Nancy Oviedo
Las noches quietas en el hotel de paso tuvieron en Noemí el efecto
contrario al descanso. Cada vez al cerrar los ojos su sueño se estrellaba con
la realidad.
Desde que
huyó con Efrén con la torpe y constante ilusión de que el amor todo lo puede no podía dormir, le asaltaba la
incertidumbre del mañana que no era más que un callado arrepentimiento del ayer
y un miedo a la soledad que la mantenía paralizada.
–¿Tons qué, te vas conmigo? –preguntó Efrén
mientras jugueteaba con la flama de un encendedor.
Noemí evaluó las posibilidades que
podría tener con un hombre como Efrén que al menos
no le había pegado en los cuatro meses
que tenían de novios ni siquiera cuando se negó a darle tan esperada prueba
de amor a la semana de conocerlo.
–Pa´que vea que la quiero de verás, me
aguanto –sentenció Efrén a la puerta del motel.
Todos los días representaban una
rutina inalterable entre el metro y la caminata hasta la zapatería donde
trabajaba como dependienta, pero ese jueves las manifestaciones de los maestros
llenaron el centro de policías. Los
comercios decidieron cerrar, Noemí no pensó más que en ir a su casa, un cuarto
en la colonia Portales. Notó que el camino iluminado todavía por la luz del día
le resultaba extraño, ella misma se sintió distinta. Al pasar por La Alameda,
se detuvo a comprar un elote, se sentó frente a la fuente de Tritón, cerró los
ojos, escuchó el correr del agua y recordó el río junto a su casa en la sierra
de Oaxaca, el pecho se le llenó de aire apestoso a nostalgia que no pudo sacar.
El sonido de unos tambores la empujó a ocupar su lugar en la realidad. A lo
lejos un grupo tocaba cumbia, Noemí se acercó, miró fijamente los pies de los
bailarines, le parecía que volaban, quiso participar, levantó la mirada, pero
entre el montón de parejas se supo sola, se asumió invisible. Un grupo de
hombres vestidos de pachucos corrió hacía la pista tirándola al suelo,
el contenido de su bolsa cayó al suelo, se apresuró a recogerlo cuando unos
zapatos de punta blanca se acercaron hasta ella.
–¿Está bien, señorita? –preguntó Efrén mientras le extendía la mano para
ayudarla a levantar. No era la primera vez que alguien la llamaban señorita,
pero sí la primera que alguien lo pronunciaba con dedicación, sin ningún rastro
de menosprecio, sin intención de anularla. Noemí levantó la cabeza, el sol
brillaba a las espaldas de Efrén y su imagen se convirtió en la de un santo, un
salvador. Noemí reparó en las manos de Efrén: lisas, suaves, grandes, viriles.
–Gracias, señor.
Tomó su bolsa, se dio la vuelta, pero Efrén
la detuvo.
–¡No, se vaya! ¿Quiere bailar?
Efrén le ofreció el brazo, Noemí sonrió
y se entregó. Después de bailar, Efrén la acompañó hasta el metro, ahí se
despidieron con un primer beso que sellaba una relación complice de ilusiones y
mentiras.
–¿Ya tiene novio, mija? –le preguntaba
su madre cada semana que hablaba con ella.
Noemí respondía que no.
–Es mejor que consigas un buen hombre
porque si no, serás la nada pura.
Noemí no entendió lo que su madre
quiso decir, pero sabía que si se iba con Efrén su destino sería diferente al
de su madre al lado de un indio oaxaqueño prieto y bueno para nada, no ella no.
Efrén era blanco tenía el cabello claro, ondulado. Viajaron doce horas por carretera desde
Toluca a Zapopan. Noemí no durmió, miró cada centímetro que avanzaba y en él
dejaba un poco de su vida pasada, aquella en la que era tratada como la
indita por sus marcados rasgos indígenas.
–Si te vas conmigo, te doy lo que
quieras –dijo Efrén.
–Quiero operarme la nariz –respondió Noemí.
Efrén era un hombre de palabra, no se
rajaría. Noemí siempre se comportó como miembro selecto de la aristocracia,
pero su mal uso de la gramática, su ropa
sencilla y ese incansable esfuerzo por ocultar su ascendencia indígena con
maquillaje y tinte hicieron que Efrén se enamorara de ella porque a pesar de
todo era lo único autentico que parecía existir en su vida, su esfuerzo por
dejar de ser, ese esfuerzo que a Efrén le merecía respeto. Las mentiras de uno
se cubrían, se disculpaban con las del otro, los hacía cómplices. Su pasado de
presidiario y su reciente profesión como estafador lo habían llevado a la
necesidad de cambiar de aires. Antes de llegar a Zapopan pararon en un
restaurante modesto, Efrén bebió solo dos cerveza, Noemí pidió whisky, pero al
probarlo no pudo ocultar su gesto de desagrado. En la rocola tocaba Casas de
madera de Ramón Ayala, Noemí canturreaba. Media hora más tarde llegaron a
Zapopan. Efrén eligió un motel en el que solo podían permanecer doce horas, lo
que significaba que tenían que salir cada mañana y registrarse nuevamente por
la noche. Efrén salía a trabajar, Noemí vagaba por las colonias cercanas con su
maleta hasta pasadas las diez de la noche que pudieran ingresar a la habitación.
