jueves, 26 de enero de 2017

El día de la cobra dorada

Luis Fernando Elizeche Doliveira


Los alumnos de la carrera de antropología ingresan al museo de la ciudad. Llegan a la sección de muñecos de cera con figuras de tres asesinos en tamaños reales. Las estatuas  hurgaban espanto, parecían estar quietas esperando a las víctimas para una  estocada fatal.

La guía los describía como psicópatas famosos, parte de la historia criminal de Cervantes cuando aún era un pueblo campesino a mediados del siglo veinte. El primero fue nombrado como el Payaso Ambulante, de dos metros de estatura, vestido con piyama de colores, zapatos ridículamente largos, el rostro pintado de blanco, nariz roja y redonda, su mirada y sonrisa siniestra acompañada con el llamando del  dedo índice de la mano izquierda, y en la derecha sujetaba un gran escalpelo que ocultaba tras la espalda. Mataba gente a la salida de las ferias, era hábil y veloz con el cuchillo; una joven que corría de él llegó a una comisaría ocultándose tras la espalda de un solitario guardia con pistola en mano, el payaso degolló al uniformado de un giro rápido, y perforó el abdomen a la chica. Los policías lo balearon en mil novecientos cuarenta y dos.

La Cebolla Sangrienta, un hombre jorobado, petiso con cara deforme, exhibía en su sonrisa una dentadura fea, poseía un traje grande para su talla, una trenza hasta la nuca en medio de la calvicie y una pequeña hacha en la mano. Acogido por las religiosas en el orfanato, descubre en la cocina la facilidad de matar siendo la primera víctima una monja, todo el orfanato se convirtió en sangre y cadáveres. Se ocultó por los bosques, salía de noche. A pesar de su joroba corría con velocidad alcanzando a las víctimas. El pueblo lo buscó para capturarlo en mil novecientos treinta y dos, cuando lo rodearon, la cebolla rio, parecía creer que se trataba de un juego, le dispararon.

La Araña Cuatrera, la mujer de cuatro piernas, tenía dos de ellas en medio de las normales por desperfecto. El vestido largo marrón tapaba sus rodillas. Sujetaba con las manos las tijeras de podar. Atravesadas en sus cuchillas, penes y testículos cortados. Su familia la ocultó en el sótano de la casa. Al pasar el tiempo un odio fue acrecentándose en ella. Una noche la madre organizó una fiesta social. Parece ser que la araña escapó del sótano y colocó somníferos en las bebidas antes del acontecimiento. Todos durmieron, a las mujeres las mató enseguida; a los hombres les desnudó, les cortó los genitales, y murieron desangrados mientras dormían. Tiempos después casi cuarenta hombres muertos fueron encontrados sin genitales. Le clavaron un machete en la cabeza en mil novecientos cuarenta y nueve.  En las cuchillas de su  tijera de podar se encontraron penes y testículos mutilados. Estos criminales fueron sepultados uno al lado de otro en el cementerio de la ciudad.

A la salida del museo, Gabriel se dirige a su apartamento caminando. Su trayecto se obstaculiza en la plaza con la presencia de los “veintiún justicia”; una pandilla de jóvenes que fumaba tranquilamente marihuana liderado por Anacleto; un prepotente que comete delitos a su antojo. La cuadrilla está uniformada de remera negra con la figura del número veintiuno. Una amiga de Gabriel lo visitó en Cervantes, bailaron en una discoteca, Anacleto y toda la pandilla estaban presentes. El jefe soberbio quiso bailar con la señorita, al negarse ella, le cortaron el cabello con navaja, golpearon a Gabriel, y un disparo al aire de un guardia impidió que lo maten. Por eso Anacleto decidió que Gabriel le debía dinero, y le hostigarán hasta que pague. Al no ser visto, el estudiante tomó otro camino para evitar el encontronazo. Penetró en una extensa vegetación al lado del parque, la misma era el residuo de la antigua Cervantes que no fue arrasada por la modernidad.

