Nora Llanos
He tratado de recordar cuándo vi por primera vez a Joel, pero esa imagen no ha quedado registrada en mi memoria… tal vez porque para los niños las fechas no son importantes y suelen guardar solo los sucesos que marcan profundamente su vida; conocer a Joel seguramente no fue importante en su momento… compartir su vida, fue una experiencia tristemente enriquecedora.
Fue durante unas vacaciones que nos dimos cuenta que cada vez con más frecuencia, Joel nos miraba desde cierta distancia, a mí y a mis mejores amigas, Marité, Lula y Conchito, jugando a la ronda, a las muñecas o a las “palmaditas”. Nosotras sabíamos que Joel estaba ahí, pero lo ignorábamos con esos aires de importancia que a veces se dan las niñas: lo cierto es que también lo observábamos con disimulo y compartíamos nuestras impresiones en medio de risitas, susurros y medias palabras, un poco desconcertadas por el interés que despertábamos en Joel… los otros niños parecían odiarnos y ni pensar que se nos acercaran… pero él era distinto...
-Es Joel, vive por la casa de mi tía Mechita – nos decía Marité - y solo juega con su perrito, ese crespito que está ahí, siempre lo trae al parque- Joel no nos era desconocido, probablemente lo habíamos visto en el cine, en misa o en el parque. Era lindo Joel, alto para sus siete u ocho años, delgado, de ojos grandes y oscuros que siempre mostraban una expresión como de sorpresa. Tenía el cabello muy negro y suave que le caía sobre la frente, permanentemente alborotado, pero siempre limpio y brillante.
En algún momento Joel pasó a ser Joé y se convirtió en nuestra sombra… un infaltable compañero silencioso, sin voz ni voto, que se limitaba a observarnos con muda atención, sumándose y hasta disfrutando los juegos de cada día, sin decir una sola palabra. Nos habíamos acostumbrado a su presencia y cuando faltaba, nos mirábamos preguntándonos en silencio, dónde estaría Joel… de pronto aparecía y tomaba su lugar cerca de nosotras y entonces, sentíamos que estábamos completas.
-Oye, podemos ver a tu perrito, ¿no muerde? – dijo un día, inesperadamente, Marité, casi sin mirar a Joel. Todas nos volvimos a observarlo, esperando su respuesta. Por fin teníamos la oportunidad de oírlo y tal vez se animara a ser nuestro amigo.
-Si quieres… -respondió Joel, dibujando apenas una sonrisa. Fue suficiente para que nos acercáramos en tropel, rodeándolo y aturdiéndolo con nuestras muestras de contento…
-qué lindo, qué lindo, ¿se llama Duque, no? – mira qué bonito, cómo corre, mira su pelito, qué lindos sus ojitos… y como mueve la colita – tiene sed, hay que darle agüita– hablábamos todas a la vez. Joé nos miraba con ojitos brillantes de contento.
A partir de ese día, Joé nos esperaba en el parque, en aquel lugar bajo el árbol grande donde había una banca de madera y fierro, a la que llamábamos “la casa”, sobre la que armábamos una especie de tiendita para las muñecas y todos los demás juguetes propios de niñas, que llevábamos a todas partes. Allí permanecía Joel con nosotras hasta que nos íbamos… callado, observándolo todo sin tocar nada, como si le estuviera prohibido, pero evidentemente disfrutando de algún modo, de nuestros juegos a ser mamás, comadres, dueñas de tiendecitas imaginarias o de vecinas bulliciosas, así como de nuestros afanes para vestir a las muñecas, compitiendo por quien tenía el vestido o el peinado más lindo y compartiendo invisibles tacitas de té y bizcochos inexistentes
-¿Con quién juegas en el parque, nena? –preguntó mi madre un día…
-Con Marité, Conchito y Lula, mami…
-¿Alguien más? –pregunta con esa voz que ponen las madres cuando ya saben la respuesta y entonces ya no vale la pena mentir o callar.
-ah!, a veces también va Joel… pero él no juega, va con su perrito y solamente nos mira cómo jugamos, lindo su perrito, se llama Duque y es juguetón, no muerde.
- ¿Y es bueno ese Joel?... -¿se porta bien?
-Sí mami, es bueno, pero siempre está triste, no tiene amigos, a veces jugamos con la pelota y él siempre gana porque es alto y tiene fuerza.
-Un día de éstos te acompaño al parque y así conozco al tal Joel, ¿qué te parece?
-Si quieres…
Fiel a su promesa, o advertencia, mi madre aparecía de vez en cuando por el parque, llevándonos alguna fruta o golosina. Joé se retraía y permanecía callado, aunque contestaba respetuosamente las preguntas que le hacía…
-¿y cómo te fue en el colegio Joel?
-Bien, señora… saqué el segundo puesto.
-¡qué bueno Joel!... ¿tienes hermanas?
-No, no tengo hermanas, solo tengo un hermano que es mayor que yo. Juega futbol.
-No conozco a tu mamá, ¿está en la casa?
-No, no vive con nosotros.
