lunes, 23 de mayo de 2016

La princesa Zafiro

Frank Oviedo Carmona


Cuenta una leyenda que en un pueblo cerca de la ciudad de Atenas rodeado de montañas de diferentes alturas y en el interior abundantes colinas  con  gran cantidad de árboles frutales como naranjos, olivos, almendras y granadas; en las partes altas, abundantes pinos, robles y castaños; vivía Orión, un joven huérfano, de aproximadamente veintitrés años, piel trigueña, ojos saltones y marrones, cabello negro, contextura atlética. Usaba una túnica por debajo de la rodilla con un cinturón y una alforja donde llevaba agua y su lira. Era el hijo único de una cantante  famosa dotada de una extraordinaria voz.  

Orión nació con el don de la música. Podía alcanzar con su lira dulces notas altas que se escuchaban en toda la ciudad. Decían que al escuchar el sonido de su lira, las bestias se calmaban,  los ríos se amansaban y los habitantes del pueblo realizaban sus labores con mayor esmero y una sonrisa en el rostro.  Su música era una caricia al alma; los árboles parecían desprenderse de sus raíces para bailar; en los días que no había lluvia para la agricultura, Orión  tocaba su lira hasta que comenzara a llover; entonces, los habitantes del pueblo danzaban alrededor de los sembríos en agradecimiento.

Un día, Orión se encontraba sentado en una piedra, mirando la corriente del río, con los hombros caídos, el rostro inclinado a la izquierda y mirando hacia abajo, se sentía triste; al verlo cabizbajo, uno de sus amigos que pasaba por ahí, le preguntó:

–Orión, ¿qué te sucede, estás triste?

–Sí, a veces me siento solo  –le respondió.

–Si has logrado calmar a las bestias, detener el mal tiempo, hacer que llueva con tu música, ¿por qué no preguntas a qué se debe tu soledad? –lo dijo con el rostro preocupado.

Orión sonrió y se fue caminando al ritmo de dulces melodías.

Se introdujo en el bosque cantando y tocando su lira; mientras lo hacía, el cielo comenzó a aclararse y el sol a brillar con mayor intensidad; cada cierto tramo, Orión dejaba de tocar para escuchar de dónde venía un sonido fuerte del viento que soplaba musicalmente; siguió caminando y descubrió un árbol grande rodeado de un inmenso jardín de flores de todos los colores existentes que movía sus hojas al compás de su música. 

De pronto, los pétalos de rosas que estaban esparcidos en la tierra comenzaron a juntarse, dando vueltas y vueltas formando un remolino con los colores del arco iris jamás visto; cuando bajó la velocidad, fue apareciendo una hermosa joven de aproximadamente veintidós años; de cabello largo ondulado y castaño, piel  blanca como una loza, ojos grandes de color verde esmeralda claro; vestía un traje amarillo ámbar de cuello redondo, sin mangas, que caía  hasta su rodilla en diferentes alturas. Orión siguió tocando su lira y mirándola con ternura.

Por unos segundos hubo un silencio y la joven se acercó caminando lentamente, Orión siguió tocando con más fuerza, sorprendido de lo que estaba viendo.

–Zafiro, soy Zafiro, princesa de este bosque, el sonido tan hermoso de tu música me ha transportado a esta tierra de humanos para estar a tu lado –lo dijo lentamente ya que no pronunciaba bien el español.

Orión se quedó mirándola con los ojos más abiertos de lo habitual y con una sonrisa.  Dejó de tocar y se acercó lentamente.

–Mi música se ha escuchado en todos los rincones de este pueblo, pero nunca creí que me trajera a la mujer más bella de este mundo. Ahora entiendo la soledad que sentía, era porque me faltaba una compañera con quien compartir mi vida.

Él la tomó de la mano y se dirigió al pueblo para llevarla a conocerlo.

Durante varias semanas ellos andaban el mayor tiempo de los días juntos; a veces Orión se recostaba en una roca cerca de un río para cantarle, otras veces, comían frutos que ella le acercaba a su boca. Orión le explicaba cómo era la vida humana, mientras que Zafiro le enseñaba la variedad de flores del lugar; decía que algunas de ellas destilaban un veneno que a los segundos te causaba la muerte y que había otras que podían hacerte dormir.

A Zafiro le preocupaba que el bosque se hubiera quedado sin su princesa, ya que ella se encargaba de mantener la armonía de las flores.

Todos estaban felices de ver a Orión contento con su compañera.

Una noche en que la luna iluminaba en todo su esplendor, Orión, que estaba dándole dulces miradas a Zafiro, la tomó de la mano, se arrodilló diciéndole que la amaba y que deseaba pasar el resto de su vida con ella. Le pidió que sea su esposa. Ella emocionada aceptó. Él se puso de pie y se abrazaron.  

A las primeras horas del día reunieron a todo el pueblo y anunciaron su boda.

Ellos se alegraron de la noticia e hicieron  preparativos para la fiesta que más adelante se realizó con grandes  banquetes y  manjares deliciosos.

Zafiro ayudaba en la cosecha y les enseñaba a las mujeres nuevas técnicas de sembrado para que los frutos sean más sabrosos y grandes. Orión siempre estaba cerca de ella cantando y tocando su lira, como si temiera dejarla sola ya que ella solía mirar las flores con nostalgia.

Después de la jornada se retiraban y se sentaban al borde del río jugando con el agua, Zafiro le decía que era feliz con él pero que a veces extrañaba el bosque.