En el bosque se detiene frente a una vieja casa de un piso, rodeada de una muralla con un pequeño patio sin portón. El césped seco indicaba que alguna vez fue un bello jardín. «Esta casa debió de pertenecer a una familia de alta clase social cuando Cervantes aún era un campesinado». A cinco metros de la puerta estaban tres árboles secos uno al lado de otro. El primer piso lucía con cuatro ventanas de vidrios. Gabriel entra a la casa.

La ausencia de muebles, telarañas abundantes y pedazos caídos de pared, eran señal de que nadie la habitaba desde hacía tiempo, se tapó la nariz por el olor a orina de algún animal. «Pronto será oscuro, debo salir de aquí ».Sube las escaleras al primer piso. Entra en una habitación grande. En el suelo están una cámara filmadora vieja y rota, una videocasete, una figurilla de cobra dorada en metal con su lengua de dos puntas y colmillos y un sobre de papel grande. Una pared estaba pintada con signos y dibujos en rojo. Alza la cobra de metal, la videocasete y los pone en el sobre. Ignora la filmadora. Saca del bolsillo su celular móvil y fotografía los signos dibujados en la pared. En la oscuridad sale de la casa. Regresa a la zona urbana, toma un taxi y se dirige a su apartamento.

Saca de un armario una videocasetera después de casi veinte años sin usarla, la conecta a su televisor reemplazando el bluray. Quita del sobre el videocasete, la cobra dorada de metal, y papeles ajetreados que tenían escrituras en símbolos. «No entiendo nada de lo escrito, ¿en qué idioma estará?». Sostiene la cobra dorada de metal entre sus dedos.

Coloca la videocasete en la videocasetera. En la pantalla del televisor se empezó a ver una filmación casera. En la parte inferior la fecha abreviada era del veinticinco de octubre de mil novecientos ochenta y cinco con un horario de 3:14 de la madrugada. Una chica con camisilla negra, cabellos enrulados, fornida, visualizaba de la cabeza hasta el busto aparecía sentada observando a la cámara. Primero miraba seria, luego sonrió, y en empezó a hablar en una lengua incomprensible. Innova un gesto de sacar la lengua y ríe. Sigue hablando, da un grito de furia, despotrica y carcajea. Tras ella, se encuentra una pared con signos escritos, el muchacho presiona el botón de pausa de la videocasetera. Examina la foto que tomó de su celular, y son los mismos signos. «Esta filmación fue en esa casa, ¿quién filma, o ella se filmó sola?». El video prosiguió, la chica en medio de su hablar extraño hace un gesto de fuerza para exhibir la musculatura de bíceps. Gabriel tembló al ver que frente a su moldeado brazo derecho, el izquierdo lo tenía amputado. Después del gesto la chica ríe y grita de furia. El muchacho adelanta la cinta unos minutos, y ella está con la boca empapada de sangre comiendo el torso decapitado de un hombre negro. Apaga la imagen del televisor. «No quiero seguir viendo esto».

