Horacio Vargas Murga
Luego
de leer el titular del periódico, Onésimo se sintió muy angustiado y perdido.
Ya todo el mundo lo sabía y empezarían a buscarlo. No se libraría de la cárcel
y menos del desprestigio y la vergüenza. Nadie podría salvarlo, ni siquiera el
mejor de los abogados, además no tendría cómo pagarle, con lo endeudado que
estaba.
Tomó
un café apurado, casi quemándose los labios y se preparó para salir. Mientras
se alistaba, pensó en una sola alternativa. Tenía que ser rápido en llevarla a
cabo. Antes de salir del departamento que había alquilado, se colocó una casaca
con una capucha que le cubría toda la cabeza y las orejas, además de unos
lentes oscuros.
Una
vez en la calle, abordó un taxi y pidió al taxista que lo condujera hasta el
final de la avenida. Al descender del vehículo, se dirigió a un puente de
manera apresurada. Al llegar a este, se percató de que no hubiese nadie
alrededor. Fue acercándose cada vez más a la baranda y pudo notar la gran
altura a la que se encontraba el puente. Un viento frío le sopló en ese momento
en el rostro. Pensó: «Nadie que se tire de aquí al
vacío se salva». Se acercó más al borde y un gran temor lo invadió en ese
momento. Empezó a transpirar, las manos y los pies le temblaban, y su corazón palpitaba
apresurado. Miró nuevamente hacia el vacío y un súbito vértigo arremetió,
aumentando su ansiedad. «Tengo que hacerlo, no
queda otra», se dijo a sí mismo, dándose valor. Cuando estuvo a punto de
saltar, escuchó una voz grave que venía detrás de él.
—¿Qué
pasa, amigo?, ¿quieres volar como los pájaros?
Volteó
molesto y sorprendido. Se encontró con un personaje delgado, de cabeza grande,
nariz filuda y orejas puntiagudas, que lo miraba con cierta frialdad. Su traje negro
contrastaba con su piel entre verdosa y gris.
—¿A
ti qué te importa? —le respondió—. No te conozco.
—Te
pregunto porque me importa, quizá pueda ayudarte.
—¡Ayudarme!
Nadie me pude ayudar. Hay diez personas que han muerto luego de comer en mi
restaurante y la policía me debe de estar buscando. Nadie me puede ayudar. Ya
no es posible vivir en este mundo.
—En
este mundo no, pero quizás en otro. Te podría llevar a otra parte, donde
estarías libre de estos problemas.
—¿Adónde?
¿Otro país? No tengo dinero.
—No
necesitas dinero, solo necesitas venir conmigo.
—Pero
¿a dónde?, ¿a cambio de qué?
—Sin
preguntas. Si quieres lo tomas o lo dejas. Si quieres me sigues o saltas por
ese puente y terminas con tu vida.
Dicho
esto el personaje peculiar empezó a caminar y Onésimo se quedó pensando sin
saber qué hacer. Finalmente caminó detrás de él con cierta inseguridad y temor.
Llegando a la avenida, el personaje detuvo un taxi, conversó con el chofer,
abrió la puerta de atrás y volteando le dijo a Onésimo:
—Sube.
En
el taxi, ambos se quedaron un buen momento sin decir palabra alguna, hasta que
el personaje rompió el silencio:
—Me
llamo Zhydal.
—Yo
me llamo Onésimo, ¿qué raro es tu nombre?
—Igual
digo por el tuyo.
—¿Adónde
vamos?
—Ya
lo sabrás en su momento.
Media
hora después descendieron del taxi que los dejó en una calle frente a un amplio
portón de madera. Zhydal lo abrió y aparecieron innumerables arbustos que dieron
la impresión de ser parte de un bosque. Caminaron entre los arbustos y luego de
una larga caminata se detuvieron en un claro enorme donde no llegaba la luz. Zhydal
prendió una linterna y le dijo:
—Hay
que sentarnos y esperar.
Onésimo,
confundido y temeroso, siguió lo indicado, y esta vez no se atrevió a
preguntar. A los veinte minutos, una luz intensa empañó sus ojos y un sonido
extraño empezó a escucharse. Luego la luz bajó de intensidad y pudo notar una
nave luminosa sobre el campo. Se abrió una puerta y automáticamente apareció
una escalera.
