viernes, 9 de diciembre de 2011

La abuelita cariñosa

Marco Antonio Plaza


Practicar el deporte del remo era muy difícil para Juan por su corta estatura y también porque no tenía el peso necesario. Pero, como le gustaban los deportes del mar, se convirtió en un timonel. Siempre pensó ser un buen remero y competir en las regatas los días domingos, para que lo vean sus padres y las chicas del barrio.

 Un día a las cinco de la mañana en pleno crepúsculo Alberto, un amigo del barrio,  lo busca para ir juntos a entrenar.

-Juan -gritó Alberto desde el medio de la pista despertando a casi media  cuadra.

-Ya bajo- contestó muy soñoliento desde la ventana de su cuarto.

Una vez listo salió de su casa, ambos marcharon al club Regatas Unión. Se dirigieron por el malecón Figueredo, conocido por los punteños como Cantolao, playa famosa por sus frías aguas, las piedras que dificultan el andar y los grandes tumbos que casi nunca llegan a reventar. A dicha hora, el camino se volvía medio fúnebre pareciendo un cementerio londinense de las típicas películas de Drácula, debido a la densa neblina que apenas los dejaba ver diez metros aproximadamente. El aire que respiraban era muy húmedo. El viento frio empapaba sus rostros dándoles una peculiar frescura. Sus labios saboreaban el agua de mar a la distancia por la sal que les llegaba de la brisa marina. Y para completar esta riquísima experiencia tenían como música de fondo el sonido de las olas, que se hacía muy intenso por momentos y daba la sensación que venía del centro de la tierra. 

Mientras seguían su camino observaban como los  distribuidores de leche Plusa dejaban unos grandes pomos en las puertas de la casas. Alberto, muy pillo, un día trató de coger un pomo de una casa  sin saber de quién era.

En eso ambos escuchan una voz que viene del segundo piso.

-¡Coge una muchacho para tu desayuno!- Paquita le dijo a Alberto mientras abría la ventana y sacaba la cabeza. Para esto Juan se asustó porque creía que Alberto había sido sorprendido robándose una botella. Éste tomó uno de los pomos y empezó a beber con unas ganas como si hubiese corrido cinco kilómetros.

-¿Y tú niño? -le dijo Paquita a Juan con gesto de quererle dar una botella-. ¡No te quedes ahí mirando, agarra una! -Expresó fuertemente la señora a pesar de sus años y su voz tembleque.

-Gracias señora, es usted muy amable.

Paquita era una señora de la tercera edad, muy querida en la Punta por su excelente trato a los niños. La comunidad la cuidaba como si fuese un patrimonio del puerto chalaco. Ambos amigos no la conocían y dicha mañana la señora tampoco se presentó.

Yo como hermano mayor de Juan me sentía feliz que él se levantara muy temprano y forme parte de una actividad no solamente deportiva sino competitiva. Me hubiese gustado tener esa oportunidad a la edad de él y disfrutar de la vida cercana al mar desde tempranas horas de la mañana. Pienso que esto fortalecerá su carácter y lo preparará para enfrentar los momentos difíciles de la vida, sobre todo cuando uno tiene que seguir trabajando contra viento y marea, levantarse temprano en una mañana fría y húmeda, sin querer hacerlo.

Pero también debo reconocer mi preocupación por sus estudios ahora que recién inicia el primero de media. Siendo un muchacho muy inteligente, gusta más de las aventuras que de los libros, prefiere la acción a la investigación. Mi angustia es que una vez en la universidad abandone los estudios por el deporte. Quisiera que sea un profesional, muy a parte de las actividades de aventura, de deportes y sociales que pueda tener a lo largo de la vida. El deporte no es para siempre, tarde o temprano uno tendrá que dejarlo, y solamente quedará el recuerdo. Por eso es que insisto en que estudie para el futuro.

Un día paseando por Cantolao, me encontré con Juan y Alberto y aproveché para felicitarlos y arengarlos.

-Muchachos, hacen muy bien siendo timoneles del Regatas Unión de la Punta. Aprovechen que están en el colegio porque cuando estén estudiando en la universidad, no tendrán mucho tiempo. Quizás cuando tengan la talla y el peso suficiente, puedan volverse remeros y competir a nivel nacional e internacional. El espíritu de competencia que les da el deporte podrán aplicarlo, más adelante, a sus estudios, trabajo y negocios. Sigan así, los apoyaré moralmente.

