martes, 23 de agosto de 2016

Café expreso

Maira Delgado


Esa tarde, sola, Margarita comprendió que Esteban, a pesar de ser su gran amor, nunca supo valorar lo que ella sentía y su esfuerzo por retenerlo lo alejaría más, porque sencillamente él se autoflagelaba al preferir el sentimiento interesado e ingrato de otra mujer a la sinceridad y lealtad profesadas por ella desde que lo conoció.
Habían transcurrido tres años desde aquel abril cuando se conocieron en el café. Ella terminó la secundaria a los dieciséis y desde entonces trabajaba por las tardes como mesera, tiempo después inició estudios de escritura por internet para mantener activa su mente, sus mayores destrezas en la infancia se reflejaban en la literatura, gramática y el idioma español en general, en la adolescencia soñó con ser periodista pero sus padres no tenían los recursos para costearle la carrera, no obstante ella debía trabajar, si realmente deseaba llegar algún día a la universidad.
Pero, ya sabes, cuando eres la mayor de tres hermanas, tu familia no es pudiente y no posees el dinero para cumplir tus anhelos, la vida te obliga a posponer tus metas o modificar el camino para llegar a ellas, por esta razón, su pasión por las letras la llevaba a buscar alguna forma de superarse sin desconectarse de sus sueños.
Los días parecían correr iguales en esa ciudad, aunque Margarita no se conformaba con ser una mesera más, siempre atendía a sus clientes con gran amabilidad, soportaba su mal humor, devolviendo una hermosa sonrisa, escuchando a aquellos que lloraban detrás de una taza de café, o aconsejando a las parejas de enamorados ubicados en las mismas mesas para vivir su idilio acompañado de panecillos recién horneados y bebidas achocolatadas.
A Don Martín ese ilustre profesor universitario, le encantaba aquel rústico lugar, acogedor por sus colores cálidos, adornado con fotografías de escritores y periodistas, equipado con mesas de madera envejecida, carpas al aire libre y rodeado de hileras de flores que con el viento inundaban el ambiente de olores y aromas naturales, además estaba situado frente a la calle principal de la escuela de letras más importante de Santa fe y tanto estudiantes como maestros competían por un puesto para descansar o leer un rato mientras el día aceleraba sus tareas y obligaciones.
Él, acostumbraba a tomar su té sin azúcar, era realmente su cliente favorito, pasaba sus ratos libres escuchándolo, aprendiendo acerca de sus experiencias vividas y su basto conocimiento  del mundo literario, además de compartir la lectura de libros que siempre le recomendaba. Fue quien la motivó insistentemente a iniciar su taller de escritura y le ayudaba con sus ejercicios, siempre creyó que sería una gran escritora si algún día decidía hacerlo profesionalmente.
En abril, ese día nueve del mes, apareció Esteban, con su chaqueta negra de pana, que dejaba ver una camisa de rayas oscuras y sus jeans desgastados, “parecía de los mejores prospectos que visitaban el lugar” se sentó callado en la mesa número cinco, junto a la de Martín. Inmediatamente, Margarita corrió a atenderle, ella jamás desatendía sus labores por el placer de conversar con la gente.
—Buenas tardes, caballero. Bienvenido a su café “Buen aroma”, este es el menú que podemos ofrecerle, si desea consumir algo, estoy para servirle.
—Gracias, señorita, ¿tienen bebidas alcohólicas? Lo más fuerte por favor. —Margarita, sonrió dulcemente para no incomodarlo.
—Lo más fuerte que puedo ofrecerle es nuestro café expreso sin azúcar, la verdad no vendemos ningún licor, ya sabe para que los clientes no olviden pagar al salir.
