jueves, 19 de enero de 2017

Caída libre

Rocío Ávila


Todo final tiene un inicio y el de ella parecía ser este. Con la reciente noticia de sufrir una grave enfermedad su mundo se tornó gris y sin esperanza. Le parece increíble el contraste entre el paisaje que tiene frente a sí y las emociones que está sintiendo. En ese lugar se respira paz, el cauce del río, semejantes al sistema circulatorio llevan agua clara de tonalidades verdes y azules en matices fuertes para dar vida a esos árboles dorados con rojo tan típicos del otoño. Son colores que solo ha visto en el mar. Nada en el horizonte es tímido. Los árboles ubicados a pocos metros del arroyo se mueven suavemente por la brisa, la tierra que se interpone entre estos dos elementos no es suave, pero tiene un color dorado muy agradable y no parece limitar a los campistas que pese a la no tan agradable temperatura se atreven a zambullirse en él. En medio de la arbolada se aprecia un claro que alberga coloridas casas de campaña. Algunas rojas, azules, verdes, naranjas, todas juntas dan un toque alegre al entorno. El paisaje, desde el área donde se acampa se ve enmarcado por un puente que, con sus cuarenta y cinco metros de altura, no alcanza a hacer honor al paisaje, pero a ella parece no importarle. Ahí, en el punto más alto del puente se encuentra ella. Siente la brisa fresca en su cara, el frío le pone la piel de gallina, el sonido de las hojas la arrullan un poco antes de cerrar los ojos, inhalar, levantar los brazos y saltar al vacío que se presenta tan tentador para ella.

Médico estúpido si creía que iba a sentarme a aguardar que la muerte llegara por mí cuando nunca he tenido la paciencia de esperar nada como decía mi papá mi pobre padre que supo siempre que yo no tenía tiempo para nada ni tenía paciencia con nadie como con Iván que por más que me suplicó nunca fui capaz de entender su amor por mí ni los planes que me proponía para vivir juntos ni siquiera sé cómo reaccionaría él ahora que mi final está tan cerca creo que lloraría sí lo haría más de lo que yo lo he hecho porque en mi estúpida valentía ni siquiera me he sentado a desahogarme pero cómo con qué razón si nada en mi vida tiene sentido si mi papá no me engendró ni mi mamá me dio a luz ni esa tontería de la que todos hablan con tanta espiritualidad que para colmo de males me vengo a enterar son mentiras pero lo peor no es eso sino que nunca sospeché nada maldito lunar del que siempre me enorgullecí por ser idéntico al que mi madre tenía una perra coincidencia que se ríe de mí y para broma pesada tener que necesitar a esa gente odiosa que me abandonó y no le importó mi suerte que gracias a Dios fue buena porque pude haber acabado mendingando como las protagonistas de las novelas baratas que salen en la televisión pero qué maldición que mi existencia dependa de unos desconocidos que ni siquiera sé dónde empezar a buscar.

Cuando sintió la primera elongación cerró y abrió los ojos de manera instintiva y aunque sabía que ese movimiento era parte del proceso no pudo evitar gritar desde lo más profundo de su ser. Para quienes la escucharon fue un alarido de dolor profundo. El ambiente bullicioso quedó en silencio y nadie supo qué hacer. El tiempo transcurrido fue menos de un minuto desde que ella se hubiera lanzado en caída libre. Un par de alargamientos más y todo fue volviendo a la calma. A la distancia se observaba su delgado cuerpo suelto, como sin vida pero todavía respiraba y algo debió de haberse sacudido dentro de ella porque su expresión era otra. Su mirada triste y su tez pálida hacían pensar que había perdido la batalla.

—¡Avísame cuando estés lista! —Se escuchó un grito mientras todos corrían al parapeto a ver lo que sucedía.

Luz solo alcanzó a levantar un brazo en señal de confirmación. Siguió las sencillas instrucciones del encargado y estirándose lo más que pudo se abrazó a una esfera de color naranja que colgaba de un cable cercano a ella. Repitió la señal y el instructor fue enrollando el cable para hacerla subir. Cuando regresó a su lugar de origen el mismo hombre la ayudó a quitarse el arnés y a recuperarse. Apenas había alzado la cabeza para buscar a su amiga cuando sintió que alguien se le echaba encima.

—¿Estás bien? Has gritado horrible. ¡Sabía que no tenía que haberte hecho caso! Vamos, te llevaré a tu casa.