Dentro de mi también decía que ojalá que Juan sea un exitoso profesional, que destaque en la vida por su conocimiento y profesionalidad. Estos dos sentimientos los tenía en conflicto permanente.

-Gracias Alfredo- le dice Alberto emocionado- así somos nosotros, aventureros a costa de grandes sacrificios.

-Claro –agrega Juan- no podemos quedarnos sentados todo el día, tenemos que movernos.

-Muy bien muchachos.

-Una pregunta Alfredo –le dice Juan- ¿Tú conoces a una señora viejita de la cuadra tres de la calle Fanning que es recontra buena gente? Es una abuelita  que casi todos los días nos regala leche de esa que tú te tomas en la casa cuando vienes de correr ja ja ja,  y nos prepara unos sánguches riquísimos de jamón y queso a la plancha calientitos.

-Claro, todo el mundo la conoce y es muy buena con los niños. Ella se llama Paquita.

- Siempre he pensado que la gente mayor es buena con los niños.

-No necesariamente. Paquita tenía un hijo hace muchos años, y era como ustedes, deportista, aventurero y también timonel. Así que ella cuando los ve a ustedes, lo rememora.

- Pero acaso, ¿no lo ve?, no me digas que se fue de viaje y nunca más volvió.

-Ya sé, -dijo Alberto- seguro que se casó y su mujer no lo deja visitar a su madre, como pasa con mi hermano que es un saco largo, ¡pa su madre!, ¡la flaca es súper celosa y no sé que tanto lo cela si el pobre es más feo ja ja ja !

-No muchachos, su hijo se llamaba Ricardo. -En eso le cambia la cara a los dos amigos-. Cuando era un  niño como ustedes le dio una enfermedad que lo postró en cama y nunca  más se levantó y murió. Paquita cayó en una gran depresión. Ella vivió con la pena durante años hasta que al fin la superó y de ahí en adelante se volvió muy buena y cariñosa con los niños. Les regala diferentes cosas. A veces prepara queques, galletas, chocolates. Fíjate que una época hizo hasta turrón de doña pepa.

- ¡Guau!, ¡qué bárbara!, tenemos que  llevarle dulces –dice Juan.

-Excelente idea, mi mamá prepara unos alfajores mostros –manifestó Alberto.

Así, después de varios minutos de conversa, los amigos se despiden de Alfredo y siguieron paseando por Cantolao.

Durante un año continuaron madrugando y timoneando en el Regatas sin no antes ver a Paquita y recibir sus tan ansiados regalos.

Un día, Juan se levanta temprano y va solo al club. Cuando pasa por la casa de Paquita, observa que la ventana de su cuarto estaba cerrada y pensó «debe haberse quedado dormida». Luego pasaron varios días y la cosa seguía igual. Al tercer día no aguantó más la angustia y tocó la puerta de la vecina corriendo el riesgo que lo griten por su falta de criterio. En eso, la vecina abre la ventana y le dice.

-¿Qué quieres niño?, seguro que vienes a preguntar por Paquita, ¿acaso no sabes que está internada en el Clínica Sánchez Carrión del Callao? Anda a visitarla. Todos hemos ido varias veces.

-¿Y por qué no me dijeron?, ¡no puede ser!, ¿es muy grave?

-Mira, Paquita tiene un problema propio de la edad. Se le subió la presión, se desmayó y fue evacuada de emergencia. Más no sé niño.

En eso, Juan regresa a su casa corriendo y con los ojos llenos de lágrimas y con la voz semi cortada entrando a la sala y parado al pie de la escalera que daba al segundo piso grita.

-¡Alfredo! ¡Alfredo!, ¡Paquita está en la clínica!, ¡se desmayó!  –mientras lloraba desconsoladamente corriendo sin rumbo entre la sala y el comedor.

Alfredo angustiado bajó las escaleras en pijama porque estaba dormido y no entendía que pasaba. En eso vio a su hermano lagrimeando con muchísima sentimiento  que lo conmovió tremendamente.

-Juan, no te pongas así. Tranquilo. Ven, siéntate un rato y respira hondo. Te voy a traer agua. No te muevas por favor mientras me cuentas que le sucedió a la abuelita.

-¡Pero yo no quiero que se muera, es tan buena con los niños! ¡Dicen que fue llevada en una ambulancia a la clínica Sánchez Carrión por un problema de  presión alta!