En el cementerio oscuro el viento agitaba los árboles, una estatuilla de cobra dorada se desplazaba con movimientos temblorosos. Aceleró hacia una rata que corría destrozándole y penetrándole en la cara. El roedor empezó a adquirir una nueva figura, creciendo metamórficamente hasta convertirse en una moza fornida. La chica caminó hasta tres tumbas que se encontraban una al lado de otra, y que eran la del payaso, la cebolla sangrienta y la araña cuatrera. Con la mano derecha se arranca el brazo izquierdo, las cataratas de sangre culminaron cerrándole la herida. Ese mismo brazo amputado empezó a crecer a lo largo, hasta adquirir la forma de una cobra gigante. El reptil, mordiendo con fuerza de derecha a izquierda, fue desenterrado los cuerpos de los criminales, y de un jalón con los colmillos los tiró sobre el hombro de la moza. Como si los cadáveres bastantes descompuestos no pesasen nada, la muchacha los cargaba. La cobra la seguía como una mascota hasta la casa del bosque. La chica dejó caer los cuerpos, su acompañante reptil los enrolló velozmente  incinerándolos, hasta convertirlos en cenizas, en este acto la cobra desaparece con el fuego. La chica descarga cada montículo de cenizas en tres pequeños pozos frente a la casa colocando en ellos una semilla. Se dirige al interior de la casa. En la habitación del primer piso hay una cámara de filmar y cuatro hombres negros muertos, descuartizados y ensangrentados. Mancha de sangre mulata el dedo índice del brazo que tiene entero, y escribe unos símbolos en la pared. Come como galletitas los cuerpos y huesos con prontitud  hasta devorarlos todo. En posición de perro con ligereza lame toda la sangre limpiando el suelo totalmente. Acomoda la cámara frente a ella, presiona el botón y habla. Gabriel despierta sudoroso y asustado siendo aún de madrugada.

En un pasillo de la universidad Gabriel miraba con atención. Se acerca un hombre alto, sesentón, con calvicie. Traía en su mano derecha el sobre grande de papel.

—Profesor Scandiuzzi, lo estaba esperando —dijo estrechándole la mano.

—Hola Gabriel, me urge hablar contigo.

Caminaron hasta la sala de profesores. El profesor Scandiuzzi, un profesor italiano, plurilingüe dominante de treinta idiomas. Ocuparon un escritorio. Descargó el sobre.

—Hablo en treinta idiomas y el de la señorita no lo sé, no es inglés, francés, portugués, italiano, alemán, ruso, sueco, ucraniano, polaco, turco, árabe, danés. Tomé fotos a las escrituras en papel, la estatuilla, y publiqué en una página de fenómenos extraños de internet. Un haitiano especialista en vudú me contactó. Conversamos por Skype. Le envié copias del video, de la foto que tomaste y le comenté tu experiencia y sueño. Esa chica aparece en sueños de aquel que tenga la cobra de metal cerca. Jamás fue vista, si la vieron tal vez no vivieron para contarlo. Es la primera vez que se la ve en una filmación. El Día de la Cobra Dorada está cerca. Aléjate de este metal— dijo el señor tocando la estatuilla.

—¡El Día de la Cobra Dorada! —Se altera Gabriel—  ¿Qué es eso?

—Según el haitiano, el día de la cobra dorada se inicia los primeros minutos del veinticinco de octubre cada cuarenta o sesenta años, dependiendo de fenómenos astronómicos, y los espíritus malignos capturados en esta cobra de metal, se materializan y necesitan comer carne fresca y beber sangre para aliviar la ira en su limitada liberación. Tu sueño parece coincidir con esto, aquellos árboles surgieron de las cenizas de esos criminales cuyas figuras se muestran en el museo. Voy a traducirte lo que dijo este haitiano. —Scandiuzzi inició su relato—.  La cobra de metal, tiene siglos de antigüedad; fue esculpida posiblemente por miembros de la etnia Kabye practicantes de vudú en África occidental para maldecir a colonizadores ingleses que los traficaban como esclavos. Fue usada en ceremonias de vudú macabro por siglos; tiene entes y espíritus malignos encarcelados en ella. La noche del veinticuatro de octubre de mil quinientos dieciséis, unos esclavos estaban bajo la custodia de soldados ingleses, uno de ellos sustrajo la cobra de metal a un negro, al día siguiente tanto los esclavos como los soldados desaparecieron. En el lugar se encontraron dos cobras: la de metal y otra disecada que se convirtió en polvo ante los ojos de muchos. La estatuilla se usó en Haití, Jamaica, y nunca se encontraron personas cerca de ella, solamente una cobra disecada que desaparece en forma de polvo; ella sería como un cuerpo que encontró alivio después de mucha tensión. El video de la chica podría relacionarse con un grupo de haitianos desparecidos. Posiblemente se escondieron en la casa del bosque, llevaron la cámara para filmar la ceremonia vudú en la noche del veinticuatro de octubre del ochenta y cinco. Una vez que estos han muerto, la chica se coloca la cámara enfrente y se auto filma dando el mensaje. Los espíritus malignos capturados en la cobra son inofensivos cuando no es la fecha de veinticinco de octubre y si no hay  movimientos de los astros. Entonces solo envían mensajes mediante sueños de cosas que a ellos les hicieron, sin causar daño al que tenga cerca la cobra de metal. El lenguaje de la chica era demoniaco. Hablaba del Día de la Cobra Dorada, un ente que se corporiza en la materia viva que esté cerca de la cobra de metal minutos antes del veinticinco de octubre y los astros se ubiquen cerca de Júpiter y tres de ellos bordeen la Tierra. Ese demonio consigue aliados materializando almas despiadadas, de los cuales ya se apoderó de sus cuerpos, los incineró hasta convertirlos en cenizas, y planta en ellos una semilla de la cual brotarán árboles que se secarán. Esto ocurrió el último día de la cobra dorada, y esta chica iría al cementerio a hacer lo mismo.

