Rocío Ávila
Todo
final tiene un inicio y el de ella parecía ser este. Con la reciente noticia de
sufrir una grave enfermedad su mundo se tornó gris y sin esperanza. Le parece
increíble el contraste entre el paisaje que tiene frente a sí y las emociones que
está sintiendo. En ese lugar se respira paz, el cauce del río, semejantes al
sistema circulatorio llevan agua clara de tonalidades verdes y azules en
matices fuertes para dar vida a esos árboles dorados con rojo tan típicos del
otoño. Son colores que solo ha visto en el mar. Nada en el horizonte es tímido.
Los árboles ubicados a pocos metros del arroyo se mueven suavemente por la
brisa, la tierra que se interpone entre estos dos elementos no es suave, pero
tiene un color dorado muy agradable y no parece limitar a los campistas que
pese a la no tan agradable temperatura se atreven a zambullirse en él. En medio
de la arbolada se aprecia un claro que alberga coloridas casas de campaña.
Algunas rojas, azules, verdes, naranjas, todas juntas dan un toque alegre al
entorno. El paisaje, desde el área donde se acampa se ve enmarcado por un
puente que, con sus cuarenta y cinco metros de altura, no alcanza a hacer honor
al paisaje, pero a ella parece no importarle. Ahí, en el punto más alto del
puente se encuentra ella. Siente la brisa fresca en su cara, el frío le pone la
piel de gallina, el sonido de las hojas la arrullan un poco antes de cerrar los
ojos, inhalar, levantar los brazos y saltar al vacío que se presenta tan
tentador para ella.
Médico estúpido si creía que iba a sentarme a aguardar que la muerte
llegara por mí cuando nunca he tenido la paciencia de esperar nada como decía
mi papá mi pobre padre que supo siempre que yo no tenía tiempo para nada ni
tenía paciencia con nadie como con Iván que por más que me suplicó nunca fui capaz
de entender su amor por mí ni los planes que me proponía para vivir juntos ni
siquiera sé cómo reaccionaría él ahora que mi final está tan cerca creo que
lloraría sí lo haría más de lo que yo lo he hecho porque en mi estúpida
valentía ni siquiera me he sentado a desahogarme pero cómo con qué razón si
nada en mi vida tiene sentido si mi papá no me engendró ni mi mamá me dio a luz
ni esa tontería de la que todos hablan con tanta espiritualidad que para colmo
de males me vengo a enterar son mentiras pero lo peor no es eso sino que nunca
sospeché nada maldito lunar del que siempre me enorgullecí por ser idéntico al
que mi madre tenía una perra coincidencia que se ríe de mí y para broma pesada tener
que necesitar a esa gente odiosa que me abandonó y no le importó mi suerte que
gracias a Dios fue buena porque pude haber acabado mendingando como las
protagonistas de las novelas baratas que salen en la televisión pero qué
maldición que mi existencia dependa de unos desconocidos que ni siquiera sé dónde
empezar a buscar.
Cuando sintió la primera
elongación cerró y abrió los ojos de manera instintiva y aunque sabía que ese
movimiento era parte del proceso no pudo evitar gritar desde lo más profundo de
su ser. Para quienes la escucharon fue un alarido de dolor profundo. El
ambiente bullicioso quedó en silencio y nadie supo qué hacer. El tiempo
transcurrido fue menos de un minuto desde que ella se hubiera lanzado en caída
libre. Un par de alargamientos más y todo fue volviendo a la calma. A la
distancia se observaba su delgado cuerpo suelto, como sin vida pero todavía
respiraba y algo debió de haberse sacudido dentro de ella porque su expresión
era otra. Su mirada triste y su tez pálida hacían pensar que había perdido la
batalla.
—¡Avísame cuando estés lista! —Se
escuchó un grito mientras todos corrían al parapeto a ver lo que sucedía.
Luz solo alcanzó a levantar un
brazo en señal de confirmación. Siguió las sencillas instrucciones del
encargado y estirándose lo más que pudo se abrazó a una esfera de color naranja
que colgaba de un cable cercano a ella. Repitió la señal y el instructor fue
enrollando el cable para hacerla subir. Cuando regresó a su lugar de origen el
mismo hombre la ayudó a quitarse el arnés y a recuperarse. Apenas había alzado
la cabeza para buscar a su amiga cuando sintió que alguien se le echaba encima.
—¿Estás bien? Has gritado
horrible. ¡Sabía que no tenía que haberte hecho caso! Vamos, te llevaré a tu
casa.