—Subamos
—dijo Zhydal.
—¿Adónde
me llevas?
—Ya
lo sabrás.
—No
subiré hasta que me digas a dónde vamos.
—Si
no quieres me voy solo y te regresas.
Onésimo
miró hacia atrás y vio todo oscuro. Tuvo mucho miedo. Era imposible regresar
solo. Resignado, siguió a Zhydal y abordó la nave. Dentro de ella encontró a
otras personas muy parecidas a este extraño personaje que lo saludaron moviendo
la cabeza. Las mesas y sillas eran radiantes, blancas, además de muy cómodas y
flexibles. La nave despegó rápidamente y se elevó en el aire.
—Eres
un extraterrestre, ¿verdad?
—Así
nos dicen ustedes.
—¿A
dónde vamos?
—Lo
sabrás cuando lleguemos.
Durante
el viaje, la comida se servía en platos pequeños, y consistía de unos cubitos
masticables, salados y dulces, de agradable sabor. Onésimo extrañó la variedad
y la sazón de la comida terrestre. Sus inodoros eran parecidos a los de la
Tierra, pero lavaban y secaban automáticamente la superficie anal, por lo que
no era necesario el uso de papel higiénico. En ocasiones, solía mirar a través
de las ventanas de la nave, y apreciaba a lo lejos algunas estrellas y cometas
luminosos.
Luego
de varios días de viaje, la nave descendió y se abrió la puerta. Bajaron por la
escalera, y lo primero que vio fue una ciudad colorida y musical, donde el aire
era más limpio y fresco que en la Tierra. Las casas eran mayormente de vidrio,
y las zonas verdes, amplias y limpias. Había vehículos terrestres y también
aéreos, con un tránsito en armonía, no como el tráfico diario con el que estaba
acostumbrado a vivir. Subieron a un vehículo que los transportó por el aire.
Tras algunos minutos, llegaron a un local, en cuya entrada había un amplio
jardín, lleno de flores de diferentes colores. Cruzaron una puerta grande de
metal y caminaron por amplios pasadizos, cuyos pisos y paredes estaban enchapados
por cerámicos de gran brillo. Onésimo estaba sorprendido por la elegancia del
lugar.
Ingresaron
en una oficina donde se encontraba un sujeto mayor, alto, delgado y canoso, vestido
de blanco luminoso.
—Buen
día, Zhydal. Veo que por fin has cumplido con el objetivo.
—Buen
día, maestro Oykaroh. Le presento a Onésimo. Viene de la Tierra para integrarse
a nuestro proyecto.
—Mucho
gusto, señor Oykaroh —manifestó Onésimo—. ¿A qué proyecto se refiere? ¿Dónde
estoy?
—Toma
asiento. Te explicaré de qué se trata el asunto.
Todos
se sentaron, mientras una dama les entregaba un vaso con un contenido líquido,
invitándolos a beber. Onésimo probó con desconfianza, pero le pareció agradable
esa bebida dulce que nunca antes había probado. El maestro Oykaroh se incorporó
de su asiento y, mirando fijamente a Onésimo, le dijo:
—En
tus manos está la salvación de nuestra especie. Escucha bien lo que te voy a
decir —y empezó a contar una historia que Onésimo escuchó con asombro e
incertidumbre.
Algunas
décadas atrás, los habitantes del planeta habían sido infectados por un
microorganismo que produjo mutaciones en el ADN. Esto generó que todos los
habitantes machos solo produjeran espermatozoides defectuosos y, por tanto, ya
no pudieran fecundar. Lamentablemente, las mutaciones también impedían poder
hacer clonaciones. Ante el riesgo de que se extinguieran, estuvieron realizando
diversos estudios, además de enviar científicos a diferentes planetas, para
encontrar una especie que tuviera espermatozoides compatibles. Después de muchos
años de investigación, encontraron que los espermatozoides de los habitantes de
la Tierra podían ser compatibles, pero era necesario verificarlo con pruebas de
fertilización en laboratorio y luego realizar la implantación en las hembras para
determinar si lograban preñarse. Para ello, era necesaria la participación de
un terrícola en el experimento.
