martes, 20 de diciembre de 2011

Por la Causa de todos los Santos

Ricardo Ormeño Valdizan

                                     La elegante y sobria sala de espera causaba en el doctor Frías una peculiar incomodidad, los muebles de sólida madera revestidos en cuero oscuro que a pesar de poseer brazos largos y anchos a cada lado, le hacían presagiar a Jorge una espera muy corta para ser atendido; observaba con detenimiento aquella arquitectura clásica y algunos cuadros de motivos religiosos con marcos delicadamente tallados que definían el ambiente; el galeno vestía un saco negro de botones dorados, pantalón gris, corbata azul oscuro clásica por sus delgadas líneas blancas y oblicuas, portafolio y una cámara filmadora la cual encendía y apagaba compulsivamente como tratando de verificar que funcione de manera óptima cuando la necesite, sin embargo trata de relajarse y mantenerse sentado lo más cómodo posible para esperar los diez minutos que le solicitaron. Jorge abre su portafolio y queda atrapado por una serie de recuerdos –Nunca pensé que estaría aquí y menos por este motivo –se decía así mismo el impresionado facultativo mientras revisaba los documentos varios que portaba como fotografías, traducciones, copias de historias clínicas, decidiendo por último cerrar aquel lujoso maletín portapeles e inclinarse holgadamente hacia el espaldar del sillón y tratar de disfrutar un poco de ese momento especial.

                                       La mañana de aquel miércoles de enero del año noventa y tres había otorgado al doctor Frías un descanso, un recreo en sus labores, Jorge no había tenido grandes emergencias, un asmático, un hipertenso y una pequeña mordedura de perro, todo ello completaba la labor de aquella mañana; para el médico era gratificante ya que él se encontraba en esa emergencia desde el día anterior y las últimas horas rodeado de tranquilidad eran el mejor regalo. El tiempo avanza con lentitud, Jorge mira su reloj esperando que el minutero y el horario lleguen a un acuerdo marcando la una de la tarde para así intercambiar su turno e irse a su casa, almorzar allí y poder darse un descanso mientras concede la oportunidad a su esposa para lucirse con algún espectacular postre que según apreciación del facultativo, sólo ella sabía preparar. El tiempo transcurre y sobre pasa las esperadas trece horas largamente, el ansioso Frías no puede creer que su reemplazo no llegue a tiempo en esta oportunidad.
-¡Caramba, Erick no aparece, no puede ser, nunca ha llegado tarde durante todo un año que intercambiamos los turnos ¿Le habrá pasado algo? –se preguntaba Jorge totalmente sorprendido, su colega siempre fue muy puntual. 

                                          Frías se coge los gruesos bigotes mientras examina desde la puerta de la emergencia el intenso tránsito vehicular, buscando atentamente entre tanta máquina motorizada alguna similar a la de Erick pero nada entonces corre a la recepción de la clínica, pero tampoco tienen información alguna sobre él, aún siendo del conocimiento de todos que dicho doctor trabaja en otra institución en las mañanas, la única indagación obtenida tras llamadas telefónicas era que había sido visto abandonar su matinal puesto de trabajo raudamente a eso del mediodía . Dan las tres de la tarde y Jorge se siente más que incómodo, molesto.-Un año y nunca ha llegado tarde, no vaya a ser que le haya pasado algo eso es lo más factible –concluye el doctor dejando la puerta de la emergencia para dar un paseo por los ambientes como si estuviera revisando que todo se encontrara en orden.