El entierro tuvo lugar nueve días
antes. Estaba bastante triste, lo cual era normal tras enterrar al hombre que
fue su marido por los últimos quince años. Ella, Alejandra, había sido una
buena esposa pero se sentía muy inquieta. Desde que Rubén murió solo pensaba en
Teodoro. Le inquietaba saber qué había sido de él en los últimos veinticinco
años. Todavía lo recordaba con su cara ovalada, amplia sonrisa, ojos color café
de mirada brillante y su hermoso cabello castaño, era muy delgado y siempre
vestía con colores alegres. La última vez que lo vio a solas llevaba una
playera azul cobalto con las mangas remangadas y unos pantalones de mezclilla. También
recordaba perfectamente cómo, con su mochila negra al hombro, se aleja de ella
con la cabeza gacha y los hombros caídos, dejándola con sus sueños rotos.
Eso fue cuando le dijo que estaba
embarazada. Él la miró primero con incredulidad y después con tristeza. Teodoro
siempre la vio como lo chica más bella del lugar. Se enamoró de sus ojos verdes
que contrastaban con su tez morena clara. No era una chica flaca, ni de rasgos bruscos,
tenía un aire distinguido que brotaba de manera natural en ella. Si lo que
venía en camino era una niña esperaba que se pareciera a ella. Tras esta idea suspiró
profundamente. Fue extraño porque no gritó ni se enojó ni le reclamó.
Simplemente se levantó, tomó su mochila y le dijo que él no podría hacerse
responsable del bebé ni de ella, que hiciera lo que considerara mejor. Los
padres de Alejandra no lo tomaron con tanta calma. A los diecisiete años había
roto todas las esperanzas que tenían sobre ella. Ya no eran los tiempos en que
las madres solteras eran expulsadas de la familia pero la suya era conservadora
y no les satisfizo la conducta de la hija. Los papás de Teodoro escucharon
todos los reclamos pero tranquilamente se negaron a dar cualquier atención al
suceso. Tras tres reuniones entre los respectivos padres lo único que se ganó
fue que la familia del chico se mudara del pueblo sin dejar noticia alguna de su
paradero. Si en ese entonces hubieran existido los medios de comunicación que
hoy tienen los jóvenes la separación no hubiera sido tan radical como lo fue
entonces.
Cuando Luz despertó al día
siguiente se sintió sorpresivamente bien. Siendo una controladora sin remedio
no sorprende a nadie que nunca fuera impulsiva pero después de todo ir a saltar
en bungee no resultó tan mal. Fue lo primero que se le ocurrió hacer como
medida de escape. Al principio lo vio como una prueba de valentía y de pie frente
al vacío, viendo el cauce del río, pensó que el suicidio podría ser una opción.
Al final esta actividad inesperada resultó de mucha ayuda ya que contra toda
expectativa le ayudó a poner sus ideas en orden. A sus veinticinco años
necesita a unos padres que no conocía porque según el médico ellos eran su
única posibilidad de salvación. Necesita un transplante de médula ósea y por
ahora podía hacer una rutina más menos normal, sin embargo el tiempo no se
detiene y las enfermedades tampoco. Dentro de poco empezará a decaer y por más
que lo detestara ellos serían su mejor opción. Luz había tomado una decisión.
Buscaría a sus progenitores costara lo que costara mediante un servicio de
investigación. Siempre había sido independiente y orgullosa así que tener que
depender de alguien de la manera en que lo hacía ahora no le gustaba pero no
podía controlar la situación. Esta forzada humildad que la llevaba a pedir
ayuda a unos extraños le hacía recordar las muchas veces que criticó a la que
creía su madre por ser una mujer sencilla y amorosa con la gente que la rodeaba.
Aunque hubo infinidad de detalles que demostraban la diferencia de caracteres
ni en su peor pesadilla imaginó ser adoptada. Odiaba la incertidumbre, sentirse
débil y en desventaja, mientras que sus padres aceptaban todo como parte de un
plan divino que ella nunca entendió. Ya había superado el primer impacto de la
enfermedad y tras pensarlo con más calma estaba segura de que sus padres
estarían felices de encontrarla y de salvarle la vida.
La habitación se encuentra oscura.
Ha anochecido pero Alejandra no se ha dado cuenta, sus pensamientos están a
kilometros de ahí. Está sentada en su sillón favorito. Su casa huele a perfume,
una rara manía que heredó de su madre: rociar las habitaciones con su aroma
favorito. Es una casa cálida y cómoda donde todos los detalles están
perfectamente cuidados y al tacto no hay nada que pueda resultar incómodo.
Antes era una casa llena de música pero ahora el silencio se ha apoderado de
ella. Una vez acabado el novenario dedicado a su difunto esposo contrató a un
detective para que buscara a Teodoro. No quería contactarlo pero quería saber
qué había sido de él. Ahora, después de seis meses, sabía que había perdido a
los dos hombres de su vida. El deceso de su primer amor le causaba un dolor
mayor que cuando su marido falleció. No se reconocía a sí misma llorando por el
novio imberbe como si hubiera convivido con él por décadas. Lo único que quería
era volver a manejar su vida como siempre lo hacía y seguir adelante. No tenía
hijos, quizá ese era su destino. Nunca los evitó pero el destino solo le dio
una hija que nunca conoció. La tranquilidad de la noche se vió interrumpida por
el timbre del teléfono.