Él, también mostró su mejor sonrisa, era imposible no corresponder a los encantadores dientes de ella, su rostro iluminaba el lugar cuando los dejaba ver, grandes, blancos, anidaban dos hoyuelos en sus mejillas y sus ojos se hacían pequeños hasta casi cerrarse; sus clientes siempre la alababan por este hermoso gesto pues de inmediato fluía la comunicación entre ellos.
—Era una broma, jamás pensé que mi petición me concediera contemplar la más fascinante de las sonrisas, si así los recibes a todos, este lugar debe ser muy famoso.
—La verdad, le agradezco su amabilidad, es algo espontáneo en mí, no es parte del menú, así que no pagará por eso. —Ambos reían de manera singular y en seguida la conexión se respiró entre ellos.
Don Martín ya lo había visto antes, un joven apuesto que traía locas a las estudiantes de literatura I, el profesor más guapo e inteligente que vieran sus ojos en ese momento, él mismo le había sugerido ese sitio en varias ocasiones, pero parecía de gustos más refinados. sin embargo, esa tarde llegó para quedarse y así su amistad con Margarita se hizo muy cercana, él vivía cerca a la escuela en ese edificio elegante, de ventanales altos, con vidrios polarizados que los rayos del sol iluminaban provocando un brillo llamativo al pasar.
Hacía ya seis meses estaba solo allí, desde que se mudó para enseñar en ese lugar, parecía estar huyendo de algo, de alguien o simplemente cambiando su estilo agitado de vida en la capital por el aire tranquilo de Santa fe.
Sin premeditarlo, algo surgió entre ellos, desde esa primera vez que sus dientes se asomaron coquetos y se encontraron en ese café, su relación fue explosiva. Ella había decidido estar quieta un tiempo, ya que la relación más importante de su vida había sido con un hombre veinte años mayor, casado, profesor de esa misma escuela, (aclaro, no era Martín), aunque sí fue de su conocimiento, sabía que era un casanova empedernido, conquistó el amor de Margarita como lo hizo con varias de sus estudiantes, por lo cuál su relación más que un idilio, era un tormento, pues ella se sintió atrapada en la red de un amor infiel del que le parecía imposible soltarse. Varios años después, con la ayuda de las oraciones de su mejor amiga, quien siempre la invitaba a esa iglesia cristiana, un tratamiento psiquiátrico que abandonó pronto por falta de dinero y los consejos de Martín, por fin se liberó de este hombre, luego, a pesar de intentar varios romances con hombres jóvenes, solteros, nada parecía funcionarle.
—Hija, ten cuidado, la verdad, no sabes mucho de Esteban, parece ser un buen hombre, pero trata de conocerlo primero, no te apresures a enamorarte. —Eran las advertencias de Martín, quien siempre la apreció como a una hija.
—Lo sé Martín, pero mi corazón se enloqueció al verlo, esa sonrisa y su aspecto tan encantador, me dispararon justo al lugar que había prometido esconder dentro de mí, sabes que llevo meses sola, mis amigos son ustedes mis clientes; pero Esteban tiene algo que me dominó desde el principio.
Al cabo de unos días, en realidad después del tercer café expreso y los croissants más apetecidos del lugar, ambos fueron a su apartamento, él la esperó hasta el fin de su turno y sin preámbulos, se amaron apasionadamente, como si una fiebre en su interior los impulsara a dejar todo atrás, en la habitación la esperaba un hermoso ramo de rosas rojas y la dulce melodía de esa canción que ella jamás había escuchado pero fue de los dos mientras sus cuerpos se juntaban y sus almas gritaban de deseo.
Seis meses de locuras, pasión, amor y aventuras juntos, los unieron sin que Margarita intuyera que este hermoso ser también cargaba un pasado tormentoso, hasta esa noche después de cenar la deliciosa paella preparada por Esteban, ella encontró una carta entre sus libros de la universidad, la tomó casi sin pensar y la guardó en su chaqueta. Al llegar a su casa la leyó despacio, pensaba dejarla de nuevo sin que él lo notara.

