miércoles, 18 de mayo de 2016

El escape

Julián Cervantes Cadena


La situación se salió de control, Stephan quería simplemente hablar con el señor Gorlami, esperaba solucionar todo solo entrando en su oficina a pedir una ampliación para pagar el crédito que solicitó, ganando un poco de tiempo para conseguir el dinero, la gran depresión iniciada años atrás no levantaba y el negocio se venía a pique.

Stephan debía saber que con personas como “La Famiglia” Gorlami era muy difícil llegar a un acuerdo económico, prestamistas que no tenían reparo para exigir su dinero, siempre se daban sus maneras de cobrarlo.

Todo fue un accidente, quien diría que Stephan, un joven que a duras penas llegaba al metro sesenta y cincuenta y cinco kilos de peso, podría arrebatarle el revólver a Dominic, el matón del señor Gorlami, con tanta facilidad y disparar a diestra y siniestra para salvar su vida.

El gordo y pesado cuerpo sin vida de Antonio Gorlami, conocido como “Il Cassetto”, yacía en el sillón de cuero café, detrás del gran escritorio donde se sentaba todas las mañanas a hacer sus “negocios”. El olor a pólvora llenaba la oscura oficina alumbrada por una pequeña lámpara de luz amarilla, que no servía ni para iluminar un velador, mucho menos una oficina ubicada en el sótano de un restaurante. El cuerpo de Dominic, el calvo siciliano al cual nadie le conocía la voz, quedó sentado en el piso con las piernas estiradas y la espalda arrimada al librero, con su sangre esparcida por el piso de madera, mientras sus pesadas manos cubrían el agujero dejado por la bala en su vientre.

Las manos le temblaban a Stephan, su respiración era agitada y sus negros ojos estaban más grandes que de costumbre. Miraba a todos lados con expresión de miedo mientras el humo de la Colt calibre treinta y ocho se extendía por el lugar creando una tenue niebla. Un ruido vino desde la puerta, Stephan como si fuera un habilidoso matón volteó dispuesto a disparar a quien entrara por ahí. Pasaron unos segundos pero  parecían horas, el sudor le caía por la frente, pero nadie entró a la oficina. Stephan decidió que era hora de marcharse, no sin antes llevarse la hoja donde la mafia tenía su nombre, la arrancó del libro de contabilidad, soltó el revolver, agarró su abrigo y salió del lugar tratando de no llamar la atención.

Cuando llegó a su pequeño taller supo que debía salir corriendo de ahí, esconderse, todos los miembros de La Famiglia lo perseguirían hasta matarlo, Antonio Gorlami no era solamente el encargado de las finanzas, también era el primo del Don, la vendetta sería sangrienta y dolorosa.

Mientras empacaba para escapar hacia el oeste del país cayó en cuenta de que nadie tenía porqué sospechar de él, era menudito, tímido e insignificante; si le contaba a la gente que él solo desarmó a un armatoste de casi dos metros, le disparó con total efectividad y además mató a sangre fría a uno de los más poderosos gangsters de toda la ciudad, se reirían en su cara. Gente más temeraria, otras familias e incluso miembros de su propia organización se verían muy beneficiados por la muerte de Antonio Gorlami.

Stephan dejó la pequeña maleta de cuero en la que estaba guardando sus cosas y se disponía a abrir su diminuto taller como si nada hubiera pasado, pero era una oportunidad para borrarse de la lista de cobros de “La Famiglia”, nadie se preocuparía de un insignificante sastre, cuando se estaba por desatar una guerra. No había nada que lo atara a un préstamo con la mafia, era su oportunidad para empezar de nuevo.

Sentado en el pequeño banco de madera donde solía hacer trajes para los señores trabajadores del sector, miraba la hoja manchada de sangre en la que estaba su nombre, los pagos ya realizados y los faltantes, junto al nombre de unas treinta personas más que le debían cantidades absurdas de dinero a la mafia, esto reafirmaba su teoría, había gente de la cual sospechar mucho antes que él. Guardó la hoja en el bolsillo de su traje y continuó con su vida, abrió su taller y empezó a trabajar en un encargo que debía entregar esa tarde de invierno.

La mañana terminó más rápido de lo esperado, el hambre ya hacía su llamado desde el estómago de Stephan. Terminó la última punzada de la chaqueta marrón que tenía en sus manos y salió del local hacia la carnicería para buscar un pequeño filete para asar.

Al llegar al ensangrentado establecimiento, el olor a sangre le recordó lo sucedido esa misma mañana, su cabeza nunca iba a dejar de pensar en eso, claro matar a dos personas no es cosa de todos los días. El rebullicio tradicional del barrio italiano se convirtió en un caos en ese momento. Por la calle principal del vecindario, la policía pasaba apurada en dirección al restaurante Venezia, cuyo propietario era Antonio Gurlami. La acción policiaca llamó la atención de todos los que estaban esperando ser atendidos, por el hombre del blanco delantal embadurnado de rojo escarlata, la carnicería se desocupó y Stephan, pese a intuir lo que sucedía, acompañó a la masa de gente.

La policía bloqueaba la entrada del lugar, al estar adosado a los edificios vecinos, no era nada difícil, una pequeña puerta de entrada por la que cabía una sola persona y dos únicos ventanales a los lados, por donde los curiosos intentaban ver lo que pasaba en el oscuro interior. Los rumores no se hacían esperar. “Ajuste de cuentas” se escuchaba en el aire, “guerra entre las familias”, “le estaba robando plata a Don Gorlami” Como suponía Stephan, nadie sospecharía de él.