En la mayor parte del relato Gabriel demostraba susto y a veces se tapaba la cara.

—¿Cómo el haitiano sabe todo esto? —pregunta el joven suspirando—. ¿Cómo supo que los árboles son restos de esos criminales, y tiene la certeza de que la chica demonio irá al cementerio a buscar otros cuerpos para cultivarlos?

—Él es un brujo de vudú, conoce secretos ancestrales. Lo de los árboles lo indujo por tu sueño y porque la estatuilla estaba cerca de ti. Que la chica es un ente que hace eso, es una deducción hecha hace siglos por el vudú, que no puede comprobarse por las discrepancias de la ubicación de la cobra de metal y la falta de seguridad de los fenómenos astronómicos en un veinticinco de octubre. En esa fecha se repitieron las desapariciones de personas por siglos y en el lugar donde estaban se encontraban la efigie de metal y la cobra disecada.

—¿Pasaría esto si los fenómenos astronómicos no ocurriesen? —pregunta secándose el sudor de la frente.

—Si es esa fecha, y no hay movimientos de los astros, no pasa nada. Pero tuviste la mala suerte de encontrarlas justo cuando mañana es veinticinco de octubre, y los astros estarán sobre júpiter y la tierra, el día de la cobra dorada se vendrá después de más de cuarenta años según el haitiano. Por eso, ve a dejar estas cosas ahora en esa casa.

Gabriel se dirige al bosque, antes de llegar es interceptado por los “veintiún justicia”.

—¡Ustedes no, por favor, necesito hacer algo urgente antes de que llegue la media noche!

—Aún son las cuatro de la tarde, primero saldarás tu cuenta con nosotros — dice Anacleto.

Un policía intervino con megáfono. Gabriel aprovecha para correr. En el bosque, trepa un árbol frondoso para ocultarse de los pandilleros que pasaron sin verlo. Atemorizado se abrazó a las altas ramas por horas. “Debo regresar esto de inmediato”. Su reloj del teléfono móvil marcaba las once y media de la noche”.

Alumbrando los caminos oscuros con la linterna del celular se detiene ante los tres árboles frente a la casa. Linternas potentes a sus espaldas alumbran la oscuridad. Los pandilleros sonreían maquiavélicamente exhibiendo pistolas en las cinturas.

—¡Todos corremos peligro si no regreso estas cosas adentro, debemos salir de aquí porque estamos cerca de media noche! —exclamó Gabriel mostrándoles el sobre.

—Nos somos estúpidos —Insinuó Anacleto—, ¡ahora no tienes escapatoria!