Miraba las casas, se imaginaba viviendo en una de ellas, con su nariz nueva, su
cabello corto corriendo hacía la reja para recibir a Efrén, todo cambiaría tan
pronto Efrén tuviera trabajo, le operaría la nariz. Un día mientras Noemí caminaba por el vecindario una señora
la llamó, a través de la reja le entregó una bolsa con comida, ropa vieja y una
manzana, mas que un acto de generosidad fue un recordatorio de desprecio, Noemí
vació el contenido junto a la puerta y se fue. Sintió su entre pierna mojada,
entró a un baño público y se dio cuenta que había pasado un mes desde que había
escapado con Efrén, un mes en el que su nariz seguía ancha, deforme en su
rostro, se sintió traicionada, derrotada ¿qué tenía junto a Efrén? no encontró el
valor para responderse ¿y si lo dejaba? no tenía a donde ir, estaría sola, se convertiría
en nada. Fue directo al motel, pero no
pudo entrar. La entraba estaba acordonada, unos paramédicos transportaban a un
hombre con el estomago manchado de sangre. Noemí sintió que los ojos muertos de
ese hombre se clavaban en los de ella, juzgándola, condenándola. En un rincón
una chica lloraba descontrolada, estaba sola, desnuda, Noemí se miró en aquella
chica ¿En qué trabajaba Efrén? ¿Por qué estaban en un motel? ¿Por qué la dejaba
sola? ¿Cuál era el apellido del hombre con el que compartía la cama? ¿Qué haría
si por alguna razón Efrén no volviera esa noche? Seguramente estaría como esa
chica, no, esa no sería ella, nunca. Después de varias horas Efrén llegó, todo
el alboroto había pasado, Noemí se quedó dormida en el sillón de la entrada.
Efrén la movió con el pie para despertarla.
–¿Dónde está? –preguntó Noemí al
encargado señalando el rincón.
–Pinches putas –masculló el tipo sin
dar más detalles.
Efrén pagó, ambos caminaron en
silencio hacía la habitación. Efrén fue directo a la regadera.
–¡Hoy nos fue chingón, chaparra! –gritó
Efrén desde el baño.
Noemí recordó cómo conoció a Efrén,
quiso recuperar cada detalle, no pudo. Efrén salió del baño con la toalla
amarrada a la cintura y un bulto en la mano y lo puso en el bote de basura del
pasillo.
–Cierra los ojos –dijo Efrén mientras
colocaba en el cuello de Noemí un collar de perlas– ¿A poco no está chingón?
Noemí se levantó para mirarse en el
espejo, Efrén la abrazó por detrás, apretándole los pechos, comenzó a besarla,
Noemí quiso quitarse el collar.
–¡No te lo quites! –pidió Efrén
borracho de pasión.
–Mi nariz –protestó Noemí.
Efrén la tomó del pelo, la besó,
ahogando cualquier reclamo. Noemí cerró los ojos olvidó sus dudas, se entregó como
cada noche, aunque esa noche pensaba en la imagen de la chica desnuda, el
muerto, las palabras del portero del hotel: pinches putas ¿Soy una puta?
se preguntó, no ellas lo hacen por dinero, yo lo quiero. Después del sexo Efrén
se quedó dormido, Noemí solo cerró los ojos, pero el collar le picaba, se
levantó para colocarlo en el tocador, se miró la nariz otra vez, cubrío el
espejo con una toalla. Tomó la cartera de Efrén, cuidadosamente despegó el
velcro para no despertarlo, la identificación con la fotografía del hombre que
llevaban los paramédicos cayó al suelo, estaba manchada de sangre, se acercó a
Efrén, metió despacio la mano debajo de la almohada, encontró una pistola.
Decidida tomó el dinero de la cartera, el collar y abrió la puerta.
–¿A dónde vas? –preguntó Efrén
adormilado.
–Por agua – respondió Noemí.
Lo miró por última vez con aquella
sonrisa de lado. Se dio la vuelta, Efrén volvió a dormir. Salió a la calle,
parecía tan ancha, miró en ambas direcciones, volteó hacía el mostrador, el
encargado roncaba en su silla. Apretó el fajo de billetes con la esperanza de
borrar de su rostro la marca de su raza. Se soltó el cabello, caminó segura de
que sería puta, ladrona, sería nada pura pero no india.
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