El entierro tuvo lugar nueve días antes. Estaba bastante triste, lo cual era normal tras enterrar al hombre que fue su marido por los últimos quince años. Ella, Alejandra, había sido una buena esposa pero se sentía muy inquieta. Desde que Rubén murió solo pensaba en Teodoro. Le inquietaba saber qué había sido de él en los últimos veinticinco años. Todavía lo recordaba con su cara ovalada, amplia sonrisa, ojos color café de mirada brillante y su hermoso cabello castaño, era muy delgado y siempre vestía con colores alegres. La última vez que lo vio a solas llevaba una playera azul cobalto con las mangas remangadas y unos pantalones de mezclilla. También recordaba perfectamente cómo, con su mochila negra al hombro, se aleja de ella con la cabeza gacha y los hombros caídos, dejándola con sus sueños rotos.

Eso fue cuando le dijo que estaba embarazada. Él la miró primero con incredulidad y después con tristeza. Teodoro siempre la vio como lo chica más bella del lugar. Se enamoró de sus ojos verdes que contrastaban con su tez morena clara. No era una chica flaca, ni de rasgos bruscos, tenía un aire distinguido que brotaba de manera natural en ella. Si lo que venía en camino era una niña esperaba que se pareciera a ella. Tras esta idea suspiró profundamente. Fue extraño porque no gritó ni se enojó ni le reclamó. Simplemente se levantó, tomó su mochila y le dijo que él no podría hacerse responsable del bebé ni de ella, que hiciera lo que considerara mejor. Los padres de Alejandra no lo tomaron con tanta calma. A los diecisiete años había roto todas las esperanzas que tenían sobre ella. Ya no eran los tiempos en que las madres solteras eran expulsadas de la familia pero la suya era conservadora y no les satisfizo la conducta de la hija. Los papás de Teodoro escucharon todos los reclamos pero tranquilamente se negaron a dar cualquier atención al suceso. Tras tres reuniones entre los respectivos padres lo único que se ganó fue que la familia del chico se mudara del pueblo sin dejar noticia alguna de su paradero. Si en ese entonces hubieran existido los medios de comunicación que hoy tienen los jóvenes la separación no hubiera sido tan radical como lo fue entonces. 

Cuando Luz despertó al día siguiente se sintió sorpresivamente bien. Siendo una controladora sin remedio no sorprende a nadie que nunca fuera impulsiva pero después de todo ir a saltar en bungee no resultó tan mal. Fue lo primero que se le ocurrió hacer como medida de escape. Al principio lo vio como una prueba de valentía y de pie frente al vacío, viendo el cauce del río, pensó que el suicidio podría ser una opción. Al final esta actividad inesperada resultó de mucha ayuda ya que contra toda expectativa le ayudó a poner sus ideas en orden. A sus veinticinco años necesita a unos padres que no conocía porque según el médico ellos eran su única posibilidad de salvación. Necesita un transplante de médula ósea y por ahora podía hacer una rutina más menos normal, sin embargo el tiempo no se detiene y las enfermedades tampoco. Dentro de poco empezará a decaer y por más que lo detestara ellos serían su mejor opción. Luz había tomado una decisión. Buscaría a sus progenitores costara lo que costara mediante un servicio de investigación. Siempre había sido independiente y orgullosa así que tener que depender de alguien de la manera en que lo hacía ahora no le gustaba pero no podía controlar la situación. Esta forzada humildad que la llevaba a pedir ayuda a unos extraños le hacía recordar las muchas veces que criticó a la que creía su madre por ser una mujer sencilla y amorosa con la gente que la rodeaba. Aunque hubo infinidad de detalles que demostraban la diferencia de caracteres ni en su peor pesadilla imaginó ser adoptada. Odiaba la incertidumbre, sentirse débil y en desventaja, mientras que sus padres aceptaban todo como parte de un plan divino que ella nunca entendió. Ya había superado el primer impacto de la enfermedad y tras pensarlo con más calma estaba segura de que sus padres estarían felices de encontrarla y de salvarle la vida.

La habitación se encuentra oscura. Ha anochecido pero Alejandra no se ha dado cuenta, sus pensamientos están a kilometros de ahí. Está sentada en su sillón favorito. Su casa huele a perfume, una rara manía que heredó de su madre: rociar las habitaciones con su aroma favorito. Es una casa cálida y cómoda donde todos los detalles están perfectamente cuidados y al tacto no hay nada que pueda resultar incómodo. Antes era una casa llena de música pero ahora el silencio se ha apoderado de ella. Una vez acabado el novenario dedicado a su difunto esposo contrató a un detective para que buscara a Teodoro. No quería contactarlo pero quería saber qué había sido de él. Ahora, después de seis meses, sabía que había perdido a los dos hombres de su vida. El deceso de su primer amor le causaba un dolor mayor que cuando su marido falleció. No se reconocía a sí misma llorando por el novio imberbe como si hubiera convivido con él por décadas. Lo único que quería era volver a manejar su vida como siempre lo hacía y seguir adelante. No tenía hijos, quizá ese era su destino. Nunca los evitó pero el destino solo le dio una hija que nunca conoció. La tranquilidad de la noche se vió interrumpida por el timbre del teléfono.