Corre a la casa perseguido por diez pandilleros, once quedan cerca de los arboles orinando y diciendo groserías. En la pieza del primer piso al lado de la filmadora arroja la estatuilla, la videocasete, y el sobre con papeles. Los pandilleros lo aferran contra la pared.

—¡Tenemos que salir de aquí, pronto será media noche podemos morir! —grita Gabriel sostenido y exhibido en la ventana del primer piso a los que quedaron abajo.

—Tú tienes cuentas con nosotros ahora vas a pagarnos —dice Anacleto soberbio.

Un fuerte relámpago asustó a todos, ráfagas de vientos sacudieron la pieza, la vieja filmadora del suelo sube por el aire, y violentamente choca contra la pared, cerca de donde sostenían a Gabriel. Se olvidaron de él y quisieron huir. La puerta se cierra violentamente. La cobra de metal sube por el aire y da vueltas rápidas formando un ciclón.

Un miembro de la pandilla es subido en el aire cayendo fuertemente al suelo, la cobra de metal desciende penetrándole por la boca, litros de sangre se derraman del orificio bucal. Es elevado hacia arriba contactando contra el techo y cayendo a los pies de los presentes. Las heridas eran múltiples, su rostro de la agonía pasa a la ironía, exhibiendo su dentadura rota. Su cuerpo sufre inversiones rápidas formando el de la chica del video con ambos brazos. Con un semblante de sarcasmo se acerca a los jóvenes gritando palabras en lengua oscura, y con una fuerza insondable se arranca el brazo izquierdo arrojándolo al suelo, la herida cesa rápidamente dejando en el piso un lago de sangre. El brazo arrancado se convierte en una cobra multicolor gigante, la chica le toma del cuello tirándola por la ventana al patio. El resto de la pandilla baladró. Quisieron huir, pero la cobra con rapidez les obstaculizó.

La amputada murmura palabras en el dialecto, gira en dirección a la ventana y de un salto por el umbral cae de pie al patio entre los pandilleros que quedaron abajo. Los curiosos de arriba observan desde la ventana de vidrio. Un pandillero moribundo estaba siendo devorado por la cobra, la chica gritaba palabras con voz histérica. Los árboles destruidos se movían y empezaban a disminuir sus tamaños convirtiéndose en los asesinos que en el siglo pasado intimidaron al pueblo de Cervantes: el Payaso Ambulante, la Cebolla Sangrienta, y la Araña Cuatrera. La cobra bailaba con su cuerpo largo y convirtiéndose en una llama de fuego se disuelve. Los sonidos de disparos cesaron por el acabamiento de las balas. Los tres asesinos se acercaban a los pandilleros, el Payaso con su cuchillo en la mano daba giros agiles y rápidos estocándolos, la Cebolla Sangrienta con una hacha en miniatura decapitaba sonriendo. La Araña Cuatrera con las tijeras de podar caminando lentamente clavaba con rapidez en dirección a los testículos. En poco tiempo los diez pandilleros se convirtieron en cadáveres ensangrentados. La chica con los tres espantosos miran en dirección a la ventana, donde Gabriel y el resto de la pandilla atestiguaron a través del vidrio con temor. Los cuatro malignos caminan hacia la casa.

Los jóvenes caminaron dispersos. Gabriel se escondió en un armario al percibir que la Cebolla Sangrienta se acercaba arrastrando los pies; por un  pequeño agujero contempla  el aciago rostro y defectuosa sonrisa con la pequeña hacha en mano. Pasa sin detenerse. Ensordecedores ruidos de disparos y griteríos incrementaron sus violencias.