—¿Me
están pidiendo que fecunde a las hembras de su planeta? —inquirió Onésimo.
—Así
es. Necesitamos tus espermatozoides para hacer las primeras pruebas y verificar
la compatibilidad... también necesitamos verificar que las crías nazcan en
buenas condiciones —manifestó el maestro Oykaroh.
—¿Eso
quiere decir que tendré que masturbarme varias veces hasta que consigan el
propósito?
—En
efecto. Durante todo el tiempo que requiramos de tus servicios tendrás
alimentación, vestimenta y alojamiento asegurados. Estarás a dedicación
exclusiva y, por su puesto, bajo cuidados médicos.
—Qué
pasaría si no acepto.
—No
tienes otra alternativa.
Dicho
esto prendió un televisor y le mostró grabaciones de diversos noticieros de la
Tierra, donde hablaban sobre la muerte de personas que almorzaron en su
restaurante y que él estaba con orden de captura, pero no daban con su
paradero.
—Me
lo imaginaba. No sé qué pasó realmente en mi restaurante. Yo mismo supervisé la
preparación.
—Nunca
falta alguna persona que quiera sabotear el negocio y vierta alguna sustancia
en la comida.
—No
me imagino quién pudo haberme hecho eso.
—Uno
nunca sabe. En fin, ¿qué dices?
—Bueno…Tendré
que aceptar su propuesta.
Onésimo
se incorporó de su asiento y se retiró acompañado de Zhydal. En su mente
apareció una frase: «¡extraterrestres de mierda!»,
mientras un frío intenso se apoderaba de su cuerpo y un sabor agrio inundaba su
boca. Fue conducido a su habitación. Las
paredes estaban llenas de espejos. Durmió como nunca en su vida sobre una cama
de cuatro plazas. Al día siguiente fue sometido a diversos exámenes de laboratorio
y evaluaciones médicas. Colaboró con desagrado. Prefirió no resistirse por
estar en desventaja. Decidió “seguirles la corriente” hasta que se le ocurriera
un plan para escapar. Los resultados de las pruebas reportaron que estaba en
buen estado de salud.
—Bien,
Onésimo. Estamos en condiciones de empezar. Iniciaremos mañana.
—De
acuerdo, señor Oykaroh, haré lo que me pidan, no me queda otra. Ustedes ganan.
Solo espero que me traten con respeto y no me hagan daño.
—Así
será, terrícola obediente.
El
primer día que le entregaron el frasco para que recolectara su semen, se puso
muy nervioso y estuvo en el baño más de dos horas masturbándose para conseguir
la tan ansiada sustancia viscosa. En los días siguientes, tuvo más confianza y
demoró menos tiempo. Después de varios intentos, consiguieron fecundar varios
óvulos que posteriormente fueron implantados en sendas hembras. Luego hubo
controles, semana tras semana. Mientras tanto, Onésimo pasaba el tiempo en la
piscina del local, o practicando deporte con los extraterrestres, unos juegos
que parecían una combinación de fútbol con vóley que no entendía mucho, pero que
disfrutaba.
Leía
también algunos periódicos, revistas y libros de ciencia ficción. Además veía
la televisión, sobre todo los noticieros. Siempre abordaban el tema de los
fallecidos en su restaurante. Lo seguían buscando. Los abogados que eran
entrevistados proyectaban que le darían veinticinco años de cárcel. Esto le
producía mucha cólera. Había invertido todo su dinero en el restaurante,
incluso gestionó un préstamo en el banco. Todo estaba perdido.
Transcurrieron
nueve meses, y siete de las diez mujeres fecundadas alumbraron a siete crías a
término, de buen peso, talla y estado de salud. Una de las crías fue prematura y
tuvo que estar en incubadora; otra nació muerta, y la tercera terminó en
aborto, luego de tres meses de gestación.
Durante
todo el tiempo transcurrido, Onésimo se convenció de que era imposible escapar
y su propósito se diluyó al generarse una gran simpatía con las nuevas personas
que iba conociendo, quienes siempre le mostraron un trato cálido y amable.