                                              La situación para Frías es insostenible su almuerzo, postre y un relajante baño habían pasado al baúl de los recuerdos, toma asiento en el escritorio de su oficina y no puede mantenerse allí por mucho tiempo, se pone de pie abre la ventana y observa el totalmente vacío parqueo para las ambulancias, levanta un poco la mirada y se concentra en aquella pared de ladrillos con una rústica y antiestética puerta de madera que le trae a la memoria la construcción de algo que él no tenía aún muy claro, una ampliación de la clínica o una casa de reposo para ancianos, en fin no le interesa realmente y menos en esos momentos; mientras observa su reloj por enésima vez se oye un ruido intenso y brusco producido por aquella horrible puerta en la pared de la edificación al ser abierta con fuerza y rápidamente.
-¡Doctor…doctor…rápido…corra! –expresaba de manera desesperada y muy preocupada la hermana Cristina quien atravesaba dicho umbral de la construcción acompañada de un polvoriento obrero dirigiéndose velozmente hacia a la emergencia de la clínica. Jorge va de inmediato, dos enfermeros corren detrás de él con una camilla, al llegar al sitio exacto de la emergencia el doctor encuentra a un par de hermanas de la congregación y varios operarios escarbando en la tierra tratando de desenterrar al infeliz trabajador que escasos minutos antes había sido sepultado estrepitosamente; ahora sí entendía Jorge, todo ese movimiento y ruidos de los trabajadores en aquel terreno vecino significaba la construcción de la futura casa de reposo y no de una ampliación de la clínica. Cerca   de cuatro toneladas de tierra y piedras se habían desplomado sobre el pobre desdichado de nombre Jacinto Hermoza. Eran las tres y cinco minutos de la tarde y Jacinto se encontraba trabajando en la zanja de lo que se convertiría más tarde en los cimientos del sótano de dicha casa de reposo; aquella especie de trinchera se hallaba adyacente a una inmensa pared de cerca de cuatro metros de altura donde el borde superior correspondía al suelo del futuro primer piso; allí se localizaba el gran y monstruoso montículo de tierra y piedras que habían sido extraídas del terreno y acumuladas antojadizamente en ese peligroso lugar. El humilde jornalero laboraba como de costumbre, sólo portaba su lampa y unos cortos pantalones debido al intenso calor del verano por lo cual su torso se encontraba totalmente desnudo, minutos más tarde de introducirse en dicha larga zanja que abarcaba toda la longitud del terreno pero de tan sólo un metro de ancho por un metro de profundidad, sintió que diminutas cantidades de tierra caían sobre él obligando a Jacinto levantar rápidamente la mirada encontrándose con una inmensa nube negra. 

                                     El doctor llega con desesperación, ayuda a retirar con las manos las piedras, guijarros y tierra que cubren el cuerpo del pobre obrero logrando tocar y visualizar únicamente su casco de protección, entonces ante la gravedad del suceso aceleran al máximo las maniobras de rescate sin poder usar cualquier utensilio para evitar lesionarlo; cuando logran descubrir su rostro, el pobre hombre cubierto de tierra hasta en la boca no respira, sin embargo la tarea propuesta y obligatoria continúa sin pausa alguna. Segundos más tarde cuando el nivel de la tierra retirada alcanza la mitad del tórax se oye un fuerte grito.
-¡Me duele, me duele mi pierna, me duele mucho! – grita el desafortunado peón ante la sorpresa de todos que  continúan con el rescate hasta liberar los brazos, momento donde el doctor Frías pidiéndole calma a la víctima aprovecha para colocarle el tensiómetro en uno de sus brazos y tomar los valores de la presión sanguínea.
-Está muy bien continuemos pero con cuidado es probable que tenga fracturada una de las piernas, el tobillo o el pie –ordena el doctor quien retirándose unos metros más atrás deja a los obreros que continúen con la labor de rescate y se lleva inconscientemente sus manos al bigote tratando de examinar cuidadosamente la situación sin darse cuenta que va dejando huellas de  polvo en su grueso mostacho mientras trata de entender como dicho operario después de soportar semejante peso encima de su casi desnudo cuerpo se haya mantenido erguido, de pie como si deseara mirar hacia lo alto, ha debido quedar totalmente sepultado en posición horizontal o cualquier otra postura pero de pie era lo menos probable. El doctor se acerca y extiende sus brazos tratando de colaborar decididamente con el salvamento tratando de liberar la espalda del accidentado  quien se mantiene erguido mirando la gran pared de tierra y piedras frente a él. Frías trata de desenterrarlo mucho más cuidadosamente que un antropólogo o arqueólogo siempre con las manos, cuando de pronto descubre que la lampa con la que trabajaba segundos antes del accidente se encontraba en posición vertical adherida a la columna vertebral del trabajador y con el mango roto –Extraño, muy extraño- pensaba Jorge ante tal descubrimiento.