Abandona el escondite. En el oscuro pasillo camina lentamente hacia él: la araña Cuatrera. El muchacho lo apunta con la luz de la linterna del celular al rostro. Gabriel retrocede tropezando con un palo grueso, lo agarra y le destina un porrazo a  las tijeras volándolas, le proporciona golpes a las manos, piernas, torso y a la cara.  Cansado porque sus bastonazos no tuvieron efecto, corrió con el palo en mano. La araña cuatrera inmutablemente siguió avanzando. En un sector de su huida, el Payaso de dos metros de estatura con dos cuchillas tenía colgados del abdomen a dos sujetos muertos en cada mano. Este se lanzó en su persecución. El joven en su camino encuentra a la cebolla sangrienta abriendo un cuerpo en el suelo con su pequeña hacha, le aplica golpes brutales con el palo, el anómalo ríe, el payaso sigue su persecución caminando. Gabriel rosando al deforme continúa corriendo. Una mano lo jala a una habitación. Eran Anacleto y tres más con palos en las manos.

—Somos los únicos sobrevivientes, tenemos que intentar salir, disparamos nuestras balas sobre ellos y no les hace nada —dijo Anacleto.

La puerta se abrió, el corpulento Payaso circula hacia ellos, se lanzan sobre él golpeándolo con palos, logran derribarlo, el bufón vapuleado saca la lengua con los pulgares en la cien moviendo los demás dedos. Lo dejan desvanecido. Se acercan la Cebolla y la Araña.

—¡No le tengan miedo, sobre ellos! —exclamó el jefe de pandilla.

Golpean a los anómalos con palos gruesos. Sangran al caer aparentemente muertos. La chica de un salto ingresa de afuera de la ventana rompiendo el vidrio. Gabriel le emplea un palazo a la cara, la extraña le vuela el palo con la mano derecha. El joven le aplica patadas y golpes de puño hasta cansarse. La inaudita habla en su lengua oscura y empuja a Gabriel contra las paredes. Los otros la golpean con las vigas. Con la palma abierta les vuela el palo a todos. Pronto la apuñalan continuadamente. A pesar de la sangre, la chica estaba rígidamente parada. Con el brazo que le quedaba, cerrando el puño gira fuerte en forma de una gran circunferencia decapitando a los cuatro pandilleros. Sus cabezas rodaron dejando a cada paso líneas rojas anchas.

Los anómalos se  levantan y agrupan al lado de la chica. Gabriel intenta ponerse de pie. Lo rodean. La del  brazo amputado está frente a él a cinco metros enfilada con los tres engendros. El horrible cuarteto masticaba las cabezas decapitadas manchándose de sangre los mentones y partes de la cara.

La amputada recita en su lengua. Un viento fuerte invade la habitación. La ropa del joven se rompe quedando desnudo; grita de dolor porque su pene se  alarga a más de dos metros transformándose en una viviente cobra dorada en el cual la chica le agarra del cuello y le besa en la lengua puntiaguda. Lo mismo hacen el Payaso, la Cebolla y la Araña. La amputada le hace una reverencia hablando en su inentendible lengua. La cobra de metal escapa del cuerpo de la chica, rompiendo el plexo solar, volando rápidamente entre los vidrios de la ventana. El Payaso le arranca la rubia cabeza con las manos y la mastica, mientras su cuerpo cae abajo. La Araña devora los cuerpos. La Cebolla se agacha y lame los charcos de sangre del suelo. La cobra dorada voltea hacia Gabriel, le clava sus incisivos al  hombro y no tarda en morir.

La cobra de metal fue volando kilometrajes hasta caer en el cementerio, los vientos sacudían los árboles, la estatuilla se inserta en una ardilla que se disponía a trepar una floresta. La estatuilla ocasionó una sangrienta metamorfosis.

Una mañana, unos mochileros pasan por la casa, la curiosidad los conduce al patio. Los tres árboles secos frente a la puerta se exhibían lúgubremente, el aroma a humedad, armas de fuegos y cuchillas en la arena generaban incertidumbre. En uno de los troncos se colgaba una larga cobra paralizada. Al lado de los mismos hay tres pequeños pozos taponados con tierra, aparentemente se sembraron semillas para el crecimiento de tres nuevos árboles. Ante los ojos de los visitantes, la cobra colgada desaparece convirtiéndose en polvo. 

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