Los días pasaron y la vida de Stephan transcurría con naturalidad, pero el barrio estaba en zozobra, todos veían una tormenta de plomo en el horizonte, la Famiglia no se quedaría de brazos cruzados al enterarse de la muerte de uno de sus miembros más antiguos e importantes.

La mañana del siete de noviembre de mil novecientos treinta y nueve apareció el primer cadáver, Salvatore Falcone, un asesor del representante político del pueblo italoamericano fue encontrado asesinado en su despacho. “Varios disparos de escopeta y armas de corto calibre cegaron la vida del joven político” informaba la prensa. Su esposa y su pequeña hija de tan solo cinco años también fueron encontradas sin vida esa mañana.

Llegó la segunda matanza, habían pasado algunas semanas, el veinte de diciembre las víctimas fueron Carlo Chiesa, un empresario que estaba a punto de perder su compañía por deudas, y su familia, murieron calcinados en una explosión presuntamente  accidental, pero nadie lo creía. Por lo visto una cruda y negra navidad se avecinaba.

Llegó el nuevo año y con él, la siguiente matanza. Durante ese año fueron ocho matanzas, todas sistemáticamente planeadas y ejecutadas a la perfección. Todos en el barrio y en la ciudad podían sentir el miedo en el ambiente, se sabía que todo era parte de la venganza por la muerte del Il Cassetto, pero nadie tenía ni la más mínima idea por qué la mafia había escogido esas víctimas. Para Stephan el patrón era claro, la hoja arrancada del libro de contabilidad tenía el orden exacto de cada uno de los golpes perpetuados por la mafia, al parecer El Don, tenía una copia de la hoja contable, transformándola en una lista de la muerte y el nombre de Stephan estaba por llegar.

Las noches eran largas, quién puede dormir cuando su nombre está entre los objetivos de un grupo de matones, la paranoia era constante, caminar por la calle era un riesgo, pero al estar encerrado en el pequeño taller lo garantizado era convertirse en un blanco fácil de localizar. Los meses pasaban, las muertes se incrementaban y según la lista, faltaban dos personas para que el nombre de Stephan sea el próximo.

Ya eran veinte matanzas organizadas por la cosa nostra, el número fatídico era el veinte y dos, la orden para matar a Stephan podría tomar unas pocas semanas, o tal vez solo unos días. El ocho de diciembre del cuarenta y uno, Stephan se sentía acorralado, su cercana sentencia de muerte no lo dejaba en paz. “Guerra. El país es atacado por los japoneses y el presidente Roseevelt llama a las tropas” decían las noticias de ese día. Stephan vio en ese terrible titular de un periódico la salida a sus problemas.

Esa misma tarde, Stephan se encontraba ya enlistado en el ejército, pasaron pocos días para ser llamado y llevado al frente de batalla, cuando abordó el barco que lo llevaba a cruzar el Atlántico de regreso al continente de sus abuelos, fue el único momento en el cual se sintió tranquilo, pese a saber que la guerra probablemente lo mataría, las posibilidades de sobrevivir eran ínfimamente mayores.

La guerra hizo crueles, sangrientos y oscuros, los siguientes meses de Stephan. Largas caminatas recorriendo pueblos destruidos, cadáveres que decoraban sombríos paisajes, el miedo de ser atacados por sorpresa en cualquier momento seguía siendo una buena idea para salir de una muerte segura a manos de matones despiadados, al fin y al cabo en el hostil ambiente europeo, con un poco de suerte se podía escapar.

El pelotón de Stephan con el pasar de los meses fue disminuyendo en cantidad de miembros, él por su parte cada día se sentía más seguro en el frente de batalla, se estaba acostumbrando a su nuevo estilo de vida, al parecer la habilidad con las armas demostrada el día que mató a Antonio Gorlami era algo innato en él, ya llevaba varias bajas contadas a su haber.

Sentado limpiando su fusil Stephan observaba el momento en que llegaba un nuevo grupo de reclutas al pelotón –Pobres infelices, no saben en lo que se meten, esta maldita guerra les va a marcar la vida. –dijo Stephan, a sus actuales compañeros, con la misma seguridad que tendría un veterano de mil batallas. En eso se acercó un oficial acompañado de un recluta.

–Soldado, usted se va a encargar de cuidarle el culo a este niñito hasta que se haga un hombre de verdad –dijo el capitán –sí lo matan, yo lo mato a usted.

–Sí mi capitán –respondió Stephan mientras le daba una mirada despectiva al chico, evidentemente mucho más joven que él.

–¿De qué parte vienes niñito? –preguntó Stephan para romper el hielo.

–Nueva York –respondió el joven que pese a ser más alto que Stephan, demostraba su miedo a cada movimiento.

–Qué bueno, por lo menos ya tenemos algo en común, así las cosas van a ser más llevaderas, pero por tu cara… tus rasgos… veo que tu familia no es de ahí.

–Mis padres son italianos señor –dijo el joven demostrando respeto en cada una de las ocasiones que se dirigía a Stephan.

–Cada vez me vas a caer mejor. Bueno niño ¿Cómo te llamas?

–Gorlami señor –le dijo el novato con mucho orgullo.

La respuesta lo desconcertó, Stephan se quedó frío. –Y tú nombre ¿Cuál es?

–­­Antonio, cómo mi difunto padre.

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