumpido…
-Un momento, quieres decir que en tu sueño ¿Yo me encontraba medio dormido como sonámbulo y no veía ni participaba de nada?  -preguntaba César mientras agota su tercer cigarrillo de la mañana.
-Sí, estabas y como si no estuvieras –continúa el potencial cirujano siendo detenido nuevamente por su camarada.
-Ahora entiendo lo extraño de todo esto, mientras tú estabas en todos esos lugares, yo me encontraba en un inmenso y tranquilo jardín, es decir te acompañé pero no estuve allí –comenta César tratando de llegar a una inteligente y profunda conclusión.
-Sí he pensado en ello, creo que te pusieron para darme valor o confianza en seguir y nada más… sin embargo no hay manera de comprobarlo –interviene el aprendiz de medicina estirando las piernas sobre el mueble haciendo un gesto de disgusto por las suspensiones sufridas.
-¡Espera, ahora que recuerdo, cuando dijiste las tres!...recuerdo que abrí los ojos a eso de las seis de la mañana… tome un sorbo de agua y traté de seguir durmiendo pero no sé por qué  cogí el reloj y me parece, ¡Me parece!... –César sale corriendo de la sala, sube las escaleras y entra a su habitación como un rayo, de igual manera baja hacia Jorge.
-¿Qué pasa, qué traes? – pregunta con suma angustia el flamante y lozano universitario levantándose bruscamente del sillón.
-¡Mi reloj!… ¡se detuvo anoche a las tres!... ¡esto es casi imposible!... ¡me lo regaló mi papá y nunca ha fallado en tantos años!… ¡maldición que coincidencia…diablos! ¿Qué has hecho Jorge? –mira asustado su reloj el tembloroso socio de Frías, colocándolo en la mesa delicadamente como si se tratara de material explosivo tratando inmediatamente de encender su cuarto cigarrillo sin poder hacerlo.


                                  Terminamos mi querido amigo, basta por hoy –concluye el galeno mientras se retira el par de guantes estériles que utilizó para la atención de Melchor.
-Vaya historia, la vida tiene cosas extrañas…muy extrañas mi querido doctor –expresa pensativo el desdichado y estoico paciente como queriendo recordar o animarse a decir algo.
-Así es Melchor por eso a veces trato de olvidar o no hacer caso a todo lo que nos sucede de manera sorprendente, para no detenerme a pensar en lo que nunca resolveré y aprovechar el tiempo para temas que si sé que puedo resolver, como curarte por ejemplo –acota el cirujano.
-Creo que le tiene miedo a lo desconocido doctorcito por eso no quiere meterse en esas cosas raras, pero no debería tenerlo todas las experiencias de la vida son por algo –afirma el desventurado personaje mirando con detenimiento al cirujano.
-Bueno Melchor creo que ya no estamos hablando sino filosofando sobre la vida el mundo y que se yo, mejor me voy que tengo que seguir atendiendo a otros pacientes, ya mañana te contaré otra historia –promete el facultativo, expresando una sonrisa de satisfacción al ver a su paciente bastante animado a pesar de su desgracia.
-Bien doctor como usted guste, pero sólo le pido un favor… ¿Puedo hacerle una pregunta? –interviene el infortunado mirando fijamente al apresurado Frías.
-Como no, Melchor pregunta lo que gustes –responde Jorge mientras se retira el mandil.
-Cuando se encontraba sentado en la mesa y le dicen que coma… ¿Comió los pepinos? –pregunta el desventurado enfermo cogiéndole la muñeca a Jorge Frías sin poder ejercer una vigorosa  presión debido a sus lesiones.
-¡Sí, claro… las comí! –responde el médico haciendo un gesto de preocupación ante la actitud de su paciente.
-¿Eran como jebe?… ¿Se estiraban al querer morderlas?... ¡como algo elástico! –se preguntaba y afirmaba a la vez el pobre infeliz soltando la muñeca del doctor lentamente y llevando su mirada hacia la pared.
-¡Sí…eran así!... ¿Cómo lo sabes Melchor? –pregunta ahora totalmente desconcertado el aún joven cirujano buscando la mirada de su paciente esperando una pronta respuesta.
-Doctor ese sueño… ¡Lo tuve!… durante la operación… el día que usted me llevó a sala de operaciones… yo comí esos pepinos.
     

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