—¿Sí? Diga.

—¿Es usted Alejandra Vallejo? —preguntó una voz insegura tras unos segundos de silencio.

—Sí, ¿quién es usted?

—Soy Luz González y necesito decirle algo muy importante.

Sin esperar respuesta Luz se apresura a explicarle quién es, sus planes de llevarla al hospital, realizarse estudios, lo feliz que estaría de salvarle la vida y cómo, después de algún modo tratará de pagarle el favor. Luz lo trató como un intercambio con el que su verdadera madre debería sentirse agradecida. Lo dijo con una seguridad y un dominio de sí misma que dejó fría a su interlocutora. «Diablos», pensó Alejandra con un poco de sarcasmo, «esta chica habla con tanta seguridad y control de sí que no puedo dudar el parentesco».

Quedaron en reunirse después de que Luz le mandara a Alejandra toda la información que había obtenido a través del investigador y una copia de su expediente médico. No podían esperar mucho más tiempo porque Luz se había rehusado a recibir cualquier otro tratamiento. Su orgullo estaba en su momento más alto pero su salud se deterioraba cada día más. Nunca se detuvo a pensar siquiera en la posibilidad de que su madre no fuera compatible con ella y estuviera perdiendo tiempo valioso. No, esas cosas le pasaban a otros, no a ella. Ella consideraba que saldría victoriosa de todo el proceso por el simple hecho de desearlo. Alejandra revisó toda la información que recibió y no esper a que Luz le llamara. Le marcó ella primero para invitarla a su casa al día siguiente. Todo parecía indicar que podría contar con ella. Vivían en pueblos cercanos y sería un viaje relativamente corto. Luz irradiaba autosatisfacción, todo iba conforme a sus planes.

El papá adoptivo de Luz la llevó en auto a casa de su verdadera madre. No se apreciaba como un lugar grande pero su fachada revelaba un cuidado meticuloso y hacía pensar que su interior era elegante. Luz tocó el timbre sin dudar mientras su padre se alejaba. Había quedado en regresar por ella tan pronto le llamara a su teléfono móvil. Desesperada por lo que ella consideraba una tardanza volvió a tocar el timbre. Alejandra estaba bastante nerviosa, todo pasó tan rápido que no tuvo tiempo de analizar muchos detalles pero ahora, con su hija frente a ella podría aclarar algunas dudas. Cuando abrió la puerta lo hizo con su mejor sonrisa pero esta se congeló en cuanto observó a la chica. Ahí estaba con su cara ovalada, amplia sonrisa, ojos castaños de mirada brillante y su hermoso cabello castaño. Estaba muy delgada lo cual era lógico pero su vestimenta era en tonos alegres. Ahí estaba con ropa cómoda y una mochila negra echada sobre su hombro derecho. Los gestos de Alejandra se transformaron en una expresión de dolor. La mujer parecía que había recibido la peor noticia de su historia.


Luz no esperó a que la invitara a entrar. Cruzó el umbral y cerró la puerta aguardando a que su madre reaccionara. Caminaron hasta la sala y se sentaron de manera automática. Ninguna de las dos habló pero Alejandra rompió en llanto. Luz era la viva imagen de su padre y se sentía fatal porque sabía que era su hija pero no sentía nada por ella. Sus lágrimas estaban destinadas al chico que había amado siendo adolescente. Ya lo había perdido una vez y viendo a su hija era como encontrarlo de nuevo. Las probabilidades de que ella fuera útil a su hija eran mínimas y no quería perder el dominio de la situación ni quería volver a perder a Teodoro o lo que quedaba de él en el mundo. Ahí estaban, frente a frente sin dirigirse la palabra. La chica se dedicó a observar a su progenitora. Comprobó que mantenía una buena figura, su cabello mediante algunas canas anunciaba el olvido del tinte y su piel reflejaba un buen cuidado a través de los años. Era de estatura media y tenía buen porte. Seguro que todavía atraía la mirada de algún caballero. Tras un rato de espera fue Luz la que tomó la palabra. «Esperaba una respuesta afirmativa a mi petición», dijo evitando que la voz se le quebrara, «pero viéndote ahí me parece que me he equivocado. ¿Ha sido así?». Silencio, nada más que silencio.

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