                                  El rescate tardó unos cuarenta y cinco minutos aproximadamente, el trabajador respiraba bien, se le encontró una gran piedra al lado de su tobillo derecho que hizo concluir al doctor Frías que la fuerte presión sumada al posible golpe producida por dicho objeto al caer, era la razón de tanto grito y dolor, una fractura sin lugar a dudas sin embargo al concluir el rescate y ser retirada dicha piedra de aproximadamente diez a quince centímetros de diámetro, el dolor mágicamente desapareció. Las hermanas sorprendidas ante tal hecho trataron de limpiar la gran cantidad de tierra en el cuerpo del obrero mientras éste se rehusaba a ser ayudado; el doctor le ordenó postrarse en la camilla pero Jacinto siguió en pie y aceptó ir a la emergencia pero caminando dejando atrás aquella pala con el asa rota que había estado erguida en su espalda como apuntalando a Jacinto para que permaneciera en pie durante el derrumbe pero sin causarle el menor daño. Jorge examina detenidamente al obrero en la sala de emergencia, Jacinto se quita aquel pantalón corto que era lo único que llevaba y aquellos botines de trabajo.
-Doctor no tengo nada, no me duele nada doctor –afirmaba Jacinto Hermoza.
-Mire Jacinto vamos a tomarle unas radiografías, llamaré al traumatólogo al neurólogo y a quienes considere, pero mientras le digo que se quedará hospitalizado, puede presentarse una hemorragia interna y eso podría ser fatal –ordenaba el doctor mientras observaba que Jacinto no presentaba ni un pequeño rasguño ni equimosis o moretones simplemente… nada.
-Bien doctor me tomo las radiografías pero me voy, es más le hago un trato si yo no puedo colocarme mi pantalón corto es por que estoy mal y entonces me quedo, pero si lo hago bien entonces me voy, mi esposa ha sido operada de cesárea hace tres días y vivo en un sitio muy humilde, no tengo teléfono y si no llego ella se va a preocupar, sabe que este trabajo es riesgoso y es miércoles ni para pensar que me fui a tomar con unos amigos, ella es nerviosa se le pueden abrir los puntos –fundamentó Jacinto al doctor.
-Bien muy bien si lo haces correctamente, sugeriré que por lo menos te acompañen en un taxi, ni siquiera una ambulancia para no asustar a tu esposa – aceptó el doctor. Segundos después el doctor Frías queda sorprendido con la agilidad de aquel obrero para colocarse el pantalón, deambular, expresarse, es decir, no tenía nada – pareciera que viene de una sesión de masajes y no de un tremendo accidente que ha podido costarle la vida –se decía así mismo el doctor Frías sonriendo.
-Jacinto, de todas maneras el viernes acudes a todas las consultas que te he programado, todos los especialistas necesarios te verán ese día y así poder reconfirmar el diagnóstico, de eso si no te salvas ¿Muy Bien?-ordenó el facultativo a Jacinto mientras se despedían.