-¡Vamos ahora mismo a verla! Me voy a alistar. Estate listo a las siete y media. ¿Está bien?

-Muy bien –dijo Juan con la voz quebrada y muy nervioso pensando lo peor.

Los hermanos se dirigen a la clínica, llegan a las ocho de la mañana y preguntan en recepción por la señora Paquita y le dan la información que se encontraba en el segundo piso en la habitación doscientos uno. Sin embargo, a dicha hora el médico estaba pasando visita médica así que  tuvieron que esperar como dos horas. Mientras tanto los hermanos caminaban por unos pasadizos largos, brillosos, muy bien cuidados desde donde se veía a los extremos unos lindos jardines que le daba un toque de paz al ambiente. A cada rato se cruzaban con médicos y enfermeras todas vestidas impecablemente de blanco, con trajes almidonados. Para Juan esto era novedad por su corta edad, y se hacía las siguientes preguntas, «¿por qué la gente se envejece, se enferma y se muere?» sin tener la debida respuesta. Más o menos a las diez de la mañana, la enfermera le dijo a Alfredo que ya podían pasar a la habitación y que la señora  estaba muy recuperada. En eso Juan  entró prácticamente corriendo y dio un grito ensordecedor sin importarle que se hallaba en una clínica.

-¡Paquita! ¿Cómo estás? ¡Qué alegría verte de nuevo!

-¡Hola hijito! ¡Te he extrañado mucho! ¡Sabía que vendrías!

Juan le da un gran  abrazo a Paquita y lo primero que hace es preguntarle.

-¿Cuando regresas a tú casa?

-No se Juanito, pero felizmente gracias a Dios, todo fue un susto, este tema de la presión, pero creo que en unos días ya me dan de alta.

-Hola señora Paquita –saluda atentamente Alfredo.

-Hola muchacho.

-Te estamos extrañando mucho en el barrio, pues, cuando vamos al club, el camino se siente muy solo sin tu presencia –le dice Juan.

-Oye, ¿no estarás extrañando los desayunos? –le pregunta su hermano riéndose.

- ¡No seas gracioso oye grandulón! –contesta soltando una carcajada al igual que Paquita.

-Apenas vuelva te preparo lo de siempre, no te preocupes, falta poco.

Así los hermanos se despiden y retornan a casa a sus actividades. Juan continuó timoneando con su rutina madrugadora. Siempre pasaba por la casa de Paquita y veía la ventana cerrada y se preguntaba «¿cuándo regresará?». Después de unos cuatro días, en una de sus idas al club muy temprano, Juan ve la ventana abierta y Paquita lo estaba esperando como de costumbre, con su leche y esta vez con un par de sánguches calientitos.

-Hola hijo, ten para ti, llévale este más grande a tu hermano que es todo un caballero.

-Al toque, voy volando a la casa.

Juan retorna  a su casa, entra apurado, y en la sala mientras todos dormían más o menos a un cuarto para las seis de la mañana, llama a su hermano como de costumbre.

-¡Alfredo!, ¡Alfredo! ¡Paquita está de vuelta! ¡Paquita está en su casa otra vez!

Alfredo se despierta de los alaridos de su hermano imaginándose que es una buena noticia y se dirige a la sala.

-¡Qué tanto grito Juan!, ¿qué pasa?

- Paquita nos ha preparado estos sánguches y te está enviando uno especial para ti por tú tamañazo! Ja ja ja.

-¡Caray!, ¡qué bueno está esto! –decía mientras lo saboreaba-. Agradécele de mi parte por favor y no te olvides de llevarle dulces. Ya sabes ella está muy viejita y tenemos que cuidarla –dice medio adormilado.

-Sí Alfredo, realmente he recapacitado y ahora ya no solamente me alegro por el cariño que nos da sino por lo que ella pueda sentir con nosotros, así que tenemos que darle mucha alegría.

Fue así como Juan volvió a tener ese ánimo que lo caracterizaba, alegre y  juguetón.

1 comentario:

  1. ¡Felicitaciones por el cuento!

    Al principio se hace dificl, pero con practica la tecnica mejora.

    Seguro que a este cuento le seguiran otros...seria interesante e ilistrativo para nostros algunos sobre su experiencia con el mar.

    Nuevamente felicitaciones

    EPoma

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