Ese primer verano que compartimos con Joel, fue un gran verano… él sabía cómo atrapar sapitos en el río y cómo hacer sonajas con chapas, no tenía miedo de treparse a los árboles y sabía montar la bici mejor que nadie… y le gustaban los perritos y el mar. Sabía muchos cuentos y cuando los contaba, nos quedábamos calladitas escuchándolo. Eran cuentos de hadas, de libélulas, de gigantes, de reyes y princesas, de ogros, duendes y madrastras. Pronto descubrimos que tras ese rostro serio, había un delicioso compañero, juguetón, tierno y protector. Joel se había convertido en parte indispensable de nuestra vida de niñas y aunque éramos muy pequeñas para conocer los misterios y la complejidad del alma humana, intuíamos un algo extraño, misterioso, que no sabíamos poner ni en pensamientos ni en palabras.
Terminado el verano, se acababan también los paseos al parque, las muñecas, la tiendita, los sapitos y la bici… era hora de empezar a estudiar.
-Ya me voy –me dijo una tarde y me dio un papelito con un dibujo de una flor en donde había escrito, “tú eres mi mejor amiga”.
-Tú también, tú también eres mi mejor amiga- respondí en voz alta, un poco dudosa pero emocionada y a él se le iluminó la cara.
Dos veranos más disfrutamos de un mundo mágico de juegos, cuentos y mutua compañía… pero en algún momento empecé a notar que los chicos no querían a Joel. Nadie lo invitaba a jugar con los carros y los trompos o la pelota… más bien lo miraban con burla y murmuraban o lo remedaban –Joel, Joeli, Joelia- y eso nos causaba, especialmente a mí, pena y resentimiento. ¿Porqué eran tan malos?... si es bueno y estudioso y además es el que mejor patina... poco a poco me fui dando cuenta que Joel no era igual a todos los chicos; nunca estaba con ellos, sin embargo daba la impresión de observarlos con cierto temor y melancolía.
Fue entonces que en mi mente empezó a tomar forma el concepto, hasta ese momento inexistente, de hombre-mujer… ni hombre-ni mujer. Ya la curiosidad me había atrapado y cuando mi madre conversaba con la mamá de alguna de mis amigas, procuraba estar atenta para coger alguna frase que aclarara mis dudas... amanerado… medio raro… delicado… mariquita… no lo dejan salir… su papá le pega y su hermano también, dicen que para ver si lo curan. Estas palabras no hacían sino confundir aún más mis pensamientos y me provocaban angustia y aflicción. ¿Estaría enfermo Joel?... -a lo mejor está loquito.
Qué lento parecía transcurrir el año escolar, pero algo estaba cambiando con los chicos… ya no parecían odiarnos tanto y revoloteaban en nuestro entorno haciéndose los tontos… lo más extraño es que a nosotras las niñas, esa especie de flirteo inocente, nos empezaba a resultar divertido. Tal vez este nuevo verano tendríamos dos o más chicos en el grupo… quizás hasta Martín, el que había llegado recién, se animara a jugar con nosotros… ¡Lindo Martín, aunque un poco pesado!… tal vez Martín y Joel serían buenos amigos, pensaba yo y pasaríamos un verano realmente grandioso.
Llegó el verano… y los chicos se mostraban cada vez más interesados en compartir con nosotras, pero no llegó Joel. Cuánto lo extrañaba… ya no se le veía en misa ni en la matiné, ni siquiera en el catecismo. Un día lo vimos aparecer por una de las calles del parque, había crecido mucho, seguía viéndose muy delgado, más seguro, deslizándose velozmente con asombroso equilibrio sobre sus patines de cuatro ruedas… nos vio y por un momento pareció que vendría hasta nosotras, pero solo nos saludó con un leve gesto. -¿qué pasa Joé?, decía para mis adentros, sintiendo un nudo en la garganta… -yo soy tu mejor amiga, ¿recuerdas?- Estaba cambiado, habían desparecido la mirada tierna y la sonrisa juguetona… parecía haber encontrado algo que le daba seguridad y hasta una cierta arrogancia…
Poco después nos mudamos a otra ciudad y dejé de ver a Joel. De vez en cuando alguien me contaba que Joé andaba en malas compañías… que ya nada se podía hacer… que había dejado los estudios, que no hacía nada… que estaba perdido… y entonces yo recordaba con pesar, aquellos años de candor e inocencia, en los que fui su mejor amiga.
Un verano, paseando por la playa, de pronto vi a Joel… no podía dejar de observarlo, con la esperanza de encontrarnos y conversar un rato… estaba cubierto apenas por una pequeña trusa de baño de color negro, dejando al descubierto una figura sorprendentemente esbelta, de largas y torneadas piernas, absolutamente libres de vello, caderas estrechas y un tórax fuerte pero a la vez proporcionado a su figura delgada… parecía que había crecido solo en estatura, conservando los rasgos físicos de niño, ¿ó niña? … me recordaba a esos ángeles que estaban en la Iglesia, muy frágiles para ser hombres y no lo suficiente para ser mujeres. Joé llevaba los cabellos largos, sueltos al viento y un solitario arete adornando el rostro adolescente, prematuramente endurecido… caminaba descalzo sobre la arena, con cierta gracia, mirando hacia el horizonte… solo…. ausente… quizás ocultando su esencia en un cuerpo que no era el suyo…. tal vez desafiando al mundo con su armoniosa y singular presencia.
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