                                   Treinta días después la hermana Cristina madre superiora de su congregación se acerca a la emergencia y encuentra a Jorge Frías en su pequeña oficina.
-¡Buenos días hermana ¿En qué puedo servirle? –saluda el atento médico.
-Doctor Frías ¿Recuerda el accidente del obrero hace un mes? –pregunta la madre superiora con preocupante mirada.
-Sí como no voy a recordarlo, hasta ahora no puedo creer que escribiera en mi diagnóstico final la palabra sano, es increíble – respondía con asombro Jorge.
-Bien doctor, el asunto es sobre su historia clínica debe ampliarla o ser aún más específico –acotó la hermana muy seria.
-¿Hice algo mal hermana? o la compañía de seguros reclama algo, ya sabe como son,  le gustan los papeleos y con mi diagnostico de “sano” ya me imagino –comentó Frías con una ligera sonrisa.
-No doctor no es nada de eso, lo que sucede es que su historia clínica se encuentra en el Vaticano –intervino la religiosa muy serenamente.
-¡En el Vaticano hermana! –intervino el doctor tratando de alzar un poco la voz sin lograrlo, limitándose a fisgonear raudamente por la ventana de la oficina verificando si algunas personas tal vez familiares de pacientes, se encontraban muy cerca y podrían oír algo factible de malinterpretar, así que se contuvo todo lo que pudo y sólo alcanzó apoyarse en el escritorio como deseando levantarse bruscamente sin lograr hacerlo.
-Sí doctor, resulta que aquella tarde Jacinto Hermoza  portaba en el bolsillo de su pantalón corto, una estampa de nuestra beata Giuseppina De Laurenti, nombre que llevará nuestra casa de reposo; Jacinto ha trabajado en esa construcción desde sus inicios. Una tarde, cuando trabajaban en la zona que antes era el jardín, al tratar de remover los árboles, Jacinto encontró una estampa de nuestra beata Giuseppina envuelta en plástico enterrada junto a las raíces de uno de los árboles, ésta había sido colocada por una de nuestras hermanas hacía mucho tiempo, desde aquel día en que fue desenterrada, él la lleva siempre consigo y justo aquella tarde la portaba en el bolsillo trasero de su pantalón; al sentir caer todas esas toneladas de tierra y piedras, Jacinto invoca a nuestra beata y por esta razón su historia clínica se encuentra en el vaticano por la posibilidad que este suceso sea un milagro –narró con suma tranquilidad la hermana Cristina.
-¡Un milagro hermana! –alza la voz Jorge levantándose del escritorio a la vez que gira bruscamente hacia la ventana de la oficina para cerciorarse que nadie lo ha oído.
-Sí doctor resulta que el obrero Jacinto invocó a nuestra beata para que lo ayude, no invocó a cristo, no invocó a dios, invocó a nuestra beata y además la ciencia representada por usted estuvo presente algo no muy común como comprenderá –explicó con plena satisfacción la hermana de ojos azules.
 