Compartía con ellos casi todas las horas del día. Llegó a sentirse más a gusto
con los nuevos amigos, que con los que tenía en la Tierra.
Oykaroh
solicitó que Onésimo se presentara en su oficina.
—Muy
bien, Onésimo. El proyecto ha sido un éxito. Tenemos un banco con tus
espermatozoides para seguir fecundando más hembras. Nuestra especie ha sido
salvada, y se mantendrá probablemente un buen tiempo. Necesitamos contactar con
otros terrícolas para tener nuevos espermatozoides, ya que para las siguientes
generaciones podría haber problemas si todos descendieran de una misma línea
paterna. Te estamos eternamente agradecidos. Has salvado a nuestro planeta. Bueno,
es hora de que retornes a la Tierra. Te ayudaremos a que consigas otra
identidad y puedas abrirte paso en un lugar donde nadie te conozca.
En
ese momento Onésimo fue invadido por un gran temor. Se quedó pensativo sin
saber qué decir.
—¿Pasa
algo, Onésimo? —preguntó el maestro Oykaroh.
—Bueno,
en todo este tiempo me he acostumbrado a estar aquí. Si regreso a la Tierra,
así tenga otra identidad, siempre estaré con el temor de que me descubran. Preferiría
quedarme con ustedes.
—Pero
requerimos ahora de otros espermatozoides. Los hijos que engendraste tendrán
que fecundar en el futuro a hembras que no sean tus hijas, para evitar las malformaciones
congénitas que se pueden producir entre hijos de hermanos.
—Lo
sé, pero es muy peligroso que regrese a mi planeta. Por otro lado, todos los
hijos que engendré, a pesar de que tienen padres adoptivos, son mis hijos
biológicos. De alguna manera ya soy parte de ustedes.
—Tienes
razón, pero no podemos mantenerte eternamente. La comida, la vestimenta y el
alojamiento tienen un costo que no subvencionaremos de manera indefinida.
—Lo
pagaré con mi trabajo, como todos lo hacen aquí y como lo hacen también en la
Tierra. Sé bastante de cocina.
—Bueno…Te
quedarás, pero pobre de ti que intentes algo contra nosotros.
—Después
del beneficio que les he brindado, creo que merezco ser acogido.
—Está
bien, terrícola astuto, te quedarás con nosotros, pero estarás bien vigilado.
—No
generaré problemas, se lo aseguró. No tengo otra alternativa.
Los
ojos de Onésimo se iluminaron y una inmensa alegría se dibujó en su rostro. Se
libraría de ir a la cárcel en la Tierra. Por otro lado, podría implementar el
restaurante, que no pudo desarrollar en su planeta, incluso de una manera innovadora,
a la que podría denominar “comida novoespacial” o “novosideral” o
“novogaláctica”. Igualmente no estaría nada mal enamorarse y formar una familia
con una extraterrestre. Al principio las veía igual de raras que los varones,
pero con el tiempo se fue acostumbrando a ellas e incluso empezaron a gustarle.
Además parecían más fieles que las terrícolas. En la Tierra, las escasas enamoradas
que tuvo (ya que muy pocas veces fue aceptado), siempre terminaron yéndose con
otro. En los últimos años se había convertido en un hombre solitario, muy
entusiasmado con su restaurante y alejado de sus parientes y amigos.
El
maestro Oykaroh jamás le diría que fueron ellos los que contactaron a uno de
sus ayudantes de cocina para que vertiera un veneno en la comida que se
serviría en el restaurante. Luego este ayudante sería eliminado y desaparecido
para no dejar rastros. Onésimo había sido elegido entre varios terrícolas por
su buen estado de salud y constitución física. Fue investigado durante varios
meses antes de ser elegido. Convencerlo de buenas maneras o raptarlo era
riesgoso, el plan proyectado fue considerado el más adecuado. Era mejor para
todos que él nunca se enterara de nada.
Desde
ese momento se convirtió en un miembro más del planeta, iniciando una nueva
vida en otro lugar.
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