—¿Sí? Diga.
—¿Es usted Alejandra Vallejo?
—preguntó una voz insegura tras unos segundos de silencio.
—Sí, ¿quién es usted?
—Soy Luz González y necesito
decirle algo muy importante.
Sin esperar respuesta Luz se
apresura a explicarle quién es, sus planes de llevarla al hospital, realizarse
estudios, lo feliz que estaría de salvarle la vida y cómo, después de algún
modo tratará de pagarle el favor. Luz lo trató como un intercambio con el que su
verdadera madre debería sentirse agradecida. Lo dijo con una seguridad y un
dominio de sí misma que dejó fría a su interlocutora. «Diablos», pensó
Alejandra con un poco de sarcasmo, «esta chica habla con tanta seguridad y
control de sí que no puedo dudar el parentesco».
Quedaron en reunirse después de
que Luz le mandara a Alejandra toda la información que había obtenido a través
del investigador y una copia de su expediente médico. No podían esperar mucho
más tiempo porque Luz se había rehusado a recibir cualquier otro tratamiento. Su
orgullo estaba en su momento más alto pero su salud se deterioraba cada día
más. Nunca se detuvo a pensar siquiera en la posibilidad de que su madre no
fuera compatible con ella y estuviera perdiendo tiempo valioso. No, esas cosas
le pasaban a otros, no a ella. Ella consideraba que saldría victoriosa de todo
el proceso por el simple hecho de desearlo. Alejandra revisó toda la información
que recibió y no esper a que Luz le llamara. Le marcó ella primero para invitarla
a su casa al día siguiente. Todo parecía indicar que podría contar con ella.
Vivían en pueblos cercanos y sería un viaje relativamente corto. Luz irradiaba
autosatisfacción, todo iba conforme a sus planes.
El papá adoptivo de Luz la llevó
en auto a casa de su verdadera madre. No se apreciaba como un lugar grande pero
su fachada revelaba un cuidado meticuloso y hacía pensar que su interior era
elegante. Luz tocó el timbre sin dudar mientras su padre se alejaba. Había
quedado en regresar por ella tan pronto le llamara a su teléfono móvil. Desesperada
por lo que ella consideraba una tardanza volvió a tocar el timbre. Alejandra
estaba bastante nerviosa, todo pasó tan rápido que no tuvo tiempo de analizar
muchos detalles pero ahora, con su hija frente a ella podría aclarar algunas
dudas. Cuando abrió la puerta lo hizo con su mejor sonrisa pero esta se congeló
en cuanto observó a la chica. Ahí estaba con su cara ovalada, amplia sonrisa,
ojos castaños de mirada brillante y su hermoso cabello castaño. Estaba muy
delgada lo cual era lógico pero su vestimenta era en tonos alegres. Ahí estaba con
ropa cómoda y una mochila negra echada sobre su hombro derecho. Los gestos de
Alejandra se transformaron en una expresión de dolor. La mujer parecía que
había recibido la peor noticia de su historia.
Luz no esperó a que la invitara a
entrar. Cruzó el umbral y cerró la puerta aguardando a que su madre
reaccionara. Caminaron hasta la sala y se sentaron de manera automática.
Ninguna de las dos habló pero Alejandra rompió en llanto. Luz era la viva
imagen de su padre y se sentía fatal porque sabía que era su hija pero no
sentía nada por ella. Sus lágrimas estaban destinadas al chico que había amado
siendo adolescente. Ya lo había perdido una vez y viendo a su hija era como
encontrarlo de nuevo. Las probabilidades de que ella fuera útil a su hija eran
mínimas y no quería perder el dominio de la situación ni quería volver a perder
a Teodoro o lo que quedaba de él en el mundo. Ahí estaban, frente a frente sin
dirigirse la palabra. La chica se dedicó a observar a su progenitora. Comprobó
que mantenía una buena figura, su cabello mediante algunas canas anunciaba el
olvido del tinte y su piel reflejaba un buen cuidado a través de los años. Era
de estatura media y tenía buen porte. Seguro que todavía atraía la mirada de algún
caballero. Tras un rato de espera fue Luz la que tomó la palabra. «Esperaba una
respuesta afirmativa a mi petición», dijo evitando que la voz se le quebrara, «pero
viéndote ahí me parece que me he equivocado. ¿Ha sido así?». Silencio, nada más
que silencio.
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