Querido Esteban:

Sé que no soy quien para escribirte esta carta, pero Miryam realmente te necesita, desde que decidiste marcharte, tuve que internarla en la clínica de reposo, sus crisis depresivas fueron aumentando e intentó quitarse la vida en dos ocasiones.
Entiendo si nunca respondes esta nota o si no quieres saber de ella, no es fácil perdonar lo que te hizo, pero yo como su madre intercedo ante ti y si algún sentimiento albergas todavía, piénsalo y ayúdame a salvarla. 

Atentamente, 
 Sofía.

Desconsolada, se echó en su cama y recordó con amargura las palabras de Martín, de nuevo se encontraba ante un ser desconocido, pero con una historia similar a la que siempre le sucedía, cuando se sentía enamorada un suceso funesto como este empañaba su felicidad. Después de aquel amor infiel, sus demás relaciones habían finiquitado por las razones más inusuales, esos galanes arrastraban una ex pareja conflictiva o al borde de la locura que finalmente la separaban de cualquier expectativa de romance. No pudo evitar hundirse en un mar de lágrimas.
—Necesito hablarte Esteban. —Fue lo primero que dijo, cuando él le abrió la puerta esa mañana a las seis, antes de alguna excusa de clases o exámenes por revisar.
—Que seria vienes, ¿te ocurrió algo? Un poco temprano para preparar el desayuno, —le dijo bromeando mientras la abrazaba por la cintura cuando ella le dio la espalda—; pero igual, me encanta verte de mañana.
—¿Quién es Miryam, y quién es Sofía?, ¿por qué nunca me hablaste de ellas? —El rostro de Esteban pareció mudarse y su sonrisa desapareció en un segundo.
—¿Cómo sabes de ellas?, o es que acaso... leíste la carta, eso es.
—Creo que tenemos muchas cosas que contarnos Esteban, me he acostado seis meses con un perfecto desconocido y tú me has hecho el amor sin descifrar quién soy realmente. Siéntate, por favor junto a mí, los dos debemos hablar del pasado antes de continuar.
Ella inició su triste historia, ya no soportaba más que él no supiera que uno de sus colegas había sido el amor más oscuro de su Margarita deshojada, le contó cómo por años estuvo cautiva en una relación que sólo le causó dolor, al lado de un hombre que al seducirla la introdujo en un mar de desconfianza, malicia y suspicacia por sus continuas infidelidades con otras estudiantes, ella, una simple mesera, se enamoró de uno de sus clientes y luchó como loca para liberarse de esta prisión porque en realidad su corazón sentía desfallecer cada vez que intentaba dejarlo.
Esteban, por su parte, habló de Miryam, su ex esposa, quien le fue infiel en varias ocasiones, incluso con algunos de sus amigos y por último lo dejó prácticamente en la calle, al desocupar su cuenta personal para trasladar el dinero a su amante de turno. Esto fue el acabose para él, decidió marcharse de su lado sin decirle una palabra, contrató un abogado y tramitó el divorcio desde Santa fe, pero ella se negaba a firmar así que el proceso se tornó dispendioso; luego al caer ella en depresión, el papeleo se suspendió por prudencia y recomendación médica.
—No la amo, le dijo mientras tomaba su mano, pero realmente no puedo hacerle daño, creo que el divorcio debe esperar mientras ella recupera su estado normal, es cuestión de meses, dicen los especialistas que se encargan de su caso.
—¿Puedo creer en tus palabras? —susurró Margarita— ¿o serás otra historia fallida en mi vida?
El silencio fue ensordecedor, ninguno de los dos se atrevió a mirarse. Ella se levantó y salió de aquel que consideró su nido de amor, pero esa mañana presentía que al cruzar la puerta jamás volvería a entrar ahí de nuevo.
Esteban no fue esa tarde al café como de costumbre, en realidad, durante los siguientes quince días no supo de él sino lo que Martín le contaba al verlo entrar al salón de clases y salir una o dos horas después para desaparecer camino a casa sin mirar al otro lado de la calle dónde Margarita prefería ocuparse al máximo en sus quehaceres para no sentir la tentación de verle pasar algún día. Finalmente, él renunció a la universidad al mes consecutivo y regresó a la capital, tal vez su sentimiento de culpa o responsabilidad no lo dejaban disfrutar de su amor por ella mientras Miryam su ex mujer padecía una especie de locura que a todos les desbarató la vida.