Una tarde gris Orión se quedó dormido recostado en una piedra, Zafiro, que estaba a su lado sintió curiosidad de ver cómo estaban sus flores del bosque. Así que se fue caminando lentamente para que él no la sintiera.

La princesa caminó, corrió  y cantó  alegremente, luego se detuvo a mirar una hermosa flor violeta, que abría y cerraba sus pétalos. Olvidó que se había convertido en humana y que la flor podía ser venenosa; se acercó a olfatearla; de pronto, brotó un vapor que fue inhalado por ella. Cayó de golpe al suelo y comenzó a faltarle el aire. Llamó a Orión para que la auxilie, pero su voz era débil y casi imperceptible.

Cuando él despertó, en vista que no estaba su amada, se fue corriendo asustado a buscarla.

Corrió y corrió hasta que la encontró tendida en la tierra.

–Zafiro, ¿qué te ha sucedido? ¡Háblame por favor! ¡Dime algo! ¡Zafiro responde!
Orión no entendía lo que estaba pasando, comenzó a cantar dulces melodías acompañado por su lira, mirando si Zafiro despertaba.

Pero ya era tarde, no se daba cuenta que sus ojos estaban vacíos y no reaccionaba ante su música. Pero él  insistía.

–Háblame por favor, no me dejes, no soportaré vivir sin ti, ahora que empecé una nueva vida a tu lado, no me abandones, eres todo para mí; Zafiro despierta, despierta por favor  –Orión estaba con el rostro empapado de lágrimas.

No había nada que hacer, la princesa estaba muerta.

Uno de sus amigos que estaba cerca de Orión, le dijo que él podía recuperarla, que mediante su música convenciera a Hades, dios de los muertos.

Orión se quedó mirando a su amigo, levantó sus brazos hacia arriba, alzó la mirada y dijo:

–Dios de los muertos; donde quiera que estés, te pido a través de mi música que me oigas y me permitas ir al inframundo. Se puso a tocar altas y tristes melodías.

Hades no podía escuchar a los vivos, la música le permitió hacerlo y decide escucharlo.

Así es como Orión, siguiendo el camino de las sombras trazado por Hades, desciende al mundo de los muertos cantando y tocando por senderos  largos de piedras flotantes rodeadas de agua, un clima gris y frío; al final encontró una escalera que parecía interminable de piedra sin baranda, ahí se encontraba el castillo cuidado por un perro guardián que al escuchar su música, cruzó sus  patas,  recostó su cabeza y lo dejo pasar.

Orión siguió, caminó unos metros y vio al rey de los muertos en un trono; a su derecha estaba sentada su esposa llamada Petra.

–¿Quién eres? –pregunto Hades.

–Soy Orión, príncipe de un pequeño pueblo. He venido para que me devuelvas a la princesa Zafiro, ella no debió morir, fue un accidente.

–Y, ¿por qué tendría que hacer eso? Mi trabajo es no dejar que las almas vuelvan a la tierra.

Orión comenzó a tocar su lira, Hades no se inmutó sino bostezó.

–A mí no me vas a convencer con tu musiquita, porque todo lo que nace debe morir, la muerte no se conmueve y es eterna.

–Y también los muertos deben tener la oportunidad de revivir –dijo Orión.

Continuó tocando su lira y esta vez la música llegó al corazón de la esposa  hasta derramar lágrimas, ella recordó su vida en la tierra.

–No puedo concederte ese deseo –dijo.

Petra se levantó del asiento y se puso delante del rey.

–Esposo mío, te ruego,  imploro que la dejes marchar, son jóvenes, él es útil en la tierra, todo el pueblo depende del maravilloso don de su música.

El rey de los muertos aceptó hacerlo por su esposa, bajo una condición.

–Ella subirá a tierra detrás de ti. Por ningún motivo debes voltear, tampoco hablar, ni usar tu lira, pase lo que pase, hasta que llegues a la cima y veas el sol. Si no cumples lo que te indico, la perderás para siempre –dijo el rey.

Petra se acercó a Orión.

–Ten cuidado el rey hará lo imposible para que voltees y Zafiro se quede en el Hades.

Emprendió el camino largo de gradas, rodeado por cerros de color gris y un vapor que salía de las profundidades de la tierra, emanando un fuerte calor. Al final se veía una luz pequeña.

Orión quería escuchar aunque sea un suspiro, una palabra que le dijera que Zafiro estaba detrás de él, pero nada ocurría, todo era silencio; se angustiaba de escuchar solo el sonido de sus zapatos.

Se le apareció el perro guardián sonriendo.

–No me digas que le has creído al rey que tu esposa está detrás de ti, que tonto eres.

Orión se detuvo y comenzó a voltear lentamente para ver a su esposa, se repitió así mismo, ¡no miraré! ¡No lo haré! Y siguió subiendo.

El perro insistió una y otra vez ya que era mandado por Hades.

Siguió subiendo y subiendo, preguntándose si Zafiro seguía detrás de él.

Tropezó y no se detuvo, continuó su camino, trató de voltear, pero no lo hizo hasta que llegó a la cima, donde sentía el cálido sol; esta vez tenía miedo que no estuviera Zafiro.

Cuando llegó, ella estaba sonriendo detrás de él.

–¡Mi amado esposo! Estoy aquí, ¡viva!

Se abrazaron tan fuerte que parecían una sola persona.

Orión se puso a tocar alegres melodías y se dirigieron rumbo al pueblo donde fueron recibidos con aplausos por todos los habitantes.

Zafiro habló con las flores y les prometió  que siempre cuidaría de ellas en compañía de Orión.

Tuvieron dos hermosos hijos y fueron felices.

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