                             …siete años han pasado entre trámites, traducciones, viajes a Roma; siete años contando a mis amigos esta historia que parecía increíble, muchos sonreían al oírla, sin embargo ahora me pregunto tantas cosas y pocas a la vez, pero qué hubiera pasado si mi colega Erick llegaba a su hora como de costumbre aquel día del accidente, sin existir el compromiso con sus amistades de salir temprano de sus labores matinales en otra institución para dedicarse apasionadamente a jugar tenis hasta las últimas consecuencias, no hubiera sido yo el que me encontraría aquí, sino él, lo curioso es que mi simpático amigo y colega es judío que de manera aparentemente extraña aunque no debería serlo laboraba en una institución católica donde dicho sea de paso se ganó el cariño de toda la congregación por su cortesía, dedicación y simpática apariencia …y aquí ¿ El trato habría sido igual con un médico judío participando en la investigación de un posible milagro? O podría haber tenido algún problema no él sino el trámite para la santificación de la beata Giuseppina, nunca lo sabré solo sé que fue una exquisita coincidencia.
-Dottore Frías, buon giorno, sono il padre Paolo Crovetto e tranquillo parlo anche spagnolo –saludó muy amablemente el obispo encargado de atender al doctor Frías esa mañana interrumpiendo sin desearlo los absortos pensamientos de Jorge invitándolo a pasar a un gran y conservador ambiente donde arriban luego de haberse desplazado por largos pasillos. Jorge encendió su filmadora con la finura de un gran mago intentando capturar algunas imágenes en aquellas zonas prohibidas hasta para los religiosos en general quienes para tales casos requieren de una autorización especial, solo la alta jerarquía eclesiástica podía transitar por aquellos pasajes y ambientes.
-Dottore Frías ¿La sua esposa e il suo figlio son de paseo nel giardino papale? –preguntaba el obispo con mirada graciosa y muy despierta tratando de soltar un poco su español
-Sí desde muy temprano y pienso que les tomara toda la mañana –respondió el cirujano rápidamente llegando a su mente imágenes diversas de aquel bello lugar. Recuerdas Jorge  tu paseo por allí tan accidentado, subidas y bajadas muy hermosas pero extenuantes que hizo que te preguntes, cómo podía un Papa pasear por allí.
-Bien dottore, ésta es la biblioteca del Vaticano, aquí se guarda todos los escritos de la  Iglesia, toda su historia, todos los milagros, hasta Reyes involucrados…y su nombre estará aquí ya que gracias a su brillante exposición y participación en el proceso, la beata Giusseppina será santificada en los próximos meses donde usted y su familia ocuparán un lugar de honor en la ceremonia  –indicaba el carismático obispo ahora en perfecto español manteniendo en una de sus manos un grueso libro y  con la otra señalando unos párrafos al azar tratando de dar a entender a Frías que su nombre se encontraría impreso en alguno de ellos pasando a formar parte de la historia de la religión Católica. Vaya Jorge es un honor pero ahora quien te creerá, al menos tus amigos que oyeron esta historia durante siete años no lo creo, aquí no entra nadie con facilidad. El galeno no sale de su asombro, la cámara filmadora, para no ser descubierto, apenas la puede levantar y captar algunas imágenes de libros y estantes de dicha biblioteca que sólo es visitada por unos pocos elegidos donde las fotografías y filmaciones son más que un pecado mortal –Increíble, simplemente es un final de película, lo contaré toda mi vida, sin importar que piensen mis amigos si estoy loco o no, con tantas historias de sueños y viajes semidormido… ahora esto –analizaba Frías con intensa emoción. 
                             Transcurre el día, son las cuatro de la tarde, el doctor Frías y su familia acuden a la casa general del convento de la orden de las hermanas de la clínica Santa Felicia en Roma. Jorge llega por fin a los muros del convento extenuado de tantos recorridos no sólo de índole religioso sino también comercial, tiendas de ropa, zapatos y todo lo que se podía visitar en el poco tiempo libre que tenían luego de haber pasado la mañana completa en la sede del Vaticano, su esposa y su hijo se encuentran detrás de él, cuatro hermanas de la congregación abren la gran puerta de madera dejando a Jorge perplejo ante un espectáculo nunca imaginado, dos largas filas de religiosas con sus largos hábitos ya no de color blanco como los usados de costumbre y cotidianamente sino esta vez de tono negro intenso inclinando todas y cada una de ellas ligeramente la cabeza hacia delante, inician la solemne y protocolar recepción; aquellas monjas de avanzada edad, inclusive algunas en sillas de ruedas inhabilitadas por sus largos años de vida o por enfermedad encabezan el imponente desfile, acompañadas siempre de manera fiel  y constante del repique de las campanas. El habitualmente decidido doctor Frías, da esta vez, un temeroso paso al frente dirigiéndose hacia ellas –Gracias dottore, nuestro benefactor-exclamaban con alegría las hermanas una a una logrando sin intencionalidad que Jorge no obtenga el tiempo necesario para salir de su asombro dedicándose única y exclusivamente a responder cada personalizado saludo de manera  muy afectuosa tanto a derecha como a izquierda hasta culminar con sendas largas filas.
-Gracias dottore Frías, usted es ahora nuestro benefactor; nuestra congregación en el mundo entero ora por nuestros benefactores tres veces al día por el resto de sus vidas –acotó la madre general de dicha orden religiosa en perfecto español, con tal sobriedad y respeto que Jorge no pudo contener que una lágrima decidiera desplazarse por su rostro sin su consentimiento mientras que con la mano izquierda se tocaba fuertemente el muslo del mismo lado para estar seguro que no se trataba de uno de sus extraños sueños.

No hay comentarios:

Publicar un comentario