miércoles, 10 de agosto de 2011

Tucker y mi abuelo

Clara Pawlikowski

Con las licencias que me permite Abraham, el vendedor de periódicos, comencé a hojear algunos. Decidí mi compra, no por los titulares de las primeras páginas como usualmente lo hago, sino por la fotografía que observé casi a la mitad en uno de ellos.
No llevaba puestos los anteojos así que al personaje  lo confundí con Miguel Grau. Tenía la barba tupida,  la frente amplia y rastros evidentes de calvicie por sus pronunciadas entradas. Los ojos bordeados en la parte superior por cejas anchas y tupidas mostraban grandes bolsones en sus párpados inferiores. Una mano  escondida en la levita y en la otra tenía un guante.
 La foto era de color sepia. Parecía vestido con un uniforme de gala, con un frac entallado con cuello tipo Mao bordado con galones e infinidad de botones tanto adornando las mangas como la parte central de la pechera, en esta caían en paralelo desde el cuello hasta el borde inferior. Quizás fuesen plateados o dorados. En los hombros lucía gruesos canelones. Sólo se le veía medio cuerpo.
Cuando me puse las lunetas, me di cuenta que no se trataba de Grau, su cara afinada distaba mucho de la faz redondeada del marino piurano. Pude entonces leer las letras pequeñas colocadas en la base de la foto. Se trataba de John Tucker.
¿John Tucker? ─me pregunté.
Era el mismo del cual mi abuelo me contaba largas historias cuando refería que las primeras cartas hidrográficas de la cuenca del Amazonas fueron hechas por un norteamericano.
Mis evocaciones son vagas, algunas  recuerdo. A pesar de sus ochenta y pico de años, mi abuelo Don Julio Reátegui González tenía una mente muy lúcida. La verdad sea dicha, nunca confronté sus historias con libros ni revistas.
En ese entonces yo tenía alrededor de doce años y empezaba la secundaria. Mi abuelo era entretenido, cualquier hecho lo relataba de forma amena; en realidad fuimos cómplices, durante el verano con las propinas que me daba podía comparar helados D’Onofrio y en las épocas de colegio cajitas de sublimes para mis loncheras. Todo esto por el solo hecho de acompañarle  en sus caminatas por el malecón de Miraflores.
Allí teníamos una banquita preferida frente al mar, él pegado a un extremo y yo estirado en el resto recostando mi cabeza sobre sus piernas. Mientras me contaba sus historias, sentía pasar sus temblorosos dedos entre mis cabellos, a veces hasta quedarnos dormidos.
Vivíamos en la parte antigua, cerca del faro.
Alguna vez me dijo que Tucker apareció cuando los españoles quisieron volver a gobernar el Perú. Lo contrataron para poner orden en la armada peruana y entre los chilenos que en esas épocas eran nuestros aliados.
Los marinos peruanos eran indisciplinados y carentes de hábitos militares ─me decía ─por eso se pusieron de acuerdo los gobiernos de Perú y Chile para contratar a Tucker que llegó a ser Contralmirante de la Armada Peruana durante la guerra con España. Luego de la guerra Miguel Grau, Montero, García y García se negaron a aceptarlo por eso Prado le mandó al Amazonas, encargándole la jefatura de la Comisión Hidrográfica.
Yo no quería saber sobre la indocilidad ni de los chilenos ni de los peruanos, me atraía la aventura. Por eso siempre le preguntaba acerca de la travesía de Tucker desde la costa hasta llegar a Iquitos. Viajó en mula hasta Huánuco, continuó hacia Chanchamayo y en el vapor El Tambo a través del río Pachitea llegaron a Iquitos.
─Iquitos era pequeño, tenía pocas calles. En los mapas de ese entonces no figuraban algunos ríos de nuestra Amazonía. Cuentan infinidad de anécdotas de este hombre y de lo que dijo durante su viaje y su estadía en Iquitos: que fue perseguido por caníbales,  que una epidemia de viruela diezmó a la población indígena local, que un incendió casi acabó con la ciudad, que no había jueces y que los prefectos esclavizaban a los indios.
 Aprendí  también con mi abuelo que Tucker nunca fue reconocido por su labor, renunció porque tuvo problemas con sus pagos, vivió siete años viajando por los ríos hasta que concluyó su labor. Tucker localizó el punto navegable del sistema fluvial oriental más cercano a Lima: el río Pichis. Los mapas de Tucker fueron publicados por Raimondi.
Marina, mi hermana mayor, era incrédula, ella ya había ingresado a la universidad y seguía cursos de historia. Un  día me dijo:
─Mira Daniel, mejor lees un poco porque el abuelo mescla las cosas a su manera ─ella era más racional, más independiente y ya fumaba cigarrillos.
Empecé con Tucker y sus mapas hidrográficos pero el recuerdo de mi abuelo lo tenía a flor de piel. Será porque aquel día continué caminando lento y me dirigí al malecón, ya no había sol, la tarde estaba fresca, abrí el periódico y ahí estaba Tucker. Entonces me acordé de los sublimes, de los helados D’Onofrio y sentí las manos de mi abuelo enredándose en mi cabello.

No hay comentarios:

Publicar un comentario