Margarita, entregada plenamente a este sentimiento, jamás había amado con tanta intensidad e inocencia, su mente nunca concibió la idea de un nuevo fracaso ni albergó dudas, era como si hubiese sido su primera vez, se olvidó de sus derrotas anteriores y en su avidez de afecto lo dio todo por Esteban, hasta pensó que se casaría con él, ignoraba su vida anterior y se culpó por ocultarle su pasado también. Creyó que tal vez una terrible maldición se albergaba sobre ella, de eso la convenció una vieja de esas que frecuentaban el café y de vez en cuando sacaban sus dotes esotéricas.
Cinco años más tarde, con su taller de escritura culminado, decidió publicar una novela que contaba su vida, realmente fue idea de Martín, quien bromeaba con sus historias furtivas y la hacía burlarse de sus propias desgracias.
—Algún provecho tienes que sacarle a tus lágrimas, todo lo que has vivido puede hacerte millonaria, cuando muchas mujeres lean tu historia se sentirán identificadas contigo y comprarán tu libro a tropel; y tal vez, aparezca un caballero que por fin descubra lo valiosa que eres y te convierta en princesa de su cuento.
Esa tarde, en la editorial Marquesa, firmaba los primeros autógrafos y hablaba con algunos lectores acerca de su propia historia, estaba allí de pie, junto al mostrador cuando una voz detrás de ella sonó muy familiar.
—¿Y se puede leer este libro acompañado de un café expreso sin azúcar y unos panecillos recién horneados? —Era él—. Yo invito por supuesto.
Esteban, de pie junto a ella una vez más, con su sonrisa encantadora, su chaqueta de pana y su pantalón desgastado, parecía que el tiempo no había pasado, casi se doblan sus tobillos al verlo.
—Si no llevaras puesta esa ropa, no te habría reconocido —comentó ella con sarcasmo.
—Tal vez por eso la usé este día, para que no te quedaran dudas. En cambio tú sigues igual de hermosa y el tiempo no te pasa.
Después de unos minutos, de romper poco a poco el hielo no solo del tiempo y la distancia sino de la herida causada, salieron de aquel lugar juntos, fueron a un antiguo pero exclusivo restaurante a cenar, Margarita pensó hasta ese momento que había sido un encuentro casual, cuando al entrar, Esteban solicitó la mesa reservada para dos, con un hermoso mantel blanco bordado, aquella botella de vino, en un rincón un hermoso ramo de rosas rojas y una dulce melodía de fondo le recordó su apartamento aquella primera vez.
—¿Ahora, vives aquí? —le dijo ella con tono burlón.
—No. En realidad trabajo en este lugar. Soy el dueño, mi padre murió hace un año y tuve que hacerme cargo.
—¿Entonces ya no enseñas?
—La verdad. No. Mi padre siempre quiso que atendiera sus negocios, pero por rebeldía me hice profesor y después de lo nuestro no pude dictar una clase más. Cada que tomaba un libro, me llegaba tu mirada a la mente y me torturaba tu ausencia. Hasta que...
La semana pasada recibí una carta de Martín, con un ejemplar de tu libro, me avisaba que vendrías acá, que leyera tu historia y que quizás podría ir a verte.
—Pero él... ¿Cómo te ubicó?, ¿cómo supo de ti?
—En realidad, él era el mejor amigo de mi padre en la infancia, fue quien me impulsó de niño en el amor por las letras, cosa que mi papá jamás le perdonó, luego tomaron rumbos diferentes, no sabía mucho de mi vida entonces, al morir mi padre le escribí, pero nunca me respondió. Solo hasta la semana pasada cuando me envió tu libro y me decía; vé a verla, me lo debes.
—¿Y ella?
—La acompañé en su proceso, dos años tardó en recuperarse, luego viajó a Europa con sus padres, nos divorciamos civilizadamente y no he vuelto a verla.
Cuando amas a alguien y descubres que a pesar del paso del tiempo su nombre sigue guardado en tu corazón, no queda otro camino que el del perdón si quieres ver tus sueños hechos realidad. Seis meses después volvieron a Santa fe, Esteban compró el café y lo transformó en otro de sus restaurantes, solo que allí se presentaban los mejores escritores del país y por supuesto Margarita, ahora su esposa, se encargaba de recibirlos y realizar el lanzamiento de cada libro.

Martín fue su padrino de bodas y publicó también “Historias con buen aroma” el libro contaba los mejores romances vividos en ese café. Aquellos que durante años recopiló sentado en la mesa número seis.

1 comentario: